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ellen - ii [29 marzo 2007 // 17 junio 2007]

Actualizado: 4 nov 2019

Descubrí que Dan me había echado un ojo desde el primer día que puse pie en ese edificio que me condenaba todos los días de la semana. Fue un descubrimiento que me ayudaba a caminar todavía más con la barbilla alta, y fue un incremento de mí autoestima, no voy a mentir. No me enteré de esta información porque me lo contara él; tenía mis fuentes en las que podía fiarme con facilidad que me lo habían confirmado. Y, además, tampoco quería cuestionármelo de ninguna manera, porque el hecho de que hubiese venido él en mi busca me encantaba. Como si le hubiese llamado la atención lo suficiente como para ir detrás mía en una fiesta cualquiera.

Sin embargo, cuando sabía que Dan estaba en la misma estancia que yo, estaba particularmente nerviosa. En el patio, en la entrada del colegio, en la salida, en los pasillos. Y cuando no estaba, no podía dejar de pensar en él. Como un espectro que me controlaba las horas y los movimientos. Fantaseaba con lo que sucedió entre nosotros mientras le miraba de reojo en los recreos jugar al baloncesto despreocupadamente, con una sonrisa en los ojos, ajeno a mis miradas clandestinas. Mi mente estaba obligándome a ignorarlo y a quitarle importancia a que no podía sacármelo de la cabeza y me resultó extrañamente sencillo de hacer, porque apenas lo veía, y siempre era de lejos.

Hasta que llegó Jane.

Jane fue un cambio significativo en mi vida. Nunca había tenido amigas. Pero Ethan se estaba interesando demasiado por ella, y yo tenía que asegurarme de que no le hiciera daño con sus ojos bonitos.

—¿No te parece super guapa? —me dijo un Ethan de casi trece años.

Yo me encogí de hombros.

Había estado en mi clase los primeros meses del curso, pero siempre había pasado desapercibida para mí. Ethan me había hablado unas cuantas veces de ella y de cómo le gustaría acercarse y toda esa mierda, pero nunca lo hacía. Hasta que un día tuvo cojones de hacerlo.

Me acuerdo perfectamente. Entré a clase un día de marzo y ahí estaba Ethan, sentado de una forma que no había visto en él, hablando con ella como si lo hubiese hecho toda la vida. Estaba sonrojada, con las manos entre los muslos, hablando tímidamente enterrada en su silla. Casi enfadada, me acerqué a la pareja con dos pasos y me puse al lado de mi amigo. Jane alzó la mirada y me sonrió.

—Ellen —pronunció Ethan—. Esta es Jane.

—Lo sé —dije.

Sabía qué clase de reputación me había ganado en los pasillos del instituto, y tenía claro que así era como todas las chicas de mi clase me veían. Sabía que ella era consciente de mi presencia, de mi aura, de mi fama de mala persona, de lo peligrosa era. No me importaba que siguiera viéndome así, una chica dura que no se deja ablandar, que sólo se rodea de chicos y que no está interesada en amistades más allá de la que ya tenía con Ethan.

Tiré del brazo de mi amigo para que se levantara de la silla.

—Vamos —dije sin separar la mirada de la rubia, que ya empezaba a mostrarse intimidada con mi presencia.

Mientras nos dirigíamos al fondo de la clase a nuestros asientos, Ethan seguía mirando hacia atrás.

—La he invitado a estar con nosotros en el recreo.

Puse los ojos en blanco.

El segundo día que la chica pasó con nosotros el recreo, fue cuando apareció Dan.

Se sentó a mi lado en la mesa en la que estábamos sentados y me dio un empujón con el codo para saludarme, con una sonrisa de oreja a oreja, después saludar levemente con la cabeza a Ethan.

Habían varias cosas que me sorprendieron de aquello. La primera, que me había saludado al acercarse a nosotros. No sabía del todo por qué estaba tan sorprendida si sabía que nuestro encuentro en la fiesta hacía un par de días no había sido accidental. Pero no sé. Se me encendía el estómago de todas formas. Porque me había reconocido. Porque se acordaba de mí, a pesar de que nunca antes habíamos hablado ni lo habíamos vuelto a hacer después de la fiesta. Porque mis imaginaciones tuvieron una base donde asentarse. La segunda cosa que me sorprendió fue que hubiese saludado a Ethan. Él parecía no estar intimidado con su presencia, pero en ese entonces yo no sabía que se llevaban bien. Ni siquiera sabía que se conocían, porque nunca le había escuchado hablar de él, pero vi en la manera en la que se chocaron los puños que se llevaban bien. Eso, y el tener que asegurarme de que ninguno de los presentes se diese cuenta de que mi corazón había empezado a latir como loco, me dejó inestable en mi asiento en el banco, y tuve que sujetarme los codos para mantener mi postura.

Pero en cuanto hube terminado de prepararme mental y físicamente para devolverle el saludo tan natural como había sido él, dejó de prestarme atención.

Jane, por alguna razón, había apartado la mirada para sonrojarse.

—Hey —dijo Dan para llamar la atención de la rubia.

La chica se puso un mechón de su pelo kilométrico detrás de la oreja y le miró con cara seria, todavía algo sonrojada.

—¿Qué? —le respondió algo borde, todavía con un acento bien marcado detrás de su voz.

—Siento haberte dado con la pelota. No te he visto.

Se encogió de hombros y metió la mano en su bolsa de patatas para poder apartar la mirada de él. Dan, en cambio, divertido con su postura y expresión en la cara, soltó una carcajada, y a mí me dio un vuelco el corazón.

Me di cuenta de que me gustaba desde ese momento en el que se sentó a mi lado. No sabía exactamente la razón por la que me gustaba ni por qué no podía dejar de pensar en él, pero ahí estaba. En el fondo de mi mente. Todo el puto rato. Por mucho que intentase ignorarlo.

A partir de ese momento, coincidí mucho con él en fiestas a las que iba casi todos los fines de semana, cuando todavía estaba anclada a ese grupo de chicos a los que frecuentemente tenía que repetir mi nombre. Al igual que yo apenas les recuerdo a ellos, ellos tenían dificultad de tratarme más allá de una chica con tetas, algo que en esos momentos me chiflaba. Jamás me molestó que me vieran como un cacho de carne al que no podían esperar para mordisquear, porque sabía que no iba a ceder con ellos —aunque tal vez algún desliz sí tuve. Pero eso era exactamente lo que me encantaba. Ellos iban detrás mía, se callaban cuando entraba en la sala y me trataban como yo quería que me tratasen. La que tenía el poder era yo. La que tenía la última palabra era yo.

Por eso era novedoso que con Dan, aquel poder se me deslizaba de las manos tan rápido como un parpadeo; al instante en el que me ponía la mirada encima entre la oscuridad de los bares en los que nos encontrábamos. Me miraba diferente que el resto, como si fuera indiferente pero a la vez estuviera ansioso de volver a tocarme. Pero sin disimular ni un ápice, porque quería que supiera exactamente lo que estaba pensando. Puede que al principio mis piernas temblasen cada vez que me miraba en la clandestinidad, y le pillaba apartar la mirada. Era mi punto débil, sabía que con un chasquido de dedos me arrodillaba ante él sin usar palabras. Así que me propuse el objetivo de aprender a sujetar la situación, y me aseguré que no se me volviera a escapar de mi agarre. Aprendí a hacerme la dura. O a pretender que era dura.

Casi podía oler el verano acercarse poco a poco, con sus tardes largas y su olor a plástico, algo que me daba la oportunidad de enseñar más piel y poder perfeccionar mi técnica hasta que fuese perfecta. A esas alturas del curso, después de haberle visto casi todos los fines de semana, seguía sin dirigirme ni una palabra, nos ignorábamos mutuamente con un hilo rojo atado a ambas nuestras muñecas. Pero yo tampoco estaba dándole lo que quería; ninguno de los dos nos habíamos acercado al otro. Porque queríamos ver quién cedía, y quién ganaba.

Uno de los requisitos para que mi plan no tuviese margen de error era la necesidad de mejorar mi reputación, mejorar mis habilidades antes de volver a enfrentarme a él, porque quería dejarle con la boca abierta. Por lo que, después de un par de meses estrenándome cada noche con un nuevo ring de entrenamiento con buenos brazos, consideré que había recogido las suficientes fuerzas para mover mi ficha. Y sabía a la perfección qué ficha mover, qué hacer para llamar su atención de una vez por todas y que las miradas que nos echábamos el uno al otro en las fiestas pasasen el siguiente nivel de nuevo. Fue un movimiento peligroso y arriesgado, pero precisamente era aquello lo que me excitaba tanto.

No había manera de que él supiera que estaba prestándole atención; yo pasaba de él mientras sentía sus ojos sobre mis hombros desnudos hablando con uno de sus mejores amigos.

Fue la primera vez que me acerqué a su grupo de amigos. Como siempre, ya sabía que llamaba la atención a cualquier grupo de chicos al que me acercaba. No era rara la manera en la que me miraban o me trataban, era incluso mejor cuando venía de desconocidos, por mucho que ya me estaba acostumbrando. Aunque aquello estaba fuera de lo importante. Sabía que era un chico celoso, y lo usé como un joker de oro para conseguir lo que quería.

Así que me tiré a su mejor amigo.

No fue para nada difícil, y me salió pulcro y rosa; justo como yo quería. Me había asegurado de que él no viera ninguna de las demás veces que me había acostado con otros chicos, porque quería tener el elemento de la sorpresa. Dios, me salió de maravilla. Lo único que tuve que hacer fue centrar mi atención en otra persona que no fuera él en sus narices, arrebatárselo de las manos y besarle en el momento adecuado, cuando volví a sentir esa mirada puntiaguda sobre mis mejillas. Y luego desaparecer durante un par de horas.

La que chasqueó los dedos esa vez fui yo. Tan sólo salí del baño después de arreglarme el pintalabios, me agarró del brazo con fuerza y me miró con ojos sombríos.

—¿Qué crees que haces? —dijo con voz ronca, la cual me puso los pelos de punta, porque supe que había funcionado.

Aún así, jugué bien mi papel. Porque los roles se habían intercambiado.

—Cálmate, capullo —dije, sacudiéndome su mano del brazo y sacándome un cigarro del bolso.

Apartó la mirada y se humedeció los labios. Puse el cigarro entre mis dientes con una sonrisa orgullosa. Estaba enfadado, casi podía verle los celos colgando de sus pestañas y sus dedos.

—¿Por qué has hecho eso?

—¿Hacer qué? —dije frunciendo el ceño, entrando en mi papel de enfadada.

—Ya sabes de lo que te hablo.

—Dan, ¿qué pasa? ¿No puedo follar con quien me dé la santa gana?

Me miró con los labios fruncidos y las cejas alzadas. Se cruzó de brazos, y tuve que hacer un esfuerzo por no detenerme en los músculos que se tensaban cuando se enfadaba.

Le vi luchar internamente por conseguir una respuesta válida a mi pregunta sin que se le vieran las intenciones a él primero; los dos sabíamos que estábamos jugando. Y ambos nos moríamos por perder. Pero no el primero.

Así que, incliné la cabeza y esbocé una sonrisa después de dar una calada.

—Eso pensaba —dije como conclusión a nuestra conversación.

Hice ademán de pasar por su lado para volver a la fiesta con la barbilla alta y una sonrisa picarona en los labios, pero justo como había previsto que iba a suceder, sentí la mano de Dan tirar de mi muñeca para atraerme hacia él.

En dos segundos consiguió ponerme contra la pared y enredar su lengua con la mía, sin añadir nada. Me estaba advirtiendo que me quedase callada y que asumiese su derrota en silencio, mientras una gota de placer bajaba por mi espalda. Quiso dejarme claro que el poder seguía teniéndolo él a pesar de que había ganado la primera batalla que nos habíamos propuesto, y por primera vez disfruté de ser sumisa, cuando mi reputación hablaba con un matiz mucho más dominante. Él conseguía hacerlo una y otra vez, morder sus dedos mientras acariciaba mis labios y me miraba desde arriba. Porque me tenía en la palma de su mano, y yo estaba a puntito de tenerlo a él. Sólo tenía que empujar un poco más.

Yo no fui quien me acerqué a él. Fue él, aprovechando que mi mano estaba en su pecho, quien tiró de mi muñeca para tenerme cerca. Pero no todo fue tan unilateral como hubiese querido, quería que me invitase tanto como él quería invitarme, por lo que procuré arreglarme adecuadamente la primera vez que me ofreció pasar con él la tarde. No quedábamos a solas a no ser que quería que las cosas pasasen a lo físico, pero la verdad es que sus amigos me trataban mil veces mejor que los chicos con los que solía estar anteriormente. No distinto, pero mejor. Y tenían una consola de videojuegos en su bajera, así que fue fácil quedarme. Sobretodo porque parecía que me quería ahí.

Sabía que Dan estaba acercándose cada vez más a Ethan, a pesar de que él no me había contado nada. No era un tema que compartiésemos los dos, como si los dos prefiriéramos que nuestra relación con Dan quedase en privado. Como algo tabú que estábamos haciendo mal y nos diese miedo que nos juzgásemos entre nosotros. Porque, por mucho que entendía que Ethan necesitase a una persona como Dan en su vida para poder enfrentarse a ella, a mí no me hacía gracia que pasasen tanto tiempo juntos. Y puedo decir que Ethan se sentía de la misma manera hacia mí. Por eso, no era un tema que se discutiese demasiado, a excepción de momentos esporádicos o en alguna emergencia, que las solía haber.

De todas formas, yo sí le hablaba a Dan de Ethan.

—Te juro que como le metas en tu mundo de mierda, vamos a tener un problema —le decía, dándole la espalda y cogiendo mi botella de agua del frigorífico de su bajera.

Lo escuché resoplar.

—Ellen, tía, no sé de qué cojones hablas.

—Deja de ser un imbécil. Lo sabes muy bien.

Me di la vuelta para señalarle con el tapón mientras me llevaba la botella a los labios.

—Sólo se pasa aquí los fines de semana para entrenar, eso es todo.

Negué con la cabeza.

—Eso me la suda, lo que no quiero es que empieces a darle drogas o cualquier mierda de la tuya.

Hizo una pausa y se acercó desde el otro lado de la estancia despacio, con paciencia en la mirada. Puso las manos en la barra detrás de la que estaba yo y me miró a los ojos.

—Ellen, haré lo que me salga de la polla.

Puse los ojos en blanco.

En verano, nuestra relación había cambiado bastante. No me gusta llamarlo “relación”, porque suena condenadamente serio. No había nada material entre los dos, a pesar de que a mí cada día me gustaba más y más. Pero no era una relación. Evolucionamos de una manera no tan extraña para unos adolescentes; de cuando sólo nos mirábamos en las fiestas a ahora, que no nos hablábamos si no estábamos colocados, y nos acostábamos cada vez que teníamos una oportunidad de hacerlo. Porque éramos buenos. Él era bueno para mí, y yo era buena para él. Y era lo que ambos buscábamos el uno del otro.

No era que no nos llevásemos bien, es más, si se diera el caso, hasta podríamos haber llegado a ser buenos amigos. Pero lo cierto es que me pasaba el día cabreada con él. Porque ese era el problema; no éramos amigos. Tampoco éramos nada como para ponernos un título. Pero éramos lo suficiente como para que existieran celos. Y yo no era celosa. Aunque por la noche, con unos tragos y polvos mágicos, se me pasaba durante unas horas y disfrutaba de lo que se me daba. Porque, ¿a quién le importaba una mierda nada de esto? A mí no. Yo quería pasármelo bien.

No puedo explicar la satisfacción que sentía bajo las costillas cada vez que se enfadaba conmigo por tan sólo mirar a otra persona, o lo mucho que me excitaba verle las venas de los brazos cuando tiraba cosas del enfado cuando tonteaba con otro. No lo hacía a propósito ni lo hacía para molestarle, y sí que había veces que me asustaba, pero cuando sucedía, salían los mejores polvos. Porque no era muy habitual que nos acostásemos sin estar bajo los efectos de ninguna sustancia o bebida. Pero, na vez se me iban los efectos de las drogas o el alcohol o lo que hubiese sido el detonante esa noche, me cabreaba de forma explosiva. Porque sabía que no podía dejar que me tratara así, porque quería mantener mi reputación de chica fuerte, y no iba a conseguir que durara mucho más si seguía dejándome de esa manera.

La verdad es que no lo manejé de la mejor manera. Lo único que hice para remediarlo fue hacer exactamente lo opuesto de lo que él quería que hiciera, y siempre que tenía la oportunidad, le ponía celoso con cualquiera que me encontrara. Hasta que se convirtió en un juego del que ambos disfrutábamos nuevamente, y lo que ayudó a que pudiese callar esas voces que me juzgaban cada día sin parar. A medias.

Fue un verano confuso, teniendo que ocultarle la relación a Ethan, que cada vez estaba más fuerte después de lo que pasó con su padre. Y que cada vez sonreía menos, también por lo que pasó con su padre. Ni siquiera me atreví a preguntarle si lo sospechaba o no, porque me aterraba su respuesta y ver en sus ojos cómo me juzgaba. O incluso peor, que sintiera pena hacia mí por verme tan involucrada con Dan.

Ahora mirando atrás, casi deseo habérselo contado, o por lo menos no haber sido tan reservada con el tema, porque lo que vino después fue mucho más aterrador. Y hubiese preferido mil veces que me juzgase ahora, a que lo hiciera como lo hizo después, cuando las cosas se me fueron de las manos hasta el punto de no poder alcanzarlas de nuevo. Cuando intenté aprender a ser una amiga y fallé estrepitosamente en el intento hasta el día de hoy. Cuando podía escuchar los juicios chillarme en los oídos, pero que se callaban con un silencio cortante cuando intentaba hacer algo para cambiarlo. El pequeño escudo que había creado con mi personalidad ser me quedó pequeño, y ya no tuve donde resguardarme de mis propias consecuencias. Porque sólo supe empeorarlo.

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