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ellen - bonus [19 junio 2010]

Jane se mordisqueaba los dedos copiosamente, con el brazo cruzándole el pecho, y con la mirada vacilando entre un lado y otro de la calle. Yo esperaba, paciente pero aburrida, en silencio con mi amiga a mi lado. Pude ver que estaba más nerviosa de lo que le gustaba admitir cuando empezó a dar vueltas mientras suspiraba en la noche, como un acto reflejo. Bajó la mirada hacia su reloj de pulsera y gruñó.

—Genial. Encima llega tarde.

Puse los ojos en blanco y sonreí divertida.

No me gustaba ver a mi mejor amiga pasear por las calles con un corazón roto en las costillas, pero verla de mal humor a veces me divertía; como en esos momentos, cuando miraba a la calle oscura con la nariz levantada y las cejas alzadas, visiblemente molesta con el día que le había tocado vivir.

—Jane, relájate. Acaban de dar en punto. Seguro que está llegando —dije tratando de tranquilizarla.

—¿De qué lado estás? —preguntó a la defensiva, dedicándome una mirada matadora.

Solté una carcajada.

—El pobre chico sólo quiere su teléfono.

Resopló y puso los ojos en blanco.

Me senté en las escaleras al lado de la estación de metro en la que habíamos quedado, y me encendí un cigarro mientras esperábamos algo más. Jane enredaba con el móvil de pie, con su pelo largo recogido en una coleta haciéndole sombra en la cara, con una mano en el bolsillo de su gabardina que todavía teníamos que usar por mucho que fuera junio. Soltó un suspiro.

—¡Dios! —le gritó a la pantalla de su teléfono—. Estoy hasta el coño de este móvil. Estoy todo el rato recibiendo mensajes viejos y—

—Hola.

Un chico algo más alto que ella le miraba con una sonrisa torcida detrás suya, y Jane tuvo que detener su impulsivo comienzo del monólogo que tantas veces le había escuchado.

Se dio la vuelta dispuesta a hacer su día miserable, con el ceño fruncido y sus palabras gritadas todavía calientes en su boca, pero se quedó petrificada de un segundo a otro. Después de echar un vistazo repentino al chico, se quedó callada, con el teléfono en la mano y la boca entreabierta.

—Hola —dijo de pronto algo sorprendida, sin separar los ojos de los de él, que seguía mirándola tan divertido como estaba yo, aunque sin intentar disimularlo.

—Hola —repitió—. ¿Tú eres Jane?

Comencé a reírme silenciosamente al verla empezar a balbucear hacia el chico, realmente sin palabras, y todavía sin quitarle los ojos de encima. Como si no pudiera hacerlo.

—Eh, sí, bueno. Sí. Soy yo —respondió nerviosa, todavía más que antes.

El chico alzó una ceja sin borrar la sonrisa de sus labios, probablemente para empeorar la situación en la que se encontraba mi amiga, completamente embrujada por la imagen que nos devolvía el chico de rizos.

Se humedeció los labios.

—Soy Harry.

Tuve que tomar cartas en el asunto y sacar a mi amiga del apuro en el que se encontraba al ver que no reaccionaba. Me levanté de un brinco y tiré la colilla al suelo para acercarme a la pareja.

—Hola —dije al acercarme, enrollando el brazo en el de Jane, que salió de su burbuja para dedicarme una mirada—. Soy Ellen.

Me devolvió la sonrisa y antes de que pudiera decirme nada, Jane se puso en movimiento como si hubiese despertado de pronto, frunciendo el ceño y metiendo la mano en uno de los bolsillos. Sacó el iPhone culpable de todo aquello y se lo tendió con los labios fruncidos y sin mirarle esa vez, de nuevo dentro de su mal humor. Él la miraba todavía más divertido que anteriormente, con las cejas alzadas y sin importarle que no le estaba devolviendo la mirada para dirigirle la suya a mi amiga, que hacía lo posible por luchar contra sus impulsos. Cogió el móvil y Jane se metió la mano de nuevo en el bolsillo con rapidez.

—Gracias —dijo Harry, con una voz grave y juguetona—. ¿Has puesto tu número en la agenda?

Fruncí los labios y alcé las cejas, impresionada ante su faceta ligona, sin conocerla de nada, sin cambiar su postura y con una naturalidad elegante, con una voz firme y sin separar su mirada de encima de ella.

Miré a Jane, que no se había resistido a mirarle una vez más, aunque con una ceja alzada y una carcajada colgando de sus labios. Soltó una pequeña risa y apartó la mirada durante unos segundos. Se la clavó de nuevo al chico con desafío.

—Eres un flipado —dijo con firmeza, como si hacía unos segundos no hubiese tartamudeado ante su presencia.

Él seguía sin borrar su sonrisa, ahora todavía más divertido que antes. Jane me dirigió la mirada.

—Vamos a casa.

—Venga, no seas maleducada. Creo que te ha hecho una pregunta.

Sabía cuándo a Jane le gustaba un chico y estaba clarísimo que ella le gustaba a él, y en esos momentos necesitaba la presencia de otro chico más que nunca, a pesar de haber salido de una relación de dos años el día anterior. Parecía que ella tenía prisa por marcharse, como si fuese muy consciente de ese último hecho.

—Genial. Pues me voy a casa sola, ten un buen viaje —dijo asesinándome con la mirada, mientras se soltaba bruscamente de mi brazo.

—¡Jane! —le grité.

Pasó por el lado del chico con rapidez, aunque pude ver cómo lo hacía lo suficientemente cerca como para que pudiese olerla. Él, que su sonrisa había decaído un poco, la siguió con la mirada durante unos segundos, hasta que se perdió entre la multitud de la calle de Londres.

—Discúlpala, está teniendo un mal día.

—No pasa nada.

—¿Quieres que te dé su número yo? —me atreví.

Alzó la mirada y sin quererlo me repasó con ella sutilmente. Vaciló por unos segundos.

—No creo que me sienta cómodo con eso, si ella no me lo quiere dar—

—Venga, no seas tonto. Está claro que te gusta.

Apartó la mirada y se rió.

—Además, no tienes pinta de ser un pervertido.

El chico me miraba sonriendo de lado y tratando de convencerse, aunque por su mirada pude deducir que seguía sin estar del todo seguro de aquello. Encima era decente, algo que pasaba cada milenio, si es que pasaba. Intenté presionarle un poco más.

—Está clarísimo que tú también le gustas a ella.

—No tendría mucho sentido, ni siquiera soy de por aquí. Es una tontería ir detrás de una chica que me ha gustado en un autobús.

Le sonreí y le cogí el teléfono que seguía teniendo en la mano.

—Mira, te voy a poner su número y luego haces con él lo que quieras, ¿vale? Como si no le vuelves a hablar nunca más.

Tecleé el número de mi amiga que me sabía de memoria y lo guardé en su agenda con sus carcajadas de fondo.

—¿Qué pasa? ¿Acaso crees en esa mierda del destino, o qué? —preguntó mientras me veía trabajar.

Me reí con un resoplido.

—No. Por eso mismo hago esto.

Le devolví el teléfono y le miré a los ojos, que brillaban divertidos.

—He guardado también el mío, sólo por si acaso. Así que, suerte.

—Eres una dramática.

Me encogí de hombros.

Probablemente aquello no significó nada en todo aquello, probablemente lo que hice no supuso nada en lo que más tarde pasaría. Pero por lo menos, mientras caminaba hacia la boca del metro que me llevaría hacia mi mierda de vida, sentí que había pagado una parte de mi grandísima deuda que le debía a mi mejor amiga, a la cual había llegado a querer más que a mí misma.

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