ellen - i [10 marzo 2007]
- fxck0pinions
- 27 oct 2019
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Actualizado: 4 nov 2019
No tuve amigos hasta que ya era demasiado mayor como para aprender a hacerlos. Mi padre había decidido mantener mi educación en casa hasta que tuve edad para ir al instituto, por lo que realmente no me supe relacionar con otras personas de mi edad. Con doce años tuve que repetir un maldito curso porque, por lo visto, no había aprendido lo suficiente como para estar a la altura de mis compañeros. Eso, desde luego, dejó mella en mi autoestima. Y en la forma en la que el resto de clase me miraba. Siendo ya la mayor de mi clase y encima la chica que había estudiado en casa, era un bicho raro al que evitar. A todo eso, quería o no, tenía que añadirle el hecho de que debía ir hasta el maldito este de Londres desde Brixton, un barrio con no demasiado buen renombre. Siempre me habían mirado con ojos distintos. Hasta los profesores me miraban diferente. No voy a decir que no me afectó, porque estaría mintiendo. Pero aprendí a ignorarlo bastante pronto. Supe cómo mantener mis emociones bien enterrados, porque no tenía elección más que aprender a hacerlo. Ni siquiera me importaba no tener amigos.
Hasta que llegó Ethan, naturalmente.
Fue repentino, rápido e inesperado. Ni siquiera quería un amigo, no necesitaba a nadie con quien pasar mis tardes. No quería admitir que esos pensamientos eran el fruto de llevar aislada demasiado tiempo, y me negaba a acostumbrarme a la compañía de la gente de mi edad. Pero sí es cierto que, en esos momentos, era tan solo una niña con muchas ganas de ser distinta al resto, porque lo que había visto en esos pasillos interminables de mi escuela, no me había gustado nada. Sin embargo y como era de esperar, en el segundo en el que Ethan confió en mí y yo confié en él, una grandísima losa se me cayó de los hombros, y me dejé de sentir tan exhaustivamente insegura conmigo misma. Caminaba con la cara alta por los pasillos, porque por fin tuve un amigo, con secretos que compartir y recuerdos que almacenar junto a él. Pero no lo pude evitar, tuve la necesidad de protegerle en el momento en el que le vi.
Las fiestas eran lo mejor de todo, sin duda. Si algo bueno tenía mi barrio era eso. El alcohol, las drogas. Recuerdo que la primera fiesta a la que asistí fue el verano en el que cumplí los trece años, pero por desgracia me pillaron demasiado pronto y mi padre tuvo que arrastrarme a casa. Y me castigó todo el verano, quitándome la libertad y haciéndome volver a casa antes de las nueve. Porque era una niña, pero yo no lo quería asumir. En el fondo sabía que las niñas de trece años no estaban destinadas a asistir a ese tipo de cosas. Era perfectamente normal; ¿qué padres dejarían ir a sus hijas de trece a una fiesta donde lo único que murmuraban las paredes a parte de la alta música era “peligro”? No mi padre. Quería crecer de una maldita vez por todas. Aunque una vez comenzó el curso de nuevo y mi padre dejó de ponerme el ojo encima y volvió a confiar en mí, comencé a volver a escaquearme las noches de los viernes.
La verdad era que yo no aparentaba tener trece años. Mi cuerpo había madurado con muchísima rapidez, y con esa edad ya aparentaba tener más de catorce años, y eso era una gran ventaja si entrabas en ese ámbito social. Las únicas chicas con las que me juntaba en el instituto a principio de curso no tardaron demasiado en darme de lado por considerarme una mala influencia desde tan temprano. No lo niego, y casi lo prefería. Ethan para mí era más que suficiente. También, había empezado a frecuentar con un grupo de chicos mayores que yo que pasaban los días en las calles y me colaban en los sitios en los que no tenía permitida la entrada. Esta vez, yo no era la peor influencia de todos. Lo fueron ellos. Tenía que mantener a Ethan alejado, por lo menos por el momento. Pero, no tardaría demasiado en unirse a mí y a mis nuevas prácticas extraescolares. Por desgracia.
En marzo, tan sólo un par de semanas después de que Ethan entrara en mi vida, volví a mi primera fiesta en meses, con la adrenalina corriendo por mis venas y con la excitación con ganas de deshacerse en mi vientre con el primer trago de alcohol que sabía que iba a probar esa noche.
—¿Cuántos años dices que tienes?
Suspiré y puse los ojos en blanco.
—Dieciséis. Ya te lo he dicho. Los cumplí el otro día.
El chico bajó la mirada vacilante por mi cuerpo, despacio y lentamente, parándose en sitios en los que hubiera preferido que no lo hubiera hecho. Me aclaré la garganta.
—No los aparentas.
—Gracias —dije esbozando una sonrisa.
Me aburrí.
—Oye, ¿vas a dejarme pasar o no? Pensaba que a las chicas siempre las dejáis pasar.
El chico suspiró y se hizo a un lado.
Le sonreí coquetamente y entré en la casa, la cual estaba llena de gente de “mi edad”, supuestamente. Apostaría lo que fuera a que yo era la más joven de la casa.
Miré un poco por encima de la multitud hasta que di con caras conocidas, y me hice paso entre la gente, ya borracha a estas alturas de la noche. Cuando llegué, los cuatro chicos, una cabeza más altos que yo, se acercaron a mí y me saludaron con los labios apestando a alcohol y a tabaco.
Uno de ellos se colocó un cigarrillo en la boca y lo prendió. Le dio una calada y me lo tendió.
—¿Quieres?
Negué con la cabeza.
—No fumo.
Arqueó las cejas y plantó una sonrisa juguetona en sus labios. Dio una segunda calada y prácticamente me lo puso entre los dedos.
—No fumabas. Vamos, dale una calada, no va a matarte.
—Tío —dijo el rubio de los cuatro—, es demasiado pequeña para fumar.
Miré la punta naranja humeante y le miré con una sonrisa pícara. Chasqueé la lengua exasperada.
—Me subestimáis.
Me coloqué el cigarro entre los labios y aspiré con fuerza. No había fumado antes, pero mi padre lo hacía todos los días, por lo que traté de hacer lo mismo que hacía él.
Mi garganta parecía estar en llamas, y la sensación de ahogo no tardó en saltar de rincón a rincón por mis pulmones. Reduje todo aquello en una pequeña tos, y expulsé el humo elegantemente con los labios fruncidos. No sabía muy bien cómo había hecho eso, pero los cuatro chicos se quedaron mirándome y rompieron en carcajadas.
—Esa es mi Ellen.
Su nombre era Marc, pero la verdad, es el único nombre que recuerdo de los cuatro. Probablemente fuera la última vez que saliera con ellos; pronto encontraría un grupo de chicos mucho más interesante.
La noche siguió avanzando y así lo hacían los vasos que pasaban por mis manos. Las luces cada vez eran menos nítidas y el suelo menos estable. Me lo estaba pasando en grande. Fue una de las mejores noches que pasé al lado de esos chicos que apenas conocía.
Tuve que ir sola al baño. Ninguno de ellos quiso acompañarme, aunque tampoco había hecho demasiada publicidad para que lo hicieran. Con la mirada perdida y con pasos inestables me hice camino entre la gente que estaba incluso peor que yo, y busqué desesperadamente un baño.
Un chico alto, con el pelo corto y rubio, me miraba desde arriba apoyado en la pared con la luz de neón blanca cayendo por encima suya. Tenía los brazos cruzados, y me observaba como si llevase ahí de pie la noche entera. Mis ojos tardaron en acostumbrarse a la luz verde blanquecina que colgaba en el aire. Dio una calada a su cigarro de liar y lo tiró al suelo.
Me alisé la falda y continué caminando hacia la puerta que se encontraba a su lado, mirando hacia el suelo y pretendiendo que su presencia no me intimidaba. Puse una mano en la puerta de madera llena de garabatos, y a punto de empujar la puerta hacia dentro, puso una mano en la superficie cortándome en paso.
—¿Dónde crees que vas? —dijo con voz ronca, sin separar sus ojos de los míos.
Arqueé una ceja.
—¿Al baño?
Se cruzó de brazos y dejó salir una pequeña risita, encogiendo los hombros.
—No creo que sea una buena idea —dijo, inclinándose hacia mí y poniéndose a mi altura, de manera que sus ojos ya no se encontraban en la sombra y los pude ver perfectamente.
Sus ojos color caramelo estaban ligeramente rojos y aguados. Con una mirada punzante y estremecedora. Me crucé de brazos yo también y me humedecí los labios, y de nuevo hice como que no me estaba afectando su comportamiento superior hacia mí.
—¿Y por qué no?
—No creo que este sea sitio para una chica tan joven como tu. Es peligroso.
Tragué saliva.
La verdad era que ese chico me hacía temblar. No solo de miedo. Su camisa blanca y su flequillo algo rizado colgando frente a sus ojos intimidaba más de lo que hubiera querido. Una sensación de peligro que no me acababa de disgustar comenzó a bajar por mi vientre.
Puse los ojos en blanco y me hice la indignada.
—No tengo trece. ¿Qué os pasa a todos hoy?
Me miró con una sonrisa burlona.
—Nunca he dicho que tuvieses trece.
Me rasqué la frente con nerviosismo y le miré a los ojos, tratando de aguantarle la mirada.
—Mira, sólo déjame entrar, ¿de acuerdo?
—¿Y cuántos años tienes? —dijo, ignorándome, mientras llevaba la mano hacia su bolsillo trasero y sacaba un paquete de tabaco.
Suspiré.
—Acabo de cumplir diecisiete —dije, arrepintiéndome al segundo.
Esa no era la edad que había dicho al principio. Maldije mentalmente. Su risa se volvió estridente.
—¿Estás diciendo que eres mayor que yo? —dijo con el cigarrillo en la boca y prendiendo el mechero—. Me estás vacilando.
Resoplé y aparté la mirada.
Dio una calada y me la echó en la cara. Reprimí una tos y en su lugar, le miré a los ojos sin parpadear ni una sola vez, fingiendo que el humo no me molestaba en absoluto.
—¿Y cuántos años tienes tú, si se puede saber?
Apartó la mirada divertido y redujo una carcajada mientras continuaba fumando.
—Cumplo los diecisiete a finales de año —dijo, volviendo a alzar la mirada hacia mí.
Me recorrió un escalofrío por la espalda y supe que no me iba a creer de ninguna de las maneras, hiciera lo que hiciera.
De todas formas, hinché el pecho y esbocé una sonrisa de superioridad.
—Pues parece que sí soy mayor que tú.
De nuevo se hizo el silencio, sin separar su mirada de la mía, yo tratando de no dejarme intimidar. Se humedeció los labios.
—Demuéstramelo.
La piel se me puso automáticamente de gallina y sentí una sensación de frío recorrerme la nuca.
Lo correcto hubiera sido dar la vuelta y marcharse, y buscar algún otro baño que no estuviera infestado de gente así. Dejarme de estupideces y realmente hacer lo que cualquier otra chica madura hubiese hecho. Pero, como ya he mencionado, no lo era. Seguía siendo una cría de trece a la que el peligro y las estupideces le atraía más de lo que debería.
Puse la mejor sonrisa burlona que pude y me acerqué a él. Sin dejar de mirarle a los ojos, le arrebaté el cigarro, le di una calada y lo tiré al suelo. Con dos movimientos ágiles, rodeé su cuello con los brazos y me puse de puntillas para introducir el humo en su boca.
Nunca antes había besado a nadie, pero lo hice como en las películas. Con fiereza y seguridad, moviendo mis labios contra los suyos y dejando que su lengua se enrollara con la mía. Me siguió el beso con demasiada rapidez, como si estuviese esperando a que hiciera algo así. Colocó sus manos en mi trasero y me aplastó la espalda contra la pared en la que antes estaba apoyado él. Apretó sus caderas contra las mías y me besó con más fuerza y posesión de la que me esperaba. Estaba claro que él tenía más práctica, e hice lo que pude por no parecer demasiado novata. Se separó de mis labios para continuar besándome el cuello y su mano despacio se iba colando por mi camisa para acariciarme el vientre y la cintura. Un escalofrío me recorrió el cuerpo y no pude contener un gemido.
Hundió su cara en mi pelo y con el aliento agitado, me susurró.
—¿Y crees que niñas de trece no hacen esto?
Mi sonrisa burlona flanqueó por un segundo, pero me aseguré de que volviera a estar en su lugar segundos más tarde.
—Estaba deseando a que dijeras algo así —dije, y tuve suerte de que mi voz sonara llena y segura.
Le di un pequeño empujón hasta que estuvo lo suficientemente apartado para poder arrodillarme ante él. Le besé el vientre mientras le soltaba el cinturón con las manos y le soltaba la bragueta.
Así conocí a Dan.
La gran ciudad siempre está llena de todo tipo de personas. Gente buena, que se preocupa por tu salud cuando flanquea, por tu bienestar cada vez que se trata de hacer una elección importante, y bla, bla, bla. Luego, está la gente mala, aquella que solo buscan su propio beneficio y manipula a los débiles para así conseguirlo.
Yo siempre he estado rodeada de gente mala, gente que me manipula, que me hacen hacer cosas que no quiero para poder encajar, gente que me hiere de todas las maneras posibles, sin importarles lo que yo pueda sentir. Nunca me he quejado, porque no me importaba. No le daba importancia. No me importa mi bienestar o mi salud. A mí me gusta encontrar beneficio mediante otras personas, que son más débiles que yo. Yo acabé convirtiéndome en ese tipo de persona.
Tan sólo tenía trece años.
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