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yina -i [31 julio 2009]

Actualizado: 20 dic 2019

Todos los veranos mis padres me obligaban a ir a clases particulares. Mi madre se empeñaba en que todas las mañanas, de lunes a viernes, tenía que hacer tenis en una clase de tres horas que odiaba con todo mi ser, para más tarde atender una clase de hora y media acerca de cualquier tópico que mi madre consideraba que no enseñaban lo suficiente en clase. Ese verano eran los escritores románticos ingleses, la cual las impartía un señor demasiado mayor que mis padres pagaban a la hora concretamente para mí. En verano no había profesores que se dedicaban a dar clases sobre el siglo XIX, y mucho menos a la hija de una pareja de snobs que no gustaban a nadie.

Por suerte el profesor me tenía pena, y la mayoría de las clases eran amenas y hasta divertidas, a pesar que prefería hacer mil cosas antes de estar ahí, encerrada en el salón de mi casa. Parecía que él lo sabía, y se encargaba de por lo menos aprendiera algo y de ser empático conmigo. Hasta había veces que me escabullía de sus clases y él se encargaba de que mi madre no se enterara.

Hacía calor y yo estaba sentada en la entrada de mi casa sobre el pavimento ardiendo, enredando con los hilos sueltos de los agujeros de mis vaqueros, con la mano apoyada en el suelo y observando de vez en cuando hacia la casa del fondo de la calle.

Estaba esperando a que Gemma volviera de sus vacaciones familiares de julio, como hacían todos los años desde que volvieron a ese pueblo. Creo que ese año volvían de Turquía, pero no estoy del todo segura. Era casi agosto y ya sabía que debían de estar a punto de llegar, después de llevar ya un par de días esperando ahí sentada. A pesar de tener ya diecisiete años, el teléfono que mis padres me habían regalado ese año por mi cumpleaños era lo suficientemente viejo como para que la cobertura no funcionase fuera de los límites del pueblo. En resumen, sólo podía comunicarme con las personas que estaban dentro. Nunca supe la razón por la que no funcionaba, pero a mí me gustaba pensar que mi madre lo había hecho a propósito para molestarme, como una nueva oportunidad para joderme la vida. No era un cuento desproporcionado, si conoces el carácter boicotista de mi madre. Fuera lo que fuere, no podía comunicarme con Gemma cuando estaba fuera. Así que ese mes fue duro.

Miré mi reloj y suspiré al darme cuenta de que si no estaba en el comedor de ahí a cinco minutos iba a tener bronca. No es que las broncas no estuvieran ya aseguradas llegara tarde o no, pero realmente prefería intentar evitarlas. Entré en casa y me puse una sudadera por el contraste de la temperatura. No importaba la temporada en la que estábamos, la temperatura que hiciera fuera o dentro, siempre se me ponía la piel en punta nada más cruzar la puerta de esa casa.

Me senté en mi silla con el móvil en la mano y mi padre se acercó a mí para darme un beso en la cabeza. Ese era el único gesto de aprecio que recibía en todo el día, de él. Le sonreí débilmente y volví mi atención a mi teléfono.


Connor C.: Vas a ir a la fiesta este viernes?


No esperaba recibir un mensaje suyo estos días. Últimamente era yo la que tenía que enviarle un mensaje para llamar su atención, así que fue una bonita sorpresa. Inconscientemente sonreí y me dispuse a contestarle.

—Anna, deja el móvil cuando estamos comiendo —dijo mi madre al entrar en la sala con una ensaladera en la mano.

No sé por qué se esforzaba por intentar ayudar a poner la mesa o hacer la comida, si pagaba un dineral para que limpiaran e hicieran todo el trabajo por ella. Se sentó en la silla y puso sus ojos en mí para insistirme todavía más y sonreírme con falsedad. Quise replicarle y decirle que no habíamos siquiera empezado a comer, pero me quedé callada y dejé el teléfono encima de la mesa.

—Ya te he dicho que odio que me llames así —respondí en su lugar, murmurando.

—¿Por qué? Es un nombre precioso.

—Bueno, pues no me gusta.

—Adèle, lo dice mucho, tal vez debamos escucharla —dijo mi padre calmado, mirando su plato y cortando meticulosamente sus verduras.

—¿Qué? Sólo estoy diciendo que es un nombre precioso, toda mi descendencia lo lleva. Debería estar agradecida.

—De acuerdo. Llámame como quieras —me di por vencida.

Me miró durante un minuto rumiando su lechuga para apañador:

—No me gusta que lleves el pelo así, ya lo sabes.

Puse los ojos en blanco, aunque no entré en el juego que me había propuesto.

Desde que tengo recuerdo, mi madre solía plancharme el pelo para deshacerse de mi pelo extremadamente rizado. No sabía exactamente por qué quería deshacerse de todos mis rasgos armenios que tenía, pero tampoco le daba demasiada importancia. Era "desordenado" y "descuidado" llevarlo tan salvaje, me repetía mi madre casi todos los días que se colocaba detrás mía para peinarme. No me importaba, es más, hasta me llegó a gustar aquel momento madre-hija que teníamos diariamente. Y cuando comencé la adolescencia, me planchaba el pelo todos los días para ir a clase, empezando a odiar con fuerza la forma de mi pelo.

Hasta que, naturalmente, llegó Gemma para enseñarme lo bonito que realmente era. Además, el hecho de que mi madre lo odiara era incluso mejor. Cuando más opuesta era a ella (alta, rubia y con las venas marcadas en sus manos), mejor.

Como ambos vieron que no tenía intenciones de hablar de aquello, siguieron hablando.

—¿Cómo han ido tus clases hoy? —preguntó mi padre.

Este era el peor momento del día; el único tiempo en el que estábamos los tres juntos y pretendían que estaban interesados en cómo había ido mi día, el que ellos me habían escrito de antemano. Ya aprendí que intentar rebelarme sólo era una pérdida de tiempo y un conflicto innecesario del que no saldría, así que simplemente me encogía de hombros y no decía nada más, bajaba la mirada hacia mi plato de porcelana.

—Sin más —dije.

—¿Qué has aprendido hoy?

—Percy Shelley.

Mi padre asintió, pero no me dirigió la mirada. Mi móvil vibró encima de la mesa.

—¿Qué te he dicho del móvil?

Sujeté mi teléfono y lo puse en silencio.

—Lo siento.

Me terminé mi plato de estofado con cerezas y verduras a la pancha, y la criada se acercó para retirármelo.

—Perdona Eva, ¿puedes traerme un poco más?

Quiero decir que la criada que estaba sirviendo la mesa no era de ninguna etnia diferente a la nuestra y que se trataba de una chica rubia y blanca. Mi madre era el estereotipo al completo; mala persona, rica, y desde luego, racista.

La chica me asintió y me levantó el plato. Mi madre no tardó demasiado en dejar sus cubiertos sobre la mesa y de lanzarme una mirada.

—¿Estás segura de que quieres repetir? Cielo, creo que estos kilos de más te sientan de maravilla, pero tampoco queremos que se nos vaya de mano...

Le miré unos segundos y bajé la mirada a mi regazo. Nunca había tenido un problema con mi peso, ni lo tuve nunca, pero ella se estaba asegurando de que creara uno. Como si fuera mejor tener una hija con un desorden alimenticio que una hija gorda. Por suerte nunca me molestaron demasiado los comentarios de ese tipo, porque a pesar de sus intentos, tenía buena imagen de mí misma y no me disgustaba mi aspecto. Habían cosas peores que me molestaban de ella.

Eva se quedó a mi lado sin saber muy bien qué hacer, hasta que la miré y la sonreí.

—Está bien, tengo hambre.

Mi madre suspiró.

—Juego al tenis todos los putos días, no sé qué más quieres de mí.

—¡Anna! No le vuelvas a hablar así a tu madre.

Puse los ojos en blanco, ahora cruzándome de brazos.

—Lo siento.

Mi madre seguía con la mirada en el plato con la nariz algo levantada.

—Sólo me preocupo por ti, cariño. Quiero que los chicos se fijen en ti y tengas entre donde escoger. Los diecisiete es una edad muy confusa, no quiero que cumplas los veinte y sigas siendo virgen.

—¡Mamá!

—Adèle... —murmuró mi padre.

Me puse una mano en la frente y froté mis ojos sin acabar del todo creyéndome lo que me acababa de decir.

—Bueno es cierto, ¿no? Sigues siendo virgen.

—Dios mío... —murmuré.

Mi padre se quedó callado y mi madre me miraba expectante, como si realmente esperara que le respondiera a aquella pregunta. Hasta mi padre parecía atento, como si de verdad estuviesen preocupados por eso.

Me humedecí los labios y me incliné en mi silla para mirarla con el ceño fruncido.

— Ah, ¿pretendes que te conteste a la pregunta?

Comenzó a hablar, pero decidí que no quería escuchar la respuesta y me levanté de mi silla.

—Idos a la mierda. Lo siento, Eva, ya no tengo hambre.

La mujer me sonrió de lado y asintió antes de desaparecer de nuevo en la cocina. Mi madre me miraba como si le hubiese hecho daño con mis palabras con un gesto de dolor en la mirada, como solía hacer cuando conseguía enfadarme para poder jugar su papel de víctima. Mi padre se quedó callado, con una servilleta contra sus labios y la mirada sombría debajo de sus gafas de pasta.

—Anna... —murmuró.

—¡Yina! ¿Cómo de difícil es llamarme Yina? —grité.

Rodeé la mesa dando pisotones, sujeté mi bolso y me acerqué a la puerta.

—¡Mañana empiezan tus clases de conducir, que no se te olvide! —gritó mi madre antes de que cerrara la puerta principal de un portazo.

Apoyé la cabeza en la puerta y dejé que el sol me bañara la cara mientras suspiraba en el aire, con los ojos cerrados durante unos minutos esperando que me cambiara un poco el humor.

Mi madre me adoptó cuando tenía alrededor de tres años. Nunca estuvo del todo claro qué día o incluso qué año había nacido, y tampoco me contaron demasiado acerca del proceso que tuvieron que pasar para adoptarme. No fue nunca un secreto que guardaron de mí; siempre me hablaban del sitio de donde venía y por qué me habían adoptado. Sobretodo mi padre, recordaba que mi madre siempre estuvo muy reacia a contarme la historia, como si me echara la culpa de que ya no era capaz de tener más hijos. También mi hermano mayor me contaba detalles cuando comencé a ser curiosa, siempre mucho más cariñoso y abierto a contestarme preguntas. Como había crecido estando acostumbrada, nunca tuve que pasar por la época traumática de conocer la verdad, pero tampoco me sentí una extraña en casa por ser adoptada. Sí por muchas otras cosas, pero no por eso.

Hacía un calor espeluznante, por lo que me quité la sudadera y me la anudé a la cintura. Escuché unos ruidos en la calle y abrí los ojos para enfrentarme al sol del mediodía y pude ver que mi mejor amiga ya había llegado. Con una sonrisa en la cara, me senté de nuevo en el pavimento de delante de mi casa y esperé pacientemente unos minutos a que hubiesen bajado del coche para no molestar, y cuando esperé lo que yo consideré lo suficiente, prácticamente me acerqué corriendo.

—¡Yina! —gritó Gemma al verme y me abrazó con fuerza cuando me abalancé sobre ella.

—¿Necesitáis ayuda? —pregunté.

Ella me puso unos bolsos pesados en los brazos y me mandó hacia dentro de la casa. Saludé a Anne y ella se acercó para darme un beso.

—Los puedes dejar en la habitación —me dijo con una sonrisa.

Asentí y subí las escaleras para atravesar el pasillo y dejar las maletas en el suelo de la habitación principal. Escuché a Gemma subir las escaleras y salí de la habitación de sus padres con una sonrisa y me acerqué a ella contenta y lista para escuchar todos los aburridos detalles de su viaje de casi un mes. Ya casi con los brazos en alto para volver a abrazarla, tuve que interrumpir mis movimientos cuando su hermano pequeño salió de su habitación casi chocándose contra mí. Di un paso atrás para dejarle paso.

—Ups, lo siento —dije.

El chico estaba mucho más alto de lo que recordaba. El año pasado apenas le había visto, se pasaba los días fuera de casa o encerrado en su habitación. Ambos estaban algo más morenos de lo habitual, pero la verdad es que los quince le estaban sentando de maravilla.

—Hola —murmuró sin dirigirme la mirada, y bajó las escaleras de dos en dos.

Miré a Gemma después de seguirle con la mirada escaleras abajo, y vi que se aguantaba una carcajada.

—¿Y a ese qué le pasa? —le pregunté.

Se rió y se encogió de hombros.

—Ni te ralles, cosas de adolescentes.

Gemma estaba casi tan sorprendida como yo después de que Connor, el chico de un año mayor que yo por el que estaba completamente colada, me hubiese mandado un mensaje preguntándome si iba a ir a la fiesta a la que iba a ir todo el maldito pueblo.

Simplemente era otro flechazo adolescente como los que tenía una vez cada mes con un chico diferente, si soy sincera. Tenía las hormonas revolucionadas, y cualquier chico que me hacía un poquito de caso se convertía automáticamente en el amor de mi vida. No me enamoraba, pero en el momento sí parecía que lo hacía. Y luego se me olvidaba a la semana, para pasar por el mismo ciclo con el siguiente chico que cruzaba miradas conmigo en el pasillo.

No era de las chicas que ligaba con facilidad o en las que los chicos se fijaban demasiado. Había tenido mis rollos habituales para una chica de mi edad con chicos de mi escuela y del pueblo, pero no un número exagerado de personas como muchas chicas de mi edad. Pero yo estaba contenta. Sí necesitaba que las cosas empezaran a ir al siguiente nivel, de todas formas. Porque, como ya he dicho, tenía las hormonas revolucionadas, y comenzaban a estar impacientes.

Si Gemma y yo ya estábamos dudando acerca si íbamos a ir o no a la maldita fiesta, quedó bastante claro que ese viernes íbamos a presentarnos en esa casa e íbamos a ir a por todas. Tenía las cartas sobre la mesa y era la siguiente en jugar. Tenía miedo y estaba nerviosa, pero pensaba en la fiesta del viernes con una sonrisa. Tenía un objetivo, y una fiesta con un objetivo es el doble de divertida.

Volví a casa muy tarde en la noche después de que Anne insistiera más de una vez en quedarme a dormir. Era lo que prefería mil veces antes de volver al infierno que era mi casa, pero no podía pedir tanto de aquella gente que tanto me quería. Había un límite que no quería cruzar, por mucho que me pidieran hacerlo.

Mi madre estaba sentada en el salón bajo un foco de luz naranja y un libro enorme en su regazo. Me detuve en la entrada unos segundos para observar cómo ni siquiera levantaba la mirada para saludar mi llegada. Continuó leyendo con las gafas bajadas sobre su nariz y su pelo rubio y liso cayéndole sobre los hombros, con la piel dañada por los años que había sufrido la vida, casi entrando en los sesenta.

No era algo que a Gemma le molestaba decir ni repetir todas las veces que tenía la necesidad de hacerlo sin preocuparse por que me molestara:

—No entiendo por qué se molestaron en adoptarte si no tenían intención de quererte.

Supongo que mi madre nunca estuvo del todo de acuerdo con adoptarme, porque yo no sería capaz de traspasar sus genes perfectos a mis hijos, ni su pelo rubio ni sus pómulos altos. Tal vez fuera por eso que se esforzaba tanto en asegurarse de que no defraudara el nombre Fitzgerald, como si estuviera en mis genes extraños que no fuera lo suficientemente buena para ella. Tampoco estoy del todo segura de si me hubiese querido si hubiese sido su hija de sangre, o si la situación hubiese sido incluso peor si tuviese que vivir bajo sus expectativas tan altas siendo su hija biológica. Había una razón por la que mi hermano se había marchado en cuanto pudo de casa.

La observé durante unos segundos más y esperé a que me dijera buenas noches, pero ella no levantó la mirada del libro, como siempre. Bajé la mirada y subí las escaleras hacia mi habitación.

Me dejé caer en la cama y antes de que a mi mente le diera por estropearme la noche, sujeté el móvil para contestar el mensaje con el que me había hecho la dura durante toda la tarde con una sonrisa en la cara.

Yo: Claro que voy a ir!

Por quién me tomas?

Connor C.: Guay pues nos vemos ahí

Yo: vas a ir con alguien?

No sé exactamente la razón por la que le dije aquello ni por qué me estaba poniendo en esa situación tan incómoda a mí misma, pero lo hice igualmente, por mucho que me arrepintiera al instante de haberlo hecho.


Connor C.: Con unos amigos, supongo


La palabra nerviosa no hace justicia a cómo me sentí a lo largo del día del viernes. Había ido a más fiestas, pero desde luego no tan en serio como aquello, con un objetivo tan claro en mente, que metía una barbaridad de presión a mi noche.

El resto de las amigas de Gemma ya tenía planes para la prefiesta, así que nos encerramos las dos en mi habitación, y yo le robé una botella de vodka a mi madre. Era el primer verano en el que Gemma podía comprar alcohol legalmente, y Anne era perfectamente consciente de los hechos de la noche y lo que suponía, pero por algún motivo Gemma prefería que su madre no se enterase de que estábamos bebiendo.

Mi madre nunca estaba atenta a ninguna de las cosas que yo hacía o dejaba de hacer, así que prefirió beber en mi habitación. Yo no tenía demasiada experiencia en beber alcoholes destilados; las pocas veces que había bebido anteriormente sólo había sido cervezas y vino. El sabor del vodka era lo peor que había probado en mi vida, y Gemma se rió de mí al ver la mueca que puse, así que bajé a la cocina a por zumo de arándanos que siempre teníamos en casa. Pero, a pesar de los tres vasos que me metí al cuerpo, no pude deshacer el nudo que tenía en el fondo del estómago.

Tenía las tripas revueltas y la vista nublosa cuando subíamos el camino en dirección a la fiesta, pero también una sonrisa en la cara y un buen billete de dinero que acababa de robarle a mi madre de la cartera. Sí, robarle dinero a tus padres adoptivos no es algo que esté bien, pero prefería ignorar las leyes de lo bueno y malo en mi relación de padres-hija. Era fácil no tener remordimientos si te trataban como la mierda.

Gemma se estaba quitando ya la chaqueta en cuanto llegamos, y nos acercamos a la barra para pedir algo de beber, por mucho que yo podría haber tenido suficiente. La morena parecía que necesitaba una más, por lo que yo tampoco me detuve. Siempre era más cómodo tener un botellín de cerveza cerca cuando se está nerviosa; siempre tendía a no saber qué hacer con las manos en estas situaciones.

Paseé la mirada por la gente del sitio con el estómago pesado para buscar no demasiado sutilmente al chico al que había venido a ver, pero me quedé quieta de pronto al tropezarme con la imagen de Harry, el hermano de Gemma, de pie en una esquina hablando con una chica.

Le di un codazo a mi amiga y ella me frunció el ceño.

—Gem, ¿qué coño hace aquí tu hermano?

Ella alzó las cejas y siguió mi mirada, cuando encontró a su hermano soltó un jadeo.

—Ahora vuelvo. Pídeme una cerveza.

Asentí y pedí dos cervezas.

Sentí una mano sujetarme del codo y me di la vuelta para encontrarme con los ojos preciosos negros de Connor, que me sonreía con un vaso de tubo en la mano. Le sonreí de vuelta y me acerqué para darle un beso en la mejilla.

—¿Has venido sola? —me preguntó.

—Ah, no no, está Gemma por ahí.

Él asintió, se pasó una mano por el pelo negro y paseó la mirada por la sala, para sujetar a una chica del brazo y ponérsela a su lado.

—Yina, Agnes quería conocerte, es mi novia.

Mi sonrisa de pronto se volvió forzada, sin saber realmente cómo reaccionar. La chica rubia me sonrió ampliamente y se acercó para darme un abrazo, que no supe devolvérselo sin que se notara mi incomodidad.

Claro que tenía novia. Cómo no iba a tener novia.

—Tú eres la amiga de Gemma, ¿verdad?

Asentí con la boca seca y di un trago a mi vaso para tratar disimular mi cara de sorpresa, y poder apartar la mirada unos segundos.

Realmente ella era la única amiga que tenía. Yo no necesitaba a nadie más ni quería a nadie más; pero Gemma era distinta. Siempre estaba rodeada de gente que quería estar con ella, por mucho que ella tampoco consideraba a muchas de esas personas como "amigos". Gemma sabía el tipo de impacto que tenía en la gente y cómo era la imagen que emitía, pero al final del día siempre era conmigo con la que pasaba las tardes y compartía sus secretos. Y yo era una chica sencilla con el apodo de "la amiga de Gemma" y nada más. Un apodo que me satisfacía, y enorgullecía bastante.

La gente pensaba que para poder hablar con ella era necesario tener buena conversación como si fuera algún tipo de ente inalcanzable, cuando era una chica normal y corriente con la exceptual habilidad de ser amable con todo el mundo. Parece que ella podía soportar un grado de intensidad por un tiempo limitado, al final lo único que necesitaba era tumbarse en la cama conmigo en silencio y hablar en voz baja sobre cosas no tan trascentendales; sino normales y corrientes, como chicos y los sueños que las dos queríamos alcanzar.

—No me contó que estuvieseis saliendo —dije mirando a la chica, a la que ya había conocido por los pasillos del instituto.

Se me hizo raro que la chica quisiera conocerme así de pronto, como si no nos hubiéramos dirigido la palabra nunca antes. Pero decidí que sus motivos no me interesaban y simplemente lo dejaría pasar.

La chica sacudió la mano y le restó importancia con una carcajada.

—Empezamos a salir antes de ayer o así, llevábamos ya un tiempo follando y pues decidimos darnos un título.

Aparté la mirada y di otro trago, buscando desesperadamente a Gemma para que me sacara del aprieto. Agnes rodeaba los brazos alrededor del cuerpo del chico mientras hablaba y él me sonreía como si fuera totalmente normal hablar de la vida sexual de tu pareja con una compañera de clase con la que nunca había hablado. Gemma no estaba por ningún lado, y yo devolví mi mirada a la chica y traté de que mi sonrisa no fuera demasiado falsa, otra vez.

Dijo algo que no pude entender por lo rapidísimo que hablaba, le dio un beso en los labios a Connor, que de nuevo me obligó a apartar la mirada, y se marchó después de acariciarle la cara.

Él apoyó un codo en la barra en la que estaba apoyada yo y empezó a acariciar el borde de su vaso con un dedo.

—Siento eso —dijo con una pequeña risa.

—No te preocupes.

—Oye, no quería que te llevaras una impresión que no era... con los mensajes y eso —me miró a los ojos.

Hice como si no supiera de qué me estaba hablando, por mucho que los mensajes fueron los que me hicieron ser así de ilusa. Pero ya sabía que eso era por mi culpa y no por nada más. Parecía que él se había dado cuenta, por alguna razón. Como si no hubiese sido tan ilusa después de todo, y sí que había encriptado en sus mensajes como para que ahora tuviera que disculparse.

Fruncí el ceño y di otro trago a mi vaso.

—Nunca pensé nada raro, Connor —mentí.

Apartó la mirada y sonrió.

—Bien. De todas formas, Agnes tiene que madrugar mañana así que se irá pronto. Búscame cuando se vaya —dijo volviendo a poner su mirada en la mía.

Me pellizcó suavemente una mejilla y me guiñó un ojo antes de marcharse por mi lado.

Le seguí con la mirada y el ceño fruncido y la mejor mueca de asco que pude esbozar.

—Imbécil —murmuré.

Gemma se materializó con un gesto de molestia en la cara y me arrebató el vaso de las manos para dar un trago.

Solté una carcajada.

—¿Qué pasa?

—Mi madre le ha dejado venir. Tenemos que llevarle a casa cuando nos vayamos, además.

Me encogí de hombros.

—¿Está bebiendo?

—Dice que no, pero su aliento olía a cerveza.

Me reí.

—Tú también estabas bebiendo con quince años Gem, no le va a pasar nada.

—Yo no tenía hermanos mayores con quince años. Mira, que me da igual, que haga lo que quiera. ¿Qué tal con Connor?

—El hijo de puta me ha estado restregando la novia por delante y luego me ha dicho que vaya a buscarle cuando se vaya.

—Menudo asqueroso. ¿Quién es la novia?

—Agnes nosequé.

Abrió los ojos en sorpresa.

—La zorra no me ha contado nada.

—Gemma, no quiero hablar más del tema, ¿vale? Que le den, vamos a bailar.

La verdad es que no necesitaba que nadie más me recordara lo que acababa de pasar.

No creo que en una situación normal me hubiese afectado tanto, porque no era algo que no me había pasado nunca. Estaba incluso acostumbrada al rechazo. Pero sentía el alcohol hacer sus efectos pronto en mis párpados y en mis emociones. Era algo más que normal que a una chica de diecisiete años la estuviesen rechazando, o igual incluso ni eso, me quería repetir una y otra vez para tener algún tipo de consuelo.

¿Era raro que, a pesar de saber todos los detalles de la situación, estaba tentada? ¿Como si me estuviese planteando realmente acercarme a él después de que su novia de tan sólo un par de días se marchase?

Los chicos a esas edades eran verdaderos capullos, lo sabía por las historias que me contaban Gemma y sus amigas, no había ni uno que se salvara. Nunca me había tocado encontrarme a mí uno personalmente, sin embargo, y no había pensado nunca que sería tan duro tener que hacer frente a mis principios y reservar mis sentimientos. Por alguna razón no me importaba que si seguía adelante con lo que mi mente estaba creando me iban a hacer daño. Me daba igual. Me lo estaba planteando en serio, ni siquiera pensando en cómo reaccionaría la chica que había estado presumiendo en mi cara, por esa misma razón, para marcar territorio.

Tuve que sacudir la cabeza para borrar ese pensamiento de la cabeza, una vez me fuera por esa rama no podría bajar nunca. El chico me miraba desde el otro lado de la sala y me recorrió un escalofrío por la espalda. No podía hacer eso, ni lo iba a hacer, me repetía una y otra vez. No merecía la pena y lo único que iba a conseguir era hacer daño a Agnes y hacerme daño a mí misma. Y darle la satisfacción a un capullo.

Siempre he sido de esas que se subestiman porque siempre me han subestimado. No era algo que me preocupase ni que me mantenía despierta por las noches. Cuando hay una voz continuamente repitiendo el poco valor que tienes, comienza a ser extremadamente fácil hacerlo automáticamente en tu cabeza. Primero con la voz de mi madre. Y poco a poco con mi propia voz. No me daba cuenta, era un pensamiento que estaba cómodo en mi mente. No me sorprendía que un chico como él quisiera tratarme de esa manera, ni me sorprendían las ideas que corrían por mi mente de querer cumplir con su plan, porque siempre me estaba autosabotajeando.

Pero decidí que esa vez no iba a permitirme hacerme daño. Así que le dirigí una mirada, y al ver que me sonreía, le devolví la sonrisa y le levanté el dedo corazón agrandando mi sonrisa. Aparté la mirada con la imagen del chico soltando una carcajada, y me aseguré de no volver a verle en toda la noche.

Gemma celebraba mi victoria y me ofreció a invitarme a un chupito, al que con gusto dije que sí. El nudo que me había estado molestando hacían unos minutos había desaparecido, ya no estaba tan nerviosa por lo que podría pasar. No voy a decir que no estaba decepcionada, porque tenía que volver a empezar de cero con otro chico si quería deshacerme de mi virginidad ese verano. Pero decidí que ese pensamiento no iba a molestarme esa noche. Ya se ocuparía mi yo del futuro.

En la barra, Gemma se encontró con el chico con el que se estaba mensajeando últimamente; él estaba mucho más interesado en ella que al revés, pero ella se lo pasaba en grande.

Pedí otra cerveza conforme Gemma hablaba con el chico, y mientras esperaba a mi consumición, tuve que rezar para que no se alargara demasiado con él, porque yo me quedaría solísima el resto de la noche, por mucho que sabía que probablemente ese sería mi destino.

Bebí después de pagar la cerveza y pude ver en la distancia la mirada de Harry clavada en mí. Le sonreí y le saludé con la mano. Él me devolvió la sonrisa y yo le amenacé con los dedos advirtiéndole de que le estaba observando. Se rió y brindó en el aire con su vaso de cerveza. Negué con la cabeza incrédula y aparté la mirada unos segundos con una sonrisa, y cuando le miré de nuevo, me estaba haciendo gestos para que me acercara.

—Hey, Gemma. Voy a saludar a tu hermano, ahora vuelvo.

Asintió y sujeté el vaso para empezar a hacerme paso entre la gente. Él sujetó mi mano y me atrajo hacia él para darme un beso en la mejilla.

—¿Estás bebiendo? —le pregunté.

Se encogió de hombros.

—¿Y tú?

Bajé la mirada hacia mi vaso y me di cuenta de que yo también era todavía menor de edad.

—Cállate, yo soy mayor ya.

Soltó una carcajada.

—Tu hermana me está poniendo de los nervios. Ya es la segunda vez que me deja sola.

—Puedes quedarte, la mayoría de mis amigos ya se están yendo.

Le miré con el ceño fruncido y me reí.

—No te preocupes, prefiero quedarme sola a estar con niños de quince.

—Venga ya, deja de hacerte la madura de una vez y pásatelo bien, ¿quieres?

Quise quejarme, pero me sujetó de la mano y me dio una vuelta antes de rodear mi cintura con el brazo y sujetarme las costillas para obligarme a bailar sin dejarme sitio para quejarme. Me tuve que reír y sujetar bien mi vaso para que no se me resbalara de la mano.

Ni siquiera recuerdo a sus amigos a nuestro alrededor. En mis recuerdos solo está él, de lo poco que me importaba con quién se estaba juntando esa noche. En mis recuerdos se almacenan las imágenes de la forma en la que empecé a sentir sus dedos deslizarse entre los míos y cómo se humedecía los labios mirándome a los míos.

Claro que, en esos momentos, ni siquiera me di cuenta de cómo lo estaba sintiendo. Simplemente me sujetaba de la mano, inocentemente, como cualquier otra persona.

—No sabes bailar —le dije al oído cuando se acercó a mi perfil.

Soltó una carcajada.

—Tú tampoco, flipada.

Me miró directamente a los ojos, y la carcajada se quedó atrapada en mi garganta durante unos segundos. Tuve que apartar la mirada de sus ojos y de pronto sentí sus dedos demasiado clavados en mis costillas, el calor de mi mano encerrada en la suya. Él parecía no estar dándose cuenta, o si lo estaba haciendo, probablemente disimulándolo mejor que yo.

Nunca lo había conocido de esa forma; siempre había sido el hermano pequeño de mi mejor amiga, el niño adorable que había tenido un flechazo conmigo; nunca el chico guapo y adolescente. Nunca el chico que salía de fiesta y comenzaba a tontear con chicas de su edad. El que tenía los ojos brillantes y me miraba a los labios mientras sonreía.

Me hubiese separado por mi propio pie al fin y al cabo, después de admitir que me estaba gustando más de lo que debería, si no hubiese sido porque sentí unos dedos en el hombro para llamar mi atención.

Me giré y una chica que conocía como otra de las amigas de Gemma me sonreía y me pedía disculpas con la mirada.

—Hey Yina, Gemma está preguntando por ti. Creo que deberías llevarla a casa.

—¿Está bien? —preguntó Harry.

—Ah, sí sí, está bien, no te preocupes. Pero creo que necesita ir a dormir ya.

Los dos la seguimos y nos la encontramos sentada en una esquina con las piernas dobladas y los brazos sobre el pecho. Había un corro de gente al rededor suya, y al llegar me tuve que arrodillar ante ella y apoyarme en sus rodillas para no caerme.

—Gem.

—Hola, Yina —me dijo.

—¿Estás bien?

Antes de que me respondiera ya sabía cuál era el problema y por qué estaba tan colorada. Me giré y me encaré a las personas que estaban invadiendo su espacio.

—Todas las personas que no seamos ni yo ni su hermano, hacedme el favor de marcharos. La estáis agobiando.

Esperé pacientemente a que aligeraran el paso y se esparcieran de nuevo por la sala. Y por fin cuando nos quedamos solos los tres, se incorporó del suelo y se apartó las lágrimas de la cara.

—¿Estás bien? —probó de nuevo Harry.

—Estoy bien. Tú deberías estar en la cama.

El chico soltó una carcajada y la sujetó del codo.

—¿Quieres ir a casa?

Asintió, así que fuimos a por nuestras chaquetas y nos preparamos para marcharnos.

—Avisadme cuando lleguéis a casa.

Le miré con una ceja alzada esperando a que estuviera bromeando, pero ya se estaba dando la vuelta para volver con sus amigos. Le sujeté de la muñeca para impedírselo y me miró con el ceño fruncido.

—Vienes con nosotras.

—¡Venga ya!

—Harry, le has dicho a tu madre que ibas a volver con nosotras, vas a venir con nosotras.

—En menos de una hora estoy en casa, ni siquiera se va a enterar que—

—Ve a por tu chaqueta y ven ahora mismo —dijo Gemma una vez estuvo esperando demasiado tiempo—. No te lo voy a decir más veces.

El chico gruñó y echó la cabeza atrás con desesperación, aunque parecía que la voz comandante de su hermana había funcionado. Ni dos minutos más tarde estaba presente ante nosotras y pasó por nuestro lado no sin antes darle un golpe a su hermana con el hombro. Gemma me miró paciente con los ojos en blanco y yo me reí ante la situación.

Sujetaba a Gemma del brazo mientras caminábamos hacia su casa, ella todavía sorbiéndose la nariz de vez en cuando.

—¿Quieres hablar de lo que ha pasado? —le pregunté cautelosa.

Se encogió de hombros.

—No es que haya pasado nada en concreto... pero Adam ha empezado a hablar sobre septiembre y me he puesto un poco triste, eso es todo.

Aparté la mirada y fruncí los labios.

Habíamos hablado más de una vez de qué es lo que iba a hacer el año que viene, pero parecía que ella ya tenía un plan sobre lo que quería hacer y dónde. Así que en septiembre se marcharía a la universidad. No demasiado lejos, pero sí que tendría que vivir fuera de casa durante el curso. No hablábamos demasiado sobre septiembre, pero se nos estaba echando encima y supongo que debía de haber llegado el momento ya, por mucho que no hubiese nada de lo que hablar. Ella se marcharía y yo me quedaría sola de nuevo. No era algo que me molestara, por lo menos no más que el hecho de quedarme sin ella. No la había visto nunca preocupada o afectada por ello, así que se me encogió un poco el estómago al darme cuenta de que estaba más triste por mí que por ella. Ella empezaría una nueva vida, y yo tendría que quedarme un año más en ese pueblo de mierda.

—Y el alcohol no ha ayudado —dijo y rió débilmente.

Me uní a sus risas, pero la verdad es que no estaba de humor.

Llegamos a su casa y yo tuve que correr para que el portazo que nos había enviado Harry no despertase a toda la maldita casa.

—Mañana lo mato —murmuró Gemma, subiendo las escaleras a su habitación después de quitarse las sandalias para no hacer ruido.

—¿Necesitas ayuda con la ropa? —le pregunté al verla pelearse con los botones de sus shorts de tiro alto.

Me dirigió una mirada de desagrado y puso los ojos en blanco.

—Yina, estoy bien. Quítate la ropa y duerme, coño. Que tengo sueño.

Fue inminente; rozó la almohada con la mejilla y se quedó dormida en medio segundo, ni siquiera me dio tiempo a acostarme del todo cuando ya estaba escuchando su respiración profunda. Cosa que hizo el quedarme dormida un trabajo todavía más difícil. Pensaba que el alcohol me iba a poder ayudar en mis noches en vela que tantas veces había sufrido, pero probablemente lo que había pasado no iba a ser amable conmigo a la hora de permitirme unas horas de descanso sin tormentos.

Sin llegar a verlo venir, comencé a sentirme increíblemente sola. Más de lo que me había sentido en toda mi vida. Antes de que Gemma llegase a mi vida de esa forma tan repentina, pensé que estar sola era una de las mejores cosas de la vida, después de descubrir que la única compañía que se me brindaba era la de mis padres; era natural que prefiriese estar sola. Pero entonces fue cuando llegó Gemma y sus cumplidos acerca de mi pelo rizado que mi madre siempre había odiado y cambió mi perspectiva. Pronto estaría sola de nuevo, sabiendo qué era estar con alguien a quien quería y siendo arrebatada de ella, con la que solo coincidiría en fines de semana largos y vacaciones de Navidad.

Di una vuelta en la cama y busqué desesperadamente una botella de agua o algo para beber por el suelo y su mesilla de noche, pero no había nada. No me molestó demasiado levantarme de la cama e ir a por un vaso de agua a la cocina. Normalmente cuando no podía dormir, dar un paseo me solía ayudar medianamente, ya que en vez de darme vueltas a los pensamientos daba vueltas a la casa. Y me solía calmar.

Bajé las escaleras descalza y me senté un rato en la cocina con un vaso de agua delante mía, ojeando sin mucho interés el periódico del día anterior que estaba abierto sobre la encimera. No sé cuánto tiempo pasó, pero al final decidí levantarme, guardar el vaso y subirme de nuevo a la habitación de Gemma. Pero escuché un ruido que me hizo pararme en mis cabales de golpe, y tuve que agudizar mi oído. En lo primero que pensé fue en el gato, en las veces que me había acompañado por las noches cuando no podía dormir, pero recordaba que estaba dormido en la almohada de Gemma, así que los ruidos no podían ser suyos.

Sujeté lo primero que pillé para defenderme de la cocina y me dispuse a mirar hacia los lados para poder correr hasta la habitación sin que nadie me viera, porque tan valiente no era. Apagué la luz de la cocina y me moví con cuidado hasta una posición donde estuviera más cómoda para salir corriendo sin acabar siendo asesinada. Ahora estoy exagerando, pero en esos momentos me iba la respiración a mil y podía escuchar mi corazón en los oídos, y por mucho que en esa casa me moviera como si fuera la mía, seguía siendo una extraña. Y no sabía si eso eran pasos y realmente habían entrado a robar. O simplemente estaba siendo una paranoica caminando medio soñando en una casa a oscuras.

Cuando hice ademán de ir corriendo hacia las escaleras, se puso delante mía una silueta alta y mi corazón dio un vuelco enorme; tuve que hacer un gran esfuerzo por no gritar. Sentí una mano sujetarme la muñeca con fuerza y pude sentir los rizos de Harry contra mi frente cuando se acercó a mí para calmarme, poniéndose un dedo en los labios para que me callara. Solté un suspiro de alivio y me puse una mano en el pecho para tratar de calmarme, apoyándome contra el frigorífico y cerrando los ojos.

—¿Qué cojones haces? —me susurró.

—Pensaba que había entrado alguien a asesinarme.

—¿Y vas a ahuyentar al asesino con una espátula?

Bajé la mirada hacia mi mano y mis nudillos estaban blancos de lo fuertísimo que estaba sujetando, efectivamente, una espátula de goma. Él me soltó la muñeca y empezó a reírse suavemente mientras se acercaba al grifo a llenarse un vaso de agua.

—Es lo primero que he pillado.

—Estás en una cocina, Yina.

—Cállate.

Nunca me había sentido incómoda con estar en ropa interior en su presencia más que por las razones obvias; seguía siendo el hermano pequeño de mi mejor amiga y no debería sentirme cómoda en bragas en su presencia, pero en esos momentos era otro tipo de incómodo. Uno que no sabría cómo describir.

Él de todas formas no parecía estar notándolo, así que simplemente permanecí en silencio y dejé que mi corazón volviera a su estado normal de pulsaciones.

—¿No puedes dormir? —me preguntó.

Negué sin decir palabra y traté de bajarme lo que pude la camiseta que llevaba. No añadí nada más y empecé a tener ganas de irme ya a dormir, pero parecía que él tenía ganas de seguir hablando.

—Sueles pasearte mucho cuando te quedas a dormir, ¿no?

—Mierda, ¿hago mucho ruido?

—No es eso, es que me pillas despierto muchas veces, tengo buen oído.

Sonreí.

—Sí, la noche no se porta demasiado bien conmigo la verdad.

—Eso es porque no has tenido buena compañía —dijo bajando la mirada y apartándose para guardar el vaso que había usado.

Alcé las cejas en sorpresa. Estaba ligando conmigo. Yo ya pensaba que su fase romántica conmigo había desaparecido y que estaba empezando a odiarme como sería lo normal. Parecía que me estaba usando como su conejillo de indias para testar sus frases de ligar. Cuando volvió a cruzar miradas conmigo, estaba sonriendo y se apoyó en sus codos para acercarse a mí y poder ver mi reacción. Giré la cabeza y puse mirada pensativa.

—Está bastante bien la frase. Pero creo que deberías quitar el "buena" y usar sólo lo de "compañía". Así eres mucho más concreto —le aconsejé, siguiendo su juego que ni siquiera estaba segura que había propuesto.

Se rió.

—¿Crees que te estoy usando de diana?

—Creo que no quieres involucrarte con una amiga de tu hermana mayor —le respondí después de reírme, retándole con la mirada.

Apartó la mirada y se encogió de hombros, se incorporó un poco y se abrazó los codos bajando la mirada para no tener que mirarme a los ojos.

—Piensa lo que quieras.

Puse los ojos en blanco con una sonrisa divertida aprovechando que no me estaba mirando. Volvió a dirigirme una mirada y me sonrió.

—Ven conmigo, te quiero enseñar una cosa.

Gruñí y dejé caer mis brazos en protesta.

—Harry...

—Ya sé que quieres irte a dormir, pero ya son las cinco de la mañana.

Ya había dado la vuelta a la mesa en la que estábamos apoyados y me estaba mirando impaciente. Alargó la mano hacia mí y se acercó un poco para tirarme del brazo al ver que no me estaba convenciendo.

—Venga. Cinco minutos, lo prometo.

Suspiré y dejé que me cogiera de la mano para subir las escaleras. Me dirigió a su habitación y me crucé de brazos al ver que cerraba la puerta detrás suya. Había empezado a clarear débilmente, y tenía la ventana abierta. Le miré con desdén, aunque pareció indiferente. Me dejó en la entrada de su habitación mientras se subía a su mesa y abría el tragaluz que tenía en el techo inclinado. Todavía encima de su mesa, se giró hacia mí y me tendió la mano para que me acercara. Puse los ojos en blanco y me acerqué a él para cogerla y que me ayudara a subir a su mesa. Rodeó mi cintura con el brazo y yo le miraba sonriente, expectante. Puso una mano en el alféizar de la ventana a mi lado y de algún modo me protegió la espalda, mientras con la otra mano me señaló hacia el paisaje que ofrecía la pequeña ventana en la que nos habíamos sumergido. El cielo estaba de un color azul oscuro que poco a poco comenzaba a aclarar, mientras que en el fondo de las montañas empezaba a asomarse un color naranja intenso.

No dijo nada por unos segundos. Había visto algún que otro amanecer en las muchas noches en vela que había padecido a lo largo de mi vida. Pero nunca había visto ese color naranja, un color que me parecía mediocre, ahora me parecía el color más bonito que he visto en mi vida. Casi rojo, transformándose delante de mis propios ojos, los pájaros cantando debajo nuestra, las nubes abriendo paso a la luz, y el sol poco a poco asomándose a lo lejos, en las montañas que empezaban a evaporarse con el calor del verano.

—Estás mucho más guapa con el pelo rizado —me murmuró al oído suavemente, no queriendo que me sobresaltara con el sonido de su voz de pronto.

Giré la cabeza y me lo encontré mucho más cerca de lo que lo esperaba. Me ruboricé un poco y aparté la mirada.

—Mi madre lo odia.

—Tu madre puede irse a la mierda.

Nos reímos suavemente, yo todavía sin ser del todo capaz de apartar la mirada de lo que se estaba construyendo en frente mía.

Señaló la luna que poco a poco perdía la visibilidad con la luz amarilla.

—Mañana será luna llena —dijo, acercándose todavía más a mí.

Yo sonreí de lado, sabiendo perfectamente lo que estaba haciendo. No había estado con un chico a solas en mi vida, pero sabía perfectamente cómo ligaban; había visto las películas suficientes. Se detuvo unos segundos y me apartó un mechón de pelo de encima del hombro.

—Hueles muy bien —dijo algo sorprendido, como si no se lo hubiera esperado.

Me reí y puse los ojos en blanco de nuevo para dirigirme a él.

—¿Estás borracho?

Se encogió de hombros y se rió.

—¿Qué tendrá que ver?

Me reí de nuevo y bajé la mirada hacia la mano que tenía apoyada en el alféizar.

—Es un perfume demasiado caro que me compró mi madre por mi cumpleaños. Ni siquiera sé cómo se llama.

—Qué pena.

Me encogí de hombros.

—Tiene un frasco morado, si te ayuda.

Se rió. Miró su reloj de pulsera un momento.

—Se supone que amanece del todo en dos minutos. Después eres libre.

—Ese es el reloj más feo que he visto en mi vida.

Miró de nuevo su reloj y después a mí con el ceño fruncido, se cruzó de brazos aparentemente ofendido. Yo me reía mientras apoyaba el codo en el alféizar y la cabeza en mi puño. Me miró uno segundos y volvió a rodear mi cintura con el brazo y colocar la mano en la ventana detrás mía.

—Llevo más de media hora intentando no decirte lo mal que te queda esa camiseta y sólo te he dicho cosas bonitas, ¿y así me lo pagas?

—¿No te gusta la camiseta? —dije metiendo un dedo en el cuello de la camiseta y enseñándole la clavícula inconscientemente.

Negó con la cabeza.

—Creo que le quedaría mejor al suelo de la habitación.

Solté una carcajada y le miré sorprendida, pero él lo único que hizo fue sonreírme satisfecho.

—Eres bueno —le dije.

—No sé de qué me estás hablando.

—¿Te queda alguna ficha que tirarme? Madre mía, me las has tirado todas.

—En serio, no sé de qué me hablas.

La verdad es que al alcohol no le había dado tiempo todavía a bajarme del cuerpo del todo y la situación en la que me encontraba me estaba haciendo más gracia de la que debería. Él no dejaba de sonreírme, moviendo la mano detrás mía como podía para rozarme aunque fuera un poco. Pronto me quise dar cuenta de la situación; el chico que conocía desde que tenía doce años y él diez estaba de pie a mi lado acariciándome sutilmente la espalda mientras estaba en bragas viendo juntos el amanecer. Podría perfectamente tratarse de mi maldito hermano, si trataba a Gemma como una, ¿por qué de pronto me estaba sintiendo atraída hacia él? ¿Por qué a él no le estaba pareciendo raro como me estaba pareciendo a mí? A mí se me estaban encendiendo todas las malditas alarmas dentro de mi cabeza; esto está mal. Pero si esto está mal, ¿por qué sentaba tan horriblemente bien? Casi quería que apartara la mano de la ventana y me acariciara la espalda sin más, con la palma de la mano. ¿De verdad un chaval de quince años y sus formas de ligar más obvias estaban consiguiendo seducirme? Tenía que ser el alcohol y la horrible sensación que llevaba días sintiendo en el pecho lo que me estaban haciendo tan vulnerable, pero joder, me estaba sentando de maravilla.

Comencé a sentirme abrumada por todos esos pensamientos y preguntas que estaba analizando demasiado a fondo y rápido, y rápidamente tuve que apartar la mirada de Harry y cruzarme de brazos.

—Me voy a ir a dormir ya.

No borró su sonrisa cuando lo dije, sino que me miró durante unos segundos más antes de soltar la mano de detrás mía y bajar de un salto de la mesa en la que estábamos subidos. Me giré y esperé que me tendiese una mano, pero me sujetó de las piernas y me cogió en brazos sin que yo pudiese hacer nada para evitarlo. Me puso en el suelo y me soltó, no sin antes asegurarse de acariciar una vez más mis piernas y mi espalda.

—Vale, vas a tener que dejar de ligar conmigo, señorito.

—No estoy ligando contigo —dijo, y cuando estaba a punto de soltarme del todo, parece que cambió de opinión y me sujetó todavía más fuerte de la cintura.

—¿No? —pregunté.

¿Qué estaba haciendo? Él estaba ligando conmigo sin ninguna duda, pero yo definitivamente le estaba siguiendo el juego, porque en secreto no quería de ninguna forma que dejase de hacerlo. Podía sentir sus dedos en mis costillas otra vez calentándome la espalda, y lo veía acercarse tan sutilmente que si no hubiese estado prestando atención no me hubiese dado cuenta. Alzó la mano para apartarme un mechón de pelo que ni siquiera cubría mis ojos, simplemente porque le apeteció hacerlo. Luego, bajó la mirada hacia mis labios para luego analizarme los ojos de uno en uno, y negó con la cabeza respondiendo a mi pregunta humedeciéndose los labios.

—Entonces no puedes besarme —murmuré, tampoco conteniéndome a la tentación de mirarle los labios.

Le vi sonreír y tuve que apartar la mirada de nuevo a sus ojos.

—No iba a besarte.

Me reí suavemente como mecanismo de defensa y tuve que morderme el labio para evitar reírme a carcajadas. Hice ademán de moverme y giré la cabeza para empezar a marcharme. Con un movimiento sutil y ágil, me puso los dedos en el mentón para girarme de nuevo en su dirección, y me atrapó en sus labios que sin yo saberlo había anhelado desde el momento que me había sujetado la muñeca en la fiesta. Ni siquiera se detuvo en hacer que el beso fuera lento al principio, me sujetó la cintura con fuerza y me atrajo hacia él sin dudar ni un segundo de sus movimientos, enredando su lengua con la mía arrebatándome la respiración por unos segundos. Me acariciaba los omoplatos con los dedos y los deslizaba hasta mi mandíbula para acariciarme la cara y las clavículas. Yo no me había dado cuenta, pero estaba de puntillas rodeando su cuello y disfrutando del beso con el que me había sorprendido. No había besado a muchos chicos en mi vida y tal vez fuera por eso que pude saber que probablemente ese era el mejor beso que me habían dado en mi vida; me sudaban las palmas de las manos, me recorrían cosquilleos por el vientre, sentía calor en las piernas y por cada sitio por los que pasaban sus manos.

Sabía cuales iban a ser sus siguientes movimientos, empezó a besarme con más suavidad y a enredar sus dedos en mi pelo con detenimiento, y yo aproveché la calma para separarme.

—Tengo que irme —susurré, y me costó a horrores decirlo.

Di un paso hacia atrás y él asentía mientras su mano caía por mi brazo para acariciarme. Me sujetó la mano.

—Tengo que irme —repetí murmurando esta vez.

—No —susurró.

Parecía que había cambiado de opinión, esta vez negaba con la cabeza, tiró de mi mano para acercarme de nuevo hacia él. Me miró de arriba a abajo, me acarició la sien y el mentón antes de posar sus labios de nuevo en los míos con suavidad esta vez. Pero ni él se podía contener en volver a sujetarme con fuerza y a querer desfogar su calor en mí. Cerré los ojos y no pensé en nada más que en sus labios mojándome los míos, en cómo se separó de ellos y empezó a besarme el cuello. Le hice hueco inconscientemente; siempre pensé que las películas exageraban, ni en un millón de años hubiese pensado que aquello iba a sentar tan bien y placentero, y al notar un pequeño mordisco no pude evitar gemir un poco. Me mordí los labios y me obligué a contenerme, colorándome en seguida. Él no pareció molesto, pude escuchar un jadeo antes de besarme la clavícula y de agarrar mis piernas para subirme a él y tumbarme en su cama. Comenzó a subirme la camiseta poco a poco conforme esparcía besos por mi vientre y a mí me estaba costando muchísimo no retorcerme bajo su presión en mi cuerpo, hasta que por fin consiguió quitarme la camiseta por la cabeza y la lanzó al suelo a su lado.

Él se detuvo unos segundos mirando hacia el suelo y tuve que unirme a él, analizando qué es lo que estaba ocurriendo y cómo estaba ocurriendo. Giró su mirada hasta que pude verle la cara sonriente, mordiéndose el labio.

—Te dije que sería más bonita—

Asentí.

—Sí, sí me lo has dicho —le interrumpí con una carcajada suave, que me calló con sus labios nuevamente, tumbándose sobre mí y sujetando mi cadera, esparciendo de nuevo sus besos en mi pecho y costillas.

Tuve que morderme los labios cuando sentí cómo lo hacía, cerré los ojos con fuerza e hice lo posible por dejarme llevar. Sus manos viajaban por mi cuerpo como si hubiesen querido hacerlo desde siempre, me mordió el hueso de la cadera para hacerme reaccionar y volvió de nuevo a mí para besarme el cuello una vez más. Ni siquiera lo dudé un momento más, aproveché cada segundo para acariciar su piel debajo de su camiseta y cogí la primera oportunidad que tuve para sacársela por la cabeza y poder disfrutar de su pecho como él estaba haciendo con el mío. Su aliento agitado estaba poniéndome el pelo de punta, y escucharle romperse en un pequeño jadeo al notar mis manos por su cuerpo desembocó en un escalofrío que corría por las puntas de mis dedos hasta mi espalda.

Casi quería que lo hiciera de una vez, quería que dejase de jugar con mi ropa interior y que me la quitase de una vez para cumplir con lo que me estaba prometiendo con sus dedos y sus labios constantemente por mi piel. Pero en cuanto lo hizo, me paré en seco y le miré a los ojos algo abrumada, y probablemente muy colorada.

—Espera, ¿de verdad vamos a hacer esto? —dije sin dejar de sentir sus manos entre mis muslos.

Se detuvo con mis manos todavía en su pecho y mirándome a los ojos pensativo. Apartó la mirada y asintió, para después salir de encima mío y bajar de la cama.

Me incorporé algo decepcionada, y quise decirle que era una broma y que de verdad íbamos a hacerlo, porque ya me había convencido por completo, ya no había forma de que me echara atrás de ahí. Abrió un cajón de su mesa y enredó unos momentos, hasta que volvió a mi lado con una vela. La colocó en su mesilla de noche, la prendió con un mechero y volvió a acercarse a mí.

—Así está mejor —murmuró a milímetros de mis labios de nuevo.

Tuve que hacer un esfuerzo por no reírme demasiado alto, a lo que él estaba orgulloso, con su cara entre mis manos le besé de nuevo con cariño. Se aseguró que nuestro humor cariñoso se desvaneciese con dos movimientos rápidos, pero que de alguna manera todavía quedaban algún indicio colgando en el aire. Consiguió de nuevo hacer que los gemidos colgasen de mis labios y que mis dientes chocasen entre si de excitación. Hizo bailar mi piel, sus dedos recorriendo mi piel milímetro por milímetro, me miraba a los ojos y me tentaba a no sonreír con los jadeos en su garganta y sus juegos para hacerme temblar. Como si tuviese años de experiencia y no estuviésemos los dos explorando territorios nuevos, riéndonos juntos con las cosas nuevas que no entendíamos, pero al fin y al cabo rompiéndonos en escalofríos y sensaciones que hacían que nuestros cuerpos se encogieran. Muchísimo mejor de lo que me habría esperado, sus carcajadas suaves en mi oído cuando conseguía exactamente conmigo lo que se había propuesto, y su voz rompiéndose desprevenido cuando conseguía hacer lo mismo. Todo eran pequeñas partes de un todo que consiguieron hacerme dormir después de una explosión de electricidad que se esparció por mis piernas y mi vientre.

Nos quedamos dormidos con la luz apagada y el sol asomándose poco a poco por la ventana, después de una conversación mezclada con juegos y pequeños espasmos seguidos de gemidos susurrados en nuestros cuellos. 

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