top of page

ellen - iv [06 febrero 2008]

Al quinto tono de la llamada, gruñí con la uña del pulgar todavía entre los dientes y lancé el móvil frustrada a la cama. Me pasé la mano por el pelo y me senté para planear mis siguientes movimientos. Con otro gruñido sujeté mi bolso y mi abrigo, y salí a la calle. Quería respuestas, y si el cabrón no iba a dármelas por teléfono, sabía perfectamente dónde encontrarlo.

De camino por las calles mojadas de mi barrio, con las persianas bajadas a mis lados y sus puertas cerradas con llave, mi teléfono comenzó a vibrar dentro de mi bolso. Con el ceño fruncido y la lengua entre mis muelas, sin dejar de andar con fuerza en mis pisadas, esperé a que a hablase Ethan al otro lado de la línea. Suspiró con aliento pesado al ver que no contestaba, probablemente no muy contento con mi comportamiento.

—¿Te has enterado? —dijo con voz ronca.

—No estoy de humor, Ethan.

Suspiró y pausó por unos segundos.

—Lo de Jane y Dan.

—Sí. Me he enterado. Estoy de camino para hablar con él.

—Bien, creí que deberías estar al tanto de la situación.

Supe en su tono de voz que tenía intenciones de colgar el teléfono y continuar con su siesta de jueves por la tarde, así que me aseguré de una forma un poco agresiva que me escuchase.

—¡Hey! ¿Eso es todo? ¿No vas a hacer nada?

Se quedó en silencio y pude escuchar su respiración profundo antes de contestarme.

—¿Qué quieres que haga yo, Ellen?

Resoplé.

—Podrías hablar con Dan, es más tu colega que el mío.

Ethan estaba acostumbrado a mis rabietas de ese tipo, así que normalmente sabía cómo manejarme. Pero esa vez simplemente se quedó callado, dejando claro que no tenía nada más que decirme. Esperé un poco más a que me contestara cualquier cosa y apreté el paso del cabreo.

—Vale. ¿De verdad crees que Jane va a salir de ahí por cuenta propia?

Casi pude escucharle poner los ojos en blanco.

—Ellen, ya sabes que creo que tienes razón. Pero no hay nada que pueda hacer.

—¿Ni siquiera intentarlo?

—Hostia puta, vale. Vale, Ellen, mañana hablo con él. Pero no puedo hacer milagros

—Gracias.

Dos pasos más tarde y con todavía más enfado en mi pecho que antes, ya podía ver el grupo de chicos en la distancia. Dan estaba de pie, enfrente de los demás chicos, contando unas monedas que tenía en la mano.

Me miraba de arriba a abajo al verme llegar como solía hacer. Analizaba mi postura , y a juzgar por su sonrisa de lado, era completamente consciente de por qué estaba tan enfadada. Se puso un filtro en la boca y con diversión en la mirada comenzó a liarse un cigarro, o lo que fuera. Los chicos que le acompañaban ya estaban murmurando lo mismo que hacían cada vez que me asomaba por ahí para pasar la tarde con ellos. No me importaba que hablasen de mí; como ya he dicho en numerosas ocasiones. Cualquier reputación es buena, ya sea que hablasen del tamaño de mi sujetador o de lo que hacía con mi vida sexual; era una reputación.

Pero estaba muy enfadada.

—¿Podemos hablar? —le dije una vez estuve de frente suya, con el ceño fruncido, cruzando los brazos.

Él sonrió y le dirigió una mirada a sus amigos con una carcajada, y el resto le siguió las risas, como si estuvieran esperando a que apareciese por ahí. Volví a apretar los dientes con enfado y les di un repaso con la mirada, viéndoles cómo comenzaban a burlarse de mí como si no estuviera delante, aprovechando la complicidad que Dan les estaba ofreciendo.

—¡Calláos de una puta vez! —grité hacia el grupo de chicos, que me doblaban de tamaño—. No voy a soportar ninguna de vuestras gilipolleces, ¿me habéis escuchado bien?

Se quedaron callados al instante. No me tenían miedo, ni nada siquiera parecido. Digamos que me respetaban lo suficiente como para hacerme daño. Dan me respetaba demasiado como para que me hicieran daño. Y eso era más que suficiente. De alguna manera estaba protegida y lo sabía. Se callaron al instante porque conocían mi mal genio, y sobretodo porque con chicas como yo se amansaban bastante, y yo me aprovechaba de ello cada vez que podía. Era patético, un par de tetas con carácter ya era suficiente para que se les cayera la baba y se les nublara la vista de lo duras que se les ponía la polla. Era peligroso, desde luego, pero sólo si no los sabías manejar tan bien como lo hacía yo, que ya les había pillado el truco desde la primera semana que les conocía.

Volví mi mirada hacia Dan, que seguía con esa sonrisa en la cara, aunque algo más tímida que anteriormente.

—¿Podemos hablar de una puta vez o no? —pregunté de nuevo.

El chico se encendió el cigarro con un mechero y sin ninguna prisa, me siguió unos pasos más alejados de los ojos curiosos. Me volví a cruzar de brazos para enfrentarme a él nuevamente, pero él seguía con la ceja alzada y el cigarro entre los labios. Sabía de qué le quería hablar. De todas formas, se mantuvo discreto, y mostró curiosidad.

—Bueno. ¿Qué coño querías?

—Cierra la puta boca —espeté.

Él apartó la mirada e inspiró el humo para trasladar el cigarro hacia sus dedos. Al sacarse la mano del bolsillo de la chaqueta tras guardar el mechero, dejó caer una bolsa pequeña de plástico al suelo. Alcé las cejas y le vi agacharse a recogerla con el mismo aura de superioridad, devolviéndome la mirada sabiendo que lo había visto perfectamente, pero sin achantarse.

—¿Estás vendiendo por aquí? —dije, interrumpiendo durante un par de segundos mi mala hostia.

Se quedó callado y siguió mirándome sin apartar la mirada ningún segundo. Lo único que estaba consiguiendo era hacerle sonreír más. Y a mí cabrearme más.

—¿Les has vendido a ellos? —murmuré con mirada matadora, señalando al grupo de chicos detrás suya.

—¿A dónde quieres llegar? —me interrumpió.

—Sabes que este no es tu territorio.

Puso los ojos en blanco.

—Venga ya Ellen, son mis colegas, si les quiero vender a ellos, les vendo.

—Sabes que eso no funciona así. ¿Quieres acabar muerto? —casi susurré.

—No seas dramática —dijo tras una carcajada.

Ese tipo de cosas sí conseguían ponerme nerviosa. En los barrios del sur de Londres habían unas cuantas pandillas de personas que se dedicaban a la venta de drogas bastante violentos, y que un niño pijo del este, con una casa acomodada y con gorras de marca viniera y les robara los clientes, probablemente no les haría demasiada gracia. Habían unas reglas que seguir.

Sacudí la cabeza y pretendí que me daba igual.

—Me la suda. ¿Qué cojones haces con Jane? —dije volviendo al tema principal de mi interés.

Soltó una carcajada.

—¿Te hace gracia?

—Creo que está claro lo que estoy haciendo con Jane —respondió todavía con la risa colgándole de los labios.

—Quiero que la dejes en paz.

Tuve que hacer un enorme esfuerzo por ignorar el gran nudo que tenía en la garganta, que se había formado el día anterior cuando Jane había confesado lo que había sucedido. Fue excepcionalmente duro tener la voz firme y segura, y centrarme en el dolor de mis palmas al clavarme las uñas para estar concentrada.

Fue duro por dos razones en concreto. La primera, tener que ignorar tan bien como estaba haciendo él el verano pasado y los últimos meses en los que todavía no habíamos dejado de vernos, porque quería darle una bofetada con las lágrimas corriendo por mis mejillas por pretender que lo nuestro no había existido, porque aunque era consciente de que jamás sintió nada por mí, dolía más de lo que pensé que haría. Verle ahí de pie con esa sonrisa confirmando que sabía que no estaba ahí por Jane era la segunda razón; me importaba, pero tenía que repetirme demasiadas veces que lo hacía por ella para hacerlo creíble, y eso me demostró que probablemente no sería una buena amiga como llevaba fantaseando desde septiembre.

Me encontraba en una encrucijada con la que levaba teniendo pesadillas durante cuatro meses, pero no me la imaginé tan dolorosa. Y su segunda carcajada sólo lo empeoró.

—¿Por qué?

Alcé las cejas.

—¿Me estás vacilando? No quiero que la arrastres a este sitio. No pertenece aquí —dije como si fuera obvio, algo que realmente creía de verdad.

Se encogió de hombros y dejó que continuara, soplándome el olor de la marihuana en la cara, cruzándose de brazos. A mí cada vez estaba poniéndome más nerviosa, consiguiendo empequeñecerme un poco, todavía centrada en el dolor de mi garganta.

—Le vas a hacer daño. No te la mereces.

De nuevo seguía sin decir nada. Comencé a incomodarme con su presencia. El enfado había conseguido agrandarme cuando llegué, pero poco a poco, su aura empezó a dominarme, con los brazos cruzados y mirándome desde arriba con una pequeña sonrisa en sus labios, casi divertido al verme intentar prohibirle cosas una vez más. Como si hubiese estado esperando a que aquella fuera mi reacción, como si hubiese maquinado el plan de salir con mi amiga sólo para llamarme la atención.

Menuda una forma de tranquilizar la mente. Pensar que alguien haría algo así por mí. Y lo peor de todo; pensar que era algo positivo que alguien haría algo así por mí.

Continué diciendo frases sin sentido en la misma línea en la que iba inicialmente. Repitiendo de nuevo en voz alta mi justificación y aferrándome a ello como si me fuera la vida en ello. Estaba ahí por Jane, ¿por qué otra razón iba a estar ahí si no? ¿Para poder ver esos ojos caramelo brillar para mí? ¿Para poder presenciar cómo se ajustaba la camiseta a su cuerpo, cómo alzaba los dedos hacia sus labios para dar una calada, para ver cómo sonreía en primera persona? ¿Para escuchar sus carcajadas? No seas ridícula.

Estaba ahí por Jane.

Dan interrumpió mis palabras poniéndome el pulgar en los labios. No para hacerme callar, sino para pasarlo con suavidad por mi labio inferior, bajando la mirada hacia mis mejillas y analizándome sin escuchar nada de lo que le estaba diciendo. Me quedé callada por unos segundos y dejé que el olor a tabaco y colonia se mezclara en el aire que lo separaba de mí. Mi corazón comenzó a latir con fuerza y dejé que me acariciara durante unos segundos más antes de que no pudiera evitar cerrar los ojos y demostrarle que estaba disfrutando. Justo a tiempo, pude retenerme y apartar con fuerza su mano de encima mía, y fruncí el ceño todavía más.

—¿Es que no me estás escuchando, pedazo de mierda?

Soltó una carcajada y se cruzó de brazos.

—Jane está bien. A mis amigos les gusta.

Automáticamente me recorrió un escalofrío la espalda.

Apreté los dientes mientras apretaba también los puños conforme el enfado se empezaba a hacer hueco entre mis dedos. Puede que tal vez tuviese que convencerme de que estaba ahí para protegerla de él y no porque estaba celosa, pero eso sí que me cabreaba. Porque seguía siendo mi amiga, y no podía permitir que le pasase nada malo. Y sabía que ahí abajo podían pasar demasiadas cosas que podía evitar.

—¿Ya la has traído aquí? —dije fulminándole con la mirada.

—No entiendo qué es lo que te preocupa tanto. Está bien, sabe cuidar de sí misma.

—Sabes que este no es un sitio para ella. Es demasiado…

Ni siquiera sabía cómo terminar aquella frase. ¿Frágil? ¿Buena? ¿Acaso aquello era otra excusa que ponía mi mente para tratar de alejarla de algo que era sólo mío? Mi sitio, en las calles donde había creado un nombre para mí misma, un sitio donde no necesitaba que nadie conociera mis detalles para encajar. Un secreto que por fuera odiaba, añorando un sitio cómodo en el que estar, con gente sana y limpia, pero que por dentro cuidaba como si fuera mío. Un sitio en el que giraban las miradas y susurraban antes de que yo llegase. Donde los chicos me hacían caso y obedecían mis plegarias como tocayos. Porque era la única chica en la que confiaban. Porque me había ganado mi sitio.

Desde luego, sabía que aquel no era un sitio para Jane, con la voz todavía de niña. Era demasiado joven todavía para aquello, no quería que acabase como había acabado yo, no quería que se juntara con la misma gente con la que me juntaba yo. Ella tenía oportunidades que yo no tenía ni tendría nunca. Ella podía huir de ahí en cuanto ella quisiese si alguien le avisaba con tiempo. Pero, ¿era aquello lo único que me preocupaba? ¿O directamente no quería que me quitase nada más de lo que era mío? ¿Era de hipócritas querer avisarle yo misma de en dónde se estaba metiendo?

Dan me miraba todavía con ese semblante divertido en la mirada. Curioso.

—Ellen, ¿a qué has venido?

—Ya te lo he dicho —dije con rapidez.

Se quedó callado unos segundos más sin apartar la mirada de la mía y advirtiéndome con ella de que no me atreviese a apartarla. Aunque no tenía exactamente planeado hacerlo. Él dio un paso hacia mí y empezó a acariciarme con suavidad un mechón de pelo que me caía por el hombro. Intenté no distraerme con su roce sobre mi chaqueta, pero me costó horrores mantener la mirada serena como lo estaba haciendo él.

—Estás diciendo que… —comenzó con voz queda, grave y mecedora—, has venido porque quieres proteger a Jane.

Ni siquiera era una pregunta. Lo estaba diciendo como una afirmación. Pero lo estaba diciendo de una forma tan socarrona que ya no sabía cómo analizar sus palabras. Como si estuviera advirtiéndome de algo.

Asentí a pesar de todo, cruzándome de brazos para distraerme aunque sea un poco.

Se humedeció los labios y se acercó hasta que pude sentir su respiración caliente contra mi cuello, mientras seguía con un mechón de mi pelo enredado en sus dedos. Pude sentir cómo disfrutaba de mi tembleque espontáneo, como si hubiese estado esperando esa misma reacción. Saboreaba las palabras que iba a decir a continuación mientras me observaba cómo miraba al frente con el mentón en alto, tratando de controlar mis impulsos.

—Entonces…, ¿qué pasa conmigo?

Fruncí los labios, aunque me permití a mí misma sonreírle subiendo la mirada hacia él, alzando una ceja. Porque de nuevo, me había atrapado en su juego.

—¿Qué pasa contigo? —repetí con voz firme e irónica, en contraste con la suya, melosa y suave.

Volvió a sonreír y antes de que pudiera decir palabra, se inclinó con rapidez, enredó sus dedos en mi pelo antes de darme un beso en los labios.

Fue inesperado y repentino. No me separé al instante como hubiera querido hacerlo. Me costó no pararme a disfrutar nuevamente de sus labios sobre los míos, con una calidez extrema que enviaba diferentes sensaciones a cada parte de mi cuerpo a una velocidad esporádica, sin que pudiera hacer nada para detenerlo por lo novedoso que todo aquello estaba resultando para mí. Porque sólo me besaba cuando estaba muy borracho o colocado. Ni siquiera las veces que nos acostábamos me besaba. Me sujetó de la cintura mientras seguía besándome segundos antes de que yo diera un paso atrás y le diera un bofetón en la mejilla.

—¿Eres gilipollas? —le grité.

Él se llevó una mano a la cara pero seguía sin dejar de sonreírme. Dio una calada más a lo que fuera lo que estaba fumando antes de guiñarme un ojo.

Puse los ojos en blanco y decidí que no había nada que podía hacer para que ese subnormal me hiciera caso.

Di la vuelta con rapidez y me marché de ahí con las manos en puños para dirigirme de nuevo hacia mi casa y seguir con mi día apartada de ese tipo de drama, esperando que Ethan pudiera hacer más de lo que hice yo. Dan tenía un poder especial en mí que conseguía hacerme sumisa con dos miradas hacia mí. Y él lo sabía, y yo lo sabía, aunque pretendía que no. Lo usó conmigo cuando traté de pararle los pies cuando hizo exactamente lo mismo al llevarse a Ethan al mismo lugar donde estaba llevando a Jane. Sólo esperaba que esta vez no fuera en vano como la última vez.

Cerré la puerta y me apoyé en ella antes de que mi mente me bombardeara con imágenes de lo que acababa de ocurrir para torturarme todavía más. Pensaba una y otra vez en la suerte que tenía porque mi padre no estaba, que tenía la casa para mí sola para pasarme la tarde en frente del televisor sin tener que pensar en nada de lo ocurrido en esta tarde. Como un disco rallado.

Sin poder evitarlo, di un pequeño saltito de emoción al recordar que me había besado.

Pero estaba saliendo con mi mejor amiga.

Debería haberlo odiado a él y no a ella. Sé eso ahora. Sé que no está bien que mi mente fuera directamente a negativizarla a ella. Pero mi mente inexperta e inmadura y lo que la sociedad me había hecho pensar hasta esos momentos no me dieron elección ante aquello que estaba sintiendo. Ella tenía la culpa. No él, que le daba igual que no llevaba ni un día entero saliendo con ella y no había tardado ni diez minutos en besarme para jugar conmigo. Para jugar con ella. Para hacerlo con ambas a la vez. No él, un chico de tres años mayor que yo, a punto de cumplir los dieciocho. Eso ni siquiera estaba en la imagen ya, no nos importaba a ninguna de las dos; era un chico mayor, extremadamente atractivo y sobretodo peligroso.

Pero ella tenía la culpa. Porque no podía estar con él, porque ella era más guapa, porque ella era mucho más amable de lo que yo lo era. Porque ella ni siquiera estaba ahí porque le gustaba. No se lo merecía. Era todo demasiado injusto como para analizarlo. Y doloroso. Yo era demasiado joven para tener que ponerme a analizar aquello tan a fondo.

Empecé a dar vueltas por el pequeño salón de mi casa. Ni siquiera me preocupaba tener que contárselo a Jane. No estaba dentro de mis planes en esos momentos. Todavía no sabía ser una buena amiga. Spoiler: no iba a aprender pronto. Es más, Jane no me preocupó hasta más tarde en la tarde, después de que llamasen a la puerta principal.

Mi corazón empezó a latir; no porque no me lo estaba esperando. Por alguna extraña razón sabía que llamaría a mi puerta tarde o temprano. Empezó a latir porque sabía que iba a levantarme a abrirle la puerta, y que lo haría más de una vez.

Él me miraba con una ceja alzada y la mirada seria. Con una media sonrisa en los labios. Le miré durante unos segundos todavía bajo el marco de la puerta, con la mano en el pomo. Me humedecí los labios mientras viajaba con mi mirada por su cuerpo, desde sus hombros relajados, por sus manos en los bolsillos y sus zapatillas manchadas por el polvo de la calle. Se estaba dejando el pelo algo más largo que de normal. Y me analizaba como si no hubiera pasado nada minutos antes en la calle. Ya nadie nos miraba, ya podía dejar de fingir y él sabía que era capaz. De nuevo, se aprovechó de la situación en la que me encontraba. Por alguna extraña razón, quise que lo hiciera.

No tardó nada en poner un pie en mi territorio y de nuevo colocar su mano con rapidez en mi mandíbula para atraerme hacía él y besarme con ganas. Ésta vez de manera distinta, cerrando sus ojos y colocando una mano en mi espalda, respirando con dificultad y dejándome entrar sin dudar, sabiendo que iba a querer hacerlo y sabiendo que no me iba a echar atrás. Sabiendo que esa vez no iba fingir.

Y como bien había adivinado, no tardé demasiado tampoco en cerrar mis ojos y enredar mis brazos en su cuello, acariciando su nuca y poniendo una mano en su pecho, en sus brazos, en su espalda, en su pelo, aprovechando la vez que me permitía besarle. Le dejé que jugara con mi cuerpo como un tablero bien diseñado para el suyo, una y otra vez, tirándome en el sofá y susurrándome cosas en el oído que me hacían temblar las piernas, curvar la espalda.

No había nada de íntimo entre las caricias y las miradas que nos dirigíamos mientras nos dejábamos guiar por los movimientos del otro. Por lo menos al principio, tan sólo fue un entretenimiento divertido que nos hacía reír y disfrutar al mismo tiempo, escrito por la lujuria que tomaba notas para encuentros futuros, cuando en mi mente sólo podía desear que podrían ser con él. Cuando todavía no pensaba en las consecuencias, cuando todavía estaba cubierta en sudor y marcas de dedos, cuando mis actos estaban guiados por sus órdenes, comiendo de su mano. Sabiendo que él lo sabía. Él sabiendo que yo lo sabía. A ambos en ese momento todo nos daba igual, él estaba jugando conmigo, yo estaba dejando que lo hiciera. Porque siempre había dejado que fuera así; nunca había querido que nadie me tratase bien porque nunca había tratado bien a nadie. Porque nunca había tenido una relación con nadie lo suficientemente fuerte como para que mis actos fuera a afectar a nadie. Jane no tenía la culpa. Dan no tenía la culpa.

La culpa la tenía yo.

No fue hasta que se estaba de nuevo poniendo los pantalones cuando empecé a sentirme como la peor persona con vida del planeta. Dan estaba saliendo con una amiga mía.

¿Sabes qué pensé? Que ella tenía trece años, y que probablemente a los dos meses ya habían roto, si no era antes. Eso fue lo que pensé. No era nada serio, no estoy engañando a nadie, porque no hay nada a lo que aferrarse. Jane era una chica sensata que si pensaba lo suficiente sabría que tiene que huir de ahí lo antes posible.

—Jane no se puede enterar de esto —dijo Dan antes de marcharse por la puerta, antes de que yo asintiera con la boca cerrada y las lágrimas en la garganta.

Jane nunca se enteró.

Desde luego, toda la culpa la tengo yo.

0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

insight

bottom of page