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Jess -vii [13 octubre 2010]


Yo: siento haberme ido así de la tienda ayer

Yo: estaba muy enfadada

Leon B: no te preocupes

Leon B: es entendible

Yo: :)

Leon B: escucha

Leon B: hay algo que me gustaría contarte

Yo: cuéntame

Leon B: puedes quedar esta tarde?


—Jess, ¿me estás escuchando?

Alcé la mirada de mi teléfono y me encontré a Ellen con una verdadera mirada de preocupación en la cara, lista para desahogarse de cualquiera que fuera su problema. Dejé caer los hombros y le devolví la mirada dejando el teléfono encima de mi cama. Suspiré.

—Lo siento, ¿qué estabas diciendo?

Gruñó y se dejó caer de espaldas sobre el colchón. Hizo una pausa un tanto larga mientras se frotaba los ojos.

—Te he mentido —dijo después de suspirar—. No le he dicho a Jane que viniese.

Fruncí el ceño.

—¿Por qué?

Se incorporó de nuevo y vaciló para mirarme, con un dedo en la boca y recolocándose el pelo continuamente.

—Tengo que contarte una cosa, pero necesito que me prometas que no me vas a odiar.

Seguía sin entender del todo qué estaba ocurriendo, pero no me extrañaba demasiado que Ellen se comportase de forma extraña. Últimamente estaba muy rara, más de lo usual. La pillaba más de una vez observando a Jane en silencio, mordiéndose el dedo como estaba haciendo en ese momento, bajando la mirada cuando se daba cuenta. Como si estuviese escondiéndose de algo y tuviese miedo de que la pillasen. Pero aquel comportamiento lo tenía desde que la conocí, y simplemente pensaba que eran imaginaciones mías o casualidades a las que no prestaba demasiado atención. Pero las últimas semanas eran mucho más frecuentes como para que yo las pasara por alto, y me estaba preguntando si aquel momento era en el que se había decidido de contarme qué le estaba atormentando tanto.

—¿Qué pasa?

—Le dije a Jane que esta noche iba a ir con ella a los putos estudios para ver a Harry, otra vez. Pero creo que no voy a poder ir con ella.

—¿Por qué?

Bajó la mirada hacia sus dedos que enredaban furtivamente con la colcha de la cama, visiblemente nerviosa como no la había visto nunca.

—He estado hablando con Dan últimamente—

—¿Con Dan? ¿Qué es lo que quiere? —dije frunciendo el ceño, asqueada con la idea del ex abusivo de una de mis mejores amigas.

Gruñó de nuevo.

—La he liado parda, Jess.

Me detuve un momento para mirarla con algo de miedo y determinación en los ojos, advirtiéndola con la mirada. Pero ella sólo apartó los ojos y se mordió el labio.

—¿Qué has hecho?

Estaba mucho más nerviosa de lo que me imaginé que podría estar nunca. Siempre la he visto hermética y capaz de mantener la compostura. Me miró una última vez a los ojos antes de apartar la mirada una vez más, se humedeció los labios y para evitar mirarme, cerró los ojos.

—Me he liado con él —soltó.

Alcé las cejas y abrí los ojos en sorpresa.

—¿Qué? Ellen, ¿te has liado con Dan—

—Déjame… —me interrumpió alzando algo la voz, aunque se detuvo para tratar de poner sus propios pensamientos en orden—. Déjame que te lo explique.

La miré con los brazos cruzados sin añadir nada más, y pude ver en su mirada que hubiese deseado que le hubiese gritado un par de cosas más, para que no hubiese tenido que explicarse como ella me había propuesto. Queriendo que la juzgara y me enfadara con ella para poder escaquearse de la situación. Se daba golpes en la mano con su otro puño, miraba hacia los lados sin dejar de morderse los labios, y casi pude ver los pensamientos flotando encima de su cabeza dando vueltas sin cesar, intentando dar sentido a la situación.

—Mira —dijo finalmente con un suspiro—, conozco a Dan desde hace muchos años. Desde antes de conocer a Ethan, incluso.

Me pasé una mano por la frente y por los ojos, oliendo ya lo que Ellen estaba a punto de explicarme. Y gruñí al darme cuenta yo también, cuando supe qué es lo que Jane tendría que soportar de aquí en adelante.

Leon B: es importante


—Mira Ellen, tengo mucho en la cabeza hoy, ¿vale? —dije, levantándome de la cama y dando un paseo por mi habitación, intentando que no se notara en mi semblante que estaba algo enfadada con ella.

Eso era justo lo que no necesitaba ese día. No había conseguido pegar ojo, repitiendo una y otra vez en mi cabeza las palabras que le dije a Lena y lo mal que me había comportado con ella a pesar de todo lo que había sucedido. Aún seguía sin entender qué estaba sucediendo y por qué se estaba comportando de esa manera conmigo tan repentina, como si aquella tarde que pasamos juntas no pasó nunca, como si no me hubiese dormido pensando en cómo nos despedimos en el anden del metro, como si ella no hubiese acariciado mi pelo.

Y justo ese día Ellen decidió confesarme uno de los secretos que más le hubo costado guardar de su vida, y cuando me lo contó casi pude ver cómo la gran losa bajaba de su espalda de una vez por todas. Estaba aliviada de por fin poder contarlo en voz alta, por mucho que así no ayudaría a solucionar el problema.

—Jess, por favor. Necesito tu ayuda —me dijo, sentada todavía con las piernas cruzadas sobre mi cama, y pude escuchar cómo se le rompía la voz conforme intentaba pronunciar la frase.

La sonreí de lado con algo de ternura y me volví a sentar con ella.

—Tranquila. Vamos a solucionarlo, ¿de acuerdo?

Haría por mis amigas cualquier cosa si me lo pidiesen, les bajaría la luna si lo quisiesen. Ellen sólo estaba intentando hablar conmigo de algo de lo que probablemente nunca había hablado con nadie antes. Podía ver en sus ojos cristalizados que le costaba mirarme y hablar de aquello en voz alta, así que le presté toda mi atención y traté de que no se me notara demasiado que estaba bastante enfadada con ella por lo que había hecho, a pesar de no tener demasiados detalles sobre el tema.

Bajó la mirada y asintió, atrapando una lágrima que bajaba por su mejilla rápidamente.

Suspiré.

—Vas a tener que contárselo, Ellen. Vas a tener que sentarla y hablar con ella.

Asintió de nuevo, aunque parecía que estaba demasiado avergonzada para mirarme a la cara. Fruncí los labios y me acerqué a ella para darle un abrazo. Ella no tardó demasiado en sujetarme la cintura y apretarme con fuerza para llorar sobre mi pecho. La dejé en silencio, le acariciaba el pelo y esperé a que terminase de desahogarse.

—Echo un montón de menos a Ethan —dijo al final.

—¿Él lo sabe?

Asintió.

Negué con la cabeza suavemente aprovechando que no me miraba, aunque no me importó que supiera mi desaprobación. Sabía que Ellen estaba pasando un mal rato y que solo necesitaba un poco de cariño, pero eso no quitaba que lo que estaba haciendo estaba mal, y que probablemente Jane no se lo tomaría tan bien como yo.

—¿Cuándo pasó?

Se incorporó y se giró para sacar un pañuelo del bolso.

—Un par de semanas antes de que rompieran.

Reprimí mis palabras en un suspiro y la miré con algo de severidad, aunque ella no se atrevía a mirarme durante más de un par de segundos, pero probablemente ya se imaginaba cual iba a ser mi reacción.

—Creo que necesitáis de dejar de tratar a Jane como si fuera de cristal. Está claro que Ethan estaba colado por Jane, y tu estás enamorada de Dan. ¿Por qué simplemente no hablasteis con ella?

Se encogió de hombros y se sorbió los mocos.

—No lo sé. Desde que la conozco he tenido la necesidad de protegerla. Y creía que lo estaba haciendo, pero hemos entrado en un bucle tan gordo que ya no sé cómo salir.

Continué acariciando el pelo, y dejé que me contara cosas acerca de cómo había entrado en esa zona en la que ya era imposible salir sin herir a alguien, de cómo ella y Dan se conocieron y todo lo que a ella también le hacía daño.

No recuerdo haber visto a Ellen tan vulnerable antes, siempre la había visto como la chica dura y fuerte que no necesitaba llorar, y mucho menos una chica que se permitía llorar delante de nadie. Podía imaginarme por todo lo que estaba pasado, y nunca conseguí ver más allá de su coraza de metal que siempre llevaba encima hasta entonces. Parece que estaba equivocada, no pareció que le molestase que la viese llorar ni que estuviese incomoda apoyada en mi pecho y mojándome la camiseta con sus lágrimas. Confiaba en mí y me sujetaba el cuerpo con fuerza al necesitar un buen abrazo, sin miedo a pedirlo y a sentirse necesitada.

Al final conseguí convencer a Ellen de que fuera con Jane a los estudios, y me prometió que buscaría la forma de contarle lo que estaba sucediendo, tarde o temprano, de una forma u otra. Vimos juntas una película, se duchó en mi casa y se marchó a la hora justa para ir a buscar a nuestra amiga y acompañarla en una tarde probablemente muy importante para ella.


Yo: estoy de camino

Yo: siento haber tardado

Leon B: es igual, sigo en la tienda

Leon B: cierro en 20 mins

Leon B: te espero


Los días cada vez eran más cortos y oscurecía antes. No estaba especialmente oscuro cuando salí de casa alrededor de las siete de la tarde, pero sabía que dentro de poco estaría caminando por calles oscuras y aún así abarrotadas de gente. La tienda estaba cerca del centro, por lo que tardé cerca de veinte minutos en metro para acercarme a la zona.

Estaba nerviosa, no voy a mentir. No sabía exactamente muy bien el por qué. No sabía si Lena iba a estar con su hermano o solo iba a estar él, y la verdad no sabía del todo qué es lo que más nerviosa me ponía. Las cosas habían cambiado drásticamente una vez supe que se trataba del hermano mellizo de la chica que tal vez me gustaba, y esa sensación de quedar con un chico sintió horriblemente distinto a habitualmente.

Por suerte la sonrisa que me esbozó al verme llegar me tranquilizó un poco, sin saber muy bien por qué. Supongo que porque me transmitió confianza con muchísima rapidez, algo que probablemente no hubiese sentido si hubiese quedado con él sin saber que era el hermano de Lena.

Me llevó a una pequeña tetería y me invitó a un batido de plátano.

—Debes ser la única inglesa que conozco que en esta tetería en particular pida un batido.

Me reí.

—Soy de Copenhagen.

Frunció los labios en una sonrisa y asintió.

—Vaya. Ya decía yo que las inglesas que yo conozco no son tan guapas.

Le miré con una sonrisa, pero no le dije nada, tan sólo me lleve la pajita de plástico a la boca. Se pasó una mano por el pelo y se humedeció los labios.

—¿Qué clase de relación tienes con mi hermana?

Tragué tomada por sorpresa y aparté la mirada, haciendo lo posible por no colorarme de pronto.

—¿A qué te refieres?

—Escucha, Lena no es del tipo de personas que tiene amigas. Jamás he visto que tuviera una.

Me encogí de hombros.

—Eres su hermano, probablemente tampoco quiera que sepas con qué gente se relaciona.

—Hazme caso. No digo que sea nada malo, pero es cierto. Lena y yo tenemos la típica relación de mellizos cliché, literalmente me lo cuenta todo. Por eso se me hace raro que no me haya contado nada acerca de ti.

Suspiré y negué con la cabeza.

—No lo sé, vamos juntas a clase, nos llevamos bien —mentí rápidamente.

—¿Te ha contado algo que… te sorprendiera?

Fruncí el ceño algo confundida. Aparté la mirada y suspiré.

—Mira, no sé de todo lo que me ha contado qué es real y qué no. Me contó que su madre estaba en la junta directiva del colegio y que su padre era músico. Y que era hija única. Probablemente me ha contado más mentiras que verdades.

Suspiró.

—Siento decirte… es algo que hace.

—¿Me estás diciendo que no soy especial? —bromeé, aunque probablemente fuera cierto.

Se rió y yo sonreí, aunque en la realidad, lo que me estaba contando me estaba haciendo daño. Estos días había estado pensando que si me había mentido de esas maneras probablemente habría una explicación y una razón detrás. Pero no, lo hacía simplemente porque sí, porque ella era así.

—Creo que deberías darle una oportunidad de explicarse.

Resoplé.

—Ni siquiera lo ha intentado. Sigo sin saber nada de ella.

Me miró durante unos segundos antes de bajar la mirada. Vaciló, se mordió el labio y volvió a suspirar.

—No son mis asuntos, Jess, y creo que esto debería contártelo ella si eso es lo que quiere. Pero Lena es…. No sé cómo decirlo, ha tenido problemas desde muy pequeña. La han tenido que hospitalizar un par de veces por diferentes motivos. Pero insisto, creo que es algo de lo que debería hablarte ella.

Me mordí la mejilla y fruncí el ceño. Aunque negué con la cabeza poniendo los ojos en blanco.

—Eso no le da derecho a mentirme de esa manera.

—Habla con ella, ¿de acuerdo? Estoy seguro de que tarde o temprano va a ir a ti y se va a explicar. Si no quieres hacerlo tú, lo respeto. Pero intenta escucharla cuando lo intente, porque hazme caso, le va a costar.

Suspiré.

No se me había pasado por la cabeza el no perdonarle, o sobretodo no escucharla cuando quisiera abrirse conmigo. Sabía que iba a recibirla con los brazos abiertos una vez se decidiera a hablar conmigo por mucho que ahora estuviese tan enfadada con ella que no conseguía dormir, observando con incredulidad la conversación que tuvimos, y cómo no había hecho el intento de escribirme después de lo de el día anterior. Todos mis mensajes colgando de la nada, poco a poco disminuyendo en el tiempo. Aunque la conversación me hizo pensar en todas las pruebas que tenía, cómo todo el mundo me estaba diciendo que tuviese cuidado con ella, la segunda vez que alguien justificaba su comportamiento usando la palabra “problemas”.

No sé cómo la conversación evolucionó hasta el punto de pasar la tarde entera hablando de otra cosa que no tenía que ver ya con Lena, y me encontré sorprendentemente a gusto con el hermano de la chica que me gustaba. Me di cuenta entonces de lo mucho que se parecían, tenían los mismos gestos y la misma mirada marrón que ya me cautivó una vez. Pero era diferente. No sabía cómo ni por qué, o qué clase de conversación tuvo él con su hermana una vez llegó a casa la noche anterior, pero era como si supiera que algo estaba sucediendo. Ya no escuchaba ese tono juguetón debajo de su voz, ya no veía la mirada ligona que tenía bajo los ojos la tarde anterior, como si quisiera darme espacio y darme la oportunidad de explicarme. O como si ya no fuera su objetivo. Y no sabía muy bien si eso me ponía nerviosa, o si debía tomármelo como una señal.

Le acompañé a casa, me sonrió y me abrazó antes de subir por el portal a su piso. No me lo dijo explícitamente, pero supe que necesitaba una excusa para enseñarme dónde vivía, casi avisándome con la mirada de que me pasara en cuanto me sintiera lista.

Me metí en la cama sintiéndome todavía más extrañada que de costumbre, aunque no tardé demasiado en quedarme dormida. Ni siquiera me di cuenta de que estaba ya en el quinto sueño hasta que me desperté de golpe al sentir la vibración de mi móvil debajo de la almohada tirar de mí hacia la realidad.

Tenía la mirada borrosa y el cerebro embotellado, y casi pensé que el nombre que iluminaba la pantalla se trataba de una alucinación.

—¿Lena? —murmuré.

Sólo escuché un suspiro al otro lado del teléfono.

—Quiero disculparme.

—Lena, son las dos de la madrugada.

—Lo sé. Estoy en tu calle.

Me incorporé de golpe y encendí la luz en mi mesilla de noche. Mi corazón comenzó a latirme de golpe en el pecho, y con movimientos casi impulsivos, me levanté de la cama y me puse un jersey sobre mi pijama.

Bajé las escaleras como pude sin hacer ruido y crucé los brazos sobre mi pecho una vez salí a la calle y sentí el aire helado entre mi pelo. La vi sentada sobre el pavimento en frente de mi casa, observando mi casa con ojos vidriosos y el pelo recogido. La miré durante unos segundos antes de acercarme a ella y sujetarle del brazo para que me acompañase dentro de casa. No dijo nada, simplemente me miró como si pudiese transmitirme algo con la mirada. Traté de no mirarle demasiado, simplemente le hice un gesto con el dedo para que no hiciera ruido al entrar en casa, y subió las escaleras delante mía.

Entró en mi habitación algo contrariada y observó mis paredes bañadas en la luz tenue y naranja de mi mesilla de noche. Cerré la puerta detrás mía y me senté con ella sobre mi cama. No se atrevía a mirarme, bajaba la mirada y vacilaba en sus movimientos.

—Tienes una habitación muy bonita —fueron las primeras palabras que dijo.

Fruncí los labios y la miré algo más severa.

—Para.

Suspiró y me miró por primera vez.

—He venido a disculparme.

—Son las dos de la mañana, Lena —repetí.

—Ya has dicho eso.

La miré con una ceja alzada, no estando de humor para bromas. Apartó la mirada.

—Llevo un rato fuera, no me he atrevido a llamarte.

—¿Cómo sabes dónde vivo, de todas maneras?

—Vas a pensar que estoy loca.

—Lo digo en serio, Lena.

—Llevo toda la semana intentando hablar contigo. El jueves estuve muy cerca de hacerlo, pero nunca encuentro el momento…

—Así que me has seguido.

Se encogió de hombros.

—Me gusta mucho Stratford, es el barrio más bonito de Londres.

—Lena —le advertí una vez más.

Suspiró y se frotó los ojos con la punta de los dedos. Luego, alzó la mirada de nuevo y me miró con los ojos aguosos, me sonrió débilmente.

—No suelo contarle esto a la gente. Pero tampoco he tenido nunca una amiga. Eres muy especial para mí, Jess. Lo último que quiero es hacerte daño o darte una sensación que no es.

Tuve que hacer un esfuerzo por no colorarme, aunque tuve que dar las gracias a la poca luz que había, ya que no pude controlarlo como yo quise.

—Te escucho.

Pensé que tardaría algo en soltar lo que quería contarme, pero sólo le costó mirarme de nuevo a los ojos y esbozar una pequeña sonrisa.

—Cuando tenía como diez años encontré un gato en la calle. Era gris, y lo escuchaba maullar todas las noches, pero cuando salía por las mañanas para buscarlo nunca lo encontraba. Hasta que un día apareció en el patio, sentado sobre la mesilla del jardín como si estuviese esperándome. Me habían diagnosticado Trastorno Obsesivo-Compulsivo hacía tan sólo un par de días y justo estaba empezando con la medicación, así que a mi madre no le importó quedarse con el gato, porque pensó que me ayudaría. Yo me ocupaba de darle de comer, cambiarle el arenero, todo para que mi madre no se quejase y mi padre no me amenazase con echarle de casa. Dormía en mi habitación y éramos inseparables. Pasaron los años y mi madre comenzó a comportarse de forma muy extraña. Hasta entonces me daba la paga, que la usaba para comprar su comida y todo lo que necesitase, pero un día me dijo que ya era demasiado mayor para esas tonterías. A los trece años es cuando me dijeron mis padres que era demasiado mayor para tener amigos invisibles. Me pillé una rabieta increíble, ni siquiera sabía de qué estaban hablando, y me subí a mi habitación a disculparme con mi gato, y decirle que no sabía de dónde iba a sacar el dinero para seguir dándole de comer. Y escabullía en servilletas restos de mi cena, y cosas así. Fue Leon quien me dijo que el gato con el que había compartido mis ataques de ansiedad, no era real.

Hizo una pausa y dejó que reaccionara, aunque no dije nada, porque tampoco estaba entendiendo del todo qué es lo que quería contarme. Se humedeció los labios y continuó.

—Nadie me había dicho nada hasta entonces, porque pensarían que eran cosas de crías, que sería la medicación que me estaba afectando. Pero yo lo convertí en algo tan normal, el tener un gato en la habitación que compartía con mi hermano, que ya casi no lo mencionaba y mis padres dejaron de prestarle atención, ya que no hablaba de ello. Hasta que mi madre me pilló, tres años más tarde, haciendo algo que para mí era rutina y que ni siquiera estaba ocultando de ellos, que era entrar en la casa con una bolsa de comida de gatos en los brazos. Para un gato que no era real. Que en un principio pensaron que se trataba de la imaginación desbordante de una niña, pero pronto cumpliría catorce, y eso ya no era normal. Así que me llevaron a mi psiquiatra para cambiarme la medicación y explicarle la situación. Y salí de ahí con una receta de antipsicóticos, y el diagnóstico de esquizofrenia.

La miré con los ojos como platos, y sentí un pequeño escalofrío recorrerme la espalda. No dije nada, y esperé que no se notase demasiado en lo mucho que me había sorprendido. Aparté la mirada con rapidez y cerré la boca, aunque ya la estaba escuchando reírse débilmente.

—Esa es la reacción que esperaba.

—Lo siento.

—No te preocupes. Estoy acostumbrada.

La miré de nuevo sin tener ni idea de cómo reaccionar ante aquello, o incluso qué decirle. Alzó una ceja y me sonrió divertida.

—No te voy a morder, Jess. Estoy bien, no me van a internar en un loquero ni voy a necesitar una chaqueta de fuerza o nada parecido —se encogió de hombros—. Sólo escucho voces de vez en cuando, y estoy completamente acostumbrada.

Me reí con nerviosismo, pero la verdad era que estaba algo abrumada con toda la situación. Suspiró y se rascó la ceja.

—La semana pasada me fui a casa muy asustada, Jess. La verdad es que es la primera vez que vuelvo a casa tan tarde y sola. Y se me había pasado la hora de tomarme las pastillas que tengo que tomarme, que son muchas. Entre el TOC, la esquizofrenia y todo lo demás, si me tomase esas pastillas delante tuya pensarías que estoy más loca de lo que estoy. Porque estoy loca, Jess —dijo con una pequeña risa, normalizándolo hasta tal punto de tomárselo en broma.

Traté de seguirle el rollo, pero ni siquiera me salió una sonrisa decente. Estaba completamente sin habla.

—El sábado por la mañana tuve un brote bastante fuerte, mi madre se asustó y tuve que pasar la noche en el hospital. Pero insistieron en que fuera al instituto igualmente, esa mañana me habían dado una pastilla nueva para calmarme los tics nerviosos. Odio las pastillas, me hacen tener la cabeza esponjosa. Volví a casa con nauseas fuertes, y mi madre se negó a que volviera a clase hasta que me sintiera mejor. Pero yo nunca voy a estar mejor. Es lo que estoy intentando decirte, voy a tener que lidiar con esto el resto de mi vida.

No le respondí en seguida. Le miré, y me devolvió la mirada sonriente. No entendía cómo conseguía hacer eso, verse tan vulnerable de primeras sentada en el suelo de la calle y observando mi ventana oscura, a contarme que tenía problemas mentales y verse de nuevo tan grande y orgullosa de sí misma, como si no hubiese estado a punto de derrumbarse en frente mía hacía tan sólo unos segundos.

—Mierda, sí que tienes problemas —espeté.

Se rió suavemente teniendo cuidado de no hacer ruido, y asintió.

—Y que lo digas.

Le sonreí. Sí que cambiaban las cosas vistas desde esta perspectiva. Suspiró una vez más y bajó la mirada, mostrándose de nuevo como la había visto hacía unos minutos.

—Siento haberte mentido tanto, Jess. No pensé en que crecería cogiéndote tanto cariño. Confío en ti, y no te mereces que te mienta. Y siento haberte gritado ayer. La verdad es que estoy un poco confundida, y no sé qué hacer con todo esto que me está pasando.

Mi corazón dio un pequeño vuelco. No sabía qué estaba pasando y no quería que mi cabeza se creara esas historias con las que secretamente estaba soñando, pero no podía evitar pensar que ella estaba teniendo las mismas dudas que yo, que su mirada sobre la mía confirmaba algo que ella tampoco se atrevía a decir en voz alta. Tan sólo nos mirábamos, diciendo cosas con los ojos que todavía no sabíamos que era real, pero especulando acerca de lo que pensaba la otra.

A diferencia de las últimas veces que nos habíamos mirado así, la primera que apartó la mirada fue ella.

Comenzó a contarme todo lo que había estado ocultándome durante el último mes en el que había entrado en mi vida. Ella y su hermano mellizo eran los segundos mayores de una familia de cinco hermanos, ella siendo la única chica. Su familia llevaba años en la industria del jabón, que su madre decidió quedarse en casa cuidando de ella y de sus hermanos una vez la diagnosticaron, dejando al mando de la tienda a su hermano mayor, mientras su padre viajaba por el mundo intentando traer el dinero suficiente a casa para costearse las costosas intervenciones y tratamientos que necesitaba. No era la única de la casa con problemas, me explicó que ese tipo de cosas tenía una base genética, y alguno de su hermano pequeño también sufría de trastornos de ansiedad y depresión.

Me encantaba escucharla hablar y hablar, empezar a abrirse ante mí y dejarme que le acariciase el pelo. Cerraba los ojos poco a poco, pero no me soltó la cintura hasta que se quedó completamente dormida. Yo tuve que calmar mi respiración y mi pulso al sentirla acercarse a mí en cuanto empezó a soñar, murmurando cosas en su sueño, pero sujetándose fuerte a mí y calmándose al suspirar en mi pelo. Poco a poco me quedé dormida yo también, con mis dedos en su pelo y siendo capaz de besarla por primera vez en la frente.

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