top of page

jess -iv [1 septiembre 2010]

Acostumbrada a ponerme todos los uno de septiembre un uniforme, el hecho de que el London College of Creative Media no obligara a sus alumnos llevar uno me desconcertaba un poco. No era que me molestase, o que prefería llevar uno, pero no pensé que tardaría tanto en elegir la ropa de mi primer día de clase.

De todas formas, no le di más vueltas de lo necesario, me puse lo primero que pillé y bajé a la cocina con la bandolera y la chaqueta puesta, lista para salir a la calle. Mi madre me dio un beso en la frente.

—Tienes la tarjeta del metro en la entrada. Suerte con tu primer día.

Le sonreí y cerré la puerta detrás mía.

No solía ponerme nerviosa con ese tipo de eventos ni cambios en mi vida tan drásticos, porque era bastante consciente de que no merecía la pena estarlo. Es más, estaba hasta emocionada por ir a una de las mejores escuelas de música del mundo, cuna de tantos artistas reconocidos que era hasta abrumador, así que caminaba con determinación por las calles, pero la rodilla me temblaba una vez sentada en el vagón del metro que tendría que coger todos los días.

Me repetía el recorrido que tendría que caminar una vez entrada en el recinto en la mente, apretaba la chaqueta contra mi pecho con el puño y miraba mis pasos en el pavimento.

Tal vez sí estaba un poco nerviosa a juzgar por el tembleque de mis dedos sujetando las tiras de la bandolera. Por suerte lo noté a tiempo, tomé una bocanada de aire mientras caminaba por los jardines de la entrada y me detuve un momento para tranquilizarme. Luego sonreí, segundos antes de sumergirme en el edificio antiguo de la prestigiosa escuela de música en la que tendría el privilegio de estudiar.

Seguí la marea de gente por mucho que más o menos sabía dónde estaba el auditorio donde nos darían la bienvenida, y me senté con ojos curiosos observando la sala, sin poder evitar echarle un ojo al enorme piano de cola que se encontraba en el fondo del escenario.

En la sala nos encontrábamos los estudiantes de primero de universidad y la gente de mi edad, que empezaríamos los estudios específicos antes de entrar del todo en el ámbito musical. Sabía que todavía teníamos tiempo de echarnos atrás, pero lo cierto es que no podía esperar a que esos dos años se terminase para adentrarme de lleno en los estudios de grabación y empezar a trabajar con profesionales.

Estaba nerviosa, y tal vez fue por eso que mi mirada no podía dejar de vagar entre las caras desconocidas de gente igual de desconcertada que yo, buscando la mirada que sentía clavada en mi espalda como un espectro que no sabía si me estaba imaginando.

Un chico moreno que hablaba animadamente con su compañero de asiento me miró durante escasos segundos, una pelirroja se mordía las uñas copiosamente mirando hacia el frente con ojos nerviosos unos asientos más arriba, alguien reía a carcajadas en la fila de debajo mía, hasta que la mirada de unos ojos almendrados se tropezaron con los míos, su pelo castaño cubierto con un gorro de lana claro, me miraba con una pequeña sonrisa. Antes de que pudiera reaccionar, un hombre mandó silencio y comenzó a hablar. Y aparté la mirada.

Traté de prestar atención, pero ya la sensación de que me lo estaba inventando se desvanecía conforme pasaban los segundos; me estaba mirando. Sentía sus ojos clavados en mi perfil, distrayéndome con su imagen grabada en mi retina y haciéndome empujarme las cutículas de las uñas en el ensueño.

Estaba hablando de algo importante, con una sonrisa en la cara y haciendo gestos teatrales con las manos, paseándose por el escenario; su sonrisa ligera volvió a hacerse dueña de mis pensamientos. Jugaba con mi pelo, miraba de reojo a mi lado para comprobar que seguía mirándome, y cuando me sonrió ahora asegurándose de que captaba mi atención, tuve que apartar la mirada de golpe, aunque no pude evitar sonreír.

Separaron a los universitarios de nosotros, y me vi deseando que no estuviera entre los mayores, secretamente cruzando los dedos para que por lo menos estuviera en mi curso, con ganas de encontrarme esa mirada de nuevo en mis clases.

Por desgracia, cuando nos separaron en grupos más pequeños a los alumnos con los que compartiríamos clase, no le pude ver por ningún lado, y me decepcioné un poco.

No dejé que mis ánimos decayeran ya tan pronto, no solía tener problemas haciendo amigos y probablemente ya tendría más de una cara conocida al día siguiente cuando volviera, tarea que se facilitaba teniendo en cuenta de que éramos bastante pocos al ser una escuela privada.

Nuestra tutora nos hizo un tour de las instalaciones a nuestro grupo reducido, empezando por los estudios de grabaciones y las salas de piano y ensayo, dejándonos ver cuál sería nuestro futuro si continuamos nuestros estudios en esa universidad.

Hasta que salimos a la calle para mostrarnos el campus aprovechando el precioso día que hacía.

Me la volví a encontrar, aquella mirada cautivadora en ojos algo cansados y desafiantes, apoyada en el edificio con la rodilla doblada y los brazos cruzados sobre su pecho, fumando un cigarrillo y mirando al frente.

Los estudiantes se esparcieron por los jardines, pero yo no parecía que podía hacer mover mis piernas de mi sitio parada en la entrada, una vez puso de nuevo esos ojos en mí, tirando la colilla y bajando la pierna al suelo para apagarla con la bota.

—Aquí estás —le dijo la profesora cruzándose de brazos—. Ya sabes que no puedes fumar en el recinto.

Se encogió de hombros.

—No necesito el tour.

Me di cuenta en ese instante que no era una conversación que me incumbía, así que cerré el puño en la tira de mi bolso y bajé las escaleras de la entrada para matar el tiempo durante unos segundos y esperar a que la profesora nos diera las siguientes direcciones.

Pero justo antes de que pudiera hacer ademán de hacer de que no estaba escuchando nada, sentí una mano sujetarse a mi muñeca. Me di la vuelta y de nuevo me vi bañada por esos ojos marrones y atrapada en sus pestañas larguísimas, con una pequeña sonrisa tímida en los labios, deteniéndome en mis movimientos.

—Hey, tú eres Jess, ¿verdad? —pronunció sin separar ni un segundo sus ojos de los míos.

Bajé la mirada y me coloqué un mechón de pelo detrás de la oreja con una sonrisa.

—Sí.

Me tendió una mano orgullosa.

—Yo soy Lena, creo que nos conocimos el día de reconocimiento.

Me hice un poco la loca frunciendo el ceño mientras le sacudía la mano con firmeza, pero sólo porque quería ver cómo iba a usar sus palabras para hacer que la reconociera, ver si podía encontrar el deje de esperanza en su voz de que me acordara de ella.

Se mordió el labio y continuó hablando.

—Ya sabes, la que te tiró el café encima y arruinó tus partituras.

Sonreí y asentí.

—Cierto. Tengo tu jersey en casa todavía.

—Ah, puedes quedártelo. Seguro que te queda mejor. Eres guapísima.

Me puse algo colorada, todavía agarrada a mi bandolera y sin tener ni idea qué responder ante aquello. Tenía más energía de la que esperaba.

—Gracias —murmuré.

—En serio, pareces guay. Sólo hay frikis en esta escuela, pero creo que podemos ser buenas amigas.

Me reí nerviosa y volví a colocarme bien el pelo. No solía ponerme tan nerviosa al hacer amigas, ni solía quedarme atrapada con tanta facilidad en una mirada.

—¿Quieres que te enseñe la escuela?

—Oh, ya está dándonos—

Agitó la mano con la ceja alzada y le restó importancia.

—Ella solo te va a enseñar lo aburrido, yo sé dónde están los sitios chulos.

No pude negarme ni aunque hubiese querido, me sujetó de la mano, echó un vistazo a la tutora y me escabulló de nuevo en el edificio.

—No te preocupes, no me va a buscar ni se acordará que faltas. Los primeros días tienen la guardia baja.

Siempre había sido la chica que cumplía las reglas a raja tabla, supongo que la típica chica buena que sólo pensar en saltarse una clase hacía que me picasen las uñas. Pero en esos instantes no sabría muy bien si los nervios que estaba sintiendo era porque estaba incumpliendo una norma, o porque todavía no me había soltado la mano conforme caminábamos por un pasillo largo.

Pareció que ella también se dio cuenta, aunque lo disimuló lo mejor que pudo y usó la excusa de señalarme alguno de los cuadros colgados por encima de nuestras cabezas para soltarme la mano de una vez.

Me hablaba conforme caminábamos de distintas historias relacionadas con el edificio, anécdotas de cosas que había vivido ella, saludando al personal y a los profesores con una sonrisa en la cara, y mi curiosidad acerca de cómo conocía tantos detalles empezaba a hacerse hueco en mi mente. Lo que una vez pensé que sería una chica misteriosa por sus botas demasiado grandes y su jersey colgando de sus clavículas quedó reemplazado por la imagen de una chica sonriente y llena de energía, que contaba sus historias con entusiasmo y dando pequeños brincos cuando mencionaba algo que la hacía sonreír, siempre con ojos brillantes.

Se detuvo en un pasillo medio oscuro delante de un portón y me miró a los ojos con una sonrisa ladeada. La miré expectante a lo que ocurriría, automáticamente sujetándome de mi bandolera en cuanto consiguió ponerme nerviosa de nuevo.

—Tú tocas el piano, ¿verdad?

Asentí.

—Quiero decir, es como tu especialidad, ¿no?

Crecí una sonrisa y volví a asentir.

—Sí —dije riéndome un poco.

Se mordió el labio y empujó enorme puerta con fuerza, justo antes de volver a sujetarme de la mano y arrasarme hacia el interior. La sala en la que estábamos estaba completamente a oscuras y era incapaz de ver, pero podía sentir el suelo hueco bajo mía, y la puerta creó una ola de eco en la estancia al cerrarse, por lo que debía de ser grande. Sonreí un poco cuando empecé a imaginarme a dónde me había traído.

—Quédate aquí un momento —me susurró en el oído, y me soltó la mano.

Escuché el sonido de sus pasos huecos sobre la madera de nuevo retumbando en las paredes, y unos segundos más tarde, unos clics empezaron a iluminar la sala poco a poco, empezando con las butacas más superiores, encendiendo los palcos laterales, la pista de butacas centrales, el fondo del escenario a mi espalda y finalmente un foco cayendo sobre el piano de cola más grande que había visto en mi vida.

Lena volvió a mi lado y me dejó en paz unos segundos, dejando que admirase la belleza que tenía delante, dando algunos pasos hacia el centro del escenario con la mirada clavada en el auditorio, sintiendo la sonrisa en mis labios agrandarse con el silencio.

—Es increíble, ¿verdad? Compartimos el escenario con los de teatro y danza. Ellos pueden usarlo mucho más que nosotros, pero siempre me escabullo cuando puedo. A estas horas siempre está vacío.

Estaba en estado de shock, por lo que tuvo que volver a tirarme del brazo para arrastrarme hasta el piano, siempre dejando lo mejor para el final.

Se sentó a mi lado en la butaca y me observó acariciar las teclas. Sacudí la cabeza.

—¿Cómo conoces tan bien este sitio?

—Bueno, mi madre está en la junta directiva, y de niña me pasaba aquí muchos fines de semana. Mi padre ha actuado muchas veces aquí.

La miré durante unos segundos antes de sonreírle y de nuevo bajar la mirada hacia el teclado delante mía.

—Qué suerte que tengas unos padres en la música.

Se encogió de hombros y empezó a tocar una pequeña melodía con una mano, como si fuese un acto reflejo que no pudiese controlar

—No he sabido vivir de otra manera. Pero no me voy a quejar, probablemente sea lo mejor que me ha pasado —respondió sin mirarme, dejando escapar una pequeña risa.

—Lo es. Todavía puedo ver en los ojos de mi padre la decepción cuando le dije que quería hacer música.

Resopló poniendo los ojos en blanco.

—Seguro que se tragaron las palabras cuando vieron lo buena que eras.

Solté una carcajada.

—Hace algunos años que no se quejan, la verdad. ¿Cómo sabes que soy buena, de todas formas?

Detuvo la melodía durante unos segundos, como si la hubiese pillado desprevenida, y continuó sin separar la mirada del teclado. Se encogió de hombros de nuevo, empequeñeciéndose un poco y mostrándose algo más tímida que hacía unos segundos.

—Bueno, tienes quince años, ¿no? No dejan entrar a cualquiera con quince, debiste de haberlos impresionado mucho.

Sopesé un poco sus palabras acariciando mi labio inferior con los dientes mientras vacilaba mi mirada entre ella y el piano, y sentí una pequeña sonrisa tirar de la comisura de mis labios. Quise hacer más preguntas acerca de su interés en mí, pero en vez de eso me encogí de hombros y traté de seguir su melodía una escala más alta, después de haberla escuchado un par de veces repetir las mismas notas.

—La verdad es que sí que soy jodidamente buena —dije, y la miré esperando a que subiera la mirada para encontrarse con la mía.

En cambio se rió y se incorporó un poco, colocando un mechón de su pelo detrás de la oreja y dejándome ver su sonrisa ladeada.

—¿Ves? Te lo dije —respondió mirándome por escasos segundos, para de nuevo bajar la mirada a sus dedos.

Sonreí y continué tocando las notas que ya empezaba a saberme de memoria. Encajando perfectamente con el eco del auditorio, como una banda sonora perfecta para un primer día de lo más extraordinario, ya saltándome clases antes de siquiera empezar.

Me aclaré la garganta sutilmente al darme cuenta de que habíamos estado dentro de la música durante algunos segundos.

—¿Tú también te especializas en piano? —pregunté.

Negó a cabeza repentinamente y frunció el ceño, como si la idea le desagradase.

—No, no —dijo con una pequeña risa suspirada—. Violín y canto, pero siempre he ido a clases de pequeña.

No hice más preguntas al respecto; era más que normal que si te especializabas en cualquier otro instrumento tocases el piano aunque fuera un poco, al ser el instrumento base del solfeo. Una vez dominabas el piano, era sencillo aprender cualquier otro instrumento con facilidad. Así que simplemente asentí, por mucho que la curiosidad acerca de su voz empezaba a hacerme eco en los pensamientos.

Podía juzgar acerca de su tono que debía tener una tesitura bonita a la hora de cantar, y me recorrió una sensación de ilusión por todo el cuerpo al pensar en que lo más probable es que la oiría tarde o temprano a lo largo del curso, casi sintiendo la impaciencia vibrar entre mis costillas.

Sus dedos dejaron de tocar en mi mente, aunque la melodía me acompañó a casa, más alta que la música en mis auriculares y más alta que las vías del metro debajo mía, envolviéndome completamente en su manto suave.

Al cruzar el umbral de mi puerta sentí cómo la fantasía tiraba de sus extremos y me alejaban de ella de un empujón, con el portazo a mi espalda poniendo fin a la reproducción de los violines. Mi madre me esperaba con una lista de cosas y una montaña de libros a los que tenía que atender durante toda la tarde. Cuadernos y páginas en blanco sin partituras donde la música ya no tenía lugar, ni era bienvenida. Esa era el pacto que había firmado. Podía dedicarme a la música, pero tenía que estudiar algo real a la vez, y prepararme para la universidad por si cambiaba de opinión.

No pensé en ella entre los números en lápiz y las frases subordinadas, ni cuando llegó la hora de cenar y ya no me veía obligada a estar en completo silencio. No pensé en ella mientras ponía la mesa y mi padre cocinaba con la televisión puesta de fondo, como si fuera un pensamiento prohibido que no podía tocar en presencia de mis padres, o de nadie, demasiado personal y discreto como para arriesgarme a que alguien me leyese la mente. Y tampoco pensé en ella cuando fregué los platos después de cenar y me metí a la ducha, aunque evitando por completo poner mi música por si se colaba sin querer en mi imaginación a través de los altavoces de mi iPod.

Pero una vez sola en mi habitación nueva, con las paredes todavía prácticamente en blanco, busqué mi cuaderno de partituras y empecé a dibujar las notas en el papel, viendo en mis imágenes sus dedos acariciar copiosamente las teclas del piano.

Pensé en caras desconocidas, en cenas llenas de música colorida y bailes en la cocina, risas por debajo del ritmo de los altavoces y conversaciones sin importancia por no querer interrumpir las melodías que ellos habían escogido para acompañarles en la noche de lunes.

Pensé en cómo sería eso de que mis padres me tomaran en serio, y no me obligasen a estudiar por si mi camino me dejaba atrás. Pensé en cómo hubiese cambiado mi vida si mis padres también hubiesen estado dentro de la música, en la de puertas que me hubiese abierto y la de nanas que me hubiesen cantado de pequeña.

Tal vez fue una forma de distraer mi mente de sus pestañas largas y sus dedos suaves rozando sin querer los míos sobre el teclado, y sonriéndome tiernamente al darse cuenta, como si todavía fuese demasiado pronto para quedarme atrapada en su mirada almendrada, y mi cerebro se distraía imaginándose su cocina y su dormitorio llenos de notas musicales e instrumentos que adornaban las paredes.

Pero ni mi cerebro podía negar que me quedé dormida pensando en sus clavículas pequeñas y marcadas, y en su peca debajo del ojo izquierdo, y que soñé con sus dedos rozando los míos mil veces más.

0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo
bottom of page