ethan - i [02 enero 2007]
- fxck0pinions
- 20 oct 2019
- 13 Min. de lectura
Actualizado: 4 nov 2019
El día que mi madre se fue de casa, mi padre estaba especialmente de mal humor. No tuve que haberme visto sorprendido. Pero yo que tenía doce años, sentí miedo. Aplastante, congelado y pesado. Imprevisto, y a la vez algo que tuve que haberme visto venir. Sabía la casa en la que vivía, y con quién la compartía. Sin embargo, cuando sentí el frío de la casa dejada por primera vez esa mañana, sabía que se avecinaba algo en mi contra, pero no pude imaginarme todavía el qué.
La noche antes me había quedado dormido con el sonido de los platos rompiéndose contra las paredes de la cocina y los gritos de ambos mientras discutían, los de ella poco a poco transformándose en gritos de auxilio. Él la llamaba cobarde. Ella tragaba, tragaba, y tragaba. Y yo cerraba la puerta de mi habitación con una silla bajo el manillar, y me cubría los oídos como podía con la almohada mientras me quedaba dormido.
Pero al día siguiente se había ido de casa.
Supe que algo iba mal en cuanto salí de mi habitación. El aura era distinto. Lo primero que noté fue el horripilante silencio que se arrastraba por los suelos del pasillo, se deslizaba por debajo de las puertas y se colgaba de las bombillas apagadas. La radio que siempre escuchaba de fondo en la cocina estaba apagada. No escuchaba el agua correr del grifo, ni el sonido de las sartenes chocando contra el fregadero. Jamás había habido un segundo de silencio en esa casa. Y este cayó sobre mis hombros, y me hizo dar pasos lentos sobre el suelo de madera. Sabía que ese día no me encontraría el desayuno sobre la mesa. Mi madre no tendría una sonrisa falsa sobre los labios, ni estaría dispuesta a darme una nueva excusa por su moretón en el cuello.
Mi padre estaba sentado en el sofá con los codos en las rodillas, sin dejar de frotarse la cara mientras miraba hacia la nada. Él ya me había escuchado bajar las escaleras y caminar hacia él. Se dio la vuelta despacio mientras se sorbía la nariz. Me miró por encima del hombro unos segundos antes de apartar la mirada.
—Ah, Ethan. Buenos días —dijo con voz rota.
Me quedé en mi sitio con intenciones de permanecer así un tiempo, pero le vi alzar el brazo haciéndome un gesto para que me acercara.
Al sentarme a su lado en el sofá, me puso un brazo alrededor de los hombros y se apartó las lágrimas del rostro, sin dirigirme la mirada en ningún momento. No dejaba de mirar hacia la chimenea de delante, los ojos sobre los de mi madre en una foto de los tres con las sonrisas más falsas que había visto nunca.
Luego, susurró muy despacio:
—Se ha ido. Ya no nos quiere.
Dijo el muy hijo de puta.
Lo peor es que en su momento yo también le echaba la culpa a ella.
El humor decadente de mi padre pronto fue sustituido por su habitual mal humor. Se impacientaba con facilidad y hasta incluso había roto un par de cosas ya, sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo. No era ni cerca de la hora de comer. Ni siquiera sabía si ese día iba a tener algo para llevarme al estómago.
En un determinado momento del día, en el que llevaba metido debajo de las mantas de mi cama más de un par de horas, pude escuchar la puerta de casa cerrarse de un portazo.
Despacio me quité las mantas de encima mía y permanecí quieto un par de minutos más esperando a que volviese. Después, bajé corriendo las escaleras hacia la cocina con ansia, mientras mi estómago empezaba a hacer ruidos bajo la idea de la comida. Como es natural, con esa edad no tenía ni idea de cocinar, por lo que no pude hacerme más que un sandwich de lo que pude encontrar en nuestra nevera medio vacía. Pronto me di cuenta de que debía empezar a aprender si quería sobrevivir en aquella casa. Eran casi las siete de la tarde, pude ver en el reloj de la cocina.
Me di una ducha rápida y después de ponerme el pijama, pude tomarme el lujo de sentarme en frente del televisor durante al menos una hora, antes de que empezaran a llamar a la puerta seguidamente.
Pensé, algo apurado, que mi padre no podía ser; siempre llevaba las llaves de casa encima. Recordaba perfectamente el sonido del metal con cada paso que daba cuando caminaba por el pasillo. Con curiosidad y algo de cuidado, me acerqué a la puerta. Era bastante alto para mi edad, pero aún no alcanzaba la mirilla de la puerta, por lo que tuve que abrir a ciegas después de que aquel impaciente desconocido ya hubiese llamado unas cinco veces.
Era un chico a mi parecer bastante mayor, aunque no debía tener más de dieciséis. Fumaba un cigarro de espaldas a la puerta, y unos ojos color caramelo resplandecieron bajo la bombilla del porche una vez se dio la vuelta. Tiró lo que le quedaba al suelo mientras fruncía el ceño en mi dirección y se metía las manos en los bolsillos de la chupa de cuero.
—Hola, feliz año nuevo—me dijo después de acercarse un paso y mirarme con curiosidad también.
Me aclaré la garganta.
—Feliz año —le felicité de vuelta.
—Vaya, no sabía que Greg tenía un hijo.
Yo me quedé callado un segundo, todavía medio resguardado por la puerta principal.
Al ver que no iba a responder, el chico se humedeció los labios y me esbozó una sonrisa.
—Bueno, ¿está tu padre en casa?
—¿Conoces a mi padre?
Soltó una pequeña risa y asintió sin separar sus ojos de los míos.
—Ya te digo que lo conozco. Tu padre me debe mucho dinero, colega.
—No está —dije —. No sé a dónde a ido, ni cuándo va a volver.
El chico desconocido se colocó bien la gorra y dejó escapar un suspiro que se materializó en la noche, la luz de la bombilla chocando con él.
—Bueno, ¿y quién me va a dar mi dinero?
Me encogí de hombros.
—¿De qué te debe el dinero? —espeté arriesgándome con mi pregunta.
Sacudió la cabeza.
—Mejor no te lo cuento, colega. Eres demasiado pequeño para que sepas de este tipo de cosas.
Esbocé una pequeña mueca de desagrado. El chico sonrió y se rió de nuevo.
—No te lo estoy diciendo como algo malo. Pareces un tío guay. ¿Cómo te llamas?
—Ethan.
—Encantado, Ethan. Yo soy Dan —dijo, y me alzó la mano para estrecharla con la mía.
Pretendiendo no estar nada intimidado, le sacudí la mano con fuerza sin separar mi mirada de la de él.
Se cruzó de brazos.
—Bueno, ¿y qué vamos a hacer con lo del dinero? Lo necesito esta noche, colega. Estoy en un aprieto.
Fruncí los labios un momento y pensé durante un rato.
—¿Cuánto te debe?
—Alrededor de trescientas libras. Pero estoy dispuesto a bajárselo a doscientos cincuenta si lo puedo conseguir ahora.
Titubeé durante unos segundos más mientras mi mente dibujaba a mis espaldas el recorrido dentro de la casa hasta donde mi padre guardaba a cartera, en el armario de licores del salón, en uno de los primeros cajones. Le había visto un centenar de veces junto a ese mueble, sacando la cartera de sus bolsillos, abriendo el cajón y lanzándola al fondo despreocupadamente. Me mordí el dedo pensando que ese chico no se iba a dar por vencido tan pronto, y que probablemente esperaría a que volviese mi padre de dondequiera que se había ido.
Me venía mal que esperase por dos motivos; la primera porque hacía frío y no quería que tuviese que esperar mucho, y la segunda porque había altas probabilidades de que aquel desconocido produciría una ola fresca de mal humor que ponía en peligro mi tarde pacífica de enero, y realmente quería dormir tranquilo después del día que había pasado.
Después de indicarle a Dan que esperase unos segundos, corrí hasta el salón y abrí el cajón con rapidez. Rebusqué con la gota de sudor colgando pensando que quizás se la había llevado, cosa que tendría bastante sentido. Cuando estaba a punto de darme por vencido, descubrí un pequeño monedero en el fondo. Nunca lo había visto y pensé que lo más sensato sería dejarlo en paz, pero las prisas y el hecho de que había dejado la puerta abierta delante de un desconocido, me hicieron abrir la cremallera.
Tuve que resumir mi asombro a una simple mueca con la boca abierta al descubrir un taco de billetes que fácilmente hubiese acabado con nuestros problemas financieros durante al menos un año, y eso lo sabía teniendo tan sólo doce años, porque ahí dentro había mucho dinero. Decidí no darle más vueltas y simplemente cogí un par de billetes que hicieran la suma de trescientos y dárselo con rapidez.
Salí con el dinero en la mano, se los di al chico y pretendí cerrar la puerta y seguir con mi tarde, pero él me gritó para evitar que cerrase la puerta.
—Hey, colega. ¿Seguro que me lo quieres dar sin que esté tu padre? No me importa esperar.
Le miré a los ojos unos segundos y aparté la mirada para encoger los hombros.
—Lo digo porque Greg tiende a tener mala hostia. No quiero que te metas en problemas.
En mi cabeza era muy buena idea robarle dinero a mi padre, dárselo a un desconocido y luego irme de rositas; no cabía margen de error, ese día iba a dormir tranquilo e iba a tener una tranquila mañana de domingo.
Mi única respuesta fue encogerme de hombros de nuevo.
Él me enseñó las palmas de las manos dándome la responsabilidad a mí y se las escondió en sus bolsillos.
—Está bien. Tú sabes.
Seguí mirándole sin decir nada, y él me dedicó una última sonrisa antes de irse caminando, dejando pequeñas nubes de vaho a su espalda.
No le di más importancia de la que tenía, continué mi tarde hasta que consideré que fue lo suficientemente tarde como para irme a dormir, por mucho que ya había dormido durante la mañana. También, porque después de pensarlo dos veces, decidí que no quería encontrarme con mi padre, que probablemente fuera a volver muy borracho de dondequiera que estuviese.
No recuerdo cuándo me quedé dormido ni cuánto tiempo llevaba soñando cuando entró a mi habitación abriendo la puerta con una patada. Recuerdo mi corazón saltando en mi pecho haciéndome incorporándome de pronto, y su puño golpearme la mandíbula, segundos más tarde, con más fuerza de lo que jamás me hubiese imaginado que tendría un puñetazo. El dolor se expandió por mi cara y mi cabeza, que todavía estaba saliendo del trance del sueño del que tan bruscamente me habían arrastrado. Grité de dolor, pero nada hubiese aminorado el miedo que sentí al ver la cara roja de mi padre sobre mí, con su puño sujetándome el pecho con fuerza y sus constantes sacudidas que transmitía a mi cuerpo. No entendía qué estaba pasando, trataba de pararle con mis brazos conforme las lágrimas empapaban mi cara, pero su fuerza era incalculable para mí. Me gritaba, me escupía conforme me gritaba y esparcía su olor a alcohol con su aliento, y pude ver la ira en sus ojos penetrarme casi desorbitados, y pensé en todas las veces que mi madre tuvo que ver esa misma mirada negra clavarse en sus costillas en el pasado, tratado de mostrarse valiente y evitar a toda costa gritar de dolor. Pero yo no era tan valiente, y durante larguísimos minutos, sólo se escuchaban mis gritos bajo su voz fuerte, y los sonidos de los golpes sordos sobre mi cuerpo.
Por fin me soltó cuando consideró que había tenido suficiente de mí. Mis gritos habían aminorado, ya sólo era una pequeña bola acurrucada en el colchón de mi cama, temblando con miedo y suplicando en silencio que me dejase en paz, comenzando a temer por mi vida y sintiendo la pesada losa del dolor extenderse como un manto sobre mis huesos. Trataba de llorar en silencio, porque no quería que me viese como un cobarde, pero aún así, quise devolverle la mirada, y preguntarle por qué había tenido que hacerme eso.
—Eso te enseñará a no robarme —dijo antes de escupirme con desprecio.
Di un última sacudida al escuchar la puerta cerrarse de un portazo, y me mantuve en posición fetal durante toda la noche. Temía que volviese en cualquier momento y que me pillase en el movimiento de intentar resguardarme con las mantas. Aparecía en mis pesadillas junto con las sombras de los coches pasando por mi casa; salpicaría las paredes con mi sangre en cuanto descargara su ira de nuevo en mis clavículas. Sentía el frío hacerme preso poco a poco al tener demasiado miedo para estirarme, me agarraría de las piernas con sus dedos congelados para poco a poco trepar por mi cuerpo y mi espalda. Me quedé dormido con nubes de humo saliendo de mi nariz, y un sabor dulce a sangre en mi boca.
Naturalmente mi padre me pidió disculpas al día siguiente y me preparó un pseudo desayuno, que no voy a negar que aprecié con creces. Hacían ya veinticuatro horas que no comía nada con decencia, así que unas buenas alubias me iban a sentar bien. No quería de ninguna manera que mi padre pasase el día conmigo y prefería mil veces que se esfumase de ahí en cuanto antes, pero de nuevo tampoco quería que volviera intoxicado hasta las cejas y acabase como había acabado el día anterior.
No hicimos otra cosa más que ver la televisión. Él trataba de darme lecciones de vida conforme lo que salía en pantalla, sobre que todo el mundo era un ladrón y un hijo de puta. Sentía cómo poco a poco mi cuerpo dejaba de estar en completa tensión cuando estaba a su lado sentado en el sofá, y empezaba a relajarme un poco. Incluso se ofreció de ver conmigo los programas que me gustaban a mí, cosa que me daba libertad para explicarle a mi padre todo acerca de lo que me gustaba y poder compartir cosas con entusiasmo.
Así es como consiguió mi padre deshacerse de la noche anterior, con comida china para comer y una pizza para cenar mientras veíamos la televisión o jugábamos a videojuegos juntos. No lo veía como un problema, me estaba incluso divirtiendo con él, y por un par de horas conseguí olvidarme de que el sitio donde se sentaba mi madre estaba vacío. Y parecía que él también.
La mañana del lunes cuando me despertó para ir a la escuela por primera vez ese año después de las vacaciones de invierno, se ocupó de ponerme la corbata del uniforme frente a mí y me dio un pequeño toque con el dedo debajo de la barbilla. Sonreí.
—Lo siento de nuevo, hijo. Pero ya sabes qué hacer si te preguntan, ¿no?
—Ha sido el hijo de puta del vecino —dije orgulloso.
Soltó una carcajada y me acarició el pelo con una sonrisa.
Obviamente cayeron preguntas por parte de los profesores, pero yo ni siquiera me puse nervioso al escuchar sus voces preocupadas por mí ni titubeé al dar mis respuestas. No era raro que un niño de doce años se metiera en problemas leves con otros niños y acabasen con un ojo morado y con heridas en los labios, sobre todo después de unas largas vacaciones, así que me dejaron en paz en seguida. Pero la verdad es que estaba siendo verosímil, con la cabeza alta en mis respuestas como si estuviera orgulloso que me hubiese metido en una pelea y ahora tuviese heridas que lo demostraban. Y pensé también en lo orgulloso que estaría mi padre si se enterase de cómo había manejado la situación.
Nunca supe en qué trabajaba mi padre ni cómo conseguía meter dinero en casa y mantenernos, pero sí recuerdo que antes de que se fuera mi madre nunca estaba en casa más que en rara ocasión, siempre llegando a casa a altas alturas de la tarde, cansado y con intenciones de quitarme el televisor. Así que fue algo sorprendente encontrarme su furgoneta aparcada en frente de casa cuando llegué del instituto. Me acerqué algo más deprisa contento de volver a casa y no estar solo, pero me detuve cuando vi que la puerta estaba abierta y mi sonrisa decreció un poco. En cuanto estuve lo suficientemente cerca, pude escuchar los gritos.
Dejé mi mochila en la entrada con la conversación agitada viniendo de algún lugar de la casa, y antes de que pudiera ir a esconderme, pude ver el chico de la noche anterior salir disparado de la puerta del salón, con una mueca de enfado en la cara y los puños cerrados.
—¡Sal de mi puta casa! —gritaba mi padre poniendo un paso en el pasillo y amenazándole con el dedo.
El chico dispuesto a contestarle, se detuvo de golpe y puso su mirada en mí antes de acercarse con pasos apresurados y la cara roja de enfado hacia donde estaba yo, todavía petrificado sin casi cruzar la puerta de casa.
—¿Qué te ha hecho este cabrón? —me preguntó mirándome a los ojos.
No tuve tiempo de responderle, mi padre le sujetó con fuerza contra la pared del cuello de su camiseta y le miró amenazadoramente.
—No te acerques a mi hijo.
Sorprendentemente el chico tenía más fuerza de la que esperé; con tan solo un empujón le bastó para deshacerse del firme agarre que le aferraba contra la pared, y mi padre tuvo que dar un paso hacia atrás para no tambalearse.
—Como me entere que le vuelves a poner una mano encima vamos a tener un problema.
Mi padre no se detuvo en su enfado, le miró durante unos escasos segundos conforme hablaba, para volver a poner una mano en su cuello y empujarle de los escalones de la puerta principal hacia la calle, que supo resolver con agilidad con unos pocos pasos. Yo tuve que hacer un esfuerzo por no interponerme, acurrucándome un poco en la esquina de la entrada y siendo ajeno a la situación por mucho que era yo el causante de la trifulca.
—Chaval, si vuelve a hacerte daño avísame, este hijo de puta no va a salirse con la suya.
—¡He dicho que no te acerques a mi hijo! —repitió, quedándose en el umbral de la puerta y señalándole con el dedo.
Dan paseó la mirada con el ceño fruncido y escupió en el suelo conforme caminaba poco a poco hacia la calle.
—Estás avisado, capullo.
Sentí una sacudida en el hombro cuando mi padre quiso cerrar la puerta de golpe, y me sujetó de los brazos para ponerme contra la pared y acercarse a mí con el enfado en su mirada haciendo que echase la cabeza atrás todo lo que podía.
—¿Qué le has contado? —me preguntaba con voz severa y apretándome los brazos con fuerza.
—Nada.
—¡No me mientas! —gritó entre dientes y sacudiéndome ligeramente.
—Te lo juro, no le he dicho nada, ni siquiera sé quién es.
Suavizó levemente su agarre y se apartó un poco de mí para reflexionar sobre mis palabras.
—¿No le conoces?
—Vino el sábado por la noche pidiendo dinero. No lo he vuelto a ver, te lo juro —dije, todavía con la cabeza sobre la pared y con las manos temblando del susto.
—¿Por eso me cogiste el dinero?
Me apresuré para asentir y me soltó del todo para darse la vuelta y darle una patada al mueble de la entrada. Gritó un insulto con fuerza y se detuvo unos segundos dándome la espalda. Después, con un movimiento brusco, me pegó con la mano en la mejilla, y tuve que morderme el labio para no gritar.
—Nunca le des dinero a estos críos, ¿me has entendido?
Asentí mirando al suelo y pasando una mano por el labio para secarme la sangre.
—Lo siento.
—No me pidas perdón. Pedir perdón es de niñas.
Volví a asentir.
Con un suspiro y otra pequeña maldición mascullada entre dientes caminó el pasillo hasta la cocina, y yo aproveché para subir rápidamente las escaleras y encerrarme en mi habitación, aunque procurando que no se notase mi prisa en mis pasos.
Me di cuenta en seguida de que no iban a cambiar las cosas, y que probablemente aquel se había convertido en mi día a día. Estaba completamente solo.
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