jess -i [1 mayo 2010]
- fxck0pinions
- 8 ene 2020
- 12 Min. de lectura
Probablemente el despertador hubiese sonado unas tres veces antes de que me sacara del sueño abruptamente. El sol me golpeó en la cara en cuanto me incorporé en mi cama nueva.
—¡Kraftedme! —maldije en un grito tras observar la hora, y darme cuenta de que ya era muy tarde.
Me tropecé con las quinientas cajas que todavía estaban esparcidas por mi habitación, y traté de buscar el atuendo que había preparado para ese día, sin tener tiempo de que meterme en la ducha y rezando por que el desodorante y un poco de perfume fuera suficiente.
Bajé corriendo por las escaleras empinadas tratando de no tropezarme, y todavía atándome el cinturón fui a la cocina para por lo menos no ir con el estómago vacío.
Mis padres estaban sentados en la cocina mientras desayunaban con la televisión puesta.
—¿Por qué no me habéis despertado? —casi les grité, mientras me acercaba al frigorífico a por algo de leche.
Puse una mueca de asco después de tragar y traté de amortiguar el sabor con una tostada que robé del plato de mi padre. La leche en ese condenado país sabía fatal.
Mi madre se miró el reloj de muñeca con las gafas bajadas.
—No me acordaba que tenías la entrevista hoy.
Gruñí con fuerza, todavía mascando, y corrí hacia la puerta para ponerme las zapatillas y salir corriendo de casa con la bandolera colgándome del hombro.
Por suerte, la boca del metro estaba a tan sólo cinco minutos de mi casa, y si llegaba al primer tren, tal vez no llegaría tan tarde como apuntaban todas las apuestas.
Mi vida estaba a punto de cambiar radicalmente (el radical que por aquel entonces conocía). Y también estaba a punto de convertirse en el cliché más grande que existía. Chica de quince años se muda a un país distinto. Y que encima llega tarde a la entrevista más importante que tendría en mi vida. Un cliché como una catedral de grande.
En un momento de completa paranoia, mi corazón dio un vuelvo al ver en mi mente mis partituras sobre una de las cajas en mi habitación, y tuve que mirar en mi bolso. El suspiro se escuchó por todo el vagón, cuando respiré en alivio al ver los papeles en la carpeta.
Antes de murarme, no tenía ni idea de qué es lo que acabaría haciendo en ese país nuevo al que mis padres me habían forzado vivir, aunque lo que más claro tenía, es que no quería dejar de lado la música.
Allí en Inglaterra eran algo más estrictos en lo que a estudios se trataba, aunque por mucho que había estado delante del piano practicando como podía, no había manera de que supiera cómo iba a ser el examen ni la entrevista de ese día, ni cómo prepararme para él. Aunque, en esos momentos, mi única preocupación era no llegar demasiado tarde, y más importante, no oliendo a sudor.
Miré mi reloj al salir del metro y si corría, tan sólo llegaba dos minutos más tarde de lo previsto. Con los dedos de mis dos manos cruzados, entré en el edificio y traté de recuperar el aliento.
Mi corazón dejó de martillearme con locura en el pecho, y pude tranquilizarme mientras caminaba por los pasillos del hermoso edificio antiguo en el que se asentaba la academia. Reconozco que había pasado buena parte de la noche preocupada por la entrevista, y tal vez por eso me había quedado dormida. Pero una vez supe que ya no estaba en el ojo del problema, estaba bastante más relajada. No era la primera vez que tenía una entrevista de ese tipo, en el mundo de la música eran demasiado habituales, y era bastante consciente de que las solía bordar.
Por suerte, en el pasillo en el que estaba el aula donde se harían los exámenes había una cola de unas cuantas personas de más o menos mi edad, esperando a que fuera su turno para entrar. Algo aliviada, pero sin una sola expresión en la cara, me puse detrás del último y me puse a repasar mis partituras por mucho que sabía que podría tenerlas delante mientras realizaba el examen. Y que esas partituras me las sabía de memoria. Aunque, era lo único que podía hacer en esos momentos.
Estaba algo nerviosa, aunque no por mi audición, sino por el hecho de que podrían rechazarme por mi edad. Había hecho todo lo posible por conseguir una entrevista a pesar de que tendría que esperar un año entero por poder entrar en la escuela, y después de meses de llamadas, papeleo y e-mails, el decano me había confirmado que con mis calificaciones no habría ningún problema.
Mi selección de canciones era algo arriesgada, podía ver de reojo como el chico de delante mía había escogido una canción de Beethoven. Fácil, pero a la vez clásica, algo que definía a la perfección la sociedad en la que estaba a punto de sumergirme. Elegir una pieza que estaba escrita para una orquesta entera y hacer los arreglos para piano compuesto por mí era, desde luego, lo más arriesgado que había hecho hasta ese entonces, por eso recé más de una vez por que evaluaran la ejecución y la originalidad.
Con las prisas al salir de casa, tuve muchas ganas de ir al baño, por lo que me puse la bandolera al hombro y busqué entre los interminables pasillos. Una vez entré y pude beber agua, con las partituras contra mi pecho, hice ademán de salir apresurada pensando que ya tendría que ser mi turno pronto. Mientras me colocaba bien el bolso en el hombro, choqué contra una chica que entraba al baño conforme yo salía. Primero escuché su jadeo y luego sentí el café hirviendo contra mi pecho.
—¡Dios mío! —gritó la chica menuda del susto, y automáticamente se llevó las manos a la boca al ver que me había tirado su taza de cartón sobre mí.
Yo también grité, aunque no tanto del susto. Mis partituras estaban empapadas con el líquido, las cuales tuve que tirar al suelo al sentir el quemazón en el pecho y poder apartar el jersey de encima mía con los dedos, mientras la chica intentaba enfriarme abanicándome con las manos una vez pudo reaccionar del shock.
—Madre mía, lo siento muchísimo, te he arruinado las partituras —dijo mientras se agachaba a recoger mis papeles y yo seguía pinzándome el jersey empapado para evitar seguir quemándome y soplando sin saber realmente cómo reaccionar.
—Tranquila, no pasa nada —titubeé chapurreando mi inglés, el cual no había tenido demasiado tiempo de practicar.
—Tengo partituras de sobra, probablemente pueda reemplazarte alguna —siguió murmurando. poniéndose los papeles arruinados debajo del brazo para empezar a rebuscar entre su mochila, apurada y con dedos temblorosos.
La chica parecía alterada con lo que acababa de ocurrir, sus gestos eran apresurados y nerviosos, y no dejaba de ponerse un mechón de pelo largo que se escapaba de su coleta detrás de la oreja.
Inspeccionó mis partituras para asegurarse de que fueran las mismas y se detuvo de pronto al darse cuenta de que no podría reemplazarlas.
—Joder, mierda, las has hecho a mano.
Por fin dejé de abanicarme el jersey para cogerlas de nuevo mientras me las tendía con la mirada perdida.
—En serio, no pasa nada. Me las sé de memoria.
—¿Jessica Dahl?
Pude inspeccionar a la chica unos segundos antes de que una mujer gritase mi nombre en el pasillo para hacerme pasar a hacer el examen; era delgadísima, podía ver sus clavículas asomándose por el jersey blanco que llevaba, mientras sus también delgadas piernas aparecían por debajo en un leggin negro, con unas botas Martin que le quedaban grandes. Su pelo castaño apagado estaba recogido en una coleta mal hecha, y sus enormes ojos marrones me miraban preocupada, mordiéndose copiosamente los carnosos labios llenos de heridas.
—Mierda, ¿tienes el examen ahora? Joder, no puedo dejar que vayas así —murmuró más para sí misma que para mí.
Antes de que pudiese reaccionar, dejó caer su mochila al suelo y se quitó el jersey de un movimiento para tendérmelo con una sonrisa nerviosa.
—Seguro que te entra. Muchísima suerte en tu examen —me dijo, antes de salir corriendo de ahí y dedicarme una última sonrisa.
Con su jersey blanco en una mano y las partituras arruinadas en la otra, me quedé durante escasos segundos de pie sin saber qué es lo que acababa de suceder o cómo reaccionar al respecto. Como si alguien me hubiese espabilado con un botón a distancia, puse mis cosas encima de un banco cercano y sin pensármelo dos veces, me quité el jersey mojado para ponerme ese a toda prisa, sin querer perder ni un segundo más.
—¡Jessica Dahl! —gritó por segunda vez la mujer, y pude escuchar en su tono de voz que estaba perdiendo la paciencia.
Metí como pude las cosas dentro del bolso y corrí hacia la puerta en la que minutos antes había estado esperando.
—Estoy aquí —dije al llegar con el aliento agitado, y la mujer me miró de arriba a abajo sin esconder que me estaba juzgando.
—Bien. Acompáñeme.
La seguí hasta dentro de la habitación y se detuvo por unos segundos para dirigirse a mí.
—Voy a necesitar su redacción y las partituras que vaya a usar en la audición.
Asentí y saqué la carpeta en mi bandolera para tendérsela a la mujer, en la que se encontraba toda mi información para poder realizar el examen.
—No voy a usar partituras —dije sin que me temblara la voz, aunque estaba bastante más nerviosa que antes al no tener mi red de seguridad.
La mujer arrugó un poco la nariz y asintió al aceptar mi carpeta, y me dejó entrar a una sala grande y luminosa, donde al fondo había una mesa alargada en la que estaban sentados dos hombres y una mujer que hablaban entre ellos sin ánimos. La mujer que me había acompañado al entrar caminó hacia ellos con ímpetu y les tendió la carpeta mientras yo hacía mi camino hacia ellos con seguridad.
—¿Jessica Dahl? —preguntó la mujer sentada en el centro, conforme la otra se retiraba hacia un lado.
Asentí.
—Sí, señora —dije con voz segura.
Me sonrió débilmente y prosiguió a leer lo que contenía la carpeta durante unos minutos. Cuando terminó me sonrió todavía con mayor entusiasmo después de tender mi información a sus acompañantes.
—Ah, señorita Dahl, la chica de Dinamarca. Nos place tenerla aquí, su colegio anterior se ha asegurado de que tengamos muy buenas referencias de usted.
Sonreí tímidamente y coloqué las manos detrás de la espalda.
—Bien, Jessica —dijo el hombre a su lado, algo barrigón y con un bigote enorme, con una voz energética y claramente cantante—. Toca el piano, ¿correcto?
—Sí, señor.
—De acuerdo.
—He observado que —dijo de la nada el hombre restante, más delgado y más serio que los anteriores— en su presentación habla de “ambiciones más allá de lo común” y su “amor por las artes inconvencionales respecto a la música”. ¿Podría explicarnos eso?
Me aclaré la garganta y repasé en mi cabeza cien veces las palabras exactas traducidas al inglés para no meter la pata antes de mirar al frente y tratar de sonar natural.
—Ya sé que no es nada original, pero me gusta experimentar con las notas de diferentes canciones y proponerme un reto. Me considero bastante ambiciosa y perfeccionista, no puedo abandonar un proyecto hasta que sé que está perfecto o por lo menos saber que he hecho lo posible por que lo esté. Por mucho que los clásicos me gustan muchísimo y disfruto tocándolos, prefiero ir más adentro y partir de la raíz para mis composiciones.
La mujer se llevó el boli a la boca con una pequeña sonrisa, y el señor delgado seguía con los brazos sobre la mesa y con la misma expresión.
—¿Compone, entonces? —dijo el hombre del bigote.
—No todo lo que quisiera, aunque me encantaría aprender más de lo que ya me han enseñado en Dinamarca.
—Genial, le daremos otro repaso a su redacción, señorita Dahl —la señora no dejaba de sonreírme, y realmente me estaba dando la tranquilidad que hacía unos minutos me habían arrebatado.
Después de hacerme un par de preguntas técnicas acerca de partituras y algunas pruebas de audio, prosiguieron a la audición.
—Bien, Jessica, hemos visto que no ha facilitado las partituras que va a tocar para nosotros.
Me coloré sin saber por qué y mis manos jugaron entre ellas detrás de mi espalda.
—Sí, lo siento. Las he traído, pero he tenido un pequeño accidente en el pasillo y ahora no puedo leerlas. Pero no las necesito, realmente.
Los tres se miraron entre sí durante unos segundos y la mujer volvió a mirarme con ternura.
—Nos gustaría verlas igualmente. O por lo menos intentarlo.
Se rieron en coro sigilosamente, con un humor extraño que no acababa por entender.
Sonreí algo nerviosa y rebusqué en mi mochila para sacar los papeles arrugados que eran mis partituras hechas a mano.
Dejé mi mochila en el suelo y me acerqué a ellos para dejarlas en su mesa, y rápidamente volví a mi sitio. De nuevo dejaron salir alguna que otra risa, aunque nunca demasiado estridente. Como si temiesen que les oyesen.
—De acuerdo, señorita Dahl, puede comenzar cuando esté lista.
Asentí de nuevo y caminé hacia el precioso piano de cola que estaba a mi lado y por el que había luchado con todo mi ser por no mirar demasiado.
Me senté en la banqueta y acaricié las teclas con los dedos antes de que me dieran las direcciones de lo que debía tocar, deleitándome ante la belleza que desprendía el instrumento y el olor que me rodeaba cada vez que estaba cerca de uno de ese calibre.
—De acuerdo, Jessica, ¿puede explicarnos por qué has elegido transformar una partitura de orquesta en una de piano? ¿No cree que es empequeñecer la composición?
Titubeé unos segundos pensando en mi respuesta, ya que realmente no me lo había planteado de esa manera.
—Yo creo que no es posible empequeñecer nada si se refiere a la música. La primera vez que escuché la canción en la Orquesta Cinemática pensé que debía de haber sido escrita por un genio, no pensé en los instrumentos que la tocaban individualmente. Creo que lo que he intentado con esto es hacer una composición preciosa más personal e íntima. He intentado convertir la composición en el instrumento; porque el piano es el instrumento más íntimo que existe en mi opinión, y perdonad mi indiscreción. Consigo hacer que las notas canten directamente de tu a yo, en un espacio más pequeño y… mío. Me gusta la música que me canta al oído.
Se quedaron en silencio durante unos segundos antes de que el hombre delgado, por fin, me sonriera y me diera la dirección para que empezase a tocar la pieza.
Fue todo un honor poder tocar en aquel auditorio grande y a la vez algo pequeño a lo que yo estaba acostumbrada. La acústica de la sala, las piezas frías contra mis dedos y mi respiración en mis pulmones ayudaron a que la música fluyera entre mi pelo con naturalidad mientras presionaba las primeras notas despacio y con seguridad, sutil y tímidamente, aunque sabiendo exactamente lo que hacía. Podía ver la partitura delante de mis ojos, pero pronto y sin que me cogiese por sorpresa, lo único que hice fue cerrar los ojos y dejarme llevar por el instrumento, como si fuese él quien me estuviera explorando a mí.
El rosa de la música, el pedal alargando las notas y el micrófono reproduciendo todo lo que estaba sintiendo bajo mis dedos. El ritmo pedía subir de pulso, casi podía escuchar el poder de los violines querer traspasar las paredes del piano, pero la intimidad de lo que quería transmitir susurraba desde debajo, por mucho que pareciese mentira, estaba ganando.
Intenté trasmitir lo que yo sentí la primera vez que pude escuchar la música fluyente en la sala, penetrando en los pechos de mis acompañantes, casi sintiéndose violados al tener que sentir todo aquello delante de tanta gente. Compartir ese sentimiento con multitudes desconocidas casi era algo embarazoso, como si todos a la vez hubiesen experimentado el mismo éxtasis en sus terminaciones nerviosas, y ya no se atrevían a mirarse a las caras, porque era algo demasiado íntimo y privado.
Era acogedor, abrumarte, tan extremadamente adictivo el sentimiento de hogar y calidez que aquellas teclas me transmitía que ya no soy capaz de experimentarlo de cualquier otra forma. Me tenía presa en sus aromas musicales, los vientos graves me sujetaban a la música, y yo no hacía absolutamente nada más que serle fiel y obediente. Estaba agradecida de poder ser su prisionera.
No se me daba bien cantar, no era mi punto fuerte. Sin embargo, conforme la canción iba llegando a su punto más decadente, acerqué mis labios al micrófono y dejé que las últimas notas sonaran al compás de mi respiración antes de empezar la icónica canción de “Here Comes The Sun” de The Beatles, para así permitir que la canción acabase de forma alegre, y poder permitir que esa sensación en el pecho que me hacía poder dormir y levantarme estuviera en cada uno de los presentes. Esa sensación de que todo va bien, que nada va mal, que por fin ese dolor de estómago ha desaparecido y que hay un gran día por delante. La sensación de que había bordado absolutamente aquella audición.
Levanté el último dedo de la tecla con un pequeño suspiro en el micrófono, antes de salir de mi trance y apartar la mirada de uno de los amores de mi vida.
Dirigí la mirada hacia mis evaluadores con una sonrisa, y los tres me miraban con sonrisas en los labios.
—Bien, señorita Dahl—el señor delgado me sonrió por última vez y procedió a apuntar algo en su cuaderno.
—Puede levantarse.
Me quedé callada unos segundos.
—Pensé que tenía que prepararme otra pieza —dije, tratando de que no se notara mi repentino brinco en el pecho en la voz.
—Sí, de normal hacemos que los aspirantes toquen dos canciones, aunque creo que hemos oído suficiente.
Asentí y me levanté temblorosa, sin saber realmente si aquello era una buena señal o una señal malísima. Al salir de ahí con el corazón en la boca y con las manos temblorosas, poco a poco y por fin pude sentir cómo mi cuerpo dejaba de estar en completa tensión y me relajaba por primera vez en horas, aunque me marché del edificio con un nudo en la garganta.
Sin embargo, una vez me sacudí la presión de un examen tan importante, pude notarlo por primera vez. Caminando hasta mi casa con los pensamientos más tranquilos, se coló sin querer un olor dulce y fresco a cereza y tabaco. Sutil, sin darme cuenta, acompañándome durante el día; al llegar a casa, al comer, al comenzar a desempaquetar las interminables cajas sobre las estanterías de mi habitación. No me planteé en ningún momento de donde podía venir, porque era tan suave que no me estaba dando cuenta. Hasta que me quité el jersey y me metí en la cama, y comencé a echar de menos el perfume inconscientemente.
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