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ethan - ii [11 febrero 2007]

Actualizado: 4 nov 2019

Una de las cosas que más rápido aprendí fue a no llamar la atención. Era crucial que las personas a mi alrededor no notasen que nada había cambiado, me repetía, si no quería que las cosas empeorasen todavía más. Tuve que aprender a mantenerme callado, cerrarme en mí y no dejarme llevar por mis emociones cuando me encontraba en público. Sólo pensar en ejecutar tarea tan difícil hacía que caminara con la cabeza baja sumergido en mis tácticas y concentrado en mi respiración. Tendría que esforzarme al máximo. Pero las cosas ya estaban cambiando inminentemente a pesar de mis esfuerzos.

Mis notas siempre habían sido las mejores de la clase. Me consideraba un buen estudiante, pero notaba cómo empezaba a cambiar. Al principio no fue un problema demasiado grande; era normal que estuviese perdido los primeros meses de la secundaria. Pero se acercaba peligrosamente la mitad del curso, y mis notas sólo estaban empeorando.

Tal vez por esta misma razón, volver a casa cada día se me hacía menos difícil. Sabía que cada día me encontraría con una casa vacía, pero estaba resguardado bajo un techo y sin ojos sobre mí. Tenía que llegar a una casa fría sin comida sobre la mesa, pero aprender a cocinar y comer frente al televisor era uno de los placeres a los que no me costó acostumbrarme. Estaba a salvo. Hacía los deberes solo como podía, fantaseando con esas tardes en las que estábamos mi madre y yo sentados el uno frente al otro en la mesa de la cocina y disfrutando de nuestro tiempo solos. Probablemente ella estaría planeando su estrategia para conseguir que esa tarde no acabase en una nueva pelea dirigida por una tontería, que ni ella había visto venir. No siempre era físico, casi nunca lo era, por lo menos desde mi punto de vista. Pero los gritos y las discusiones sin sentido eran plato de cada día. Sabía todo lo que había estado sufriendo en silencio para protegerme a mí.

Pero la odiaba, la odiaba por dejarme solo. La odiaba por abandonarme y por abandonarle a él. Porque era una cobarde.

Yo sabía qué hacer para evitar que tuviese que pasarme las noches bajo sus gritos y ocultándome en mis brazos, aunque tuve que aprenderlo de la peor forma. La primera vez que llegó a casa y la cena no estaba hecha, lo pagué muy caro. Aprovechaba viejas heridas, sabía lo que hacía para no levantar sospechas. Después se disculpaba conmigo al día siguiente, sobornándome con un buen desayuno y una sonrisa en la cara, una vez el suficiente alcohol había abandonado su cuerpo para que ya no se comportase como un hijo de puta.

Por alguna razón sabía que esa noche iba a meterme en problemas de nuevo, porque mi padre tenía previsto de llegar a casa hacía una hora, y la cena estaría fría por mucho que había hecho lo posible por mantenerla caliente en el horno. Por lo que, al ver que había pasado las dos de la madrugada y comenzaba a quedarme dormido sobre la mesa, traté de encerrarme en mi habitación e intentar con rezos en silencio de que esa noche me dejara en paz.

No era religioso, pero cruzaba los dedos bajo las mantas y susurraba las mismas frases una y otra vez esperando que se cumpliera, deseando que existiera un Dios que me salvase de esa.

Fue absolutamente terrorífico. Estaba a punto de quedarme dormido, y de pronto mis pulmones se oprimieron de tal modo que quise incorporarme para ayudar a mi cuerpo a entrar oxigeno en mi pecho. Pero estaba paralizado y mis músculos no querían responder. Un pitido se instaló en el fondo de mi mente durante lo que parecieron horas y horas enteras en las que la habitación parecía estar en llamas y mis ganas de gritar aumentaban con cada segundo que pasaba, todavía sin ser capaz de mover un músculo. No sabía qué hacer, el miedo empeoró todavía más al sentir mis manos temblar cuando por fin conseguí amarrarme a mis sábanas e incorporarme de golpe y sentir mis lágrimas empaparme las mejillas. Mi respiración se agitó en cuanto el aire entró en mis pulmones de un golpe doloroso, y pude apartarme el sudor en mis mejillas corriendo por mi cuello.

No duró demasiado mi alivio al escuchar el portazo en mi habitación, y la ola de olor a alcohol que sabía que de nuevo iba a meterme en problemas.

No fue distinto que la última vez, sabía que se iba a acabar en unos minutos, y hacía lo posible por no gritar con cada golpe que sentía en mis costillas y mi espalda cuando me sujetó y me lanzó al suelo para facilitar su trabajo, todavía con la angustia de la pesadilla pesada en mi pecho. Tuve que esperar un par de minutos para asegurarme de que no saldría de su habitación de nuevo para levantarme del suelo. Corrí como pude al baño para detener la sangre que bajaba de mi nariz.

Tuve que ocultar tan bien como pude lo muchísimo que me dolía el hombro. Quise hacerlo, no quería meterle en problemas, seguía creando esas malditas justificaciones para no culparle. No quería levantar sospechas ni que nadie supiera lo que estaba sucediendo en mi casa, porque probablemente, fuera a donde fuera donde iba a parar si me separaban de mi padre, seguro era peor que esto. Sólo tenía que soportar aquello un par de semanas más, esperar a que las cosas se calmasen y volviesen a la normalidad. Pero el hombro se me hinchó hasta tal punto que mi padre no tuvo alternativa más que llevarme al hospital.

—Te has hecho daño jugado al futbol, ¿de acuerdo?

Pronto, las cosas cambiaron ligeramente de mi rutina habitual.

No le di importancia a los pasos que venían rápidamente por mi espalda cuando volvía un lunes como otro cualquiera a casa, hasta que sentí una mano sujetarme el hombro. El chico rubio algo más alto que yo me sonrió de lado con su gorra negra echada hacia atrás y se puso a caminar a mi lado. Le miré algo extrañado sujetando las correas de mi mochila, a lo que tuvo que reír.

—¿Por qué me miras así?

Aparté la mirada algo intimidado. Sabía que era el chico que hacía unas semanas había irrumpido en mi casa para enfrentarse a mi padre.

No tenía demasiados amigos de mi edad al haber sido siempre un chico tímido y por haberme cambiado de escuela justo ese año. Pensé que hacer amigos iba a ser fácil, pero la verdad era que con la pubertad y el cambio de colegio a instituto, el ambiente estaba cargado de hormonas. Y no me lo estaban poniendo fácil. Aunque en esos precisos momentos no era lo primero que me preocupaba.

Pero él ni siquiera estaba cerca de mi edad, era un chico que estaría a punto de terminar el instituto, si no lo había terminado ya. Pero que aún así se empeñaba en mantenerse cerca de mí, por algún motivo que no conseguía descifrar.

—¿Te puedo ayudar en algo? —le dije intentando que no se me notara el nerviosismo en la voz.

Siguió caminando a mi lado manteniendo la vista al frente.

—Voy a ir a ver a tu padre.

Alcé una ceja. Me preguntaba cuándo iba a acabar todo aquello y cuándo las cosas iban a volver a su normalidad. No comprendía por qué estaba pasando aquello y por qué él tenía que meterse en una cosa así de delicada en esos momentos, tambaleándose sobre un cuerda floja y amenazando con romperse con cualquier movimiento ligeramente más brusco. Pero parecía dispuesto a volver a atormentar mi ya poca paz.

No confiaba en él ni un pelo. No quería tenerlo cerca de mi padre ni de mí de ninguna de las maneras. Se trataba del chico que había desencadenado lo que fuera lo que estaba sucediendo, el culpable de que el aire en mi case fuese esponjoso y extremadamente frágil, capaz de explotar con una palabra equivocada. Tenía que dormir con la almohada dada la vuelta porque tenía miedo de tener que enfrentarme con la mancha de sangre con la que me había despertado más de una vez. No necesitaba que empeorara todavía más las cosas.

—No creo que mi padre quiera verte —le dije con voz severa, ahorrándome el tener que darle detalles acerca de que mi padre ni siquiera estaba en casa.

Se rió.

—Me importa una mierda lo que quiera tu padre, Ethan.

Había una forma extraña en la que decía mi nombre. Como si no hubiese pronunciado las letras y estuviese saboreándolas en su paladar por primera vez.

No vivía demasiado lejos del instituto y tal vez fue por eso que no le importó acompañarme a casa, aunque eso también significaba que no tuve casi tiempo de reunir mi valor para decirle todo lo que tenía ganas de decirle. Tuve que detenerme en la entrada de mi casa de golpe, a lo que me miró con algo de confusión. Se metió una mano en el bolsillo y alzó algo la barbilla con la mirada seria sobre mí, listo para escucharme.

—Déjanos en paz —le dije sin mirarle, pero más severo de lo que quise.

Se quedó callado, resopló ligeramente y sonrió apartando la mirada hacia la fachada de mi casa.

—Sólo dile que le estoy observando —dijo simplemente, antes de recolocarse la gorra y siguiendo su camino dirigiéndome una última mirada.

Me quedé unos segundos observando cómo se marchaba y entré en casa. Fui directo a la cocina a por algo de comida, y me detuve en seco. Mi padre estaba sentado en el sofá con la televisión puesta y una cerveza en su regazo.

—¿Siempre te acompaña a casa? —preguntó sin levantar la mirada de la televisión, y me recorrió un escalofrío la espalda con tanta intensidad que me estremecí bajo el marco de la puerta.

Negué con la cabeza recogiendo valor, y tragué saliva.

—Ha sido la primera vez.

Se levantó del sofá y pasó por mi lado para dirigirse a la cocina.

—Vamos, he hecho la comida —dijo después de un suspiro, dándome la espalda.

Fue extraño y nuevo, pero le seguí sin pensarlo dos segundos.

Supe que le habían cambiado el turno de trabajo al de noche, por lo que a partir de ahora se pasaría los días en casa y tendría que compartirla con él durante más horas de las que desearía. Quise pensar que tal vez ese era el momento en el que las cosas cambiaran de una vez por todas, tal vez así dejaría de volver tan tarde por las noches con la ebriedad en las venas y con ganas de jugar conmigo. Cualquier cosa me bastaba. Tenía que aferrarme a lo mínimo que podía si no quería destruir mi salud mental.

Pero la verdad era que estaba aterrorizado.

No pude evitarlo. No pude hacer absolutamente nada para que al día siguiente no notasen nada. La idea de tener que compartir todas las tardes con él me alteraba de una forma novedosa que no había aprendido a controlar todavía. Me distraía en clase, me asustaba con facilidad y tuve que controlar mi respiración más de una vez al sentir que se me iba de las manos. Seguía teniendo el brazo derecho en el cabestrillo, por lo que ya directamente no podía hacer demasiado, pero no entendí por qué, de la nada, me sacaron de clase.

Mi corazón iba a mil y tenía que hacer lo posible para que no se notara en mis pasos el nerviosismo que me recorría el cuerpo conforme caminaba siguiendo a la señora. Mi pulso dio un vuelco en cuanto entré al despacho y vi a mi padre sentado frente al escritorio. Detuvieron su conversación una vez entré en la estancia y los dos me sonrieron. Mi padre se levantó de la silla y me abrazó con rigidez y una sonrisa falsa.

—Ethan, hola —me dijo amablemente la joven mujer.

—Hola —respondí.

—Por favor, siéntate. ¿Qué tal tienes ese hombro?

—Mejor, gracias —dije obedeciendo sus palabras.

—Me alegro. No te preocupes, no has hecho nada malo. Sólo estamos un poco preocupados por tus notas y tu salud, Ethan.

—¿Sus notas? ¿Cuál es el problema?

—Oh, no se preocupe, no creemos que sea nada serio. Pero hemos notado una bajada de notas significativa. ¿Está todo bien en casa? —preguntó dirigiéndome una mirada.

Bajé la mirada rápidamente y me rasqué el cuello como excusa para tratar de que no sospechara nada. Tuve que reorganizar mi respiración y asegurarme de que todo parecía dentro de lo normal. Así que volví a alzar la mirada y le asentí.

—Bueno, han sido unas semanas un poco duras. Judy se marchó hace un par de semanas y hemos tenido que ajustarnos al cambio —mi padre me dirigió una mirada antes de guiñarme un ojo y ponerme la mano en el hombro bueno y darme un apretón—. Nos estamos adaptando bien, ¿no es cierto, Ethan?

Sonreí ligeramente y miré a la señora en frente nuestra.

—Sí —murmuré.

—Nos ofrecieron el año pasado que cambiara de escuela. Judy se empeñó en hacerlo, pero yo siempre le dije que era mala idea, así que ¿qué hacemos ahora? Dudo mucho que vuelvan a cogerle en la otra escuela tan tarde en el curso.

La coleta rubia bailó sobre sus hombros en cuanto negó con la cabeza, todavía sin borrar la sonrisa de los labios.

—He hablado con sus profesores y no creemos que ese sea el problema. Le vemos distraído y muy perdido en la atención, pero los exámenes los hace relativamente bien, teniendo en cuenta que no atiende. En este tipo de casos siempre recomendamos que vea un par de veces a la semana al orientador durante unas pocas semanas y ver cómo evoluciona. No es nada serio.

Mi padre se quedó callado durante unos segundos con el ceño fruncido.

—No entiendo por qué tendríamos que hacer eso, que vuelva al curso que le corresponde y así dejará de tener problemas, no veo cómo puede haber confusión —dijo cruzándose de brazos.

—No lo llamamos “problemas”, señor Howard. No tiene problemas, sólo está descentrado en sus clases y creemos que puede necesitar ayuda.

—Esto es absurdo, no voy a mandar a mi hijo a un psicólogo dos veces a la semana para que pierda más tiempo que puede usar para estudiar. No tiene sentido.

—Señor Howard, no es un psicólogo, es un orientador con el que su hijo va a poder hablar de cosas que tal vez no quiera compartir con usted, no es nada negativo. Creemos que puede ser muy positivo, es más.

Mi padre se humedeció los labios y me miró. Pude ver en sus ojos el miedo y el nerviosismo que le generaba la situación y que pudiera irme de mi palabra. No era algo positivo para él, y lo pude notar en la forma en la que estaban posicionados sus hombros; como si estuviera listo para salir corriendo si era necesario.

—Obviamente no haremos nada si Ethan no está de acuerdo, es una decisión suya y tendrá todo el tiempo que necesite para decidirlo. ¿Vale, Ethan? —la joven me volvió a sonreír.

Le sonreí y asentí.

—Genial. Voy a hablar con tu padre a solas ahora, espera un momentito fuera —dijo amablemente, teniendo la paciencia suficiente como para seguir sonriendo a pesar del comportamiento de mi padre.

Me levanté de la silla y salí de la sala.

En el banco de espera estaba sentada una chica con los brazos cruzados y una mirada de aburrimiento en el rostro. Me senté a su lado sin darle mucha importancia, y esperé pacientemente con el codo apoyado en mi rodilla, frotándome los ojos.

—Llevas casi dos semanas con el mismo moretón en la cara —dijo la chica a mi lado, haciéndome incorporarme de golpe y mirarla extrañado.

Repasé su figura durante unos segundos y fue entonces cuando la reconocí de mi clase, aunque apenas la veía. Sabía que era de las que se metía en problemas y que apenas se relacionaba con el resto de las personas de clase al ser la chica repetidora. Yo no me relacionaba apenas con nadie, pero dudaba que le había escuchado hablar siquiera. Tenía la voz bonita.

De todas formas la miré extrañado y le alcé una ceja.

—¿Qué quieres decir con eso?

Se encogió de hombros y apartó la mirada.

—Era una observación. Me parece extraño, nada más.

Me encogí de hombros y me apreté la palma de la mano con el pulgar.

—Me gustan las peleas, a veces se me va de las manos. No tiene más importancia.

Me miró y sonrió.

—No he dicho que lo tuviera.

Puse los ojos en blanco, pero por alguna razón tampoco pude evitar sonreír.

—¿Por qué estás aquí? —le pregunté.

—Me han echado de clase por hacer un comentario “inapropiado”, o lo que sea.

Me reí suave y bajé la mirada al suelo para negar con la cabeza.

—Siempre te estás metiendo en problemas. Y no te conozco.

Se encogió de hombros.

—A veces se me va de las manos, no tiene importancia.

Me volví a reír con una carcajada y ella me miraba con una sonrisa.

Desprendía otro tipo de aura que el resto de personas con las que iba a clase, con su pelo suelto y llevando el uniforme con más estilo, de alguna forma. Tal vez fuera porque era un año mayor y estaba más desarrollada que el resto de chicas de mi clase, o porque llevaba siempre las uñas a medio pintar y arrastraba con ella esa mochila vieja y desgastada y sus converse pintadas con rotulador. No sabía si era por la imagen que me devolvía o porque realmente no me costaba en absoluto mantener una conversación con ella a pesar de no haber hablado nunca. Mi relación con Ellen fue instantánea y natural, como si hubiésemos tardado demasiado en hacernos amigos y quisiéramos recuperar el tiempo que no habíamos tenido juntos desde principios de curso.

—Voy a ir esta tarde al parque a practicar con el skate, ¿quieres venir? —me preguntó como si no fuese la primera vez. Naturalmente le dije que sí.

Y como no me lo quise venir, sólo necesitó una mirada hacia mi padre cuando salió de la sala para comprender todo lo que estaba pasando. Pude ver esa oscuridad en sus ojos cuando se le borró la sonrisa al ver la puerta del despacho abrirse, y no apartó la mirada de encima suya hasta que abandonó el edificio después de volver a darme uno de esos abrazos rígidos y duros. Pero no me dijo nada, sabía que no podía decirme nada en esos momentos en los que nos acabamos de conocer para no espantarme, porque en cuanto vi su mirada sobre la de mi padre, la incomodidad y el frío se instaló en mis huesos y tuve que ser precavido al mirarle a los ojos, sabiendo perfectamente que ya se había dado cuenta.

Me di la vuelta para ir a clase y deshacerme de lo que vendría después, pero simplemente se acercó a mí para sujetarme la muñeca.

—Ven esta tarde, por favor —dijo como si también se había dado cuenta de lo que había pasado, y que probablemente me hubiese incomodado.

Pero a pesar de ello no tenía planes de no ir, porque parecía guay, era guapa y me había caído bien desde el principio. Sólo esperaba que no sacara el tema nunca más.

También ese día me acompañó Dan a casa, esta vez sin dirigirme la palabra. En silencio caminando a mi lado, como si supiera que ahora pasaría los días en casa, sabiendo a la perfección que mi padre le veía conmigo todos los días. Saludaba hacia la ventana de mi salón con la mano y se alejaba caminando sin decir ni media sílaba. Como si fuera una especie de amenaza hacia él, una advertencia de que, efectivamente, le estaba observando. Lo peor de todo es que funcionaba. No me volvió a poner una mano encima en las siguientes semanas.

Yorumlar


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