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yina -iv; parte 2 [31 julio 2010]

Mi plan la noche siguiente era quedarme en casa y escuchar música triste después de ver que Harry no me estaba contestando a ninguno de los 80 mensajes que le había enviado para disculparme. No es que no me lo mereciese, no fue una sorpresa para mí que estuviera decidiendo ignorarme. Sólo hacía arrepentirme todavía más.

Hubiese llevado mi plan perfectamente a la realidad si no hubiese sido por mi madre, que estaba siendo especialmente insoportable aquel día. Era inminente para ella que estudiase los estudios ingleses para los que me habían estado preparando durante toda mi puta vida, y seguir su legado de catedráticos ingleses en la familia, y en un principio eso es lo que había pensado que iba a hacer. Hasta ese verano.

Había enviado mi aplicación a la misma universidad a la que acudía Gemma para estudiar derecho y criminología a escondidas. No hubiese querido que se enterase nunca de mi cambio de decisión, pero era mi madre, la persona que más disfrutaba de meterse en mi vida y asegurarse de conocer cada detalle para usarlo en mi contra, no podía pedir demasiado de ella. Y, cómo no, aquel era un día perfecto para que se enterase. Así que me puse la primera cosa decente que me encontré y salí corriendo de ahí.

La idea de emborracharme hasta desmayarme me estaba pareciendo realmente tentadora, tal vez así conseguiría olvidarme hasta de mi nombre y de todo lo que estaba ocurriendo. En esos momentos más que en todos estos meses tenía ganas de que por fin terminase el puto verano y marcharme de ese pueblo infernal, y por suerte no volver nunca más. Mi madre me estaba amenazando con no pagarme las matrículas si no hacía lo que ella quería que estudiase, cosa que ya me había visto venir. Por suerte, tenía suficiente dinero ahorrado como para vivir los primeros meses hasta que, si tenía suerte, se le pasase el enfado. Y si no, tendría que empezar a trabajar. Y hasta la idea de hacerlo me era atractiva comparada con el puto infierno en el que estaba atrapada.

Era un fin de semana que casualmente era popular y muchos de mis amigos del instituto salían esa noche, así que sabía que me encontraría a gente con la que poder beber alcohol y ahogar mis muchas penas hasta quedarme inconsciente y que alguien tuviera que llevarme a casa. Mataba a dos pájaros de un tiro; me olvidaba de mis problemas durante un par de horas, y cabreaba a mi madre todavía más llegando borracha a casa.

Me lo llegué a pasar bien con la gente con la que había quedado en el pub de siempre, pero mi corazón dio un brinco cuando vi a las amigas de Jane seguidas por el resto de chicos entrar al local. Ver los rizos de Harry en la distancia fue lo que hizo que apartase la mirada y bebiera de mi copa para intentar relajarme. Con todo lo que había pasado en el día, se me había ido completamente de la mente de que ellos también iban a estar ahí.

Por los nervios y lo fuerte que me estaban empezando a temblar las manos, dejé caer un poco del vino tinto sobre mi vestido blanco, y fue cuando me di cuenta. Dejé soltar un resoplido. Daba la casualidad de que aquello decente que me puse era el maldito vestido que llevé para ir al cine la primera vez que Harry.

Maldije en voz baja, y de pronto estuve muchísimo más incómoda que hacía un par de minutos. Hasta que decidí que estaba aliviada de que lo hubiese arruinado, y que no podría volver a ponérmelo nunca más. Fue como una señal de que estaba empezando.

No quería acercarme, ni que me vieran, ni ponerme en una situación más comprometedora de en la que ya estaba. Pero tampoco quería ser mal educada, y aunque esa hubiera sido mi intención, no podía simplemente pasar por su lado y no saludarle, por lo menos a Harry.

Tampoco tuve mucha más opción, y en mi camino al baño me lo encontré de frente. Para mí saludarle de lejos y seguir con mi noche hubiese sido suficiente, pero para mi desconcierto, me sonrió ampliamente cuando me vio. Me atrapó cuando pasé por su lado con el brazo en la cintura y esa sonrisa en los labios.

Me sorprendí un poco al verle de tan buen humor, porque después de haber pasado de mí todo el día me lo esperaba enfadado, y con razón. Pero me dio un beso en la mejilla hundiéndose en mi pelo sin soltarme y trasladó su mano hacia la mía. Recorrió mi cuerpo con la mirada.

—Mírate, hacía años que no te veía con este vestido.

Solté una carcajada y casi deseé que dejase de tocarme, pero al contrario de los consejos de mi mente, apreté su mano y le miré a los ojos.

—Toda mi ropa está custodiada por mi madre.

—¿Qué tal está la zorra de tu madre, por cierto?

—Sigue siendo una zorra —dije asintiendo, y provoqué las risas en el chico.

—No estoy sorprendido.

Sonreí y me humedecí los labios.

—Siento mucho lo de ayer. Estaba enfadada, no debí decirle todo eso.

—Te tienes que disculpar con ella, no conmigo —dijo, y noté que ya no sonreía de la misma forma que hacía un par de segundos, y apartaba la mirada.

—Lo sé.

Hablando de la reina de Roma, no pensé que tardaría tanto en tratar de interrumpir cualquier contacto con él, pero lo hizo tan sólo unos minutos más tarde. Se tropezó y derramó algo de su vaso de cerveza en mi vestido, y yo hice como que no había visto que lo había hecho a propósito.

—Dios mío, lo siento muchísimo. Ha sido sin querer, ¿estás bien?

Lancé una pequeña mirada hacia Harry, que bebía de su vaso para evitar reírse cuando Jane hizo lo imposible por secarme ropa con los dedos. Me mordí los labios para hacer lo mismo e hice un aspaviento para restarle importancia.

—Jane, tranquila. Oye, quería pedirte perdón por lo de ayer —dije y busqué sus ojos con la mirada.

Esbozó una sonrisa tratando que no se notase que la estaba forzando, pero llevaba años teniendo que lidiar con mi madre, así que no coló del todo bien.

—Oh, no pasa nada. No soy rencorosa. Oye, iba a ir al baño, ¿me acompañas?

No me dejó tiempo para responder, me sujetó la mano y me arrastró hasta el baño, a donde en principio también estaba destinada yo. Dejó de ser tan amable conmigo una vez estuvimos fuera del rango de visión del causante de todo aquello; me soltó la mano de inmediato y se cruzó de brazos apoyada en el marco de la puerta de la entrada a los baños, el Picadero Oficial.

Puse los ojos en blanco y suspiré, sabiendo que la pelota estaba en mi tejado y que debía esforzarme si quería alcanzarla y por lo menos tener una relación de cortesía con ella. Y porque la que lo había hecho mal era yo. Me puse en frente suya y le dirigí la mirada con ímpetu, pero ella solo me miró con el ceño fruncido, sin saber del todo qué estaba haciendo, o por qué.

—Va en serio, Jane. No lo he dicho para quedar bien delante de Harry, lo siento de verdad —insistí.

Ella frunció los labios y recorrió su mirada por mi cuerpo con juicio en sus ojos, apartó la mirada y se encogió de hombros.

—Relájate, en serio. No pasa nada, yo también soy una cría a veces. Hay que aprender de los errores.

¿No es irónico escuchar eso ahora, después de todo lo que ocurriría más tarde?

No se lo quise tomar del todo en cuenta, porque en esos momentos sus palabras no tenían fondo y las dijo para dejar claro que no me estaba perdonando, ni estaba haciendo la vista buena; me quería lejos, y yo le iba a obedecer. Porque me lo merecía.

Pero eso no quita lo horriblemente desplazada que me sentí una vez volvimos, cuando yo no tenía intenciones de quedarme de todas formas.

—¿Qué hace ella aquí?

Todas las miradas estaban encima mío y de mi vestido blanco manchado, con el pelo hecho una maraña desordenada y ojeras bajo los ojos. Intenté ignorar el comentario y el ambiente que se estaba creando por mi culpa, no quería ni imaginarme qué era lo que estaban pensando de mí en esos momentos, pero era difícil no hacerlo cuando ninguno de ellos estaban haciendo nada por ocultarlo.

Hubiese querido que lo que estaba ocurriendo se quedase entre Jane y yo, porque con el resto nunca había tenido ningún tipo de problema, pero hasta yo podía ver que eso estaba siendo demasiado pedir. Así que me despedí, y fui directa a la barra a pedirme una jarra de cerveza más grande que yo, y después otra, y otra.

Iba dando tumbos con una sonrisa algo falsa en el rostro, pero dentro de lo que cabía, me lo estaba pasando hasta bien. Una chica de mi clase estaba contándome cosas acerca de su pasión por las conchas marinas o algo por el estilo, dando continuos sorbos a su vaso de tubo siempre con una sonrisa, sentadas en un sofá apartado en el fondo de la sala. Ni siquiera me acuerdo cómo se llamaba la chica. Pero me sacó alguna que otra sonrisa, a pesar de que el alcohol estuviese ayudando a tirar de las comisuras. La chica se calló de pronto y frunció el ceño, distraía de un momento a otro y mirando con el ceño fruncido entre la multitud.

—¿Tú y Harry Styles no erais novios?

Solté una carcajada en forma de resoplido y di un trago a mi vaso.

—No.

Abrió los ojos realmente sorprendida y me sujetó la muñeca.

—¿Qué? ¿Harry Styles siempre ha estado disponible y lo sé ahora?

Me quedé algo atónita, y la miré parpadeando un par de veces sin saber cómo reaccionar ante aquello.

—¿Por qué estás diciendo su apellido de esa forma? —dije.

Se dio una palmada en el muslo y señaló con la mano detrás mía con los labios fruncidos.

—Siempre llego tarde, ahora se esta enrollando con la tía esa.

Por inercia me di la vuelta cuando no debí, porque ya sabía qué iba a encontrarme. Mi corazón dio un vuelco, y aparté la mirada rápidamente. La chica se terminó la copa y la apoyó en la mesilla al lado suya.

—Ni siquiera es tan guapa.

Del cielo cayó un cigarro liado a mano de la mano de un chico conocido, que me miraba con una sonrisa picarona. Con una bocanada de aire, me levanté de un brinco y lo sujeté entre mis dedos.

—Gracias a puto Dios —murmuré antes de dar una calada.

Eso era todo lo que necesitaba para que por fin la sala me diese vueltas y las caras fueran borrosas de una vez por todas.

Hubiese pasado la noche entera paseando entre la gente y salir a la calle para bailar con los árboles del bosque que nos rodeaba, y dejar que el frío se colase entre mi pelo y me permitiera quedarme en la cama durante una semana entera para hundirme en mi colchón hasta que tuviera que empezar a hacer las maletas. Los ojos me lloraban y sentía el escozor en las palmas de las manos bajarme hasta las uñas. Me picaba la nuca, pero mis pulmones nunca habían estado tan dispuestos a dejar entrar todo el oxígeno de la sala, trabajando a toda máquina y apurando a mi corazón para que se diese prisa de ponerse a su altura.

Las carcajadas retumbaban en mis oídos, los dedos se clavaban en mis brazos al pasar y la música de pronto bajó el ritmo. Parpadeaba a cámara lenta, acariciaba las paredes con dos dedos conforme caminaba por el pasillo y me detuve despacio con una pequeña sonrisa melancólica.

Me apoyé en el tabique de pladur con los brazos abiertos y cerré los ojos. Y traté de atrapar todas y cada una de las motas de polvo del sitio, la humedad del ambiente y los nombres escritos con rotulador en la superficie blanca, ya que iba a ser la última vez que me encontraría en ese lugar.

—¿Qué cojones estás haciendo?

Abrí los ojos y sonreí con entusiasmo.

—Harry. Mira.

Le sujeté de la mano y lo atraje hacia mí. Le puse a mi lado y acaricié una pequeña marca hundida en la pared con la misma sonrisa. Luego bajé la mirada hacia mi mano, y coloqué el puño cerrado en la cicatriz de escayola, y encajó perfectamente con mis nudillos.

—Cómo dolió la cabrona.

—¿Estás colocada?

Le miré y bajé el puño.

—Totalmente.

Soltó una carcajada, pero todavía no había hecho ademán de soltarme la mano.

Me quedé atrapada durante unos segundos en el sonido de su risa y la imagen que me devolvía al reírse, los hoyuelos formándose en sus mejillas y su pecho subir y bajar sutilmente.

—Mierda, qué guapo estás.

Me miró sonriendo divertido, y bajó la mirada.

—Gracias.

—Siempre se te quedaban los labios hinchaditos después de besarme. Me encantaba mirarte al terminar, cómo volvías a la normalidad y tus dedos dejaban de temblar. Tienes el pulso a mil, y veo que todavía tienes los labios rojos. Supongo que no todo lo bueno tiene que cambiar.

Se quedó callado y me miró serio. Quería seguir hablando y recordarle todo lo que habíamos vivido en ese cacho de pasillo que dirigían a los baños, las noches en vela y las conversaciones en los campos de las afueras del pueblo, con las estrellas cayendo sobre nosotros. Estaba tan cerca mío, tan cerca… que podía acariciarle la camiseta sin hacer ningún esfuerzo, podía oler su cuello todavía apoyada en la pared, y sus dedos todavía estaban atrapados en los míos.

Me moví despacio para asegurarme de no espantarle, pero él se quedó quieto y no separó su mirada de la mía. Dejó que me acercara poco a poco, puso una mano en mi cintura y bajó la mirada unos segundos. Le acaricié la frente y la mejilla, y con una pequeña sonrisa, me incline hacia él con un poco de miedo antes de besarle.

Estaba preparada para que diera un paso hacia atrás y me dijera que se había acabado, que no volvería a pasar. Pero rodeó mi cintura con sus dos manos y disfrutó del mismo modo como había querido que lo hiciese.

Hubiese sido corto y cariñoso, sin otra intención más que ser melancólicos y demostrarnos lo qué sentíamos, por mucho que ambos estábamos en escalones muy distintos el uno del otro. Sé que la palabra que me definiría sería ilusa, y que, en realidad, era un beso fácilmente malinterpretado. Y más si era interrumpido de esa forma. Probablemente para Jane fue lo peor que se pudo haber encontrado nunca.

No tuvo que decirme nada, con una mirada hacia mí le fue suficiente para dejarme saber que tenía que salir de ahí. Él sabía que no podía echarme la culpa a mí del todo, pero no le hubiese reprochado nada si se le ocurriese hacerlo. Porque sabía que era culpa mía.

No me quedé pululando por el lugar mucho más, estaba colocada y borracha, y aun así tenía claro que tenía que salir de ahí. Me hice camino como pude por el lugar, cogí mis cosas y me marché, de nuevo. Porque no me cansaba de que tuvieran que echarme de los sitios.

☀️🍓🐰

Creo que era la quinta vuelta que daba por la entrada de su casa y casi me daba la vuelta para ir a mi casa y dejar la fiesta en paz. Quería dejar las cosas aclaradas y no dejar ningún tipo de rencor en mi nombre, o por lo menos intentarlo. Sabía que estaba apuntando demasiado alto, y que me arriesgaba a tener que salir de ahí corriendo con una sensación amarga en la garganta de nuevo. Pero por lo menos lo había intentado.

Di un brinco de casi un kilómetro cuando escuché la puerta de su casa abrirse, y me quedé congelada en mi sitio, poniendo mis manos detrás de la espalda.

—Vas a desgastarme la entrada como sigas así —dijo Harry, con la mano en el pomo todavía, con una pequeñísima sonrisa.

—Lo siento —murmuré, acercándome poco a poco, escondiendo las manos en la mangas de la sudadera.

—Yina, no sé si es el momento adecuado—

—Sólo quiero pedir perdón. Te quiero pedir perdón a ti, y le quiero pedir perdón a ella.

Se frotó los ojos y me miró.

—Tienes que dejar de echarte la culpa por todo. También es culpa mía.

Me quedé callada y bajé la mirada. Luego, solté un gruñido.

—¿Cómo está ella?

—No me ha dirigido la palabra en todo el día.

Bajé la mirada y fruncí los labios para mordisquearme la mejilla. Suspiré.

—Lo siento.

—Bueno, me lo merezco.

—¿Puedo entrar a hablar con ella?

Se quedó un momento pensativo con la mirada baja, y se encogió de hombros.

—No puedo impedirte que hagas nada, Yina. Pero no creo que sea buena idea.

Asentí. Tal vez tenía razón y sólo estaba metiendo la pata todavía más.

Cuando estaba a punto de darme la vuelta y ahogar mis pensamientos en la primera cosa que encontrase, escuché mi nombre desde dentro de la casa. Harry se hizo a un lado y Jane se acercaba a mí, con un pantalón corto vaquero y el bikini puesto.

Pasó por su lado echándole una pequeña mirada tímida, y se sentó en el pavimento de la calle, mirando hacia el sol y dejando que bañase su cara. Miré a Harry sin saber del todo qué hacer, ya que no pensé que llegaría tan adelante en mi plan. Él estaba sonriendo, y entrecerró la puerta para darnos privacidad.

Me senté a su lado en el suelo. Estaba callada, con las manos apoyadas en el suelo y las piernas cruzadas. Tenía el pelo húmedo y los ojos especialmente azules, con la mirada baja arañándose copiosamente el muslo con una piedra pequeña. Parecía algo nerviosa, pero podía ver lo bien que lo estaba disimulando. Al final decidí yo romper el silencio.

—No quiero sonar redundante, pero quiero volver a pedirte perdón.

No me dirigió la mirada y tampoco me dijo nada al principio. Paseó la mirada por la calle y se colocó bien el pelo.

—Lo entiendo —dijo, y por primera vez dirigió la mirada en mi dirección, pero sin todavía mirarme a la cara—. He sido muy injusta contigo.

—Jane—

—Déjame explicártelo.

Me quede paralizada ante las palabras que estaban saliendo de sus labios. Algo que no me esperaba de ninguna manera. Se humedeció los labios.

—Ayer cuando volví a casa estaba muy borracha. Estaba para arrastrar, en serio. Dios, ni siquiera me acuerdo quién me quitó los zapatos —dijo, y se rió suavemente—. No quiero decir que estaba enfadada, porque no lo estaba. Estaba… algo decepcionada. Mis amigas estaban pintando todo tipo de cosas en mi cabeza sobre qué podría pasar o qué iba a pasar y todo eso, pero yo quería venir aquí con el papel en blanco, ¿sabes? Que pasara lo que tenía que pasar. Porque es la primera vez que puedo dejar que las cosas fluyan sabiendo que no va a pasar nada malo. En Londres nunca podía salir de fiesta si no estaba Dan, o emborracharme si no estaba él cerca, o cualquier variante. Y me encanta estar sola, es la mejor sensación del mundo, el ser libre.

Hizo una pausa, y me miró a los ojos con un brillo especial, con una sonrisa de lado y el pelo más corto cayéndole por el hombro. Señaló con el pulgar a la puerta detrás nuestra.

—Y luego llega este tío y no me da tiempo ni a mirar las cosas con perspectiva. Viene y me pone el mundo patas arriba en menos de una semana. Me hace replantearme tantas cosas que tengo hasta miedo de hacer recuento, Yina. Es increíble lo que hace y cómo lo hace —negó con la cabeza y bajó la mirada con una sonrisa encantada—. Yo estaba preparada para irme a casa con él, tal vez sí sea una zorra —dijo y volvió a reírse.

Sonreí un poco y negué con la cabeza.

—No lo eres, y nunca tuve que decir que lo eras.

Se encogió de hombros.

—No es la primera vez que lo escucho. Tal vez lo sea y tenga que lidiar con ello y punto —soltó una carcajada y se puso un mechón de pelo detrás de la oreja—. En fin, cuando llegué a casa ayer fue la primera vez que pensé en ti, a pesar de estar enfadada por lo que pasó. No podía dejar de pensar en que, si conmigo ha hecho todo esto en un mes, no puedo ni imaginarme qué ha hecho contigo en más de un año.

Bajé la mirada. Era buena con las palabras todavía entonces, y sabía exactamente cuáles usar para dejarte con esa sensación de que tiene toda la razón del mundo. Suspiró, y continuó hablando:

—No sé cómo debes de sentirte o cómo te sintió todo esto, pero sé que mi llegada no ha tenido que ser bonito. Este tío te tiene en brazos, llego yo y te lo arrebato de un tirón y el resto esperamos que te comportes. No es justo. Encima cómo te he tratado y cómo te he mirado como si fueras la mala y convenciéndome de que lo eras… no te lo mereces. No has hecho nada malo. Así que la que tiene que pedir perdón soy yo.

Callada, la miraba con una expresión de sorpresa en la cara. No tenía ni idea de qué decirle, o cómo responderle a todo lo que me estaba confesando, con un gesto en los labios que me demostraba que era la primera vez que decía una cosa así en voz alta, ligeramente sonrojada y con el pulso inestable. En su mirada sabía que no esperaba tampoco que le respondiera nada, tan solo estaba contenta con poder sincerarse y dejar las cosas bien conmigo. Sonreí un poco.

—Gracias —dije al final.

—Por favor, no me las des.

—¿Entonces no estás enfadada?

—No.

Sonreí.

—Pero Harry cree que sí lo estás.

Se rió y puso una mano sobre la mía para sonreírme.

—Sí, bueno. Él sigue siendo el que se ha liado con otra chica. Tengo que dejar que luche un poco por mí —dijo con una carcajada.

Puse los ojos en blanco sonriente y solté una risa.

Se levantó del suelo y me tendió una mano para ayudarme.

—Bueno, y porque ayer pasaron varias cosas antes de que nos fuéramos a casa, y prefiero no enfrentarme a él todavía.

—Está bien, que sufra un poquito.

Se rió.

—¿Te quedas a comer?

—No creo que esté invitada. Felicidades, por cierto.

Me sonrió.

—Gracias. Quédate aunque sea hasta la una, ya que estás aquí.

No me dejó mucha opción, me sujetó del brazo y me arrastró dentro de casa. Cerré la puerta detrás mía, y al pasar por la cocina e ir al patio de atrás todavía de la mano de Jane, sonreí a Harry, que nos miraba con extrañeza en la cara. Tuve que reírme al ver a la rubia pasar de él como si no estuviese ahí, pero el chico me sonrió e hizo un gesto de victoria en el aire y mirando hacia arriba, como si no pudiese creerse que por fin habíamos empezado a llevarnos bien.

Sonreí porque por primera vez no me volcó el corazón cuando pensé que él seguiría buscado en su cabeza la manera de entablar una conversación con ella y que trataría de arreglarlo, porque le gustaba demasiado como para estropearlo con una cosa así. Sabía que lo iba a hacer, y la idea de que lo arreglasen me era más atractiva de que no lo hicieran. Ahí es cuando supe que lo iba a superar, y que no iba a ser tan duro como pensaba.

Jane y yo nunca fuimos mejores amigas después de aquello, pero por lo menos desde mi perspectiva siempre la he considerado una amiga, y sé a ciencia cierta que ella a mí también. Qué haría después con su manuscrito es algo que decidió ella en su momento y que nunca se me ocurriría echárselo en cara.

La industria ha hecho que lo pasase mal en muchos momentos de tensión en mitad de su adolescencia, algo que te hace cambiar como persona, se quiera o no, y nos hace tomar decisiones que no siempre van a estar acorde con todo el mundo. Pero hay que tragarse las palabras, y seguir adelante. Tal y como lo hizo ella, pero nunca nadie llegará a su nivel de elegancia con la que resolvió las cosas. Y la admiro por ello.

No me quedé a comer con ellos como Jane me estaba pidiendo, aunque sí le prometí pasarme por la tarde para que pudiese patearme el culo en el karaoke. Y también me prometí a mí misma que sería la última vez que pisaría la casa de los Styles hasta que volviese a ese pueblo después de mi primer semestre de universidad.

—Así que, todavía no hablas con Jane, ¿eh?

Apartó la mirada para sonreír y se sentó a mi lado en el escalón de la puerta de la terraza, mirando rápidamente de soslayo a la rubia metida en la piscina. Dejé escapar una pequeña risa.

—Te lo mereces un poco.

Asintió con los labios fruncidos y me miró de nuevo.

—Sip…, lo sé.

Sonreí de lado.

—No te preocupes, sólo se está haciendo la dura.

Se encogió de hombros.

—No estoy preocupado.

Resoplé y puse los ojos en blanco.

—A veces eres tan flipado que me entran ganas de darte un puñetazo en la nariz —le dije.

Soltó una carcajada y pasó un brazo por mis hombros para apretarme contra él juguetonamente. Me mordí el labio y bajé la mirada.

—Parece buena gente —dije, poniéndome algo nerviosa cuando sentí que me ponía la mirada encima estando tan cerca mío—. Ya sé que te lo he dicho antes, pero ahora lo digo en serio. Es amable.

Bajó la mirada y no pudo evitar sonreír un poco, mientras jugaba con una piedra pequeña el suelo. No quise ponerle incómodo y parecía que me había puesto demasiado seria, así que decidí quitarle algo de peso al asunto, antes de adentrarme por completo en el tema que sabía que iba a hacerme llorar.

—Encima está coladísima por ti —dije mirándole de nuevo.

No me estaba mirando, pero soltó una carcajada y miró hacia el otro lado para pellizcarse el labio. Yo también me reí, y tuvimos que mantenernos callados durante unos segundos, él sin saber qué decir, y yo con miedo a pronunciar lo que iba a decir a continuación.

Bajé la mirada y suspiré. Me mordí el labio.

—Mira…, tengo que hablarte de una cosa.

Ya está, no había vuelta atrás, tenía que decirlo, ya había preparado el terreno y ahora necesitaba caminarlo, con la misma voz fuerte. Pero tuve que tragar saliva al escoger las palabras en mi mente cuando casi me atraganto con el nudo de la garganta. La cosa no mejoró cuando pude ver que me estaba prestando atención, mirándome pasivamente, todavía jugando con la piedrecita, completamente despreocupado.

—Creo que debemos de dejar de vernos por un tiempo —solté por fin.

Vi cómo fruncía el ceño en sorpresa, incorporándose de pronto, verdaderamente sorprendido.

—¿Por qué—

—Porque lo necesito —dije interrumpiéndole. Hice una pequeña pausa—. Estaba preguntándome por qué me estaba costando tanto superarte después de todo lo que había pasado, hasta que recordé todos los putos libros que me gusta leer. Todos hablan de esta “época de desintoxicación” en la que se supone que meditan o no sé qué —tuve que quitarle algo de hierro a la situación, y me reí cuando escuché sus carcajadas—. Luego pensé en que yo nunca he tenido eso. Siempre estoy por aquí, sobretodo estas últimas semanas, nos hemos visto todos los días. No quiero que acabes odiándome.

—No voy a odiarte, Yina.

—Ya sé que vas a decir que no me vas a odiar. Pero no lo sabemos, y preferiría ahorrármelo. Tampoco quiero empezar a odiarte yo a ti.

Se quedó callado dejando que le mirara unos segundos, antes de apartar la mirada.

Se estaba poniendo el sol, y pude ver la luz naranja aclararle los ojos. No pude evitar sonreír y disfrutarlo unos segundos más sin que se diera cuenta. Se humedecía los labios dando vueltas a lo que le acababa de decir en la mente, y yo seguía mirándole las motas más verdes en sus ojos, casi haciendo sombra en sus pupilas gracias a los últimos rayos de sol del día. Me dejé a mi misma disfrutarlo, por última vez. Sabía que cuando apartara la mirada, se habría acabado. Pero, incluso al saber eso, me obligué a hacerlo, porque ya no podía permitirme quedarme atrapada en el color de sus ojos, ni en cómo redondeaba la piedra con los dedos, ni en cómo resbalaba el agua de la piscina por sus hombros. Y cuando lo hice, sentí el pecho hueco, y tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no ponerme a llorar como una cría.

Me obligué a continuar.

—Creo que va a ser lo mejor.

—¿Vas a estar bien?

Sonreí y le volví a mirar, y gracias a Dios el sol había bajado lo suficiente para que ya no tuviera esa luz mágica sobre la piel. Asentí.

—No te preocupes, Gemma viene el lunes. Además, me mudo por fin en septiembre y ya no tendrás que resguardarme de la cabrona de mi madre. Voy a estar bien.

Me sonrió, pero pareció que no estaba de humor para reírse ya. No dijo nada, simplemente puso de nuevo el brazo sobre mis hombros y me dio un beso en la frente.

—Te voy a echar de menos —me dijo, una vez me acompañó hasta la puerta de su casa para despedirse.

—No voy a desaparecer hasta Navidades —dije riéndome—. Nos veremos por ahí.

Se encogió de hombros.

—Ya sabes a lo que me refiero. No va a ser lo mismo.

Ya había dado un paso hacia la calle, queriendo mantener una distancia prudente mientras él me hablaba desde el marco de la puerta de entrada. Pero no pude evitar caminar de nuevo hacia él para darle un abrazo. Me costó muchísimo, de nuevo, no sollozar a moco tendido cuando sentí la piel y sus clavículas en mis mejillas, ni cuando puso una mano en mi espalda y me acarició los hombros, pero de alguna manera lo conseguí.

Me separé de él y me golpeó cariñosamente la barbilla con el dedo mientras sonreía, y como mecanismo de defensa me reí un poco.

—Adiós, entonces.

—Adiós, Harry.

En el momento que me di la vuelta para comenzar a caminar hacia mi casa, fue cuando sentí las lágrimas caer sin descanso por mis mejillas, sabiendo que no podía mirar hacia atrás por mucho que sintiera los ojos de Harry mirando mis pasos.

No dejé de llorar por la tarde, ni por la noche, ni en toda la semana que siguió, pero por lo menos, la siguiente semana, me desperté con un sentimiento de alivio que me aseguró de que todo iba a ir bien.

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