Pensé que hacer amigas iba a ser difÃcil. Siempre habÃa estado rodeada de chicas a las que conocÃa desde que tengo memoria, que habÃan aparecido en mi vida sin que yo tuviera que hacer ningún esfuerzo.
Pero, la verdad, todo fue mucho más sencillo una vez mi madre nos obligó a mi padre y a mà a tener de invitadas a las chicas que vivÃan en nuestra nueva calle. TodavÃa recuerdo haber puesto los ojos en blanco cuando me dijo que la chica tenÃa mi edad, porque odiaba que tratara de forzar amistades en mÃ. Como si no tuviera paciencia, o incluso fe en que hiciera amigas, cuando todavÃa quedaban un par de meses para que empezaran las clases y no habÃa tenido la oportunidad de relacionarme con nadie.
Lo cierto es que tuvo razón mi madre. Jane, mi vecina, me cayó bien desde el principio, a pesar de haber compartido más que frases sueltas en conversaciones forzadas e incómodas. Sin embargo, parecÃa que yo también le habÃa caÃdo bien, porque aquel mismo dÃa me mandó un mensaje invitándome a una fiesta de cumpleaños, donde conocerÃa de la mejor manera a Ellen, una chica con el pelo castaño y unos ojos marrones claros preciosos.
No fue raro que en la misma fiesta ambas estuvieran más pendientes de sus cosas que en conocerme a mÃ, y supe que algo raro habÃa pasado cuando Ethan, un chico que también acababa de conocer, se ofreció a acompañarme a casa cuando las cosas se pusieron un poco feas. Después de aquello, pensé que no iba a volver a ver a esas dos chicas en mi vida.
Por eso, cuando Jane me dijo por mensaje que viniese a su casa dos dÃas más tarde, me extrañé de la forma más bonita. Significaba que habÃa hecho dos amigas.
Pensé que me costarÃa llamar al timbre de su casa, pero no me di cuenta de que ya lo habÃa hecho hasta cuando escuché los pasos apresurados hacia la puerta para atenderme.
La chica que me abrió la puerta era igual que Jane, aunque un poco más alta y con la cara más enmarcada. SabÃa que era su hermana porque habÃa estado comiendo en mi casa, pero si ese no hubiese sido el caso, juro que hubiese pensado que era ella. Pegó un chillo hacia dentro de la casa llamando a su hermana pequeña antes de dedicarme una sonrisa algo falsa y desaparecer del marco de la puerta.
Jane, al aparecer con el pelo recogido y de mostrarle una mueca de desagrado a su hermana mayor, cambió de semblante al mirarme y me sonrió ampliamente. Con un pantalón de pijama y una sudadera demasiado grande me dejó pasar y me guió escaleras arriba a una habitación amplia con una cama enorme, las paredes llenas de pósters y fotos, el escritorio meticulosamente ordenado.
—Perdona, he perdido la noción del tiempo —dijo dejándome entrar y acercándose al armario para empezar a buscar la ropa que se pondrÃa para salir.
—No te preocupes —respondÃ, con las manos unidas y mirando la habitación con interés antes de sentarme sobre su colcha de plumas.
—Siento muchÃsimo lo que pasó en la fiesta el viernes, Dan es un hijo de puta —dijo ella, quitándose la camiseta de estar por casa para seguir enredado en su armario buscando un sujetador.
Aparté la mirada y asentÃ. Estaba hablando de su ex, de eso me acordaba.
—No te preocupes. No te he echado la culpa en ningún momento —dije, bajando la mirada hacia mis uñas.
—Estoy harta de él y de que me arruine todo lo que me gusta. Siempre ha sido asà y yo me enteré ayer, ¿sabes? Literalmente ayer. Realmente el gilipollas me ha hecho creer que me querÃa y a la vez de que yo tengo la culpa de todo lo que pasó en nuestra relación, cuando lo cierto es que el cabrón me ha estado usando todo este tiempo —seguÃa ella, mientras se ponÃa los pantalones con una camiseta ya puesta, soltándose el recogido y caminando hacia su escritorio.
—¿Te has cortado el pelo? —observé algo sorprendida.
Sentada en la silla y aplicándose máscara de pestañas después de ahuecarse el pelo rubio delante del espejo, me dirigió la mirada y me sonrió.
—SÃ, me lo corté ayer. ¿Te gusta? Ellen casi me mata.
Me reà en alto conforme ella volvÃa a dirigirse hacia el espejo para ponerse unos pendientes.
—Normal. Pero estás muy guapa.
Paró en seco de nuevo y me dedicó otra vez una sonrisa de lo más sincera, como si de verdad agradeciese que alguien le dijese cosas bonitas y que supiera que lo decÃan en serio. PodÃa ver en su mirada que la temporada en la que entré en su vida no estaban siendo sus mejores dÃas.
—Gracias —dijo simplemente, mirándome a los ojos.
Con unos pantalones negros con agujeros en las rodillas y una sudadera corta, cogió el bolso y se lo colgó al hombro, todavÃa con la manÃa de quitarse el pelo con la mano del hombro, aunque ahà ya su pelo kilométrico no estaba para apartar, tan sólo un corte por encima del hombro que bailó tras el manotazo.
Bajó las escaleras delante mÃa y se encontró a Ellen dispuesta a llamar al timbre al abrir la puerta. Dejó caer el brazo dramáticamente y la miró haciendo un puchero.
—No voy a poder acostumbrarme a verte con el pelo asÃ. Me rompes el corazoncito.
Jane puso los ojos en blanco.
—Supéralo ya, pesada.
Sonreà y ella se dio la vuelta para caminar fuera de la entrada de su casa, después de que Ellen se acercara a mà a darme un cálido abrazo que no me vi venir.
SuponÃa que ellas tenÃan ya su sitio habitual de estar siempre que quedaban para estar juntas, asà que dejé que me guiaran hasta una pequeña tienda de chucherÃas del barrio. Me parecÃa algo peculiar esa tradición de comprar golosinas para luego ir a sentarnos en el parque, aunque fui la primera en coger una bolsa y llenármela hasta arriba. Hasta cogà el último regaliz que quedaba de mis favoritos, de los cuales pensé que habÃa dicho adiós para siempre al mudarme de paÃs.
—¿Has cogido el último regaliz? —me dijo Ellen, a lo que le sonreà asintiendo—. Qué hija de puta.
Solté una carcajada.
—Debiste de ser más rápida —dije mientras me acercaba a la cajera para pagar.
Aunque una vez sentadas en el césped del pequeño parque pude partir el regaliz y compartirlo con ella. AsÃ, sin conocerla de nada. Aunque supongo que eso lo hubiese hecho cualquiera. Sólo recuerdo que ella me sonrió ampliamente y me dio un empujón en el hombro antes de aceptarlo y de guiñarme un ojo.
—¿Le has contado lo de Harry? —le preguntó Ellen a Jane, señalándome tumbada boca abajo y apoyada en sus codos, jugando con la hierba.
Jane se ruborizó un poco y sonrió inconscientemente, colocándose el pelo corto detrás de las orejas algo nerviosa, negando con la cabeza. Me miró a los ojos.
—Harry es un chico que conocà hace unas semanas en el pueblo de mi abuela. Y nos enrollamos —añadió encogiéndose de hombros y tratando de restarle importancia.
Alcé las cejas en sorpresa.
TodavÃa no sabÃa realmente cómo clasificar a mis nuevas amigas, aunque en esos momentos ya me estaba oliendo que ambas eran de las que ligaban con facilidad. Aunque eso podrÃa haberlo juzgado por sus caras antes que por sus personalidades; eran realmente guapas las dos. De todas formas me pilló por sorpresa; por aquellos entonces yo sólo sabÃa que Jane habÃa estado en una relación de dos años que acababa de terminar. Con un chico cuatro años mayor que ella.
—¿En serio? Pero, ¿antes de lo de Dan o…?
—Oh, no, no —dijo haciendo una mueca y apartando el pensamiento con un aspaviento—. Fue después de que rompiera conmigo.
—Dos semanas después o asà —añadió Ellen.
Asentà metiéndome una gominola en la boca. No voy a negar que los cotilleos me encantaban como lo hacÃan a todas las chicas adolescentes. Y aquel prometÃa ser jugoso.
—Ayer descubrà que se presenta al Factor X.
Solté una carcajada.
—¿En serio?
Ellen se unió a mà y asintió, como si entendiera la causa de mis risas. A Jane, sin embargo, no le hacÃa tanta gracia.
—Venga ya, no es para tanto. Además, esas cosas no suelen ir a nada más. Pero es divertido.
Sonreà y me encogà de hombros.
A mÃ, como estudiante en una academia con prestigio que se tomaba el tema de la música muy en serio, aquel tipo de programas me parecÃan superficiales y vacÃos de talento, regidos por un par de empresarios codiciosos cegados por dinero dispuestos a explotar a cualquier adolescente que se dejara. Pero acababa de entrar en el grupo de chicas que tan amablemente me habÃan acogido, asà que consideré que era un poco pronto para entrar a pisotones con mis opiniones tal vez demasiado altas, y no querÃa sonar antipática.
—Supongo que si va es porque canta bien, ¿no? —comenté simplemente.
Ellen seguÃa riendo por lo bajo mientras enredaba dentro de su bolsa de chucherÃas con los ojos bajos, mientras Jane le dedicaba miradas con la ceja alzada, aunque haciendo lo posible por ignorarla. Pasó a mirarme a mà y se encogió de hombros de nuevo.
—A ver, sÃ, no lo hace mal. Pero ese programa está amañado seguro. Y mira que yo soy fan incondicional.
Ellen gruñó.
—Dios, es una pesada.
—Cállate —dijo Jane con una carcajada.
Ellen le sacó la lengua y le tiró un puñado de hierba a la cara.
Puedes imaginarlo, desencadenó toda una guerra de hierba entre las dos, en la que claramente Jane le tenÃa ventaja al estar Ellen tumbada en el suelo. Ellen gritaba y trataba de taparse la cara con los brazos mientras Jane, sentada en su espalda, estrujaba los tallos de la hierba en su cara y sus labios, sujetando su frente con la otra mano.
—¡Cómetelo, zorra! —gritaba Jane en carcajadas mientras Ellen luchaba como podÃa por no tragar la hierba que la rubia le empujaba en la boca, y al mismo tiempo controlando su risa e intentando quitar a su amiga de encima suya.
Solté una carcajada mientras las veÃa hacer lo que hacÃan con la mayor naturalidad del mundo; cómo dos amigas se comportaban alrededor de cada una, cuidándose la una a la otra como la persona más importante de su mundo, y al mismo tiempo molestándose mutuamente, como hermanas que se querÃan y odiaban a la vez. Algo que yo nunca tuve; ni hermanas ni amigas.
Pensé que al verlas asà tendrÃa envidia de su relación, que antojarÃa algo asà también con una persona, que se burlase de mà con amor para que yo pudiese hacerle rabiar a ella, para luego tener que controlar el ataque de risa que nos darÃa a las dos. Pero no, extrañamente al verlas asà pude sentirme incluida en su juego y en lo mucho que más tarde me contarÃan acerca de sus vidas, cómo se preocupaban por hacerme sentir una más, por ponerme al dÃa con sus cosas y no sentirme excluida. Me preguntaban acerca de mi paÃs, de mis amistades, de mis relaciones con chicos, y sin esperar ni un dÃa más por hacerme bromas y vacilarme, por mucho que tampoco habÃa tanta confianza.
Ellas se encargaron de que la confianza viniese de sola, que no hacÃa falta esperar para que viniese con el tiempo. Confiaron en mà desde el minuto uno. Esa tarde al volver a casa y tumbarme en la cama después de pasarla con esas chicas, pude reflexionar acerca de lo que tenÃa delante. Ambas tenÃan el corazón roto en sus costillas. Se lo podÃa ver en la mirada.
Jane con el pelo corto y ojeras de las noches en vela; sonreÃa y reÃa a carcajadas cuando estaba con Ellen, por mucho que fuera mentira. Se esforzaba por estar bien. Ellen no tenÃa brillo en la mirada, pero hacÃa brillar a su mejor amiga como si fuera su trabajo, cuidar de ella antes que de sà misma, como un pacto que habÃa hecho hace años con su almohada. Ella venÃa antes. Jane se lo agradecÃa en silencio con sonrisas y abrazos, como si supiera lo mucho que su mejor amiga habÃa hecho por ella, lo muchÃsimo que le debÃa, y que la habÃa llegado a querer más que a nadie. No podÃan vivir la una sin la otra.
Asà que ahà tumbada con las imágenes bailando en mi mente, juré cuidar de ellas como si fuera lo último que hiciera.