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ethan - iii [29 marzo 2007]

Actualizado: 4 nov 2019

Pasaron los meses, y Dan no dejó de acompañarme ni un sólo día desde esa primera vez. Al principio era incómodo y silencioso, no entendía, o siendo más sincero, no quería entender por qué se empeñaba tanto en querer venir conmigo todos los días. Pero no voy a negarlo. Sabía que mi padre iba a estar enfadado por lo que acababa de pasar en el instituto ese día, y sentí una pequeña sensación de alivio al ver que caminaba de nuevo a mi lado por segunda vez. A partir de entonces, no dejó de hacerlo. Como si supiera que funcionaba. Y lo hacía. No sabía si era una coincidencia, si mi padre por tener la obligación de pasar las tardes en casa ya no bebía tan ocasionalmente y se aguantaba la mano, o si realmente sabía que alguien estaba observando sus movimientos, aunque sólo fuera un crío. Pero, por alguna razón, mi padre le tenía miedo. O por lo menos el suficiente respeto como para darse cuenta de que sería peligroso pasarse de la raya.

Conforme avanzaban los días, los sonidos de las pisadas en el suelo comenzaron a quedar reemplazadas por nuestras conversaciones. No hablábamos demasiado al principio, siempre eran cosas superfluas y casi forzadas por mi parte cuando salí de esa etapa de negación y comencé a darme cuenta de que quería ayudarme. Pero junto con el paso de los días, las conversaciones empezaron a ser reales y comenzamos a conocernos mutuamente en esos pequeños diez minutos diarios, de lunes a viernes, como una rutina a la que poco a poco comencé a esperar con ganas cada vez que se acercaba la hora de ir a casa. Algo que era complicado.

Un viernes normal, mientras Dan y yo caminábamos como de costumbre hacia mi casa con la conversación en el aire, hizo una pausa antes de hacerme una pregunta un poco peculiar:

—¿Quién es la chica que está siempre contigo?

Quise no sorprenderme cuando dijo las palabras con la mirada clavada en el pavimento mojado para después subir los ojos y dirigirme una mirada curiosa y casi salvaje, pero tuve que devolverle la mirada divertido.

—¿Quién? ¿Ellen?

—La chica castaña que está contigo en los recreos.

—Ellen, va a mi clase.

—¿En serio?

Asentí y le miré sonriendo.

—¿Por qué?

Apartó la mirada tratando de ocultar la sonrisa y se recolocó la gorra visiblemente algo nervioso por la mención de mi amiga, por mucho que hubiese sido él quien había preguntado por ella. Se encogió de hombros y se humedeció los labios.

—Es mona.

—¿No es un poco joven para ti? —le pregunté bromeando, a lo que me respondió con un puñetazo en el hombro que me desvió unos pasos de mi camino.

Me reí y él volvió a humedecerse los labios.

—No lo digo por mí, lo digo por ti.

Solté una carcajada.

—Venga ya, ahora no me vengas con excusas.

—¿No te gusta?

Negué con la cabeza rápidamente.

—Ew no, es como mi hermana.

Resopló.

—Qué nenaza eres.

—Vete a la mierda.

—Entonces, ¿está libre?

Me encogí de hombros.

—Supongo que sí, no me habla de esas cosas.

Asintió y no dijo nada más. Me chocó la mano y esperó a que entrase en casa para seguir su camino hacia la suya.

No le di importancia a la conversación. No me pareció del todo extraño que me preguntase por una amiga mía que le había gustado físicamente, algo que era perfectamente normal. Era una chica guapa.

A pesar de que Dan me acompañase todos los malditos días, las cosas no habían mejorado del todo. Las pesadillas por las noches eran diarias y todavía se le iba la mano de vez en cuando. Aunque por lo menos no me dejaba magullado y con heridas que cerrar. Sólo soltaba algún que otro guantazo ocasional, y sobre todo muchos, muchos insultos.

El orientador del instituto no tardó demasiado en recomendarme sesiones con un psicólogo todas las semanas al observar, claramente, un comportamiento que requería ayuda de ese tipo. Yo no iba a oponer resistencia.

—Entonces, ¿tienes que ir todos los jueves? Menudo coñazo —me preguntó Ellen en la cima de una de las rampas del parque.

Me encogí de hombros y me dejé caer sobre mi patín, agachado y apoyándome en los dedos sobre la tabla. Ellen me vitoreaba todavía en la plataforma conforme conseguía hacer mi truco a la perfección, por primera vez en mi vida. Yo celebré con los brazos y me tiré al suelo con una carcajada. Ellen trató de bajar con su tabla, aunque tropezó en el suelo y cayó de culo sobre el cemento alisado. Me reí de ella todavía tirado en el suelo, a lo que ella no tardó demasiado en venir hacia mí y pegarme con los puños en los hombros.

—¿Estás bien?

—Cállate.

Nos pasábamos las tardes de los fines de semana en el barrio del sur de Londres. Era un barrio peligroso, y los parques no acostumbraban ver niños tan jóvenes sin supervisión de un adulto. Aunque no nos importaba demasiado, quedábamos por la mañana, comíamos cualquier cosa que Ellen consiguiera robar y volvíamos antes de que se hiciera de noche a casa. No había pasado demasiado tiempo de que comenzamos ese hábito que mejoraba con creces mis semanas, pero puedo decir que decidir quedar juntos la primera vez fue la mejor decisión que he tomado hasta la fecha. Ellen rápidamente se convirtió en mi mejor amiga. Confiamos el uno en el otro más rápido de lo que imaginé que podría confiar en alguien. Con su carisma y sus ganas de comerse el mundo con su personalidad peculiar que cada día me gustaba más, conseguía sacarme de este pequeño mundo que había creado para aislarme. Con ella no necesitaba esconderme, podía correr de un lado a otro sabiendo que ella iba a estar detrás mía, dispuesta a cogerme de la cintura para tirarme sobre el césped y después me dejaría acariciarle el pelo conforme me contaba acerca de su día. No me contaba sus cosas privadas, a pesar de todo. Siempre había sido una chica hermética, cerrada con llave a cualquier cosa que pudiera desvelar nada parecido a una debilidad para ella. No supe por qué era así, o si siquiera tenía una razón por ello. Pero no me importaba. Sabía que confiaba en mí, sabía que ella también ansiaba un siguiente sábado comiendo juntos bajo las sombras de los árboles, por mucho que fuera febrero y teníamos que esconder las manos en nuestras chaquetas. No necesitaba abrirse para sentirse cómoda a mi lado. Y yo no necesitaba cerrarme para hacerlo al suyo.

Por eso, no tardó demasiado en conocer los detalles que ella en el fondo ya sabía. No me dijo lo que temí que me dijera si lo contaba; cuéntaselo a alguien. Denuncia. Vete de esa casa. Lo único que hizo fue darme un abrazo, con una expresión triste y a la vez cansada, como si estuviera enfadada de que eso tipo de cosas siguieran ocurriendo a su alrededor. Me agarró del brazo casi agresivamente, y me dejó hundirme en su pelo en un abrazo que hacía un par de meses que nadie me daba. Me costó no echarme a llorar como un crío.

En cambio, la que lloró fue ella. Se apartó de mi abrazo y se pasó una mano por la cara mirándome a los ojos.

—Te quiero —dijo, después de compartir las tardes juntos por tan solo dos semanas.

No lo decía para hacerme sonreír, no lo hacía porque tal vez sabía que necesitaba que alguien me dijera aquello. Lo decía con un destello en los ojos, con una pequeña sonrisa y el nudo en la garganta materializado en su voz. Porque lo decía en serio. Pero sí que sonreí.

Aunque no tardó demasiado en cambiar el ambiente en cuanto se dio cuenta de que estaba mostrando más vulnerabilidad de lo que hubiese querido, así que me dijo que tenía algo en la camiseta para distraerme y me volvió a tirar al suelo para empezar una pelea de hierba conmigo.

Ni siquiera pensé en decirle o mencionarle lo de Dan, sinceramente porque se me olvidó. Pero cuando volví a pensar en la conversación que tuve con él, no pensé que fuera algo que a Ellen le interesase.

Jane me gustó desde el primer segundo en que la vi. En septiembre, con la luz de la mañana entrar en el primer día de clase como un compañero que me ayuda a ambientar las imágenes en mi cabeza. Ahí estaba en el pasillo del colegio, sujetando una mochila el doble de grande que ella en la mano, negándose a ponérsela en la espalda y con la cara enfurruñada porque no quería entrar en clase. Todavía tenía un ligero bronceado español sobre la nariz, y poniendo los ojos en blanco entró para sentarse en su sitio asignado cuando hubo escuchado suficiente balbuceo de su padre, que trataba de convencerla para entrar. Tiró la mochila en el suelo como si fuera su mayor enemiga y cruzó los brazos sobre su regazo. Yo como un mero espectador lo observaba desde mi sitio, con mi cara hundida en mis brazos en una mañana que pensaba que sería fatídica. Pero su mal humor me la alegró un poco. Por aquellos entonces mi madre todavía vivía en casa y mi vida todavía no era tan caótica como más tarde sería el caso. En la realidad en la que aquel entonces vivía, el hecho de empezar un curso nuevo había tensado las cuerdas en mi casa. Y estaba asustado. No me atreví a acercarme a ella ese día, ni el siguiente, ni la siguiente semana tampoco. Porque el problema estaba en que no tenía ni puñetera idea de que me gustaba.

La amistad que había crecido con Ellen me dio la suficiente confianza para que un día de marzo, justo al terminar la primera hora del día, le preguntara el nombre. Sabía su nombre de sobra, lo había estado repitiendo instintivamente en mi cabeza durante los últimos meses sin que yo lo notase, aunque no estaba segura si ella sabía el mío. Por suerte, me sonrió y me respondió con un inglés roto y dudoso, todavía sin tener demasiada soltura para hablar muy de seguido el idioma, aunque intentándolo con una sonrisa preciosa en la carita.

Pero sabía que a Ellen no le iba a hacer gracia.

—¿Por qué no me has dicho nada? —me preguntó en cuanto me arrastró a su sitio una vez le dije que le había invitado a pasar el recreo con nosotros.

La miré con una ceja alzada.

—¿Tengo que pedirte permiso?

Puso los ojos en blanco.

—Venga ya.

—Mira, siempre se junta con esas chicas que la tratan como si fuera su reina. No se la merecen.

—¿Y a mí qué más me da?

Chasqueé la lengua.

—Puedes poner esa cara de mierda todo lo que quieras, pero va a venir. Y te va a caer bien.

Le dejé con la palabra en la boca para dirigirme a mi mesa. Elle me siguió y puso una mano en la superficie con fuerza para asustarme, me miró con enfado en los ojos con pelo cayéndole por la cara.

—A mí no me caen bien las chicas.

Ahora el que puso los ojos en blanco fui yo.

Ellen siempre se había mostrado dura y catastrófica al tratarse de la relación con la que más tarde sería su mejor amiga. A día de hoy todavía no me lo ha agradecido, aunque supongo que por mucho que Jane y yo conseguimos ablandarla, siempre iba a ser una orgullosa cabezona, aunque no la culpo. Yo también soy un orgulloso.

No quiero admitirlo. No me gusta hablar de este tema. No me gusta admitir que fui el culpable de muchas cosas que ocurrieron esos dos primeros años de nuestra relación de amistad. Vi muchas cosas que no paré con mis manos, y cuando me quise dar cuenta, ya era demasiado tarde. Jane no se mereció cómo la traté. Ellen no se mereció cómo la traté. Yo no me merecí cómo me trató Dan. Pero la mayor parte de la culpa es mía, porque todos somos culpables de algo en esta historia en la que no pedí ser partícipe y que me arrastraron como una víctima más. Nadie es inocente.

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