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Jess - V; parte 2 [10 octubre 2010]

Mis amigas aparecieron a primera hora de la mañana del día siguiente. Al escucharlas aparecer en mi habitación cuando mis cortinas todavía echadas y estaba en mi quinto sueño, sentí que acababa de cerrar los ojos, y que no hacían ni cinco minutos que me había quedado dormida. Pero Ellen no tuvo ningún tipo de pudor ni respeto hacia mí cuando tiró de mis cortinas y dejó que la luz apuñalase mi cara bruscamente.

—¿Cómo es que todavía estás dormida? —preguntó poniendo las manos en la cintura y mirándome desde el otro lado de mi cama.

Gruñí y traté de taparme de nuevo con la manta, pero Jane estaba sentada encima, por lo que no pude hacer demasiado. Resoplé, con mis ojos todavía medio cerrados, el sueño todavía muy dueño de mi cuerpo y sin dejarme pronunciar media palabra con decencia.

Jane soltó una carcajada.

—Son ya las once de la mañana, dormilona.

—Déjame en paz —mascullé.

—Venga, levántate y vístete. Tenemos muchas cosas que hacer hoy.

Gruñí de nuevo y me incorporé poco a poco, y dejé que mi vista se acostumbrase a la luz amarilla que ahora presidía la habitación.

Ellen tiró de mis brazos para levantarme de la cama, y la miré con los ojos entrecerrados todavía. Apartó un par de mechones de mi pelo de delante de mis ojos y me sonrió.

—Vale, hay que hacer algo con este pelo tuyo.

Una vez sentí el agua correrme por la cara me sentí viva de nuevo, y cuando salí de la ducha me encontré a las dos enredando con las cosas de encima de mis cajones. No hicieron amago de esconder lo que estuviesen haciendo, simplemente giraron la mirada para mirarme y meterme prisa con sus sonrisas. Les levanté el dedo índice en advertencia.

—Relajaos, pesadas de los cojones. Necesito desayunar primero.

En la cocina estaba mi madre disfrutando de una revista en la mesa con el sol calentándole la espalda. Le di un beso en la mejilla y le di la espalda cuando me dispuse a hacerme unas tostadas.

—Mamá, estas son Jane y Ellen —las presenté, señalándolas respectivamente.

—Hola, señora Dahl —dijeron ambas a la vez.

Mi madre se cruzó de brazos con una sonrisa picarona en la cara mientras las miraba para después deslazarla hacia mí.

—Ya nos hemos conocido esta mañana. Me hubiese gustado conocerlas antes de que invadiesen mi casa.

Las chicas se rieron ligeramente y yo las miré con severidad antes de dirigirme a mi madre una vez más.

—No sabía que iban a venir. Me han despertado.

—Bueno, mejor. Así no duermes hasta el mediodía. ¿Qué vais a hacer hoy, chicas?

—Vamos a llevarla de compras —dijo Jane cogiéndose las manos delante suya y mirando hacia mi madre con una sonrisa orgullosa e inocente.

Luego ambas me miraron con la misma sonrisa, dejándome saber que no era ese del todo el plan que tenían en mente.

—Genial. Dejadme saber cuándo llegaréis a casa, ¿de acuerdo? Tu padre y yo estaremos fuera de casa por la tarde. No llegaremos muy tarde, pero avísame igualmente.

Le sonreí al sentirle darme un beso en la mejilla antes de salir de la cocina. Me senté en un taburete para comer encima del fregadero con tranquilidad y así ver cuánto tardaría en ponerlas a ambas de los nervios con mi lentitud. Extrañamente, las dos se habían calmado un poco. Las miré con una ceja alzada.

—Va, ¿cuál es el plan de verdad?

Ellen sonrió.

—No hemos mentido, Jess. Vamos a llevarte de compras.

—Sólo vamos a tener un poco de ayuda de nuestros amigos —añadió Jane, asomando una pequeña petaca de su bolso sin desvanecer la sonrisa orgullosa de sus labios.

No sabía todavía del todo cuál era el plan, pero me dejé arrastrar hasta el parque frente a nuestro instituto, sentadas no demasiado resguardadas del tránsito de las personas que paseaban hacia el centro comercial a nuestra espalda. Jane se sentó a mi lado y me tendió una cantimplora.

—He elegido vodka con frambuesa para ti, que sé que te gusta. Pero yo voy a beber vino, por si quieres cambiarme. Y Ellen va a beber cerveza. Puedes elegir.

Le sonreí y acerqué la botella de metal a mi nariz para ver si estaba lo suficientemente fuerte.

—Está bien, me gusta el vodka.

—Siempre podemos compartir, tengo suficiente para recargar más tarde —siguió la rubia guiñándome un ojo, siendo la primera en beber de su frasco.

Ellen, sentada en el suelo en frente nuestra, luchaba como podía contra el viento que le venía de lado para poder liarse un cigarro. Jane chasqueó la lengua y se puso de rodillas a su lado para ayudarla.

La castaña se acercó el cigarro a los labios para sellarlo y me dirigió una sonrisa.

—¿Vas a querer?

—¿El qué?

—Marijuana.

—¿Vais a fumar marijuana aquí? —pregunté, y ambas me asintieron sonrientes.

Miré a mi alrededor con algo de miedo para comprobar que no había nadie a nuestro alrededor, pero obviamente estaba equivocada. El sol estaba empezando a ser reemplazado por las nubes que quedaban enganchadas en los altos edificios de Londres, pero seguía siendo una bonita mañana de sábado, y el parque no es que estuviera abarrotado de gente, pero sí había alguna que otra persona pululando por el lugar. Jane volvió a sentarse a mi lado.

—¿Y qué pasa si nos pillan?

—En el caso de que alguien se entere que estamos fumando, y sea tan mala persona como para chivarse, entre que llama a la policía y llegua hasta aquí, nosotras ya hace tiempo que nos hemos marchado. No te preocupes, aquí es donde solemos fumar cuando estamos en casa de Jane.

—Pero no pasa nada si no quieres.

—¿Bromeas? Claro que quiero.

Realmente lo que más miedo me daba era que nos pillasen, no la droga en sí, a la que siempre le había tenido una especial curiosidad.

Ellen prendió el mechero y dio una calada profunda.

—No te preocupes, en serio. En el caso de que nos pillen, lo único que pueden hacer es quitárnoslo y ya. Nos podemos meter en problemas mucho más serios por el alcohol que por la droga —dijo reteniendo el humo en su garganta, esperando a haber terminado de hablar antes de soltar el humo por la boca.

—¿Alguna vez has fumado? —me preguntó Jane, cruzándose de piernas y recogiéndose el pelo.

Negué con la cabeza, y Ellen le tendió el cigarro a Jane.

—¿Ni siquiera tabaco?

Negué de nuevo, y vi cómo Jane se lo acercaba a los labios para darle otra calada larga.

—Entonces igual te pica un poco en la garganta. No te preocupes, traigo agua por si la necesitas —dijo Jane con el mismo mecanismo que su amiga, hablando con la voz algo más grave por retener el humo en sus pulmones durante unos segundos más—. Toma, inténtalo.

Lo sujeté como pude con los dedos y miré la punta naranja apagarse poco a poco, y sentí mi corazón bombardearme en el pecho cuando me lo acerqué a los labios. Traté de imitar a mis amigas, reteniendo el humo en mis pulmones con mi aliento echado hacia atrás. En cuanto quise expulsar el humo por la boca, sentí la tos invadir mi garganta, y le tendí el porro a Ellen con la mano sobre mis labios al toser. Jane soltó una carcajada, y Ellen me miraba orgullosa.

—Bastante decente para ser la primera vez; yo casi me muero —dijo Jane sin todavía saber controlar la risa.

—No te ralles si sientes que te mareas en seguida. Es normal, Jane por ejemplo con dos caladas ya se marcha del todo.

Miré a la rubia con una sonrisa, que me asentía con los labios fruncidos para encogerse de hombros.

No me sentí del todo diferente con esa primera calada, tal vez el pecho más hundido y las manos más temblorosas de normal. Pero no sentí mis ojos caerse ni vi el mundo distorsionado como pensé que sería.

Tal y como dijo Ellen, cuando Jane ya había dado su segunda calada y me tendió el resto a mí, ya estaba riéndose ligeramente observando a Ellen ponerse bien el pelo, o tal vez otra cosa que le estaba haciendo gracia por alguna razón. Ellen puso los ojos en blanco y me miró con una sonrisa.

—Te lo he dicho.

Di una segunda calada con la mirada puesta en la rubia, que ahora estaba completamente seria mirando detrás de Ellen sentada en el suelo. Seguí su mirada aguantando el humo en mi garganta y no encontré nada que fuera lo suficientemente interesante como para captar su atención de tal manera. Fruncí el ceño y la miré sintiendo una sonrisa crecer en mis labios.

—¿Qué cojones miras? —le dije.

Ellen se dio cuenta y también se dio la vuelta para buscar qué es lo que estaba sucediendo, y Jane rompió en carcajadas sujetándose el estómago con los brazos. Nosotras dos nos miramos, Ellen riéndose de ella.

—Es… es que mirad esa bicicleta, tía —dijo como pudo entre carcajada y carcajada, señalando hacia los hierros en los que estaban ancladas.

Ambas giramos las miradas para ver qué es a lo que se refería, y también rompimos en carcajadas al ver el esqueleto de una, sin ruedas, sin manillar e incluso sin sillín, tan sólo la estructura de metal roja que ni siquiera tenía ya hasta los pedales. Ellen se tiró por el suelo de la risa, y yo empecé a sentir cómo mi mirada era más lenta que mis movimientos. Era increíblemente gracioso.

—Qué putada —dijo Ellen antes de soltar otra carcajada.

—No le han dejado ni las gracias.

—¿Qué? —dije.

—Eso no tiene sentido, tía —le respondió, aunque eso no la detuvo para continuar riéndose.

—Claro que tiene sentido, yo aunque sea le hubiese dado las gracias.

—Eso es lo que estoy diciendo, que no tiene sentido lo que has dicho.

—A ver, que si yo hubiese sido la que hubiese robado la bicicleta, o bueno, es que también menudas maneras de atar una bici. Pero que si hubiese sido yo la que hubiese robado la bicicleta o los pedales o lo que sea, le hubiese dejado una nota o algo dándole las gracias.

—Jane, ¿estás diciendo que hubieses llevado un post-it o algo y le hubieses dicho “gracias por los pedales”?

Se quedó pensativa un momento y frunció el ceño.

—¿Qué?

Ellen y yo nos reímos a carcajadas de nuevo, y ella apenas se había recuperado del suelo, aunque se dejó caer nuevamente sobre el pavimento con los ojos cerrados por la risa.

—No, sólo estoy diciendo que le podría haber dado las gracias. Quiero decir, le ha dejado hasta sin la cadena —continuó igualmente, dándole igual que probablemente Ellen ya no le estaba escuchando.

—Eres tontísima.

—Es igual, es que no me entendéis —respondió, sujetando de nuevo el porro de los dedos de Ellen y dando otra calada.

Aprovechando que estaba distraída, Ellen me llamó la atención e hizo unos gestos señalando a su amiga y luego sus labios para vocalizar algo sin hacer ruido, para después mirar de nuevo a Jane, que estaba mirando con mucho detenimiento la madera del banco.

Fruncí el ceño sin saber qué es lo que pretendía, así que suspiró y sujetó su teléfono.


Ellen M. : vamos a emparanoiar a Jane, que se pone muy divertida

Ellen M. : tú mueve los labios pero no hagas ruido

Ellen M. : como si estuviésemos manteniendo una conversación


Solté una carcajada al leerlo, a lo que Ellen tuvo que contenerse para reírse ella también y en cambio me chistó. Jane levantó la mirada y frunció el ceño a su amiga.

—¿Qué cojones?

Ellen puso en marcha su plan, y comenzó a hablarle moviendo los labios, aunque sin decir ni una palabra en alto. Lo hizo con mucha naturalidad, y observé el poema que tenía Jane de cara, achinando los ojos y tratando de escuchar a Ellen dando mi tercera calada y obligándome a mí misma a no reírme.

—¿Qué?

Ellen puso los ojos en blanco y pasó de ella, se dirigió hacia mí y utilizó la misma táctica, me habló con los labios y señaló mi bolso. Yo traté como pude de seguirla y contestarla con la misma naturalidad que ella, aunque no entendía nada de lo que estaba sucediendo. Así que le tendí un pintalabios que tenía en el bolso. Ellen me devolvió la mirada y se llevó la mano a la frente en desesperación.

—Tías, parad. Ya sé lo que estáis haciendo —dijo Jane, cruzando los brazos.

Ellen le dirigió la mirada y le preguntó el qué, aunque todavía sin hacer ruido. Parecía que no era la primera vez que lo hacía, ya que a mí me estaba costado a horrores no reírme a carcajadas y ella parecía tener el tema bajo control.

—No está funcionando, parad —insistió Jane, aunque ambas pudimos ver que estaba subiendo el volumen conforme hablaba.

La castaña seguía sin ceder, aunque tuvo que hacer un esfuerzo para no reírse esa vez al escucharle casi gritar. Me miró de nuevo y volvió a señalar mi bolso, y esta vez le tendí la bolsa de gominolas que me había dejado Lena el día anterior. No rechistó esta vez, y cogió una de la bolsa para ponerse a mordisquearla.

—En serio, no es gracioso, tías —dijo ya con desesperación en la voz, gritando todavía más.

Di otra calada y se lo pasé a Ellen, que miraba a Jane con una sonrisa orgullosa.

—¿Por qué estás gritando? —le respondió ya en alto, a lo que Jane dio un pequeño brinco en el banco del susto.

Ambas rompimos en carcajadas, y ella se llevó una mano al pecho.

—Sois unas zorras —dijo también queriendo robar de la bolsa.

—Jess, ¿qué vas a querer hacer esta noche? —me preguntó Ellen, dando una última calada antes de guardar el resto en una pequeña cajita de metal.

—¿Qué quieres decir con qué quiero hacer esta noche? ¿No empieza el Factor X hoy? —dije, y miré a Jane como acto reflejo.

Ella asintió con una sonrisa orgullosa, y escuché a Ellen resoplar.

—Empieza hoy, pero si prefieres salir esta noche no me importa, es tu cumpleaños —dijo Jane, encogiéndose de hombros y haciendo como que realmente no le importaba.

Sabía que estaba mintiendo. Sabía perfectamente qué era lo que significaba esa noche y lo importante que era para ella, por lo que sus palabras me hicieron sonreír al momento y me recordaron que tenía un tesoro de amigas entre las manos. Pero la verdad es que a mí también me apetecía mucho quedarme en casa y ver a los cinco chicos con los que había compartido mi verano en su primera actuación en la televisión nacional, como era natural.

—¿Me estás vacilando? Claro que quiero verlo, me parece un planazo.

La mirada de Jane se iluminó al instante, y me sonrió ampliamente.

—Claro que tenemos que verlo, ahora que Jane le ha visto la polla —espetó Ellen, bajando la mirada y sacando su cantimplora del bolso.

—¡Ellen!

Solté una carcajada y miré a Jane, que fulminaba a Ellen con la mirada con una carcajada colgando de sus labios, y ruborizándose un poco. No podía dejar de reírme, se cruzó de brazos y continuó mirándole como si pudiese prenderle fuego con los ojos, aunque también con una pequeña sonrisa juguetona creciendo en sus labios sin poder evitarlo.

—¿Qué? —preguntó la castaña sin apartar la mirada de encima de Jane y llevándose la botella a los labios.

—¿Lo has visto desde entonces? —le pregunté antes de beber un poco de agua.

Gruñó.

—Fui a verlo cuando se fue Ethan.

—¡Qué hija de puta!, ¿has estado en la casa? —preguntó Ellen sorprendida.

—Sólo estuve una hora, nada más.

—¿Os volvisteis a acostar?

Frunció los labios y negó con la cabeza.

—No…

La que se reía esta vez era Ellen, divertida ante la cara de pena que estaba esbozando la rubia.

—No te preocupes, seguro que tenéis más ocasiones.

—Oh, no estoy nada preocupada, no te ralles —dijo con seguridad en la voz—. Si tengo que secuestrarle lo secuestro, pero yo me lo vuelvo a tirar aunque sea lo último que haga.

Ellen me miró y decidió que era buena idea darme algún tipo de explicación.

—Es que se le han bajado al pilón por primera vez —murmuró.

La miré y ella me lo confirmó asintiendo.

—¿En serio? —pregunté genuinamente sorprendida—. Pensaba que tenías un montón de experiencia.

—Bueno, sí. Pero sobretodo he hecho sexo oral. Nunca lo he recibido.

—Qué hijo de puta —murmuró Ellen.

Hice una pausa y aproveché par meterme otra gominola en la boca.

—¿Y cómo es? —pregunté.

—¿Tú tampoco lo has hecho? —respondió Ellen con el ceño fruncido.

Negué con la cabeza.

—Pero si también has follado un montón, cabrona —se sorprendió Jane.

Me encogí de hombros.

—Para que veas.

—Tío…, los hombres son basura —comentó nuevamente en un murmuro Ellen.

Me reí.

—Pues Jess, sólo voy a decirte una cosa; cinco segundos.

—Me estás mintiendo —respondí.

Ellen se encendió un cigarro y soltó una carcajada.

—Te lo juro. No he tenido un orgasmo en mi vida, y al cabrón le cuesta cinco segundos hacerlo.

—Wow.

—El clítoris, niñas, os lo digo siempre. Ahí está la clave.

—Vale, tanto hablar de sexo me ha hecho oficialmente tener hambre —comentó Jane, sacudiéndose el azúcar de los dedos en los pantalones.

Ellen también se levantó del suelo, y caminamos unos pocos metros hacia el centro comercial a nuestra espalda.

Una vez estuvimos en la puerta, Jane sacó un taco de post-its del bolso y un poco de celo y nos miró a las dos con una sonrisa juguetona en los labios.

—Conocéis las reglas; una pregunta en cada turno, nada de mirarnos en los espejos y quien pierda o haga trampa tiene que comprar el alcohol para esta noche, ¿de acuerdo?

—Tía, ¿qué cojones llevas en ese bolso? —preguntó Ellen al verla sacar un boli para cada una.

Jane la ignoró, y cada una nos dispusimos a escribir un nombre en nuestro post-it.

Garabateé rápidamente el primer nombre de un personaje que se me ocurriese. Sabía que a Ellen le gustaba Desayuno Con Diamantes, y que probablemente conociese a Holly, la protagonista. Pegué el papel en su frente, ella ya había puesto el suyo en la frente de Jane, y me reí en una carcajada al leer “Harry Styles” escrito con una bonita letra cursiva. Le dirigió una pequeña mirada de desdén antes de dirigirse a mí y apretarme la frente con gentileza.

Las dos tenían hambre, así que lo primero que hicimos fue sentarnos en el Starbucks a que se comiesen sus magdalenas con sus cafés enormes a su lado.

—¿Soy real? —preguntó Jane.

—Sí —respondimos las dos a la vez.

Tan sutilmente como pudo, Jane pasó la petaca por debajo de la mesa para que Ellen pudiese darle un especial sabor a su café de avellana, y le guiñó un ojo al devolvérsela. Jane trató de imitarla, pero se dio cuenta de que con la nata no iba a ser tan fácil.

—Me cago en la puta, tendría que haberlo pedido sin nata.

Solté una carcajada y Ellen la miró tentadora mientras se llevaba el vaso de cartón a los labios.

—¿Soy real? —pregunté yo esta vez, tratando de adivinar a la persona que tenía escrito en la frente.

Jane negó con la cabeza todavía centrada en descubrir cómo echar el alcohol en el vaso efectivamente sin crear un desastre.

—¿Así que soy un personaje? —añadí.

—Una pregunta a la vez.

—Yo ni siquiera sé quién eres —confesó Ellen mirándome y encogiéndose de hombros mientras se metía la pajita a la boca.

La rubia se incorporó de golpe y la miró como si la hubiese ofendido.

—¿No sabes quién— se detuvo interrumpiéndose, y corrigió su postura—. Es igual, ya te echaré la bronca después.

Se dio por vencida y me tendió la petaca a mí, que tuve que negárselo con la cabeza. Me terminé mi café mucho más rápido que ellas, pero eso lo único que me permitía era poder pasearme con mi cantimplora por el centro comercial y disfrutar del alcohol al que mis amigas me habían invitado. Era la primera vez que fumaba marijuana y bebía alcohol al mismo tiempo, en público y tan sutilmente que nadie siquiera sospechaba nada, y fue horriblemente divertido.

Con los post-its en nuestras frentes y la bebida en nuestros bolsos nos enfrentábamos a las tiendas que se nos interponían en nuestro camino, sin prestar atención a los espejos y fiándonos de nuestras amigas cuando queríamos probarnos algo para comprarlo, porque ninguna quería serle infiel al juego al que, en realidad, ni siquiera estábamos prestando tanta atención.

Era gracioso, nos reíamos como crías por cosas que no tenían demasiada gracia y dejábamos que el alcohol recorriera nuestras venas y se lo pasara en grande en nuestra compañía. Encajadas en los probadores vacíos de las tiendas más grandes, sacándonos fotos en los espejos sacando la lengua y nuestros dedos corazones. Ellen se metía barras de pintalabios en el bolso ilegalmente, Jane miraba hacia otro lado y hacía como que no había visto nada, y salíamos corriendo entre risas, para bajar más cerveza por nuestras gargantas. Hicimos agujeros en el suelo de mármol con nuestras zapatillas baratas pretendiendo estar en una película de domingos por la tarde, siendo las protagonistas malas por los que todos los demás giraban las miradas y el viento les volaba en el pelo.

Era la primera vez que me sentía tan adolescente, tan libre y tan integrada en un grupo de personas que se colocaban a mi lado en la cola cuando quería pagar con mi tarjeta de crédito, comentando las gomas de pelo y los neceseres apilados a nuestro lado, discutiendo si realmente lo necesitábamos o no.

—¿Es famoso? —preguntó Jane.

Ellen me miró con golosidad, se encogió de hombros con una sonrisa, y decidió entrar en el juego, cogiendo la oportunidad al vuelo.

—Sí —respondió, y continuó pasando perchas bajo los focos blancos tratando de encontrar su talla.

Al ver la cara de Jane extrañada, me reí con una carcajada y le pellizqué una mejilla.

Cuando el alcohol terminó y empezamos a cansarnos de estar en el mismo sitio, decidimos que ya era hora de volver a casa para cenar aprovechando de que mis padres no volverían en un par de horas. No sin antes pasar por un supermercado y que Jane pudiese comprar el alcohol que nos debía por perder el juego, que todavía no adivinaba quién tenía escrito en la frente.

—Venga, Jane, que no es tan difícil —dijo Ellen ya exasperada.

Las tres sentadas en el suelo de mi habitación cubierto de colchones y con nuestros pijamas puestos, Jane gruñó.

—Soy un chico, tengo mi edad, soy famoso, y me conozco. Literalmente no conozco a nadie famoso de mi edad.

Suspiré y la miré negando la cabeza. Ellen también gruñó, pero de otra manera. Se dejó caer sobre el colchón con una mano en la frente y la miró severamente.

—¿Quieres una pista?

—Sí, por favor.

—Te ha visto los pezones.

Se quedó pensativa unos segundos y poniendo los ojos en blanco se arrancó el papel de la frente y miró a Ellen con una ceja alzada.

—No es famoso, niña rara —dijo enfadada.

Ellen se rió y yo agarre otra porción de pizza.

—La cajera del H&M sabía quién era —dije.

Jane puso los ojos en blanco una vez más y guardó el papel en la funda de su móvil, al mismo tiempo que el mío sonaba en mi cama. Alargué el brazo terminándome la pizza y miré la pantalla masticando.


Lena 🍒: hey gorgeous

Lena 🍒: qué haces?


Sonreí instantáneamente. Con todo lo que estaba pasando en el día ni quiera me di cuenta que no había pensado en ella en toda la mañana, por mucho que no podía negar que había sido la protagonista de todos mis sueños aquella noche.

Me dispuse a teclearle una respuesta, sin ser consciente de que no había borrado la sonrisa de boba de la cara.


Yo: estoy con unas amigas,

vamos a ver el Factor X ahora


—¿Jess?

Levanté la mirada y ambas estaban mirándome con sonrisas curiosas en la cara, y yo no pude evitar colorarme en seguida.

—¿Con quién estás hablando?


Lena 🍒: uuuuh jajajjaja

Lena 🍒: eso me solía encantar cuando era niña


—No es nadie, es alguien de mi escuela —dije escondiendo el móvil entre mis piernas y evitando mirarlas a los ojos.

Pero pude ver cómo les crecía el interés en sus miradas, Ellen incluso se incorporó un poco y me miraba con atención y con ganas de saber más, de cotillear acerca de temas jugosos y poder roer sobre el conocimiento de mi vida privada.

No había compartido con ellas mucho más de lo necesario, ambas sabían lo de Zayn y conocían mi pasado en Dinamarca, pero parecía natural que ambas quisieran saber más.

—¿Quién es el suertudo? —preguntó Ellen sin borrar la sonrisa.

Me quedé callada un momento y traté que no se notara que me estaba empezando a faltar el aire. Intenté restarle importancia.

—Es una chica, en realidad.

—Oh —espetó, y bajó los hombros como si estuviese decepcionada.

Ambas perdieron el interés en seguida, y las observé durante unos segundos más, viendo cómo seguían hablando entre ellas, cómo la lujuria por el cotilleo abandonaba sus ojos en cuestión de segundos. Porque no era posible que podrían sacar algo jugoso de una conversación con una chica, porque no podía ser que tal vez estuviese interesada en ella, y que igual estaba sintiendo cosas que no me parecían probables. Porque sólo la interacción con un chico podía ser la señal de que estaba teniendo algo romántico o sexual con alguien.

Me di cuenta de que, tarde o temprano, tendría que tener una conversación con ellas acerca de este tema si realmente pensaba que estaba sucediendo.

Casi podía sentir las palabras formarse en mi boca. “Creo que me está empezando a gustar”. “Creo que me gustan las chicas”. Casi. Sabía que no iban a haber problemas, sabía que ellas no eran ese tipo de personas, sabía que ellas podían entenderme, y sabía que ellas podían darme incluso consejos y ayudarme. Lo sabía.

Pero decirlo en voz alta, que una persona real a parte de mi instinto lo supiera, me aterraba hasta las raíces. Porque ni siquiera yo estaba segura de lo que estaba pasando. No sabía por qué me sentía tan feliz al ver su nombre sobre la pantalla de mi teléfono, no sabía por qué me hacía sonreír imaginármela sentada sobre una cama inventada tecleando su mensaje hacia mí, si dudaba en enviármelo o no, en si ella sentía las mismas dudas que yo, y si soñaba con mi perfume como yo lo hacía con sus manos suaves.

Tuve que morderme los labios, ellas ya no me prestaban atención, y en el fondo sabía que no era culpa suya que pensaran así. Había pasado el mejor día hasta entonces, me habían cuidado y me habían hecho reír. Si dejé que las palabras resbalasen por mi garganta era culpa mía.

No era culpa de los altavoces de mi portátil que transmitían las primeras notas del programa favorito de una de mis mejores amigas, que ahora lo miraba con ojos distintos y con más ilusión que nunca, que interrumpieron mis pensamientos abusivos siendo lanzados de un lado a otro por mi cabeza.

No era culpa de Ellen que se empeñó en ver un capítulo de Pequeñas Mentirosas que echaban después del programa, por mucho que Jane ya estaba medio dormida.

Hubiese sido sencillo hablar con ellas, y dejar caer la bomba en ese momento. Pero mi cuerpo me lo impidió, y me obligó a mantenerla en secreto durante un par de semanas más, y contárselo en cuanto estuviese segura de lo que estaba sintiendo. Todavía había una pequeña esperanza de que todo aquello fuera un malentendido, y que fuera normal.

Pero, de nuevo, sus mensajes me mantenían en vela lo suficiente como para hacerme sonreír, y asegurarse de que volviese a soñar con su pelo castaño, y un ligero olor a cereza.

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