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ethan -v [17 mayo 2007]

Todavía me acuerdo de las sábanas blancas y las paredes impolutas. Ni una sola mancha, sólo una pequeña televisión apagada en la esquina de la habitación. El roce de la venda en mi estómago cuando me quise incorporar en la cama para tratar de entender dónde estaba. También me acuerdo de mi padre preocupado, caminando de un lado a otro a juzgar por el sonido de sus pasos haciendo eco en las paredes. Por primera vez, no pensé que lo estaba fingiendo.

Me marché del hospital con mi ropa bajo el brazo y un bote de pastillas en la mano. Mi padre me acompañó a mi habitación y se sentó a mi lado en silencio sobre la cama durante un par de minutos. No le había mirado en todo el trayecto hacia casa, mudo en el asiento del copiloto en su furgoneta vieja. Pero no pude evitar estremecerme cuando le noté acercarse para acariciarme con algo de fuerza la nuca, y tirar de mí para darme un beso en la cabeza. Luego se marchó por la puerta y la cerró con cuidado.

Cerré los ojos con fuerza y apreté los dientes, justo antes de tirar mi ropa con fuerza contra la pared y gritar de la frustración. Pero, eso sí, dejé el bote de pastillas sobre mi mesa de noche con cuidado, mirándolas con desdén, y algo de miedo.

No lo soporté más y me metí en la ducha.

Dan había vuelto a aparecer, por arte de magia. No sé de dónde, ni cuándo. Lo único que sé es que tuvo una conversación interesante con mi padre la noche en la que aparecí en el hospital. No sé si aquello hizo que se preocupase por mí, o si realmente estaba preocupado por que me pasara algo grave. Si algo sabía con certeza, es que lo estaba. No necesitaba saber la razón.

En lo único en lo que podía pensar, todavía con el agua bajando por mis mejillas y mis labios mientras observaba mis nudillos morados contra la pared de la ducha, era en la sensación de paz en la que me encontraba en el hospital. Segundos aparte, primero con una guerra mental y física con mi cuerpo y mi alrededor, luchando por poder respirar y a la vez intentando que mis pensamientos se callasen de una puta vez. Y luego, paz. De un momento a otro, deslizándose en mis venas con rapidez en un líquido fresco y placentero. Me dio esa sensación que llevaba buscando durante toda mi vida, algo que anhelaba con fuerza y que no sabía que necesitaba tanto hasta ese momento. El aire entró de golpe en mis pulmones de una manera tan sutil que se me olvidó por unos instantes que estaba luchando por conseguir que entrara.

Tuve que pensar en otra cosa, porque me habían advertido que aquello podía ser adictivo. Podía entender por qué. Pero me metí el bote de pastillas en el bolsillo cuando me escaqueé de casa de todas formas, por mucho que todavía les tenía un poco de respeto.

—¿Estás bien? —fue lo primero que me dijo Dan al verme de nuevo.

Por primera vez había sido él quien me había contactado a mí.

Yo sólo me encogí de hombros sin mirarle, porque estaba cabreado. No quería echarle a él la culpa de que mi padre había retomado su mal hábito ni de que había acabado en el hospital hacía tan sólo un par de días, pero inconscientemente lo hacía.

Dan me ofreció un cigarrillo y yo lo acepté sin pensármelo dos veces. Él seguía con mi bote de pastillas en la mano.

—Diazepam. ¿Te lo ha recetado la psicóloga?

—El hospital —respondí mirando hacia el suelo después de encenderme el cigarro.

Soltó una carcajada en forma de resoplido.

—¿Sin consultar a tu psicóloga?

—Yo qué coño sé.

—Puedo vender esta mierda muy cara. Conozco a gente que pagaría… veinte o treinta pavos por pastilla.

—Las necesito. Tengo que tomarme una al día.

—Y una mierda las necesitas. Estás bien, están intentando meterte cosas en la cabeza, tío —dijo, y sentí cómo trataba de captar mi mirada mientras sacudía el bote conforme hablaba.

Puse los ojos en blanco y di una calada.

—Lo que sea.

—Va, déjame que venda un par, y compruebo si la gente las compra o no. Te diré si funciona, ¿eh? Te daré los beneficios.

—Haz lo que sea, Dan. Me importa un par de cojones —dije, aunque le arrebaté las pastillas de las manos y me las metí al bolsillo.

Se quedó callado un momento y suspiró.

—Menuda mierda más seria —comentó, e hizo otra pequeña pausa—. Tienes que tener cuidado —dijo transformando su voz en una más autoritaria.

—Lo intento.

—Acabar en el hospital no es tener cuidado. No quieres que tengan un ojo echado a tu padre, ya hemos hablado de esto.

—No es una decisión que he tomado yo, Dan —dije, y le miré por primera vez.

Llevaba como siempre una gorra echada hacia atrás, un mechón le colgaba en frente de los ojos marrones y tensaba la mandíbula cuando me miraba. Tuve que apartar la mirada cuando vi que me repasaba la cara con los ojos.

—No te estoy echando a ti la culpa. Sólo quiero que lo tengas en cuenta, no quieres aparecer en el sistema yendo de casa en casa.

Resoplé y me levanté del banco cabreado, listo para seguir haciendo lo que había ido a hacer sin soltarle un guantazo.

Dan me sujetó del brazo y me obligó a mirarle.

—Entiendo que estés cabreado—

—No, Dan, claramente no lo entiendes —espeté tirando de mi brazo para soltarme de su agarre—. No puedes desaparecer durante cinco putas semanas y luego llegar de la nada con tus lecciones de mierda. Estoy hasta la polla.

Me di la vuelta con la mandíbula tensa y puse el skate en el suelo. Parece que Dan se tomó unos segundos para tranquilizarse, porque la siguiente vez que me sujetó del brazo para hacer que le mirara no fue tan paciente. Me agarró con fuerza y se aseguró de clavar sus dedos en mi piel para advertirme que estaba consiguiendo cabrearle. Justamente por eso, le devolví la mirada desafiante, tal vez listo para vérmelas con él si era necesario.

—Escúchame, Ethan. Necesitas saber defenderte —dijo sin dudar ni un segundo más para llamar mi atención, tal vez esa fuera la última oportunidad que tendría antes de que le partiese la cara, o por lo menos intentarlo.

Sabía lo que hacía y cómo lo hacía. Me detuve en mis movimientos en un instante. Cuando vio que mis ojos ya no le miraban con desafío, se humedeció los labios y me sujetó todavía con más fuerza. Dan nunca había sido demasiado alto y yo lo era de más a pesar de mi edad; esos fueron los últimos meses en los que me miraría desde arriba.

—No voy a dejar que ese hijo de puta siga con sus juegos. Quiero ayudarte a aprender a defenderte.

Sacudí mi brazo de nuevo de sus dedos y le miré con algo de interés, ablandando algo la voz.

—¿Cómo?

Bajó la mirada y sonrió un poco.

—Conozco un par de trucos.

Con un par de trucos se refería a todo un garaje en el sur de Londres lleno de máquinas pesadas hechas de forma casera, pero efectivas. No era suyo, pero nunca me explicó de quién era ni por qué le dejaba usarlo. Me hizo prometerle que volveríamos todos los viernes de clase directos a ese sitio, y que me enseñaría a pegar puñetazos contra un saco de plástico lleno de polvos de hormigón y el suficiente agua como para dejar los nudillos sangrando después de un par de horas. Me preparaba la comida, llena de carbohidratos, todos los viernes y comíamos juntos sentados sobre las barras de las pesas que cada vez eran más pesadas de subir. Cuando llegaron las vacaciones de verano, me hacía madrugar casi todos los días para correr hasta el amanecer, y recuerdo que la primera vez tuve que hacer un gran esfuerzo por no escupir un pulmón por la garganta. Pero no me costó demasiado esfuerzo acostumbrarme a levantarme temprano y hacerlo, hasta que había días que lo hacía sin él.

Las tardes en el garaje eran duras y largas. Tan sólo había una pequeña ventilación en la pared y dejar la puerta abierta no solía ayudar demasiado a que el olor a adolescente encerrado se disipara o que el sudor bajase más despacio por la frente y el cuello. Sin embargo, poco a poco, empezó a importarme menos la poca calidad en la que hacíamos nuestros entrenamientos, y me centraba más en mejorar mis habilidades, siempre con la imagen de apalearle la cara a mi padre algún día. Aunque Dan no se cansaba de repetirme que debía tener paciencia, que aquello no pasaría de un día a otro, y que debía estar preparado.

Pronto aprendí que probablemente Dan era la persona más peligrosa que conocería nunca.

Todavía recuerdo una de las conversaciones que tuvimos justo antes de que comenzaran las vacaciones de verano. Un viernes cualquiera, tal vez el penúltimo del curso, donde habíamos pasado la mayoría del día planificando qué íbamos a hacer en verano para no perder la rutinas. Sin que pasara nada que tal vez causara la conversación. Fue repentino y natural, aunque tal vez algo raro, considerando que Dan jamás me había hablado de chicas, o por lo menos no así. Supongo que ese fue el momento en el que comenzó a verme como un igual y un amigo, antes que como a un protegido que tenía que rescatar.

—¿Qué tal está Jane? —preguntó de la nada, sentados en el banco demasiado pequeño para nuestras piernas.

Tuve que tragar la comida con algo más de fuerza de la habitual y, por alguna razón que no me había pasado hasta entonces, sentí mi corazón dar un salto. Como una ola de cosquilleo que se esparcía desde mi corazón hasta la punta de todos mis dedos. Titubeé un poco y mantuve la mirada en el tupper de arroz con pollo.

—Supongo que bien. Es maja.

Le escuché reírse y vi cómo asentía con la cabeza sonriendo de forma amplia a su comida mientras enredaba en ella.

Lo sé.

Fruncí el ceño y le miré algo extrañado.

—¿Cómo lo sabes? ¿La conoces?

Se encogió de hombros.

—Me cae bien, tengo su número y solemos hablar hasta super tarde.

Fruncí el ceño de nuevo.

—¿Tiene móvil?

Soltó otra carcajada y negó con la cabeza.

—No, tío, usa el de su padre. Es adorable.

Sonreí con algo de falsedad.

—¿Y Ellen?

—A Ellen no le cae bien Jane.

Puse los ojos en blanco.

—Eso ya lo sé, no te estoy preguntando eso, carapolla. Digo que qué pasa con Ellen, pensaba que teníais algo o no sé qué —dije, ahora sí mirándole y aprovechando el momento.

Sacudió el tenedor en el aire mientras masticaba con el ceño fruncido, restándole importancia.

—A Ellen que le den. Tuvimos lo nuestro y estuvo guay, pero no quiero follármela todo el rato, ¿sabes? Al final me aburro.

—Eres un capullo.

Se encogió de hombros de nuevo.

—Me la pela, aunque sea follo.

Le miré y sonreí antes de reírme.

Dejó el tupper al lado suya en el banco y puso los codos sobre sus rodillas para mirarme mejor. Me puso una mano en la nuca y me sonrió.

—Ya aprenderás.

Le devolví la sonrisa, y no voy a mentir diciendo que no estaba completamente excitado con la idea de adentrarme en su mundo.

Sin que yo fuera del todo consciente, siempre que iba a ver a Jane me despertaba de un humor especial, con una sonrisa pequeña bajo los labios y el pulso en las muñecas algo más inestable. Pero ese día en particular fue más difícil. De alguna forma despertarme de buen humor sólo porque sabía que ella sería mi compañera en la clase de gimnasia a primera hora me hacía sentirme culpable. No sabría decir del todo de qué, pero me incomodaba. Esa mañana de lunes después de que Dan mostrara su interés en ella, me sudaban las manos cuando ella me las agarraba, y las conversaciones que antes fueron fluidas y cómodas, ahora se atascaban en mi garganta y me impedían mirarle a los ojos. Como si estuviera tocando algo que no era mío. Y que no tenía derecho de tocar.

Todavía era demasiado tímida como para plantarme cara, pero pude sentir su mirada extrañada en mi espalda cuando me solté de ella lo antes que pude e irme corriendo al vestuario una vez terminó la clase.

Cuando él determinó que era lo suficientemente mayor y maduro, después de un mes de verano juntos llenos de gritos y violencia agrupados en ese pequeño garaje de menos de cinco metros cuadrados, me llevó a la primera fiesta. A él no le quedaba mucho para cumplir los diecisiete, y yo con mis trece años me adentré en ese mundo en el que no tardaron demasiado en ponerme un cubata de ginebra o vodka en las narices. Tenía que decir que sí si quería volver a estar invitado. Y estaba claro que quería volver a estarlo. Así que lo sujeté con una sonrisa grande sin que se me notara que me temblaba la muñeca. Aún en esos momentos no sabía si me temblaba porque tenía miedo, o porque estaba más emocionado de lo que quería admitir.

Quería con todas mis fuerzas ignorar el bulto debajo de mis costillas que me hacían tener la respiración irregular y los dedos temblorosos. De ninguna manera quería atribuir aquello a la bebida que tenía entre mis manos, en un vaso de plástico que daba un regusto desagradable a la ya de por sí bebida amarga. Pero por mucho que quería, sólo era capaz de dar sorbos pequeños que me costaba tragar más de lo que quería.

Dan aprovechó un momento en el que sus amigos estaban distraídos para poner una mano sobre la mía y llamarme la atención. Me quitó el vaso de las manos.

—No tienes que beberte esto.

Fruncí el ceño y negué con la cabeza fingiendo que no estaba algo aliviado.

—Está bien—

—No dejes que estos subnormales te digan lo que tienes que hacer. Si no quieres no pasa nada.

No contesté, aunque me sentí a salvo cuando apartó la mirada para empezar a enredar en su bolsillo. Sacó la cartera y colocó un fajo de billetes en mis manos. Le miré perplejo.

—¿Te acuerdas de las pastillas que me diste? Las conseguí vender todas en menos de dos días. Te dije que se vendían como caramelos.

Conté los billetes un poco por encima y calculé que debía tener cerca de doscientas libras.

—¿Cuántas pastillas cogiste?

—Cuatro. No te preocupes, nadie se va a dar cuenta, me he asegurado de ello. Puedes quedártelo, es tuyo.

Alcé las cejas todavía algo sorprendido, y él asintió con una sonrisa para verificarlo.

—Guay —murmuré.

—Ven, quiero enseñarte una cosa.

Se levantó del sofá y comenzó a caminar, por lo que me levanté de un brinco mientras guardaba el dinero como podía en uno de mis bolsillos. Me llevó a un pequeño descansillo en frente de los baños en donde la luz colgaba de un solo tubo fluorescente blanco. Se apoyó en la pared y comenzó a liarse un cigarro.

—No te gusta el alcohol, por lo que he visto.

Aparté la mirada y me encogí de hombros.

—No es exactamente que no me guste—

—Ethan, está bien. Es normal. Mira, Ellen cree que tiene una especie de poder sobre mí y piensa que puede prohibirme cosas. Aún así no le cuentes nada de esto, ¿vale?

Solté una carcajada cuando alzó la mirada para mirarme a los ojos mientras pasaba la lengua por el papel del cigarro con una sonrisa.

—Vale —respondí algo confuso, aunque desde luego divertido con la situación.

—Prueba esto, tal vez te sienta mejor —dijo tendiéndome el cigarro que acababa de terminar junto con un mechero.

Eso fue suficiente. No se comparaba con la sensación que había sentido en el hospital hacían algunas semanas atrás, ni sentía ese frescor en las venas ni la calma en mis pulmones. Pero mi mente se callaba de una forma diferente a cuando lo hacía con las pastillas que me habían recetado. Con ellas sentía que se creaba una especie de pantalla que apartaba las voces de mí y de molestarme. Con lo que me había dado Dan sentía cómo se unían a mi placer por el silencio y a la vez querer armar jaleo. Un jaleo que ya no me molestaba. Sentía los brazos y las piernas ligeras al caminar y al sentarme, al bailar y al cantar. No era la paz que buscaba, pero era paz.

No es de extrañar que no tardé demasiado en adentrarme todavía más en aquel callejón del que no podía ver el otro lado, centrándome en cada grafiti pintado en las paredes y alcantarillas que se llevaban la mierda. Cada vez conseguía estar más cerca de Dan y de toda la gente con la que compartía la calle y sus adicciones enfermizas, de las cuales nunca me sentí una víctima. Me alejaba cada vez que podía de lo que conocía y no quería mirar atrás, porque también yo comenzaba a ser dueño de las baldosas y las grietas en las aceras. Conforme crecía y aprendía a colocarme el pelo de una determinada manera para crear el mayor efecto en las chicas, menos me importaba todo lo demás. Las drogas poco a poco dejaron de ser tan inocentes en las noches donde comencé a caerle bien a toda la gente acertada. O equivocada, depende de cómo lo mires. Seguía buscando y buscando, con la mano en los bolsillos vaqueros y una mirada misteriosa sobre mis ojos, pastilla tras pastilla y la calma en mis pulmones una vez más.

Me miraba los ojos en el espejo del baño en mi casa. Las ojeras resaltaban el verde de mis pupilas con su oscuridad. No me disgustaba del todo lo que veía, de todas formas. Sabía que para tener tan sólo trece años era alto y guapo, lo que era peligroso. Yo sabía qué clase de energía transmitía y cómo podía desarrollarla a lo largo de mi adolescencia. Practicaba en frente del espejo los gestos que veía cuando hablaba de chicas, alzaba la mandíbula y me sonreía a mí mismo de la misma manera que hacía él, y que sabía que usaba para conseguir lo que quería, mientras vendaba mi muñeca con poco interés y acariciaba el moretón sobre mi clavícula. Ya estaba acostumbrándome a vendar heridas que no me había provocado mi padre.

Relajé los hombros, alcé el rostro hacia el foco blanco del baño y gruñí de dolor al apretar con fuerza la herida, segundos antes de dar un golpe tan fuerte como pude a la pared. Me mordí el labio para no gritar y saboreé la sangre cuando abrí mi puño para analizar los daños, gruñendo débilmente de dolor al mover mis dedos. Casi deseé poder ver cómo empezaban a formarse las manchas moradas y verdes en mi mano, justo en frente de mis ojos. Respiré hondo, cerré el puño y di un segundo golpe todavía más fuerte. Me miré de nuevo al espejo. De alguna manera mis ojeras estaban más oscuras todavía, y la luz más blanca que antes. Sacudí la cabeza para salir del trance, me vendé la mano cuando empecé a sangrar de los nudillos y me metí en la cama con la mano latiendo de dolor. Porque ya lo necesitaba para quedarme dormido.

Jane y Ellen estaban en la misma fiesta que nosotros. Yo ni siquiera me di cuenta, fue Dan quien me dio un codazo mientras miraba la entrada con el cigarro entre los labios.

No recordaba la última vez que había visto a Ellen. Aunque, ahora que la había visto, mi mente hizo un recuento automático, y debían haber pasado unas tres semanas. Pero no fue por ella por la que mi corazón dio un salto entre mis costillas.

Me levanté de un brinco para tratar de ir a saludarlas, pero Dan me paró con un brazo. Me senté de nuevo. “Deja que vengan ellas a nosotros” murmuró.

Asentí sin parecerme del todo mal con una sonrisa, y aparté la mirada de la puerta para centrarme en la conversación que estaba teniendo con una chica tres años mayor que yo y con el escote más grande que había visto en mi puta inocente vida. Ni siquiera recuerdo qué es lo que me estaba contando, sólo en lo mucho que me estaba costando mantener mis ojos sobre los suyos.

—Hola, Ethan —dijo Jane con la voz dulce, algo colorada bajo las luces anaranjadas.

La miré desde el sofá y me levanté dejando a la chica a mi lado con la palabra en la boca. Me metí las manos en los bolsillos algo nervioso, mientras veía detrás suya cómo Ellen saludaba a Dan con ojos bajos y ceja alzadas, y él le devolvía el saludo con poco interés. No le respondí ni le miré directamente en ningún momento, sólo me humedecí los labios y esperé a que me hablase ella a mí.

—¿Cómo va tu verano? —preguntó bajando la mirada y apartándose un mechón de pelo.

Me encogí de hombros.

—Aburrido —mentí rápidamente, haciendo todo lo posible por mostrarme misterioso ante ella, tal y como me habían enseñado.

Ella, sin embargo, me miraba con los ojos brillantes y sin poder dejar de sonreír, con los hombros encogidos y viéndose más pequeña que de normal. Parecía que la chica con la que estaba hablando se estaba cansando de esperar, por lo que se colocó a mi lado algo exasperada.

—Voy a por algo de beber, ¿quieres algo? —dijo con acento marcado.

Le miré y negué con la cabeza. Ella le dirigió la mirada a Jane, que le respondió negando la cabeza rápidamente, frunciendo los labios.

—¿Quién es? —preguntó una vez se marchó.

—Nadie.

Ellen llegó de detrás de su amiga y se colgó de mi cuello con una sonrisa amplia.

—Ethan, joder, ya casi no te veo —me dijo al separarse y darme un golpe en el hombro.

Quise responder, pero Dan también se levantó del sofá y no tardó ni un parpadeo en colocar su brazo sobre los hombros de la rubia, que seguía mirándome sin saber del todo qué decir. Ellen puso los ojos en blanco, y Jane bajó algo la mirada colorándose en seguida.

Yo también aparté la mirada con rapidez y me mordí la mejilla. Tuve la necesidad de dar un paso hacia atrás.

—¿Qué hacéis aquí, de todas formas?

—Pues hemos venido a la fiesta, imbécil —respondió Ellen, probablemente alerta ante mi tono no demasiado amable.

—Suponía. Pero, ¿quién os ha invitado?

No quería sonar grosero, realmente tenía curiosidad por saberlo.

—Venga ya, Ethan, no seas maleducado —dijo Dan acariciando entre sus dedos uno de los mechones rubios de Jane, que seguía mirándome. Aunque algo más incómoda esta vez.

Puse los ojos en blanco.

—Lo que sea.

No podía quitarles los ojos de encima. Sobretodo a él; la miraba como un caramelo que no podía esperar desenvolver, bajando su mirada por su cuerpo casi con la boca abierta. Y ella hablando con él inocentemente mientras reía nerviosa con sus comentarios.

No sé si lo hice por simple despecho o porque de pronto me sentí increíblemente triste. Ella había entrado directa hacia mí con una sonrisa de oreja a oreja feliz por verme, y a él le había bastado con un par de caricias en el pelo para captar su atención y arrebatármela del todo. Asegurándose de dejarme con los peores de los sabores amargos bajo la lengua, e increíblemente incómodo.

Así que sujeté a la chica de la que llevaba pasando toda la tarde, nos encerramos en el baño para que me diese algunas de las pastillas que llevaba en el escote, y me la tiré contra la pared de baldosas blancas.

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