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ellen -vi [26 abril 2010]

Había algo particular en el azul del humo que salía de su cigarro. Su silueta se dibujaba en el vidrio de mi ventana, el sol perfilándole las pestañas y los movimientos de sus labios. Mientras se llevaba los dedos a los labios copiosamente observaba el exterior, cómo la luz desvaneciente quitaba el color de los árboles que rodeaban el edifico, el azul cada vez menos brillante del cielo, el naranja cada vez más oscuro en sus mejillas. El humo rodeaba su figura a contraluz, el pelo revuelto cayéndole encima de los ojos, sus facciones casi invisibles ante mí, con el negro más puro y hermoso que había visto.

Rompió el silencio con una pequeña risa mientras tiraba el resto del cigarro por la ventana, pasándose una mano por el pelo y creando una atmósfera distinta, girándose hacia mí conforme las pecas en su pecho se hacían cada vez más visibles cuando la luz caía por sus hombros. El sol dio su último respiro antes de ocultarse del todo, no antes de que se acercara a mí una vez más con una sonrisa picarona en los ojos, humedeciéndose los labios segundos antes de besarme como lo había hecho otras veces, acariciándome la espalda desnuda y mis pómulos sonrosados.

Suspiró y me miró a los ojos. Bajé la mirada y me coloqué la sábana alrededor del torso. Me arrancaba los pellejos sueltos de mis dedos mientras trataba de formular una frase de manera poco dolorosa, siendo consciente que tenía su mirada encima mía. Apartó un mechón de pelo delante de mis ojos.

—Tienes que romper con ella.

Dejó de mover la mano por mi pelo durante unos segundos al darse cuenta de lo que le había dicho, sabiendo que tenía razón. La dejó caer sobre mi regazo y alcé la mirada hacia sus ojos.

Asintió apartando la mirada de la mía rápidamente. Seguía dentro de una ensoñación ambientada por el sol poniente, pero tuve que ponerme seria.

—Lo digo en serio, Dan. Tienes que hacerlo —insistí, con la voz distorsionada.

Abrí los ojos de golpe en mitad de la noche para encontrarme con lo negro de mi habitación. Sentía mi corazón golpearme la mano que tenía sobre el pecho, tumbada en mi cama boca abajo, y volví a cerrar los ojos para suspirar.

Últimamente había tenido esos sueños casi todas las noches. Variaban según el humor con el que me metía a la cama, pero siempre eran bonitos. Con un final feliz, que me hacían despertarme con el aliento agitado y una sensación de inquietud en la garganta.

Definitivamente entiendo cuando Jane decía que lo más duro que ha tenido que hacer es superar a alguien. Ella se dio cuenta más tarde que lo que tuvo que hacer para superar a Dan no fue ni siquiera una tercera parte de lo que tuvo que hacer para superar a Harry. Borrar conversaciones, tardar meses en quitar esa foto del fondo de pantalla, borrar los emoticonos de su nombre en los contactos, la ropa que tuve que tirar porque me recordaba demasiado a él.

Eso era lo menos doloroso.

Las noches en vela, los brincos en el pecho, las sonrisas clandestinas que mis emociones esbozaban pensando en él una vez más, antes de recordar que ya no podía sentirme de esa manera, que se acabó, que no se merecía que pensase más en él. Pero las caricias en mis hombros estaban clavadas en mi memoria tan claramente que todavía me ponía los pelos de punta, y sentía los puntiagudos punzones clavárseme en el pecho tan hondo que perdía la respiración durante unos segundos. Lo doloroso que es no poder llorar más, el dolor de cabeza constante, las ganas de quedarte en la cama durante días enteros, dejar de comer, la música triste. Con un larguísimo etcétera siguiendo todo aquello.

Pero tenía que hacerlo, tendría que haberlo hecho muchísimo antes, antes de que consiguiese hacer conmigo lo que le diera la gana, antes de que me entregara a él ciega ante la expectativa equivocada. Antes de romper todo por lo que había luchado, la reputación de chica fuerte que no se deja influenciar por nadie con tan solo trece años, mi autoestima de niña pequeña, frágil y vulnerable, endurecida con las personas equivocadas que hicieron el trabajo perfecto. Antes de que arruinase mi vida. Porque me había arruinado la vida. Y a pesar de todo aquello, lo seguía queriendo con toda mi alma.

Con el tiempo que pasó, pude ver en frente mía cómo se enamoraba poco a poco, por la forma en la que cambiaba el brillo de sus ojos. Fuera de sus pronósticos, enamorado de mí, enamorado de ella, de una forma tan extraña y diferente la una de la otra que no sabía domar a su corazón, ni aconsejarle acerca de qué camino tomar.

Nuestra relación hacía tiempo que había dejado de ser física, pero nunca dejé de estar incómoda alrededor suya, cuando se hablaba de él, o cuando Jane se empeñaba en que nos lleváramos bien cada dos semanas. Nos comportábamos como si llevásemos una pila de platos equilibrando sobre nuestras cabezas cuando estábamos con ella en la sala. Y el aire estaba pegajoso, denso, pero lo hacíamos los dos por ella. Porque él acabó preocupándose por ella más de lo que había planeando, y después de su primer aniversario el cabrón dejó de ser un hijo de puta y de irse con cualquiera todas las veces que salía. Pero lo nuestro no cambió.

Los dos sabíamos que seguíamos teniendo aquel hilo rojo que nos unía en las muñecas, quemándonos la piel mientras hacíamos todo lo posible por no girar la mirada para encontrarnos con la del otro. Pero era duro no hacerlo, aunque poco a poco, aprendí a no hacer nada al respecto. Y dejar que quemase.

No era ningún secreto para Jane que nosotros nos llevásemos mal. Jane nunca intentó demasiado que ambos nos llevásemos bien, de todas formas. Desde que tuve aquella conversación tan desagradable para mí, ella prácticamente no me hablaba de él, ni de su relación. Era todo un misterio para mí; no sabía qué hacían, dónde pasaban el tiempo, si discutían o no. Absolutamente nada. Muchas veces me preguntaba a mí misma con quién se desahogaría cuando tenía un problema con él, porque sabía que los tenía. Lo peor es que sabía exactamente por qué no era conmigo. Y me entristecía muchísimo.

Sé que cuando estás en una relación con alguien que tus amistades no aprueban dejas de hablar de ella. Por miedo al “te lo dije”. Porque sabes que tarde o temprano va a venir. He estado exactamente donde estaba ella. Puede que parte de la culpa por la que casi pierdo a Ethan fue esa, porque me avergonzaba demasiado que me juzgase, y estaba aterrada ante la posibilidad de que tuviera razón sobre él, por mucho que era perfectamente consciente de que la tenía.

Sabía que esa era la razón por la que ya no me contaba nada de él. Nunca encontré el momento de contarle que, aunque no apoyaba su relación, no significaba que no podía usarme para desahogarse. No quería, ni se me pasaba por la cabeza, devolverle la moneda del “te lo dije”. Pero jamás se lo conté, así que mi teoría se desmonta en seguida.

A pesar de esto, rápidamente la Jane inocente y tímida que conocí por primera vez cambió por una chica con carácter y con una mirada nueva en sus ojos. Casi me alivié cuando supo lo de Ethan, era un secreto demasiado pesado de llevar, y me alegraba muchísimo por poder compartir con ella algo que llevaba acarreando sola por demasiado tiempo. Cuando me lo contó, ninguna de las dos nos pudimos contener de echarnos a llorar como niñas pequeñas.

Y lloré todavía más cuando Ethan supo disculparse conmigo, y le vi crecer su relación con Jane, porque por fin lo tuve de vuelta en mi vida. Y en la de Jane también. Su amistad con Ethan le hizo ver cosas desde una perspectiva nueva, y desde ese día, pude ver cómo comenzaba a madurar de manera estratosférica, mucho más rápido de lo que pensé que sería capaz. Cambió de ser una chica con la que ir de fiesta me aburría más que hacer cola a ser el alma de la fiesta, poniéndose a mi nivel muy pronto, lo que la hizo mucho más divertida, y cada día que pasaba me gustaba más y más salir con ella, a pesar de que eso significaba casi siempre que nos encontraríamos a Dan en algún momento de la noche. Aunque ella también aprendió pronto a no hacerlo muy menudo.


Jane’s nipples 🍌: tengo un poco de fiebre

Jane’s nipples 🍌: y no me deja ir mi madre :(


Puse los ojos en blanco.

Yo: ok puta

Por eso, salir de fiesta sin ella era bastante aburrido.

—Nada, que no viene.

Ethan se encogió de hombros mientras se encendía un cigarro.

—Bah —continué—. Mejor, así no vemos a Dan.

Los dos soltamos una carcajada.

Ethan había aprendido a pasárselo bien sin drogas o alcohol, aunque este último no había sido nunca el problema. Él no lo quería admitir, pero yo sabía que el alcohol no le gustaba por culpa de su padre. Iba a decir gracias a él, pero no estaré agradecida con ese hijo de la gran puta jamás.

Aún así, después de toda la mierda que había tenido que aguantar, de alguna manera había conseguido apartar las drogas de su vida. Eso no quería decir que no le costara ni que era extremadamente difícil salir de fiesta, y por eso sólo lo hacía con nosotras desde el verano pasado. Se apartó del lado de Dan casi de un día a otro, pero llevaba ya lo suficiente siendo su amiga para saber que lo mejor era no preguntar el por qué.

Con Ethan también me lo pasaba pipa. No había dejado de ser mi mejor amigo nunca, a pesar de haber tenido ese año en el que apenas nos vimos. Estaba enfadada con él, pero sería mentir si digo que no lo entendí. No podía ni imaginar qué es lo que estaba viviendo, y lo dura que estaba siendo su adolescencia.

Cuando nos juntábamos los tres antes de salir a bailar era probablemente mi parte favorita de la semana. Me hacía reflexionar acerca de lo mucho que los quería a los dos, porque el alcohol me ablandaba, y me hacía pensar en la vez en la vez que estuve a punto de joderlo todo.

Ethan era una pasada con la que salir de fiesta. Se sabía todas y cada una de las canciones que ponían en los bares, y al estar completamente sobrio, se movía como ninguno, aunque nunca bailó bien. Sólo intentaba pasárselo bien con lo que se le daba, a veces ayudándose con un poco de marihuana y pasando por encima de mi mirada juiciosa. Al final, yo no era nadie para decirle nada, y un porro nunca había hecho daño a nadie.

En un determinado momento de la noche, mientras Ethan hablaba con algunos amigos que solíamos encontrarnos, sentí el ambiente cambiar de un momento a otro. Pude ver cómo Ethan tensaba la mandíbula, ensombrecía su mirada sutilmente, y lo supe. No le había visto, y ya sabía qué estaba pasando.

Me giré hacia la puerta del sitio, y ahí estaba. Quitándose la chaqueta y asintiendo la cabeza al ritmo de la música conforme entraba en el local. Tuve que haber sabido que porque Jane no estuviese con nosotros no significaba no iba a ver a Dan esa noche, cuando siempre salíamos por los mismos bares. Cuando le devolví la mirada a Ethan, seguía hablando con el chico como si no estuviera pasando nada, pero le conocía lo suficiente como para saber que estaba incómodo, como siempre estaba cuando él estaba cerca.

Pretendí tan bien como Ethan que no nos habíamos percatado de su presencia, y simplemente seguimos con nuestra noche. Yo tuve que sacarme la petaca del bolso para rellenarme el vaso que se vació antes de lo que necesitaba, sin embargo.

Nos gustaba ese bar en particular porque había un futbolín en el que nos dejábamos las monedas que Ethan robaba a su padre. Ninguno de los dos sabíamos jugar realmente y nos daba bastante igual que fuéramos terribles en hacerlo, los torneos los hacíamos entre nosotros sin importarnos el ganador (pero por lo general, ganaba siempre yo).

En los últimos meses que llevábamos yendo a aquel bar siempre habíamos jugado entre nosotros, siempre con las personas con las que estábamos saliendo de fiesta y nunca nadie más. Por eso fue novedoso que una pareja de chicos pusiera una moneda en la cola para avisarnos de que querían jugar contra el equipo ganador. O sea, el mío.

El chico moreno y alto me miraba con poco disimulo mientras jugaba con gracilidad en frente mía. Yo hice como que no me estaba dando cuenta, pero llevaba demasiado tiempo en ese mundo que nada se me pasaba por alto. Lo que fue novedoso fue la manera en la que estaba reaccionando yo a su mirada incesante. Metió un gol y me miró con una carcajada después de humedecerse los labios. Aparté la mirada, después de que yo también me tuviera que reír.

La verdad es que el chico era guapo, y me estaba haciendo reír a pesar de que no habíamos hablado nunca antes que aquella noche. Ethan paraba como podía la pelota que iba mucho más frecuentemente en nuestra dirección que en la suya como podía, sin percatarse de que mi adversario no podía dejar de mirarme.

No, no estaba poco familiarizada con que los chicos se fijasen en mí. Es más, estaba más que acostumbrada a la atención. Pero esa vez, me estaba ruborizando ligeramente. Me estaba dando cuenta de que estaba consiguiendo incomodarme un poco. No solía ruborizarme por un cualquiera en un bar, sabía de sobra que los sentimientos que acarrean los chicos sólo me habían traído problemas, y había aprendido a mantenerme alejada. Por lo que, una vez nos ganaron, nos dimos la mano y yo traté de alejarme de ahí lo antes posible.

El resto del grupo se quedó junto al futbolín para jugar otra ronda, yo me acerqué a donde estaban nuestras chaquetas y pretendí que no estaba inquieta apoyándome contra la pared, cuando Ethan se puso a mi lado con una sonrisa en los labios.

—¿Qué haces, Ellen?

Fruncí el ceño.

—¿De qué?

—Venga ya, ese tío te gusta.

Resoplé poniendo los ojos en blanco y acercándome el vaso a los labios para taparme la cara.

—No me gusta, Ethan. Es mono, eso es todo.

Me miró con una ceja alzada, pero no añadió nada más, porque sabía qué hacer para conseguir que pensara. Me dejó a remojo con las palabras que acababa de pronunciar, como si aquello fuera la única prueba que necesitaba para demostrar que tenía razón. Yo gruñí, dejé el vaso en la mesa y me incorporé de la pared para que dejase de mirarme así.

—Me voy al baño —usé como excusa para salir de debajo de su mirada puntiaguda.

Crucé la sala haciéndome paso ente la gente deseando en secreto encontrármelo por el camino, pero sin salir de mi zona discreta.

Sin embargo, su imagen desapareció de mi cabeza en cuando entré en el pasillo del baño. Me detuve unos segundos bajo la luz.

El suelo medio mojado y manchado con huellas de zapatillas, las paredes negras llenas de garabatos, las puertas roídas y descuidadas, pero sobretodo la luz blanquecina que desvelaba el humo en el aire.

Llevaba yendo a aquel bar meses, entrando en la misma estancia en la que me encontraba en esos instantes siempre a ciegas. Estaba diferente, y a la vez, estaba como siempre había estado. Lo que hizo que la luz fuera todavía más pálida, fue verle de nuevo. Otra vez. En el mismo sitio que la última vez, con un pie sobre la pared, fumando un cigarro con la mirada sobre mí. Lo único que había cambiado eran nuestros recuerdos, y su forma de mirarme. Me hice pequeña. Era el baño donde lo había conocido. Su mirada se clavaba en la mía, y el shock de reconocer el sitio me hubiese durado demasiado si no hubiese sido por la carcajada que escuché salir de sus labios. Se me puso la piel de gallina, y me mordí el labio.

—Veo que te acuerdas —dijo Dan con voz rasposa.

En cuanto comenzó a hablar, activé mi cuerpo de nuevo y caminé hacia la puerta con los ojos en blanco, poniéndome de nuevo la máscara que ocultaba que, de nuevo, había conseguido exactamente lo que quería.

—No me hables.

—Venga ya, El—

Pero antes de que terminara su discurso lleno de chantajes emocionales y trampas mortales, yo ya había cerrado la puerta a mi espalda. Me encerré en uno de los baños y me apoyé en la puerta con las manos en la cara, tratando de recomponerme.

No entendía cómo lo hacía, cómo lo seguía haciendo después de años teniéndome así. El chico con el que segundos antes comenzaba a plantearme podría ser una buena solución para mi enorme problema ahora se reía de mí en mi subconsciente, en lo ingenua que estaba siendo. A este paso, no lo iba a superar nunca. Lo peor de todo, es que él lo sabía.

Esperé lo suficiente para asegurarme de que no siguiese ahí en cuando saliese, y aproveché para llorar un poco.

Salí de ahí sin rastro de lágrimas, como había aprendido ya hacía muchos años como para hacer recuento. Y me alivié un poco cuando ya no lo vi al salir del baño.

Sabía que ver a Dan siempre me cambiaba el humor drásticamente. No era lo mismo verle de lejos de vez en cuando a cuando compartía con nosotros el grupo, y verle bailar con Jane sin dirigirme la palabra. Siempre conseguía ponerme de mal humor.

Pero esa noche fue distinto. Verle de nuevo bajo la luz verde en aquel pasillo que olía a humo y a malas decisiones. Era una imagen clavada en mi retina, repitiéndose bajo mis párpados durante ya tres años, ahora perfectamente materializada sobre la realidad, en mi piel y escarbándome debajo de las costillas. No fue suficiente agarrar del brazo a Ethan para que me acompañase a por un chupito y sacudirme la sensación con el líquido. Por fin lo había conseguido, algo que siempre había luchado con todas mis fuerzas para que no lo notara nunca, ahora había conseguido que mi rabia y enfado se pudiese reflejar en mi expresión. Así que salí a la calle con la intención de fumarme un cigarro y tranquilizarme.

Tuve que haberme quedado dentro. Debería haberme quedado con Ethan, bailar con él la última canción y llevarle a casa conmigo para que pudiera repetirme que necesitaba superarlo de una puta vez. No debería haberme quedado ahí sentada, con el cigarro entre mis dedos observando las manchas en el suelo que tenía en frente, helada de frío y esperando a que pasara algo. Debería haber entrado en el bar una vez me lo terminé y no sacar otro de su paquete y fumar en silencio, dejando que mis pensamientos me inundasen en su caos con el humo. A veces se me olvidaba el poder que tenían cuando perdía un poco el control en el alcohol, y lo altos que estaban por encima del bullicio de la noche gracias a sus efectos.

Podía escuchar su risa y cómo rebotaba sobre el suelo mojado. Veía sus movimientos despreocupados y automáticos que hacía cuando pensaba que nadie estaba mirando; colocarse bien el pelo, rascarse el cuello, encender el mechero frente a su cara y su sonrisa de lado cuando expulsaba el humo por los labios. Le miraba con el ceño fruncido, enfadada con él porque me atrayese tanto como lo seguía haciendo. Sin siquiera darse cuenta.

Al terminarme el segundo cigarro, quise levantarme y pirarme de ahí para poder enrollarme con cualquier tío que encontrase dentro del bar, olvidándome por completo del chico del futbolín. Pero vi a los chicos con el que se rodeaba Dan hacía un par de minutos entrar de nuevo en el local, así que automáticamente y sin que mi subconsciente me dejase lugar a echarme atrás, me di la vuelta y me enfrenté a él con el ceño todavía fruncido.

Cuando me vio, esbozó de nuevo esa sonrisa con la que sabía que conseguía lo que quería, y dio unos pasos hacia atrás al darse cuenta de que estaba enfadada, aunque sin borrar esa sonrisa socarrona de los labios. Le di un par de empujones a los hombros para ponerle donde quería y cuando chocó con la pared en la que estaba apoyado anteriormente, soltó una carcajada.

—¿Qué cojones, Ellen?

—Deja de hacer eso.

—¿El qué?

—Ya sabes qué, gilipollas.

Alzó una ceja todavía con esa sonrisa que me volvía loca, y se sacó un cigarro del paquete.

—Normalmente sé de qué hablas, pero te prometo que no sé qué estás diciéndome, Ellen.

Resoplé y me mordí el labio apartando la mirada tratando de tranquilizarme. Sabía que cuando estaba borracha mis enfados eran fácil de transformase en tristeza y más si se refería al chico que tenía delante. Y no me apetecía del todo ponerme sensible ante él, por lo que rápidamente tuve que relajarme de alguna manera.

Era difícil, de todas formas. No se me olvidaba el hecho de que él y yo llevábamos más de medio año sin dirigirnos la palabra con decencia, porque tenía que pretender que estaba enfadadísima con él. Cosa que lo estaba, pero él era mi punto débil, y a veces era complicado seguir enfadada cuando me miraba de esa manera. Ambos sabíamos qué estaba pasando entre nosotros sin siquiera hablarlo, lo podía escuchar en la suavidad de su voz, una que llevaba meses sin escuchar porque siempre tenía que modificarla para que no se notase que yo también era su punto débil.

—No es justo lo que estás haciendo —dije algo más calmada, cruzándome de brazos y sin atrever a mirarle.

Le escuché suspirar.

Se estaba ablandando por primera vez que le conocía. Por primera vez aceptó lo que le estaba diciendo, después de esas últimas palabras que le dije, porque sabía, ahora sí, a qué me refería. Fue como si no lo pudiese disimular.

Yo siempre lo he descrito como el mayor hijo de puta que conocí, algo que indiscutiblemente era. Pero, probablemente, debajo de todas esas capas que se ponía, él tuviese el mismo problema que estaba teniendo yo, y me gustaba pensar, quería pensar que algunas veces se quedaba despierto por las noches pensando en todo lo que estaba sucediendo.

De todas formas, no duró ni siquiera un segundo. Como si se hubiese dado cuenta de que me estaba enseñando su vulnerabilidad, se puso de nuevo la máscara y se humedeció los labios.

Sabía exactamente qué hacer para distraerme y hacerme olvidar de lo que estaba sucediendo. Me conocía demasiado bien, y odiaba que supiera pulsarme todos los botones para conseguirlo. Incluso yo sabía lo que iba a hacer antes de que se humedeciese los labios y me atrayese hacia él poniéndome una mano en la nuca. Y en un principio pensé que cuando lo hiciera, me separaría de él y le pegaría en la mejilla. Pero no. Sólo dejé que me sujetara con fuerza la cadera mientras enredaba su lengua con la mía.

Esta vez no era un sueño. Me di cuenta de eso en cuanto me apoyó con fuerza contra la pared de un callejón oscuro y mojado, y me mordió el cuello con fuerza para deshacerme en sus brazos. Ahí no había rayos de sol filtrados en sus pestañas, ni sonrisas bonitas pronunciando mi nombre, ni caricias sobre mis hombros para tranquilizarme y repetirme que todo iba a ir bien. Simplemente, cuando él ya estaba preparado, me giró sobre mí, me subió la falda y me rasgó las medias con un gruñido en mi oído, que fue suficiente para hacerme morderme el labio y cerrar los ojos, mientas sentía las piedras del edificio clavarse en mi frente, y mis manos mojarse con las goteras que resbalaban por la fachada.

Me odiaba a mí misma por ser tan extremadamente dócil bajo sus dedos, y por no importarme como debía que me estaba haciendo daño. Me estaba haciendo daño. Siempre había sido de esa manera, las pocas veces que había sucedido. Yo quería centrarme en que estaba conmigo y con nadie más, sin importarme cómo lo estuviera haciendo y, sobre todo, cómo me estaba sintiendo yo. Esa vez, con la mejilla contra la fría pared del edificio y su poco tacto agarrándome de la cadera, era en lo único en lo que podía pensar. Sabía que estaba llorando en cuanto terminó, pero me aparté la lágrima con el puño y le miré con el ceño fruncido.

Mientras recobraba el aire y se subía la bragueta me miraba al pecho, ni siquiera estaba mirándome a la cara. Sacó otro cigarro.

Dando tan solo un paso en su dirección, le crucé la cara con el reverso de la mano, algo que sorprendentemente se vio venir. Tensó la mandíbula y me miró sereno, pero muy serio. Yo jamás le había tenido miedo, y no iba a empezar ahora. Pero esa mirada, podría haberme matado.

—Hijo de puta.

—Estás pirada —murmuró después de apartar la mirada para reírse débilmente.

—Tienes que romper con ella.

Dio un paso atrás inconscientemente y me miró a los ojos durante unos segundos.

Podía ver en su mirada las motas de color más oscuro, y la certidumbre de que tenía razón. Las palabras que se había planteado más de una vez, y que escuchaba en voz alta por primera vez desde que el pensamiento le cruzó la mente.

—Tienes que hacerlo. Déjala en paz de una vez.

—La quiero, Ellen.

Resoplé.

—Que te follen.

Hice ademán de marcharme con el nudo en la garganta después de decirme aquello, como si hubiese echado la leña al fuego para conseguir cabrearme. O por lo menos, prefería pensar eso antes que escuchar la sinceridad en su voz, realmente confesándome de que estaba enamorado de ella. Menudo pedazo de mierda.

Sin embargo, me sujetó del brazo y me detuvo antes de que pudiera desaparecer.

—Y a ti… —comenzó, aunque tuvo que para antes de poder terminar la frase.

Me reí ligeramente.

—No puedes ni decirlo, ¿verdad?

Me solté de su mano sin separar mi mirada de la suya y di un paso hacia atrás.

—Rompe con ella o te juro que me aseguro de que lo haga ella, ¿me has oído?

No esperé a que respondiera, me marché de ahí sin siquiera volver a entrar en el bar. Simplemente mandé un mensaje a Ethan de que me había marchado, y caminé hasta mi casa con las lágrimas enfriándome la cara.

Ya no tenía más excusas.

Pensaba que con aquello iba a ser suficiente. Que dejaría de pensar en él de un día para otro y que ya había hecho todo el trabajo duro, aquella siendo la último que necesitaba para superarle del todo. Pero dejar de querer a alguien es todo un ritual que no se llega a cerrar nunca, y que yo no llegué a cerrar nunca. Era todavía peor cuando te habían hecho daño, y contra quien había que luchar era contra el subconsciente, que no dejaba de suplicarte que te diera igual, que no importaba lo que había hecho y que corriera hacia él sólo una vez más.


02:30 Jane: Dan acaba de romper conmigo


Todavía sonrío cuando lo veo por la calle con sus amigos, de pie con la mano acercándose a sus labios para fumar, con un pie encima del banco, riendo con la gorra echada hacia atrás. Todavía tengo que controlar mis escalofríos cada vez que me mira sin querer, cuando veo en sus ojos cómo recuerda lo que había echado a perder, y en cómo había conseguido por fin librarme de él, aunque sin poder evitar el dolor desgarrador en mis pulmones. Todavía no puedo evitar soñar con él por las noches, en las cosas que me susurraba al oído mientras me acariciaba las clavículas antes de besarme. Y despertarme entre jadeos, pasarme una mano por el pelo y pretendiendo que había tenido una pesadilla, aunque querer dormirme de nuevo y desear volver a soñar con él. Siempre será la espina que nunca fui capaz de sacar, pero con el tiempo aprendí a ignorarla, y con suerte, aprendí a encontrarme a mí misma. Y eso fue más que suficiente.

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