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ellen - iii [23 agosto 2007 / 05 febrero 2008]

En agosto, la chica nueva me llamó para contarme que nos habían invitado a ambas una fiesta no muy lejos de donde vivía. Hasta me invitó a quedarme en su casa después. Ni siquiera recuerdo haberle dado mi número de teléfono; con ella todavía no había tenido una relación fuera de los recreos. Estaba con nosotros en clase, Ethan y ella habían empezado a ser muy buenos amigos, pero para mí eso era todo. Nunca me había interesado por ella más, y no la había visto desde el último día del curso. Así que me impactó. Y dije que sí. Algo que también me impactó.

No sabía muy bien cuáles eran las reglas con las chicas, o qué eran el tipo de cosas que se hacían con las chicas en una fiesta, pero sabía que iba a ser bastante más difícil que con un chico. Y bastante más aburrido, dado el hecho de que no podía tontear para conseguir lo que quería. Era una dinámica completamente diferente a la que estaba acostumbrada. Aunque, para tratar de que la situación no fuera incómoda, lo que hice fue hacer como si hubiese sido uno de mis amigos quien me había invitado, tomármelo como si fuera algo normal y no como lo más extraño que me había pasado esa semana.

De todas formas, asistir a la fiesta en sí ya me ponía nerviosa, independientemente de la presencia de Jane o no. No conocía a la chica del cumpleaños a pesar de que probablemente fuera a mi curso, pero sí conocía a su hermano mayor. Tal vez un poco demasiado. Mis relaciones con cualquier otro chico que no fuera Dan siempre eran raras e incómodas, porque todas las conversaciones que teníamos sólo estaban diseñadas para acabar acostándonos y ya, así que la parte de después siempre era algo tenso por parte de los dos. Pero, a mí personalmente no me importaba la presencia de este chico, si a alguien debía importarle era a él. No era eso lo que me ponía nerviosa. Sabía que Dan iba a estar presente, porque era un buen amigo del chico, y porque sabía que no iba a dejar escapar una oportunidad para incomodarme. Así que ya estaba teniendo una actitud inquieta desde el principio, mirando hacia los lados constantemente, atenta a las esquinas por las que podría salir para arruinarme la tarde. Pero, en secreto, casi deseando poder verle la cara de nuevo.

Ethan no pudo venir a la fiesta como a muchas otras quedadas que le proponía, que tan raramente me estaba negando. Ni siquiera me sorprendió esa vez, sólo me ponía un poco más triste cada vez. Por su ausencia, estuvimos mucho rato las dos solas. Algo que me ponía extremadamente nerviosa. Aunque no tanto como a ella. Tal vez fuera por el hecho de que yo tenía mis métodos de calmar mis nervios, aunque poco ortodoxos.

En un momento en el que los padres de la anfitriona no estaban prestando atención, metí la mano rápidamente en la mochila que tenía a mi lado y saqué una pequeña petaca de metal que usaba mi padre.

Ese verano acababa de cumplir los catorce, y Jane a mi lado estaba viviendo sus primeros días de los trece años. Tendrías que haberla visto, era una monada. Era súper pequeña, tenía los brazos flaquísimos y un precioso bronceado español sobre la piel, lo que hacía que sus ojos azules resaltaran y su pelo rubio larguísimo brillara.

No sé por qué razón, pero desde niña había tenido el instinto protector sobre las nubes. No lo podía controlar de ninguna manera, y muchos de mis comportamientos eran dependientes de aquello. Me pasó con Ethan, cuando lo vi sentarse en el banco con los codos sobre las rodillas y el moretón bajo el ojo, con la mirada desinteresada, cuando quise tirar de él hacia mí para apartarlo de su padre que saldría minutos más tarde, sin conocerle de absolutamente nada. Por algún motivo sabía desde el principio que me podría pasar lo mismo con Jane, pero maldije en voz baja cuando pude empezar a sentirlo en el pecho, viéndola ahí sentada en frente mía con ojos curiosos sobre mis movimientos. Justo como había pasado con Ethan.

Ignorándolo como pude, vertí un poco del contenido de la petaca en mi vaso de refresco y en un movimiento ágil, volví a guardarla en mi bolso rosa. Jane me devolvía la mirada con los ojos muy abiertos.

—¿Estás bebiendo alcohol? —preguntó en su voz todavía demasiado aguda.

En ese punto del verano, su acento era casi invisible.

Me llevé el baso a los labios sonriendo y asentí.

—¿Quieres?

Sus ojos se abrieron todavía más, pero no tardó demasiado en esbozar una sonrisa curiosa que todavía no era capaz de disimular.

—¿Me das?

Solté una pequeña risa y asentí de nuevo.

Paseé la mirada por el pequeño patio en el que estábamos para comprobar que teníamos vía libre, e imité mis movimientos en su vaso. Dio un trago y se relamió los labios observando el vaso con el ceño fruncido.

—Mierda, esto está buenísimo.

Nos reímos las dos un buen rato. Ni siquiera me acuerdo qué es lo que estábamos bebiendo.

En el segundo vaso, Jane ya hablaba más alto y reía más de lo normal, por lo que tuve que sujetarla del brazo durante toda la tarde para que no se le fuera de las manos. Sorprendentemente supo controlarse mejor de lo que hubiera apostado. En el momento en el que quise servirme un tercer vaso, ella ya me estaba negando con la cabeza, con un vaso de agua en la mano. Nadie con trece años recién cumplidos es capaz de controlar tan bien el alcohol como lo había hecho Jane esa tarde, me dejó sin habla. Ojalá mi primera vez bebiendo hubiese sido tan limpia, sin víctimas, y divertida como la suya. Me dio curiosidad. No era mi plan de todas formas que se metiera en problemas, pero el hecho de que no lo hizo, me gustaba. Como si así me costara menos aceptarla.

Y, como no podía ser de otra manera, una buena media hora antes de que los padres de Jane viniesen a recogernos, Dan se aceró a nosotras, como había imaginado.

—¿Qué haces tú aquí? —le pregunté de todas formas, más a la defensiva de lo que pretendía.

Estábamos las dos sentadas sobre las baldosas al lado de la piscina. Podía ver cómo Jane temblaba ligeramente, pero por alguna razón no se estaba atreviendo a ponerse el jersey. Tal vez porque todavía hiciera un calor bastante acogedor, aunque supongo que ella estaba acostumbrada a otras temperaturas a esas alturas del año. El chico rubio, sin añadir nada, simplemente se sentó en la toalla de Jane sin saludar.

Me sonrió picaronamente, pero no me dedicó ni una palabra. Se centró en la chica sentada a mi lado, mirándola cuando hablaba con ella y humedeciéndose los labios de vez en cuando, teniendo una conversación durante lo que parecieron horas.

No quería tomármelo personal, hice un esfuerzo sobrehumano para que no cayera sobre mí de la manera en que lo hizo. Daba igual lo mucho que estaba mintiéndome a mí misma en voz baja; me sentí horriblemente desplazada. Hablaba con Jane sobre cualquier cosa, le apartaba los mechones de pelo de sus hombros sólo para poder tocarla, y ella le sonreía con la cara llena de pecas y sus ojos brillantes. Ella hacía lo posible por meterme en su conversación privada, pero Dan nunca había hablado conmigo sin estar colocado, o sin subir el tono. Puede que pasáramos muchas tardes juntos y que las fiestas sin el otro no eran lo mismo, pero él nunca intimó conmigo de esa forma.

Fue como si alguien me hubiese echado un jarrón de agua fría encima. No supe siquiera disimular mi cara de confusión ante lo que él estaba haciendo suceder delante de mis ojos. Esa vez no pensé en que lo estaba haciendo para ponerme celosa y tal vez castigarme por haber tonteado con el chico aquel el fin de semana pasado. No pensé en que si no hubiese querido ponerme celosa no lo hubiese hecho delante de mis narices, con las palabras clarísimas saliendo de sus labios y la mirada baja sobre sus hombros, disfrutando de los últimos rayos de sol bañándole la piel. No pensé que lo estaba haciendo por mí, por primera vez. Me lo creí, con todas sus vocales y consonantes. A pesar de que mi mente estaba desesperada porque me protegiese con mentiras que quería construir, me lo creí porque era real.

El mensaje estaba clarísimo; me gusta ella. No me gustas tú. Ella. ¿Cómo no va a gustarme ella? Es pequeña, es rubia, mira qué ojos tiene, mírale el pelo que tiene. Es preciosa. Tú no estás mal. Pero no eres preciosa.

Fueron los quince minutos más largos de mi existencia. Cuando me desperté de mi ensoñación y comenzaba a escuchar la voz de Jane con claridad, desplacé mi mirada a ella y vi que estaba visiblemente algo incómoda. Encogía los hombros y apenas lo miraba, estaba algo ruborizada y, a pesar de que seguía esbozando esa sonrisa que parecía no poder borrar, podía ver cómo hablaba con la voz baja.

—Hey, Dan, vete a la mierda —le dije alto y claro, interrumpiendo su conversación.

Dejó de hablar y me dirigió la mirada.

—Ellen, no te había visto.

Me mordí el labio para amortiguar el pinchazo en el pecho. Jane bajó la mirada y se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja.

Puse los ojos en blanco con mis mejores dotes de actriz que poseía.

—Estaba hablando con tu amiga.

—Es una pena, porque ya nos íbamos y ella no quiere hablar contigo.

Me levanté del suelo y me colgué la toalla en la que estaba sentada en el brazo antes de agarrar el bolso. Por suerte, Jane siguió mis pasos y no tardó demasiado en levantarse ella también, y tuve que apartar la mirada cuando le vi recorrer la mirada por su cuerpo. Tuvo que levantarse para que la chica pudiera recoger su toalla.

—Adiós, Dan —le dijo con una sonrisa tímida, poniéndose a mi lado para marcharnos juntas.

Caminó delante mía, y aproveché para dirigirle una última mirada antes de irme, y me dio un vuelco el corazón cuando vi que me estaba mirando. Con una sonrisa divertida me guiñó un ojo. Y yo le enseñé el dedo corazón con una sonrisa orgullosa.

De camino a casa de Jane, ella no dejaba de hablar. Estaba visiblemente feliz, y algo claramente tocada por el alcohol todavía. Sus padres nos habían recogido de la casa de la chica cumpleañera, que creo se llamaba Candy. Yo qué sé, no me acuerdo. Increíblemente sus padres no se dieron cuenta de que ambas habíamos bebido, aunque tal vez fuera porque tampoco se notaría lo suficiente.

Fue una noche de lo más divertida a pesar de la bofetada que me había dado la realidad. Las dos, por mucho que parezca que intento describir que no, todavía éramos unas niñas mocosas que leíamos revistas de cotilleos y nos quedábamos dormidas a las once de la noche. Su habitación era enorme, y tenía una cama de dos personas, por lo que pudimos dormir juntas. Me dejó un pijama y me preparó un chocolate caliente. Me sentí como en casa, gracias a una chica por la que no había hecho especial esfuerzo por conocer. Pareció que no se dio cuenta, o que si lo hizo, le dio igual.

—¿Te lo has pasado bien hoy? —le pregunté yo.

Sonrió tiernamente y sonrió.

—Ellen —dijo, bajando la mirada.

Alcé las cejas y le miré sonriendo.

—Dime.

—¿Por qué no ha podido venir Ethan hoy? —preguntó sin atreverse todavía a mirarme.

—Tenía que ayudar a su padre con unas cosas —dije, ahorrándome los detalles.

—Ah.

Nos quedamos un rato en silencio, con la música que había puesto de fondo sonando en bajito desde los altavoces de su reproductor.

—¿Por qué? —me atreví a preguntarle, insistiéndole con la mirada.

Ni siquiera me hizo falta insistirle más que eso; se puso coloradísima segundos más tarde después de preguntarle.

Solté una carcajada y ella hizo todo lo posible para que no se le escapara la sonrisa que se estaba aguantando, fallando estrepitosamente en su intento.

—¿Te gusta Ethan? —pregunté todavía apuntando la mirada en su dirección.

Ella cerró los ojos y se tapó la cara con la almohada.

—¡Te gusta Ethan! —secundé.

Se incorporó un poco, dejando la almohada caer sobre su regazo y se apartó el pelo de la cara.

Casi lo pude sentir en mis hombros. Como si fuera algo físico. Las imágenes de Dan tonteando con ella en frente mía aparecieron en mi mente como si hubiesen estado ahí siempre. Se me cayeron de la espalda, dejándome una sensación de alivio inexplicable. A Jane no le gustaba Dan. Tal vez fuera real lo que había visto, pero ella no me hablaba de él, no mencionaba su nombre ni su presencia, a pesar de haber interrumpido así nuestra tarde. Como si hubiese sido irrelevante para ella, como si estuviera sacando las cosas de su proporción.

—Prométeme que no se lo contarás.

—¿Bromeas? ¡Tengo que contárselo!

—¡Ellen! No se lo cuentes, por favor.

Me eché atrás en sorpresa.

—Seguro que le das una alegría, Jane.

—¿En serio?

Solté una carcajada.

—Le caes super bien, seguro que tú también le gustas.

Se mordió el labio y apartó la mirada. Luego, se encogió de hombros.

—Prefiero que no lo sepa, ¿vale?

—Ugh —gruñí.

—En serio, Ellen. Prométemelo.

Le miré a los ojos. Parecía que iba en serio. Y yo también me puse seria. Eso era nuevo.

Estaba confiando en mí para sus secretos. Quería que le guardara un secreto. Confiaba en mí.

¿Significaba eso que yo también podía contarle los míos? ¿Quería eso decir que, tal vez, yo también podría contarle todas esas cosas que me mantenían despierta por la noche? Parecía que ella no había tenido ningún problema en contarme aquello, como si le saliera completamente natural, y normal.

Esa noche me quedé dormida fantaseando sobre lo que suponía tener una amiga, una con la que compartir historias y aventuras. Contarle acerca de los chicos de los que me rodeaba, esperando que tal vez no me juzgaría si le contaba que me gustaba un chico que probablemente me trataba mal, y que probablemente me encantara que lo hiciera. Sólo en pensar en poder contarlo sentaba de maravilla. Sentaba de maravilla tener una amiga.

Aún así decidí que tenía que tener cuidado. Con cada fin de semana que pasaba y con cada recreo que estábamos juntas en el curso nuevo me caía mejor, y dejó de ser la chica que tenía que aparentar que me caía mal. Pronto descubrí que realmente era bastante guay, y se acomodó a mi modo de ser mejor de lo que esperaba que nadie hiciera. Las chicas a nuestra edad éramos bastante influyentes, y supongo que aprendió muchas cosas de mí a pesar de seguir siendo bastante hermética con ella. Pero secretamente yo también estaba aprendiendo cosas de ella; dar cumplidos cuando creía que eran merecidos, y no callarme los comentarios buenos; aprendí a dar los buenos días y a saludar con abrazos; pero sobretodo aprendí a ser amable con la gente en general, y que no todo el mundo tenía que soportar mi mal humor.

No sé cómo de rápido se supone que deben de ir ese tipo de cosas. Cómo de rápido permites que la confianza venga a tu relación. Porque, aunque cada vez hablaba de más cosas que jamás pensé en compartir con ella, me costó muchísimo. No fue como con Ethan; espontáneo, en la que la relación fluyó como un afluente que llega a un río mucho más caudaloso y siguiendo su curso sin esfuerzo. Con Jane teníamos que poner las dos de nuestra parte para hacer que funcionase, y no digo eso como algo malo. Fue diferente, y me gustaba llegar a casa con la sensación de satisfacción de estar intentándolo.

Al año siguiente ya pasábamos casi todas las semanas juntas, y ella me contaba sus historias de su país y yo le contaba mis historias de cuando vivía en el campo. Naturalmente acabó interesándose acerca de lo que le pasó a mi madre.

—¿Qué pasó con tu madre? —preguntó con cuidado.

Me encogí de hombros.

—Murió cuando tenía siete años —respondí simplemente.

Ella asintió y dejó el tema zanjado. Menos mal, porque todavía no me sentía con fuerzas para decirle que se había suicidado. Poco a poco, y con cuidado.

Qué terrible la situación en la que estaba. No me lo vi venir de ninguna de las maneras. Febrero estaba acechando por los rincones, y yo estaba preparada para contárselo. Ni siquiera sabía por qué me estaba costando tanto tener que confesar que tal vez tenía un pequeño flechazo con el chico con el que compartía las noches. Fue como si decirlo en alto le quitara glamour a la situación; como si dejase de ser la chica dura y fuerte con esas tres palabras. Y al mismo tiempo, no podía dejar de ver la cara de Dan al lado de la piscina, y cómo no me había comentado nada el fin de semana siguiente, y había actuado de la misma manera conmigo. Como si no hubiese pasado de mí al tenerla a ella delante, sin dirigirme ni media palabra, ni un hola, ni un adiós. Gritándome en silencio la opinión que le merecía, pero sin sacar el tema cuando me tenía una vez más delante, y sin distracciones que le hicieran comportarse de esa manera. Tener que contárselo a Jane era peligroso, porque podría salirme el tiro por la culata demasiado fácil. Tenía que repetirme un par de veces que Jane estaba interesada en Ethan, pero el espectro nunca desaparecía, y cada vez me era más difícil ignorar los celos que extrañamente comenzaron con un ligero cosquilleo bajo las uñas y que inevitablemente estaba comenzando a treparme los brazos y amarrarse a mis hombros.

Pero me sentí preparada una mañana a principios de febrero. Fue todo un ejercicio mental; me iba recitando el discurso que tenía en mente en voz alta una y otra vez. Tenía que contarle a Jane que me gustaba Dan. Que me gustaba mucho. Más de lo que hubiese pensado que era capaz de que me gustara alguien. Seguía sin entender del todo por qué me había costado empezar a abrirme con ella ni por qué me estaba pasando eso, pero se podía decir que esa mañana estaba feliz porque lo había conseguido. Había conseguido tener una amiga, una mejor amiga. La había hecho yo. Yo no sé hacer amigas. Los chicos se me dan bien. Las chicas no.

Ahí iba, con las manos sujetando las correas de mi mochila, hablando en voz alta, más nerviosa de lo normal. Jane. Me gusta Dan. Tengo una relación extraña con él. Creo que estoy enamorada de Dan. No, eso es demasiado. Me gusta Dan, mucho. Así mejor.

Cuando me encontré con ella en la boca del metro de la que salía para llegar al instituto, me sonreía de forma extraña, como siempre esperándome con los brazos cruzados. Las palabras se quedaron atascadas. No pronuncié casi un sonido caminando con ella a mi lado, que le pareció demasiado extraño; por las mañanas estaba demasiado gruñona para siquiera pensar. Pero esa mañana estaba pensando demasiado, podría salirme humo por los orejas si esto fuera un dibujo animado. Por desgracia, era la vida real, y tenía que decir las palabras me gustase o no.

Nos acercamos a la valla que nos separaba de la entrada y me humedecí los labios. Tomé una bocanada de aire.

—Jane, tengo que—

—Dan me pidió salir ayer.

Me quedé en blanco. La miré perpleja, sin siquiera preocuparme por la cara de boba que se había quedado al escucharle pronunciar aquello. Parpadeé y sacudí ligeramente la cabeza.

—¿Qué? —pregunté.

—Dan. Me ha pedido salir. Le he dicho que sí.

Estaba paralizada. Con el corazón brincando, más rápido de lo que pensé que podría irme el corazón nunca. Intenté que no se me notase demasiado que me estaba empezando a faltar el aire.

—¿Pero, a ti no te gustaba Ethan?

Se encogió de hombros.

—Me gusta Ethan. Pero creo que así puedo olvidarle, ¿sabes? No creo que me convenga estar con él. Somos amigos.

—Dan también es un amigo.

Se encogió de hombros de nuevo.

—Ya. Pero es distinto. Es mayor. Encima, tiene rollazo. Sé que es mayor que nosotras, pero sé que no me ibas a juzgar.

¿Qué iba a hacer? Era una niña pequeña, no tenía ni idea de cómo iban a acabar las cosas. Si hubiese sabido todo lo que pasaría en el futuro hubiese hecho algo para cambiar todo aquello, te lo puedo asegurar. Pero lo único que conseguí hacer fue tragarme las palabras y sonreír ante lo que mi nueva mejor amiga me acababa de confesar. Y pretender que no me había partido el corazón en ese instante.

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