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jess - ii [20 julio 2010]

Pensé que hacer amigas iba a ser difícil. Siempre había estado rodeada de chicas a las que conocía desde que tengo memoria, que habían aparecido en mi vida sin que yo tuviera que hacer ningún esfuerzo.

Pero, la verdad, todo fue mucho más sencillo una vez mi madre nos obligó a mi padre y a mí a tener de invitadas a las chicas que vivían en nuestra nueva calle. Todavía recuerdo haber puesto los ojos en blanco cuando me dijo que la chica tenía mi edad, porque odiaba que tratara de forzar amistades en mí. Como si no tuviera paciencia, o incluso fe en que hiciera amigas, cuando todavía quedaban un par de meses para que empezaran las clases y no había tenido la oportunidad de relacionarme con nadie.

Lo cierto es que tuvo razón mi madre. Jane, mi vecina, me cayó bien desde el principio, a pesar de haber compartido más que frases sueltas en conversaciones forzadas e incómodas. Sin embargo, parecía que yo también le había caído bien, porque aquel mismo día me mandó un mensaje invitándome a una fiesta de cumpleaños, donde conocería de la mejor manera a Ellen, una chica con el pelo castaño y unos ojos marrones claros preciosos.

No fue raro que en la misma fiesta ambas estuvieran más pendientes de sus cosas que en conocerme a mí, y supe que algo raro había pasado cuando Ethan, un chico que también acababa de conocer, se ofreció a acompañarme a casa cuando las cosas se pusieron un poco feas. Después de aquello, pensé que no iba a volver a ver a esas dos chicas en mi vida.

Por eso, cuando Jane me dijo por mensaje que viniese a su casa dos días más tarde, me extrañé de la forma más bonita. Significaba que había hecho dos amigas.

Pensé que me costaría llamar al timbre de su casa, pero no me di cuenta de que ya lo había hecho hasta cuando escuché los pasos apresurados hacia la puerta para atenderme.

La chica que me abrió la puerta era igual que Jane, aunque un poco más alta y con la cara más enmarcada. Sabía que era su hermana porque había estado comiendo en mi casa, pero si ese no hubiese sido el caso, juro que hubiese pensado que era ella. Pegó un chillo hacia dentro de la casa llamando a su hermana pequeña antes de dedicarme una sonrisa algo falsa y desaparecer del marco de la puerta.

Jane, al aparecer con el pelo recogido y de mostrarle una mueca de desagrado a su hermana mayor, cambió de semblante al mirarme y me sonrió ampliamente. Con un pantalón de pijama y una sudadera demasiado grande me dejó pasar y me guió escaleras arriba a una habitación amplia con una cama enorme, las paredes llenas de pósters y fotos, el escritorio meticulosamente ordenado.

—Perdona, he perdido la noción del tiempo —dijo dejándome entrar y acercándose al armario para empezar a buscar la ropa que se pondría para salir.

—No te preocupes —respondí, con las manos unidas y mirando la habitación con interés antes de sentarme sobre su colcha de plumas.

—Siento muchísimo lo que pasó en la fiesta el viernes, Dan es un hijo de puta —dijo ella, quitándose la camiseta de estar por casa para seguir enredado en su armario buscando un sujetador.

Aparté la mirada y asentí. Estaba hablando de su ex, de eso me acordaba.

—No te preocupes. No te he echado la culpa en ningún momento —dije, bajando la mirada hacia mis uñas.

—Estoy harta de él y de que me arruine todo lo que me gusta. Siempre ha sido así y yo me enteré ayer, ¿sabes? Literalmente ayer. Realmente el gilipollas me ha hecho creer que me quería y a la vez de que yo tengo la culpa de todo lo que pasó en nuestra relación, cuando lo cierto es que el cabrón me ha estado usando todo este tiempo —seguía ella, mientras se ponía los pantalones con una camiseta ya puesta, soltándose el recogido y caminando hacia su escritorio.

—¿Te has cortado el pelo? —observé algo sorprendida.

Sentada en la silla y aplicándose máscara de pestañas después de ahuecarse el pelo rubio delante del espejo, me dirigió la mirada y me sonrió.

—Sí, me lo corté ayer. ¿Te gusta? Ellen casi me mata.

Me reí en alto conforme ella volvía a dirigirse hacia el espejo para ponerse unos pendientes.

—Normal. Pero estás muy guapa.

Paró en seco de nuevo y me dedicó otra vez una sonrisa de lo más sincera, como si de verdad agradeciese que alguien le dijese cosas bonitas y que supiera que lo decían en serio. Podía ver en su mirada que la temporada en la que entré en su vida no estaban siendo sus mejores días.

—Gracias —dijo simplemente, mirándome a los ojos.

Con unos pantalones negros con agujeros en las rodillas y una sudadera corta, cogió el bolso y se lo colgó al hombro, todavía con la manía de quitarse el pelo con la mano del hombro, aunque ahí ya su pelo kilométrico no estaba para apartar, tan sólo un corte por encima del hombro que bailó tras el manotazo.

Bajó las escaleras delante mía y se encontró a Ellen dispuesta a llamar al timbre al abrir la puerta. Dejó caer el brazo dramáticamente y la miró haciendo un puchero.

—No voy a poder acostumbrarme a verte con el pelo así. Me rompes el corazoncito.

Jane puso los ojos en blanco.

—Supéralo ya, pesada.

Sonreí y ella se dio la vuelta para caminar fuera de la entrada de su casa, después de que Ellen se acercara a mí a darme un cálido abrazo que no me vi venir.

Suponía que ellas tenían ya su sitio habitual de estar siempre que quedaban para estar juntas, así que dejé que me guiaran hasta una pequeña tienda de chucherías del barrio. Me parecía algo peculiar esa tradición de comprar golosinas para luego ir a sentarnos en el parque, aunque fui la primera en coger una bolsa y llenármela hasta arriba. Hasta cogí el último regaliz que quedaba de mis favoritos, de los cuales pensé que había dicho adiós para siempre al mudarme de país.

—¿Has cogido el último regaliz? —me dijo Ellen, a lo que le sonreí asintiendo—. Qué hija de puta.

Solté una carcajada.

—Debiste de ser más rápida —dije mientras me acercaba a la cajera para pagar.

Aunque una vez sentadas en el césped del pequeño parque pude partir el regaliz y compartirlo con ella. Así, sin conocerla de nada. Aunque supongo que eso lo hubiese hecho cualquiera. Sólo recuerdo que ella me sonrió ampliamente y me dio un empujón en el hombro antes de aceptarlo y de guiñarme un ojo.

—¿Le has contado lo de Harry? —le preguntó Ellen a Jane, señalándome tumbada boca abajo y apoyada en sus codos, jugando con la hierba.

Jane se ruborizó un poco y sonrió inconscientemente, colocándose el pelo corto detrás de las orejas algo nerviosa, negando con la cabeza. Me miró a los ojos.

—Harry es un chico que conocí hace unas semanas en el pueblo de mi abuela. Y nos enrollamos —añadió encogiéndose de hombros y tratando de restarle importancia.

Alcé las cejas en sorpresa.

Todavía no sabía realmente cómo clasificar a mis nuevas amigas, aunque en esos momentos ya me estaba oliendo que ambas eran de las que ligaban con facilidad. Aunque eso podría haberlo juzgado por sus caras antes que por sus personalidades; eran realmente guapas las dos. De todas formas me pilló por sorpresa; por aquellos entonces yo sólo sabía que Jane había estado en una relación de dos años que acababa de terminar. Con un chico cuatro años mayor que ella.

—¿En serio? Pero, ¿antes de lo de Dan o…?

—Oh, no, no —dijo haciendo una mueca y apartando el pensamiento con un aspaviento—. Fue después de que rompiera conmigo.

—Dos semanas después o así —añadió Ellen.

Asentí metiéndome una gominola en la boca. No voy a negar que los cotilleos me encantaban como lo hacían a todas las chicas adolescentes. Y aquel prometía ser jugoso.

—Ayer descubrí que se presenta al Factor X.

Solté una carcajada.

—¿En serio?

Ellen se unió a mí y asintió, como si entendiera la causa de mis risas. A Jane, sin embargo, no le hacía tanta gracia.

—Venga ya, no es para tanto. Además, esas cosas no suelen ir a nada más. Pero es divertido.

Sonreí y me encogí de hombros.

A mí, como estudiante en una academia con prestigio que se tomaba el tema de la música muy en serio, aquel tipo de programas me parecían superficiales y vacíos de talento, regidos por un par de empresarios codiciosos cegados por dinero dispuestos a explotar a cualquier adolescente que se dejara. Pero acababa de entrar en el grupo de chicas que tan amablemente me habían acogido, así que consideré que era un poco pronto para entrar a pisotones con mis opiniones tal vez demasiado altas, y no quería sonar antipática.

—Supongo que si va es porque canta bien, ¿no? —comenté simplemente.

Ellen seguía riendo por lo bajo mientras enredaba dentro de su bolsa de chucherías con los ojos bajos, mientras Jane le dedicaba miradas con la ceja alzada, aunque haciendo lo posible por ignorarla. Pasó a mirarme a mí y se encogió de hombros de nuevo.

—A ver, sí, no lo hace mal. Pero ese programa está amañado seguro. Y mira que yo soy fan incondicional.

Ellen gruñó.

—Dios, es una pesada.

—Cállate —dijo Jane con una carcajada.

Ellen le sacó la lengua y le tiró un puñado de hierba a la cara.

Puedes imaginarlo, desencadenó toda una guerra de hierba entre las dos, en la que claramente Jane le tenía ventaja al estar Ellen tumbada en el suelo. Ellen gritaba y trataba de taparse la cara con los brazos mientras Jane, sentada en su espalda, estrujaba los tallos de la hierba en su cara y sus labios, sujetando su frente con la otra mano.

—¡Cómetelo, zorra! —gritaba Jane en carcajadas mientras Ellen luchaba como podía por no tragar la hierba que la rubia le empujaba en la boca, y al mismo tiempo controlando su risa e intentando quitar a su amiga de encima suya.

Solté una carcajada mientras las veía hacer lo que hacían con la mayor naturalidad del mundo; cómo dos amigas se comportaban alrededor de cada una, cuidándose la una a la otra como la persona más importante de su mundo, y al mismo tiempo molestándose mutuamente, como hermanas que se querían y odiaban a la vez. Algo que yo nunca tuve; ni hermanas ni amigas.

Pensé que al verlas así tendría envidia de su relación, que antojaría algo así también con una persona, que se burlase de mí con amor para que yo pudiese hacerle rabiar a ella, para luego tener que controlar el ataque de risa que nos daría a las dos. Pero no, extrañamente al verlas así pude sentirme incluida en su juego y en lo mucho que más tarde me contarían acerca de sus vidas, cómo se preocupaban por hacerme sentir una más, por ponerme al día con sus cosas y no sentirme excluida. Me preguntaban acerca de mi país, de mis amistades, de mis relaciones con chicos, y sin esperar ni un día más por hacerme bromas y vacilarme, por mucho que tampoco había tanta confianza.

Ellas se encargaron de que la confianza viniese de sola, que no hacía falta esperar para que viniese con el tiempo. Confiaron en mí desde el minuto uno. Esa tarde al volver a casa y tumbarme en la cama después de pasarla con esas chicas, pude reflexionar acerca de lo que tenía delante. Ambas tenían el corazón roto en sus costillas. Se lo podía ver en la mirada.

Jane con el pelo corto y ojeras de las noches en vela; sonreía y reía a carcajadas cuando estaba con Ellen, por mucho que fuera mentira. Se esforzaba por estar bien. Ellen no tenía brillo en la mirada, pero hacía brillar a su mejor amiga como si fuera su trabajo, cuidar de ella antes que de sí misma, como un pacto que había hecho hace años con su almohada. Ella venía antes. Jane se lo agradecía en silencio con sonrisas y abrazos, como si supiera lo mucho que su mejor amiga había hecho por ella, lo muchísimo que le debía, y que la había llegado a querer más que a nadie. No podían vivir la una sin la otra.

Así que ahí tumbada con las imágenes bailando en mi mente, juré cuidar de ellas como si fuera lo último que hiciera.

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