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yina -v [21 junio 2010]

No sé exactamente qué pasó, ni cómo pasó. Recuerdo el comienzo del nuevo curso como una fase mixta en la que no estaba segura de cómo debía sentirme. Gemma ya no estaba, pero seguía estando invitada a las cenas los viernes, lo que fue un alivio al principio, porque mi madre estaba especialmente pesada últimamente con el comienzo de mi último curso antes de la universidad.

Luego pasaba parte de mi tiempo con el último chico en la faz de la tierra con el que pensaba que iba a empezar a enamorarme. Lo que no significaba que no estaba pasándomelo bien, sobretodo después de lo segura que estaba de que ambos estábamos pasando por lo mismo; sentimientos nuevos que no estábamos seguros cómo manejar, que nos mantenían despiertos por las noches y nos hacía tener vértigo a las cosas que antes no nos mareaban, como simples roces o miradas ordinarias que ahora eran clandestinas. Estaba prácticamente segura, él se aseguraba de que supiera que no estaba sola en esto, me sonreía todas las mañanas en el camino hacia el instituto y me acariciaba sutilmente el meñique al caminar de vez en cuando. Yo pasaba muchas tardes en la bajera de los componentes de su banda, me acompañaba a casa por las noches, y muy de vez en cuando me besaba bajo los árboles cerca del río.

Esa era mi parte favorita, volver a sentir su piel curvarse bajo la mía y ver la mirada que me dirigía sin miedo a que nadie nos pillase. No es que fuera un secreto, pero en silencio a mí me gustaba pensar que lo era, y me iba con mis mariposas en el estómago a dormir. Hizo que me olvidara rápido de que estaba de nuevo sola, y que el único amigo en el que podía confiar era realmente el chico con el que soñaba por las noches.

Nunca nos intercambiábamos palabras que nos hicieran sentir incómodos porque ambos sabíamos donde estábamos, él era capaz de ver cómo me sonrojaba cuando me sonreía, pero yo también podía ver cómo tenía que apartar la mirada algunas veces cuando acariciaba su pierna en sitios donde no debía estar tocándole. Sabíamos lo cómodos que estábamos el uno con el otro a solas, en mi habitación después de que se colara en mi ventana noche tras noche y se convirtiera en una tradición. Fue dulce y nuevo, excitante y divertido, y todavía me quita el aliento cuando pienso en ello.

No sé si hice algo, o si pasó algo en concreto que le hiciera cambiar de opinión. Supongo que simplemente dejó de sentir lo que le dejaba a él las noches en vela, y un día se despertó sin ser yo su primer pensamiento de la mañana.

Me dejó atrás poco a poco. Casi hubiese deseado que fuera repentino y me lo hubiera dicho en el segundo en el que empezó a desenamorarse de mí. Porque cuando me di cuenta ya era demasiado tarde para intentar hacer algo al respecto, y yo ya estaba demasiado metida como para que mi corazón no se rompiera.


12:05 Harry💦: Estoy abajo


Hacía lo que podía por ponerme los pantalones y ahuecarme el pelo lo más rápido que podía, pero acababa de salir de la ducha cuando vi el mensaje. Salí casi corriendo de mi habitación, y solté un pequeño gruñido cuando escuché la voz de mi madre en la entrada más entusiasta que nunca.

—¡Anna! Han venido a visitarte.

—Ya voy —dije corriendo por las escaleras y prácticamente empujando a Harry con prisa a la calle.

—¿A qué viene tanta prisa? ¿No me vas a presentar al chico? —dijo cruzándose de brazos y sonriéndole, mientras él me miraba sin saber muy bien qué hacer.

—Mamá, es Harry —dije, mirándola incrédula—. ¿Harry Styles?

Se quedó un rato callada procesando la información y luego esbozó una mueca todavía más amplia de extrañeza.

—¿El hijo de Anne? Madre mía, ¡qué alto estás! No como nuestra Anna, que se ha quedado algo pequeña. Bueno, sus primos de Essex están también altísimos, aunque mi hermana siempre ha tenido buenos genes.

Puse los ojos en blanco.

—Gracias, encantado de volver a verla —dijo y le estrechó la mano, ignorando su comentario tan bien como pudo.

La mueca de mi madre todavía no desaparecía, y mi urgencia de salir corriendo crecía y crecía.

—¡William! —gritó mi madre hacia la cocina.

—Mamá, nos tenemos que ir.

—Vaya, Harry Styles —repitió murmurando para sí misma—. Fíjate, siempre pensé que acabarías con una chica guapa y talentosa.

Fruncí los labios y tiré un poco más de su brazo para salir de ahí cuanto antes.

—Adiós, mamá —dije cerrando la puerta detrás mía, antes de que mi padre pudiera hacer acto de presencia.

Ni siquiera lo miré en cuanto salimos de mi casa, corrí hasta mi coche de segunda mano y me senté en el asiento del piloto esperando a que se subiera al coche después de mí.

Mis padres me regalaron un coche por mi decimoctavo cumpleaños. No por hacerme un favor, sino para que pudiese ir todos los jueves hasta Manchester a mis clases de latín, que obviamente no dan a chicas de mi edad particularmente en un pueblo tan pequeño.

—Wow —fue lo único que dijo.

—Lo sé, lo siento. Es... demasiado.

—Siempre pensé que exagerabas.

Me puse el cinturón y arranqué el coche.

—¿A dónde íbamos?

—Pensaba que íbamos a ensayar.

Fruncí el ceño y me puse una mano en la frente.

—Es verdad. Lo siento.

Nos bajamos del coche y caminamos en silencio hasta la bajera donde ensayaba él con su grupo de música para el concurso de aquel viernes.

Estábamos empezando a dejar el frío atrás después de un invierno más largo del que hubiese querido. Siempre me había sentido a gusto en los inviernos largos y fríos, pero después de descubrir otro tipo de calor, los días lluviosos y sombríos me estorbaban al ánimo. Hacía ya casi un mes que había llegado la primavera, aunque ese domingo fue cuando por primera vez pude salir de casa sin una bufanda y no acabar con la garganta estropeada.

Me gustaba pasar algunos domingos mirando como ensayaban, aunque últimamente me traía un libro que leer y usarlo como excusa para escapar de mi casa.

—Hey, Yina. ¿Te ha contado Harry que hemos organizado una fiesta después del concurso el viernes?

Levanté la mirada de mi libro y me incorporé en el sofá en el que estaba sentada con una medio sonrisa.

Hacía un tiempo que no quedábamos sin ningún motivo en concreto, aunque tampoco era algo que me pareciese raro; siempre habían pasado semanas sin que hubiésemos quedado y nunca cambió nada entre nosotros; él sabía que yo estaba ocupada manteniendo a mi madre feliz centrándome en mis notas para poder salir de ahí lo antes posible. Yo sabía que él tenía más de un proyecto en marcha, así que quedar una vez cada semana no hacía que el humor entre los dos cambiase.

Pero ese día fue cuando las cosas cambiaron, y pude notarlo por primera vez.

Fui a responderle, pero Harry levantó la mirada de lo que estaba haciendo y me interrumpió antes de que pudiera decir nada:

—No creo que pueda venir.

No fue por algo que hizo ni por algo que dijo, sino por la sensación que acarreó el ambiente en el que me estaba sumergiendo poco a poco. Me hizo callarme de pronto ante una sensación con la que todavía no estaba familiarizada, calándome los pulmones, congelando mis hombros. Mi corazón dio un vuelco y no sabía muy bien por qué me estaba sintiendo así tan repentinamente. No sabía qué decir, y comencé a jugar nerviosa con mis dedos. La situación empeoró cuando él notó lo que estaba ocurriendo, y lo trató de arreglar. Porque pasó a ser real.

—Bueno, siempre dices que tienes mucho que estudiar, supuse que no podríais venir por eso.

Es difícil volver a recordar exactamente cómo me sentí una vez se hubo acabado. Las imágenes de lo que me hizo daño caminan por mi mente de vez en cuando, pero no sé decir si es realmente lo que pasó, o es un recuerdo que he reproducido tantas veces que ya no sé si está alterado o no. No me sorprendería si lo está, su imagen grabada en mi mente de su mirada hacia mí, la sensación extraña en mi vientre al darme cuenta de que ya no me miraba como lo hacía antes. Distante en nuestras conversaciones y su mano débil al notar cómo tiraba de su piel al intentar que me tocase una vez más.

Pero ya no había interés en sus caricias ni verdad en sus labios. Me recortaba de sus planes tan sutilmente que no me di cuenta al principio, aprovechando que yo todavía caminaba el paseo paralelo a la realidad con una sonrisa en los labios y los sueños todavía sin enfriar en mi cabeza. Con miedo a romperme el corazón, por lo menos lo hizo sutilmente. No quería que fuera real, quería que fuera de nuevo mi mente autodestructiva la que estaba jugando con mi perspectiva. Pero ese viernes me di cuenta de que no. Mis sospechas eran ciertas, y él me lo estaba confirmando. Algo estaba cambiando y estaba empezando a ponerme al día con sus sentimientos hacia mí.


16:43 Harry💦: Probablemente hoy estemos muy ocupados con los preparativos y así, no creo que haya tiempo para cenar

16: 50 Harry💦: Puedes venir a ayudar, si quieres


Ese día habíamos vuelto juntos del instituto, pero había preferido mandarme un mensaje para avisarme de que ya no podía atender a lo que me atravesaba por la semana con menos peso en los hombros. No quería tomármelo personal ni sentirme mal ante su repentino comportamiento hacia mí, pero no podía evitar sentirme así de mal con ese tipo de mínimos detalles que me hundían un poco el corazón.

No sé cómo continuamos los meses sin hablar del tema o siquiera mencionarlo sutilmente. Ya apenas quedábamos, ya ni siquiera iba a las cenas con su familia, y yo ya estaba del todo segura de que se había terminado del todo, que sólo seríamos amigos a partir de ese momento. No sé si no quería hablar del tema por no herirme, o porque me adapté tan rápido a la situación que pensó que no hacía falta hablarlo.

Cualquiera que hubo sido el caso, yo tampoco hice algo al respecto, probablemente porque no tenía esa personalidad ni el carácter fuerte que mi madre hubiese querido que tuviese, como toda la generación de mujeres que me precedía. Prefería no involucrarme en la situación y evitar los conflictos, y porque en secreto me encantaba que todavía fuéramos juntos a las fiestas y me besara de vez en cuando en cuanto el alcohol funcionase de afrodisiaco, y se olvidase de que probablemente llevábamos semanas sin hablar, y que las cosas habían cambiado.

Pero nunca pensé que fuera a ser tan doloroso verle superarlo tan rápido.

Era una fiesta a la que ni siquiera tenía ganas de ir, por mucho que supiera que era prácticamente obligatorio asistir al ser la fiesta que celebraría el final de las clases. Por alguna razón no estaba de humor por mucho que supondría que vería el final del túnel una vez por todas, y que la fecha en la que saldría de ahí estaba ya tan próxima que podía empezar a contar los días más realísticamente. Y que Gemma volvería en un par de semanas. Pero, a pesar de todo eso, estaba de mal humor. Sabía que podría ser porque hacía ya un par de fiestas que Harry no me besaba.

De todas formas, me metí a la ducha y cogí otro billete de la cartera de mi madre antes de salir de casa. Era ya muy de noche y mi casa hacía rato que dormía, y caminé en silencio por las calles. Por suerte había congeniado bastante bien con los chicos de la banda de Harry e incluso había hecho amigos ese año que tuve que vivir sola sin Gemma, no me había ido tan mal como pensé que lo haría. Me habían invitado a la prefista, pero como ya he dicho, no estaba de demasiado buen humor. Busqué con la mirada hacia el grupo de personas con las que había quedado, pero un abrazo repentino me interrumpió de mis tareas y me arrancó una sonrisa inesperada.

—¡Hey! Yo también te he echado de menos —le dije a Harry, que me sonreía con las mejillas encendidas y me puso un brazo por los hombros—. ¿Cómo ha ido Londres?

Se encogió de hombros con una sonrisa.

—Bien. Tiene unos autobuses chulos.

Solté una carcajada.

—¿Estás borracho?

—Tú estás guapa.

Volví a reír y comencé a tirar de él para unirnos al grupo con el que había venido.

—Vale, estás borracho.

No tardé demasiado en intentar ponerme a su nivel, pero la verdad es que desde que le vi la cara me mejoró el humor. Hacía un par de semanas que no lo veía, y verle siempre me hacía mejorar mi cara de mal humor. Sobretodo cuando volvía a sujetarme de la mano de esa forma y me miraba como si podía ver en mi interior.

Tenía que morderme el labio repetidas veces al darme cuenta de pronto de qué es lo que estaba sucediendo. No quería volver a repetir lo mismo por lo que había pasado hacía unos meses, cuando estaba comenzando a superarlo. Pero estaban volviendo las caricias, las miradas sin querer disimular que me estaba recorriendo el cuerpo de arriba a abajo; no recordaba la última vez que me había puesto un mechón de pelo detrás de la oreja sólo con la excusa de mirarme la cara, bajar los dedos por mi cuello y tocarme la clavícula.

Probablemente él también me había echado de menos y de nuevo el alcohol estaba haciendo su efecto amnestésico de que esos sentimientos que tenía por mí estaban desapareciendo poco a poco, si no lo habían hecho ya del todo. Pero poco me podía importar a mí, cuando todavía pensaba en él por las noches y deseaba que me besara de nuevo.

Sentada en su regazo como lo hacía usualmente, sintiendo su mano bajándome por la espalda copiosamente y su mirada vacilando entre mis ojos y mis labios, se deshizo de todas las voces en su cabeza y siguió sus instintos cuando puso una mano en mi mandíbula. Me atrajo hacia él para poner sus labios sobre los míos y besarme una vez más. Casi tuve miedo de que saboreara el alivio y me centré en sonreír y rodearle el cuello con mis brazos.

Quería dejarme llevar, quería concentrarme e ignorar los impulsos de echarme atrás y tal vez pedirle explicaciones, pero fue extrañamente fácil ignorar los comentarios que rebotaban en mi cabeza. No quería pensar en nada más, más que en cómo su mano empezaba a apretar mi muslo y me atraía hacia él con más fuerza cada vez, disfrutar del momento como podía, ya que en el fondo de mi estómago tenía la sensación de que tal vez podría ser la última vez que me sujetaba así.

Se separó de mí, y después de levantarse me tendió una mano y tiró de mí para llevarme con él. No me llevó demasiado lejos, aunque sí a un sitio algo más tranquilo y apartado, al estar la zona de sofás llena de gente y ojos curiosos, en medio de un pequeño pasillo a oscuras donde la música se escuchaba de fondo, también conocido como el Picadero Oficial.

No era la primera vez que hacíamos uso del lugar, sobretodo por la sátira y las burlas hacia sitios como ese, aunque no negando lo extremadamente eficiente que era. Pero no me puso contra la pared y me metió mano como hacía usualmente.

Me sujetaba de la mano y me miraba a los ojos con el mismo brillo que iluminaban sus ojos el verano pasado, sin decir nada durante unos segundos y disfrutando de mi compañía y del silencio que creábamos entre los dos. Le miraba expectante a que dijera algo, haciéndome la loca ante lo que estaba haciendo, pero disfrutando en silencio e ignorando el constante bulto en el estómago que no dejaba de moverse.

—¿Cómo ha ido Londres? —pregunté para distraerme.

—Ya me has preguntado eso.

—Bueno, tal vez si dejases de mirarme así podría pensar con claridad.

Se rió, pero me soltó la mano. Y pude ver que no tenía intenciones de volver a sujetármela.

—Lo siento —dijo con una sonrisa.

Le tenté con la mirada y esta vez fui yo la que le sujetó del cuello y la atraje hacia mí para besarle una vez más, negándome a que mis intuiciones tuviesen razón, y tomando la situación por mis propios manos, tal vez intentando desesperadamente que volviera a hacerlo.

No tardó ni medio segundo en volver a sujetarme la cadera como si supiera cuáles iban a ser mis siguientes movimientos, y me mordió el labio suavemente para ver qué podía sacar de dentro de mí una vez se pusiera juguetón, y me dedicó una sonrisa retorcida en cuanto puso sus ojos sobre mí y me transmitiera sus ganas de jugar. Le dejé que me pellizcara mientras mordía su cuello, y tuvo que separarse de mí con un pequeño jadeo. Me pasó un dedo por el labio y me sujetó la mano.

Había estado equivocada; lo había conseguido.

—¿Te parece si nos tomamos la última y nos vamos de aquí? —dijo con la voz ronca.

Ignoré como pude el escalofrío que me recorrió la espalda y le apreté la mano antes de asentir.

Atravesamos la sala para llegar a la barra, pero al pasar por la zona de sofás, Harry se detuvo de golpe y me miró con el ceño fruncido. Yo alcé las cejas y le pregunté qué es lo que estaba pasando. No me respondió, tiró de nuevo de mí unos pasaos hacia atrás y soltó mi mano para apoyarse en el respaldo de uno de los sofás e inclinarse hacia delante.

—¿Me estás siguiendo? —preguntó con una sonrisa juguetona.

Fruncí el ceño.

Una chica con ojos azules y el pelo rubio kilométricamente largo se dio la vuelta con una expresión de extrañeza con el rostro, y repasó a Harry de arriba a abajo sin ningún tipo de reparo.

Tuve que contener la respiración por unos segundos al verla; era guapísima, completamente despreocupada de su imagen, con el jersey pinzado en sus vaqueros perfectamente definiendo su figura menuda, probablemente era la chica más pequeña que había visto hasta entonces, pero podría apostar lo que fuera a que era la causante de muchas vueltas de mirada al pasar. Ella lo ignoró, lo que no dejó indiferente a Harry, algo tampoco pensé que haría.

Sin embargo, mi corazón se hundió un poco al verle dar la vuelta al sofá y ponerle las manos en las piernas al agacharse delante de ella. Traté de apartar la mirada e ignorar de nuevo el sentimiento en el pecho, pero aquello era completamente nuevo. Sabía que la situación entre los dos estaba rara y peliaguda, que sólo éramos capaces ya de ser cariñosos el uno con el otro cuando había alcohol de por medio, y que probablemente él ya se estaba olvidando de mí. Pero no contaba con el factor de que le pudiesen gustar otras chicas, y mucho menos pensaba en que iba a suceder delante de mis propios ojos. Él parecía no estar molesto.

Sintiéndome algo mareada y faltándome el aire en los pulmones, decidí que lo mejor que podía hacer en esos momentos era tratar de no mostrarme molesta, justo como estaba haciendo él. Me senté en el sofá al lado de la chica, y jamás me había sentido tan intimidada por la imagen de alguien, casi sin querer estar tan cerca suya por lo fácil que sería entonces compararnos. Pero lo hice lo mejor que pude, enredé con mi móvil y traté de que mi corazón ablandase sus golpes en mis costillas.

—Te he hecho una pregunta —insistió mi acompañante, y yo apoyé el codo en el respaldo del sofá para controlar mi respiración.

—No te estoy siguiendo, ni sé quién eres.

Mierda, hasta tenía la voz bonita. Aunque si tan solo fuera su imagen lo que tanto me estaba molestando. Tal vez estaba queriendo quitar la atención de que Harry estaba arrodillado en frente suya y tratando de llamarle la atención. Delante mía.

—¿Cómo que no? Yo sí te conozco a ti. Tú recogiste mi móvil.

Le dirigí una mirada rápida. Ella me devolvió la mirada con poco interés y una mueca en los labios, y en cuanto puso ojos en mí aparté la mirada con rapidez. Me temblaban las manos, pero aún así enredé con mi pelo para tratar de tranquilizarme.

—¿Tu móvil? ¿Cuándo?

Tuve la urgencia de salir corriendo, y si no hubiese sido por lo que había ocurrido hacía apenas unos instantes lo hubiese hecho. Coger mi chaqueta e ir a mi casa haciendo acopios de todas mis fuerzas de no estropear mi maquillaje con las lágrimas. Fue como si la imagen de la chica hubiese hecho que se olvidara por completo de que estaba ahí, de que íbamos a ir juntos a su casa y dormir juntos como hacía meses que no hacíamos, que su madre me prepararía el desayuno al día siguiente, ocultando las marcas de sus labios en mi cuerpo con una vieja camiseta suya.

Hablaban entre ellos, ella más reacia de lo que estaba él, que la sonreía como si estuviese disfrutando de la situación y aprovechando de que se levantara del sofá para sujetarle la mano aunque fuera por unos segundos. Trataba tan bien como podía hacer que no veía nada, estar centrada en la pantalla apagada de mi teléfono y evadirme de la situación deseando que la tierra se abriese de par en par y me arrastrase a su interior. Pero en vez de eso, sentí la mano de Harry sujetarme la mía y levantarme de un tirón, apenas sin mirarme a los ojos.

—Jane, te presento a Yina.

—Encantada —dijo algo irónica.

Le sonreí algo insegura y me crucé de brazos, poniéndome a la defensiva y ocultando mi cuerpo como pude.

—¿Es tu novia? —preguntó apartando la mirada de encima mío y alzando las cejas, pero con poco interés.

Mi corazón dio un ligero brinco en el pecho justo antes de que Harry soltase una carcajada y me dirigiese una mirada de soslayo.

No sabía realmente cómo hubiese reaccionado yo si alguien me hubiese preguntado directamente si era mi novio o qué estaba pasando entre nosotros. Probablemente también me hubiese reído un poco, al ser demasiado complicado para explicarlo en una sola palabra. Pero no pude evitar sentir la decepción en mi estómago al escucharle, haciendo que mis esperanzas se desvanecieran de un segundo a otro; no éramos nada, y posiblemente tampoco íbamos a ser nada más. Nunca.

—No… no, no es mi novia.

—¿Entones?

Puse los ojos en blanco.

—Ah, es una larga historia —dije yo esta vez.

Por primera vez sentí la mirada de Harry clavada en mí al callarse de pronto, como si se hubiese dado cuenta de que seguía allí y de que estaba viéndolo todo. Pero duró unos escasos segundos, se le olvidó de pronto cuando la chica se dio la vuelta para marcharse.

Se movió deprisa para sujetarle la mano una vez más y atraparla en su espacio personal. Yo sabía que una vez te introdujese de esa forma y con esa fuerza, era casi imposible de salir, como una red pegajosa con olores agradables y caricias calientes que me adormecían tan solo en pensar en ellas. Tuve que apartar la mirada rápidamente al verle sonreír de esa forma cuando se dio cuenta de que había conseguido exactamente lo que se había propuesto, siendo consciente de su poder innato, al haber funcionado conmigo tan bien anteriormente. Como si su periodo de prueba hubiese terminado y estaba listo para enfrentarse a lo real.

No era exactamente salir corriendo, pero caminé deprisa hasta el baño para refrescarme algo la cara y huir de lo que estaba pasando delante mía. Trataba de tranquilizarme y repetirme una y otra vez que igual eran imaginaciones mías, que todavía tenía planeado llevarme a casa, que en su mente se reproducía lo que estaba pasando entre nosotros segundos antes de que se estropeara, que pensaba en mí y me tenía en cuenta. Ignorando como podía cómo habían sido los últimos meses para ambos, negando continuamente lo que no había forma de negar. Pero me desgastaba a mí misma haciendo lo imposible por hacerlo.

Debí habérmelo visto venir, debí haber salido tan sólo diez minutos más tarde del baño para no encontrarme lo que me encontré, debí haber sabido lo paralizada que me quedaría al verle en el otro lado de la sala, siempre en mi punto de mira. Era tan fácil para mí distinguirle entre la multitud que en esos momentos deseé que jamás pensase que era una cosa buena; algo que me reventó el corazón hasta tal punto que lo dejé de notar latir durante larguísimos segundos, sin saber del todo cómo reaccionar ante la imagen que tenía delante mía. Nunca pensé que sería tan difícil verle con otra chica, a unos metros de mí, con su mano en su mejilla como hacía conmigo, pellizcando su cadera como pellizcaba la mía.

Aparté la mirada y me pasé una mano por la mejilla para secarme la lágrima que no debí haber dejado caer. Negué la cabeza para mí misma, busqué mi chaqueta por el lugar y salí a la calle. Tomé una buena bocanada de aire, pero sabía que no era el lugar cerrado lo que me estaba oprimiendo los pulmones. Por primera vez, de una forma negativa.

Escuché mi nombre a mi lado y un chico alto y moreno me sonreía. Le devolví la sonrisa y me acercó poniendo un brazo sobre mi hombro. Arrugué la nariz, me estaban hablando, pero no escuchaba nada más que sonidos encasquetados y las risas enlatadas en un ambiente emborronado.

—¿Qué fumáis? —pregunté al final.

—María.

—¿Me das?

El chico se rió y me tendió el cigarro prendido. Después de un par de caladas y sin sentir absolutamente nada diferente a hacía un par de minutos, me puse bien el bolso y decidí volver a casa, con la sensación de decepción en el pecho al ver que Harry todavía no había salido en mi busca.

Me pregunto muchas veces qué hubiese pasado si Jane no se hubiese presentado en ese preciso instante, y en cómo hubiésemos acabado los dos. Tal vez hubiésemos acabado arreglando nuestra relación y por fin hubiésemos hablado del tema que tanto nos atormentaba a ambos, o tal vez no hubiese cambiado nada y nos hubiésemos sumergido más en ese bucle tenue y vidrioso, sin saber realmente qué salida tendríamos en todo aquello.

De todas formas, lo pienso durante escasos segundos, antes de darme cuenta de que no tiene ningún sentido pensar en qué hubiese pasado si las cosas hubiesen salido distintas. Había sucedido de una determinada manera y no había nada que hacer al respecto, más que aceptarlo y seguir adelante como podía. Pero en el frescor de la noche solitaria en una cama congelada era difícil no quedarse atrapada en el bucle de pensamientos tan familiares, a pesar de que hacía un tiempo que no me visitaban de esa forma tan afilada.

Todavía sin saber qué tipo de papel tendría la chica rubia en el futuro del protagonista de mis sueños, la imagen de verle besar a otra chica se quedó grabada en mi retina con fuego azul, y la sensación de pesadez y los cachitos de corazón clavándose en mis pulmones y costillas se hacían cada vez más difícil de soportar. Se dibujaba una y otra vez en mi cabeza sin parar, hasta que me quedé medianamente dormida, sin haber sido capaz de borrar mi expresión en el rostro, las lágrimas incrustadas en mis mejillas y mi mano sujetándome el pecho, pero sin conseguir aminorar el dolor que se esparcía por mis hombros y codos.

No me quedé del todo dormida y los sonidos externos de mi cabeza se duplicaban en volumen en mis pesadillas recurrentes, el ruido de los pasos viniendo hacia mí y los dedos sobre las superficies de cristal retumbaban en las paredes, y me levanté de un brinco al notar un aire gélido subirme por las piernas.

Encendí la luz de mi mesilla con el corazón martilleando en mi pecho, y me tumbé de nuevo en la cama con un suspiro de alivio al ver la figura tan familiar sentado sobre mi cama.

—Espera, ¿estoy soñando? —dije en voz alta, y esperé unos segundos a que mi cabeza se desenvolviese de la bruma.

Harry se rió suave. Casi no recordaba la última vez que Harry se colaba por mi ventaba; el invierno había sido largo y dejé de abrir la ventana por las noches en noviembre, y en rara ocasión la dejaba abierta cuando sabía que iba a venir. Hacía más de un par de meses que no hacía tantos esfuerzos por venir a verme.

Sabía que no estaba soñando cuando un destello blanco de dolor me atravesó la cabeza y tuve que gruñir. Y sentí la boca seca en cuanto tragué saliva con el brazo sobre mi frente.

Sentí su cuerpo moverse hacia el otro lado de mi cama, hundirse sobre mi almohada, y colocar su mirada sobre el techo de encima nuestra, compartiendo nuestra visión. No quería que supiese lo muchísimo que me dolía el pecho y el daño que me había hecho, aunque hasta él pudo ver cómo había salido corriendo de la situación en la que estaba atrapada.

Con un suspiro, se tumbó de costado y me miró. Yo no desplacé mi mirada del techo, e intenté no estremecerme cuando sentí un dedo recorrerme el brazo desnudo intentando llamarme la atención. Sabía lo que había hecho y cómo me había sentido aunque tuviese los labios sellados y no me atrevía a decir nada. Cerré los ojos y me prometí a mí misma que no lloraría delante de él. Por lo menos no ahora.

—Hace mucho que no vienes.

No respondió, pero por primera vez quería que supiera que estaba enfadada. Pero él ya lo sabía, estaba intentando hacer que le mirara con el recorrido de sus manos por mi piel y me suplicaba con la mirada que lo hiciese. Volví a abrir los ojos para mirar el techo de nuevo bajo la luz anaranjada de mi lamparilla y el viento silencioso colándose por mi ventana, moviendo las cortinas y el pelo encima de mi pecho.

—He venido a disculparme.

Alcé las cejas y no pude evitar sonreír un poco, aunque no de ternura o nada parecido. De enfado, sarcásticamente.

—¿Por qué?

—Por haberte dejado sola y haber—

—No. Ya sé por qué te disculpas. Te pregunto por qué has venido a disculparte —dije, y por fin le dirigí la mirada, volteándome un poco.

Me miraba con brillo en los ojos, y empezó a vacilar de nuevo sin que supiera del todo lo que decirme. Bajó la mirada y se mordió la comisura de los labios copiosamente, sin importarle del todo que se mostrase nervioso ante mí. Sabía por qué estaba nervioso y cómo bailaban las palabras en su mente para elegir cuáles eran las adecuadas para la ocasión. Suspiró de nuevo y se pasó los dedos por los ojos, tumbándose de nuevo sobre su espalda y apartando la mirada de encima mía.

—¿Conocías a la chica? —pregunté, y me quedé sorprendida ante mis palabras al no tener planeado hacerle esa pregunta.

Mi subconsciente todavía estaba ejerciendo su poder sobre mi cuerpo, aunque muy en el fondo sabía que quería saberlo. Él sonrió un poco hacia la nada, y bajé la mirada de nuevo al sentir el peso en el pecho.

—La conocí en Londres, si se puede decir así. No pensé que la vería nunca más.

Asentí sabiendo que no me estaba mirando. Gruñó un poco y lo convirtió en un nuevo suspiro, utilizándolo de escudo para darse la vuelta de nuevo y obligarse a mirarme a los ojos de una vez por todas.

—Lo siento, Yina. Siento cómo han sido las últimas semanas entre nosotros. Eres mi mejor amiga y lo último que quiero es hacerte daño.

—Está bien —murmuré—. Me lo vi venir.

Sonrió de lado sin apartar la mirada de mis ojos, pero por la manera en la que fruncía los labios sabía que no me había dicho todo lo que tenía en mente. Esperé pacientemente, y al final tuve que cerrar los ojos dolorosamente al sentir su mano poniéndome bien el tirante de la camiseta que llevaba.

—Creo que me gusta, mucho.

Abrí los ojos y le sonreí a pesar de que me costase a horrores hacerlo.

Era mi amigo a pesar de todo, debía dejarle saber que aquí estaría para todo, aunque tuviese que ponerme a mí a última en la liga de prioridades; lo había hecho durante años, no me resultaría del todo difícil. No sabía a qué me atenía, jamás hice una cosa así de dolorosa, intentar superar a alguien a quien había querido con tanta fuerza y además apoyarle con una relación nueva, con una persona que no era yo. Mi corazón estaba en pedazos, pero sentí el dolor atravesarme el estómago cuando quise pedirle consejo acerca de cómo había hecho él para superarme tan rápido. Tal vez nunca me quiso como pensaba que lo hacía. Y eso lo hizo todavía más doloroso.

Me acariciaba la cara a centímetros de sus labios, pasaba sus dedos por mi cuello y mis hombros, y seguía la línea de mi cuerpo tumbado, justo antes de apretar mi cadera con la mirada clavada en la mía. No se pudo contener en besarme una última vez y presionar mi cuerpo contra el suyo, haciendo tumbarme contra mi espalda y arquear mi espina dorsal del placer al volver a sentir los cosquilleos bajarme por los dedos cuando besó mi cuello, sus jadeos en mi oído y mis dedos desesperados bajando por su pecho una vez desnudo como había hecho tantas otras veces.

No quería que terminase nunca la despedida en la que nos habíamos fundido, quería sentir que los labios que se presionaban contra mis costillas iban a estar ahí siempre como habían estado hasta ahora, quería que los arañazos que marcaba en su piel no se curasen nunca, entrelazar sus pecas entre ellas y morder sus clavículas por no gritar cuando me mordía el labio y me presionaba contra su cintura, y le escuchaba deshacerse en suspiros al notar mis dedos bajar por su cuerpo sin pedírmelo. Luchas de miradas y caricias, una cama silenciosa y marcas de dedos por nuestros cuerpos brillantes, sonrisas convertidas en jadeos y piel de gallina conforme me susurraba al oído, mientras sujetaba como podía su cadera contra la mía, y le obligaba a mirarme a los ojos con los dedos.

Nos reíamos porque era divertido, pronto nos poníamos serios al no poder contenernos los gemidos, y clavaba mis dedos en sus hombros una vez más, mordiéndome el muslo orgulloso, y luego el labio para no darme ni un solo segundo de descanso. Ya no sabía qué hacer al respecto, ya no sabía cómo reaccionar cuando me dejó recostarme por última vez en su pecho y acariciaba su vientre al notar cómo su respiración se iba calmando poco a poco, con el sudor todavía enfriándonos los cuerpos sutilmente. Me besó la frente, me secó una lágrima con el pulgar, me miró a los ojos y se aseguró que me calmaba arropándome con sus brazos, y no se durmió hasta que lo hice yo. Pero lloré en mis sueños al darme cuenta de que nunca más me sentiría más protegida por sus brazos, el lugar más seguro que conocía del mundo.

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