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yina -vi; parte 1 [29 julio 2010]

Gemma cargaba la última maleta en el maletero del coche familiar y me miró con los labios fruncidos, lista para darme un abrazo.

—No me puedo creer que me vayas a dejar sola con esta gente —le dije con los brazos cruzados.

Soltó una carcajada y me cogió la mano para llevarme dentro de la casa.

—Volvemos el domingo.

—Nada de fiestas ni nada parecido, ¿de acuerdo? —decía su madre, señalando a los cuatro chicos de uno en uno, que estaban formalmente en fila con los brazos detrás de sus espaldas, visiblemente tímidos y escuchando sus palabras.

Harry ponía los ojos en blanco, y yo me apoyé en una pared con los brazos cruzados, algo divertida con la situación. Anne besó su frente, cogió el bolso y se dispuso a salir de casa, sabiendo que Robin estaba esperando al volante del coche.

—Te dejo al mando —me dijo con una sonrisa, poniéndome una mano en el hombro.

—Haré lo que pueda.

Me dio un beso en la mejilla y Gemma pasó por mi lado después de despedirse de su hermano para pellizcarme la mejilla antes de marcharse.

—Adiós, bitch.

Le saqué el dedo corazón conforme se dirigía a la puerta y me lanzó un beso.

Sería mentir si no estaba completamente entusiasmada con esas semanas que se me alzaban delante. Lo que siempre había conocido como la estación del año más aburrida y agonizante del año, mis veranos poco a poco comenzaban a mejorar, y la idea de pasar unos días con cinco chicos guapos y de mi edad, me llamaba muchísimo la atención. Era refrescante y nuevo estar de nuevo rodeada de gente algo más mayor, con los que era mucho más fácil mantener una conversación sin que fuera demasiado forzada.

Sabía que la audición del chico que me gustaba a un programa de televisión tan importante podía abrirle muchas puertas, y no voy a decir que no estaba completamente aterrada con la idea de perderlo para siempre, pero, en el fondo, estaba muy contenta por él. Y los cuatro chicos restantes integrantes en su nueva banda eran la perfecta plantilla para crear un grupo del que el público inglés no podría resistirse.

La verdad es que me llevé bien con ellos desde el primer minuto en el que entraron en la casa de mi vecino, y la semana había ido bastante bien hasta entonces. Eran amables y divertidos, algo que no me esperé cuando Harry me contó las noticias y sus planes para el verano, que incluía un viaje de lujo al sur de España, y todo lo que podría acarrear de aquello. Nunca había conocido a gente que participaba en un reality, o que estuviera a punto de hacerlo, pero a mis ojos, eran chicos normales con sueños grandes, y con ganas de cumplirlos con quien hiciera falta.

Habían pasado el principio de la semana en una cabaña lo suficientemente grande situada en el jardín de la casa de su padre, a tan solo un par de calles de aquí, por lo que entendí por qué de pronto se sintieron libres del yugo que suponía tener un adulto en la casa, y se relajaron al instante en el que sus padres cruzaron la puerta.

—Necesito que me hagas un favor —me dijo Harry apartándome un momento de los demás, cuando estaba estallando el caos en el piso de arriba.

—Sí, claro. Dime.

—Necesito que no le cuentes a Gemma lo que te voy a contar.

Le devolví la mirada con una ceja alzada.

—¿Qué has hecho?

Vaciló por unos segundos y frunció los labios.

—He invitado a Jane a pasar el fin de semana.

Mi estómago dio un pequeño vuelco y abrí los ojos en sorpresa, intentando que no se notase en mi semblante al mirarle con ahora dos cejas alzadas.

Habían pasado ya el tiempo suficiente como para que la situación de Jane ya no me afectase, sobre todo después de conocerla hacían algunas semanas y darme cuenta que era más amable y maja de lo que hubiese querido. Pero lo cierto era que todavía quedaban pequeños rastros de la presencia de Harry en mi organismo, pequeños detalles que no pensaba que jamás se esfumarían tan sencillamente como lo pintaba él.

Siempre iba a ser difícil escucharle hablar de otras chicas y siempre iba a tener que ignorar la presión en el pecho que acarreaba su nombre. La diferencia estaba en que ahora sabía cómo disimularlo mejor.

—Va a venir con dos amigas.

—Pero no cabéis todos en la cabaña.

—Lo sé, vamos a dormir en casa hasta que vuelva mi madre.

Me sorprendí incluso más, descruzando los brazos y mirándole algo incrédula, luchando por no sacar mi lado autoritario.

—Harry…

Apartó la mirada.

—Lo sé, lo sé. Por favor no se lo cuentes a Gemma —dijo dedicándome un puchero.

Me reí un poco y negué con la cabeza.

—No te preocupes. ¿Cuándo llegan?

—En una hora, más o menos.

Puse los ojos en blanco.

—Está bien, puedo ir yo a por ellas si quieres.

Entonces quien se sorprendió fue él, que frunció un poco el ceño.

—¿En serio?

—Sí, no tengo nada mejor que hacer de todas formas.

—Gracias.

No sé muy bien qué fue o por qué fue. No estaba especialmente afectada como pensé que lo estaría una vez la vi en la estación, con su sonrisa preciosa en el rostro, acompañada por sus dos mejores amigas. Odiaba el hecho de que me había caído bien desde el primer momento en el que tuve una conversación con ella en Londres, a pesar de que ella probablemente no lo hubiese visto con los mismos ojos.

Es curioso como nosotros somos los héroes de nuestra propia historia, sin darnos cuenta de que probablemente somos el villano en la historia de otra persona. No quise admitirlo hasta años más tarde; ella siempre había sido la mala en mi cuento y había sido la que había arruinado lo que, en realidad, no llevaba a ningún lado.

Pero yo también había sido la mala en su historia. Me había interpuesto en su relación con un chico que apenas conocía, pero que estaba haciendo esfuerzos sobrenaturales por hacerlo. Yo era la mejor amiga que se ponía celosa porque le robaran a su mejor amigo, una niñata que no se sabía estar callada con sus opiniones demasiado altas, pero aún así no escuchadas por nadie. Y lo peor de todo es que no podía hacer nada al respecto. Ella ya me miraba con malos ojos desde el principio, se lo podía notar en sus miradas hacia mí y sus comentarios condescendientes. Probablemente me los merecía, pero eso no lo hacía menos doloroso.

Esa noche era la primera vez que me sentaba con ellos a cenar, por mucho que ya había pasado bastante tiempo con ellos; en la piscina de su casa, en excursiones al río y a la heladería para sentarnos en el pavimento caliente y hablar de diferentes experiencias personales. Y aquella noche, se desvanecieron ante mis ojos para ser reemplazados con un dibujo que había visto en demasiadas ocasiones en mi subconsciente; ésta vez, más real que el dolor de un puñetazo en el estómago.

Era la tercera vez que lo veía nítidamente, y tenía que morderme la lengua para que mi estómago dejase de brincar cada vez que veía algo que no me gustaba. Esta vez era incluso peor, probablemente ambos ni siquiera se estaban dando cuenta de que estaba sucediendo, y eso lo hacía mil veces más doloroso de ver. Ella estaba continuamente sonrojándose al sentir su mirada sobre ella, al decir su nombre o al rozar sus dedos con cada oportunidad que tenía, de las cuales él disfrutaba con sonrisas y miradas de triunfo que ya había visto esbozadas anteriormente. Se gustaban mucho, y cualquiera en la sala podía verlo.

Nunca fue mi intención hacer daño a nadie, nunca quise que nadie me tomara como la amiga celosa de la que ya todo el mundo me tachaba. Sólo era una chica con poca experiencia que tuvo que olvidarse demasiado rápido de un chico que estaba continuamente presente.

No hubo un día desde que supimos que se había acabado que no le había visto, que no me había sonreído ni acariciado mi mano para asegurarse de que estaba bien. No había tenido ese periodo de desintoxicación en la que me deshacía de todos esas emociones y sentimientos que tan feliz me hacían, en la que borraba lo único que me hacía levantarme de la cama.

No quería deshacerme de eso, ni siquiera quería pensar en dejar de verle aunque fueran unas semanas ni de casualidad como los últimos meses, porque esa vez sabía que era porque tenía que superarle.

Y con todos los sentimientos amontonados en la puerta de mi hígado tenía que ver todo aquello apilarse en mis hombros, y todavía sabiendo que tenía que hacer algo al respecto, que no era la culpa de nadie más que de mí. Pero no podía hacer otra cosa en esos momentos que estar a la defensiva, simplemente como un mecanismo nato que no podía controlar.


Harry💦: Sé amable.


¿Te lo imaginas?

Toda la tarde soportando el peso en el vientre y las punzadas en mis costillas, después de que las cosas que antes veía en mis pesadillas se estaban materializando delante de mis ojos sin un segundo de tregua. Veía las miradas de ella con la nariz ligeramente levantada para que solo lo notara yo y los susurros que compartía con sus migas, debajo de las conversaciones en alto. Yo, tragando y tragando como podía lo que me hacían engullir a la fuerza, me atragantaba una vez y me llamaban la atención por pedirles que fueran más despacio. Porque yo siempre iba a ser la culpable, desde luego. Y no se esforzaban por ponerse dos segundos en mi piel.

Alcé una ceja al leer el mensaje y tuve que tragar saliva para evitar que se creara un nudo en mi garganta.

Yo: Estoy siendo amable.

Harry💦: Lo puedes hacer mejor


Le dirigí una mirada a través de la mesa en la que todos estaban sentados y teniendo conversaciones ajenas a lo que estaba sintiendo en esos momentos, demasiado alto como para prestar atención a nada más. Me miró durante unos segundos, y después de advertírmelo con los ojos, apartó la mirada y siguió con su conversación.

Llevé mi plato a la cocina y me senté en el sofá para intentar alejarme de aquello un poco.


Yo: No me lo estáis poniendo fácil


Me atreví a decirle por primera vez, y mi corazón dio un vuelco cuando leí su respuesta:


Harry💦: No tengo que hacer nada, sólo hazlo.


Miré la pantalla con el ceño fruncido y apreté el puño.

Quería tranquilizarme y hacer lo que me pedía, porque sabía que no estaba en posición para enfadarme. Pero esos pensamientos no hicieron demasiado para que me calmara, estaba empezando a enfadarme de verdad, y por primera vez me sentí con derecho a hacerlo.

Porque apenas había cenado en lo que llevábamos sentados en la mesa por la imagen que me devolvía la rubia, por primera vez creando las urgencias que no había tenido en años, pensamientos que me decían que no me merecía comer estando ella como estaba y estando yo como estaba, cuando yo ya había hecho las paces con mi cuerpo hacía años. Pero ella era tan perfecta y tan menuda que sí, me entraban ganas de dejar de comer aunque fuera unas horas.

Porque había tenido que empezar a callarme en las conversaciones cuando quería decir algo, porque su voz era más alta y a todos les interesaba más lo que tenía que decir ella. Era más relevante que yo. Así que me mordía la lengua, y intentaba ignorarlo.

Y porque sus amigas no me conocían de absolutamente nada, pero ninguna de las dos había siquiera intentado mantener una conversación conmigo más allá de las que eran requeridas para ser educadas, porque, por lo menos eran educadas. Algo que era prueba suficiente de que las cosas que Jane había estado diciendo de mí no eran especialmente positivas. Como si estuviera avisándoles de que era una celosa y no se podía confiar en mí.

Pero tenía que ser amable.

Así que no lo soporté más, me levanté del sofá y subí las escaleras de dos en dos hasta su habitación, por mucho que debía haberme puesto los zapatos e irme a mi casa.

Y las cosas estaban muy feas si prefería ir a mi casa antes que seguir ahí.

Cerré la puerta y me subí a la mesa para asomarme al tragaluz. Dejé escapar un suspiro a la noche y traté de calmarme. Usualmente no fumaba cuando estaban enfadada, como una regla que me había propuesto a mí misma, pero la verdad es que sabía que si no lo hacía no me iba a tranquilizar. Y prefería ir a casa colocada que enfadada. Así que saqué el mechero y disfruté del humo bajarme por la garganta.

Pero la conversación seguía dando vueltas en mi mente como cuando un dibujo animado se da un golpe en la cabeza. Circulando en órbitas sobre mí. Y volví a suspirar.

Escuché la puerta de su habitación abrirse, pero no desplacé mi mirada de las montañas del horizonte, sabiendo perfectamente a qué subía.

—¿Estás fumando? —preguntó Harry, casi riéndose cuando se puso a mi lado subido a su escritorio.

Me encogí de hombros.

Se quedó en silencio y apoyó los codos en la repisa de la ventana a mi lado. Yo no dije nada tampoco, e hice como si no estuviese ahí, con los mismos pensamientos rumiando mis nervios, observando el paisaje que ofrecía su ventana.

—La última vez no viniste a por mí —dije cínica.

Casi le escuché poner los ojos en blanco.

—Necesitas dejar de hacer eso, Yina.

—Tal vez deberías ponerte de vez en cuando en mi situación. No es divertida la posición en la que estoy.

—Lo siento.

Suspiré.

Lo peor es que sabía que lo hacía. Que no había maldad en todo lo que estaba sucediendo y que para él también hubiese sido todo más sencillo si yo no hubiese estado en medio. Porque siempre estaba en medio de todo.

—Creo que me voy a ir a casa —le dije.

Chasqueó la lengua.

—Yina, no te tienes que ir.

Me encogí de hombros otra vez, todavía sin mirarle.

—No tienes que pretender que me quieres aquí.

—¿Qué? —dijo con una pequeña risa.

Por primera vez me sujetó del codo y me obligó a girarme para mirarle a los ojos. Me sonreía débilmente, y me apretó el brazo cariñoso.

—No tengo que pretender nada, ¿de acuerdo? Quiero que estés aquí porque me caes bien y eres mi amiga, y aprecio tu presencia.

Bajé la mirada y fruncí los labios para evitar sonreír y de nuevo temblar bajo sus dedos. Pero él ya sabía qué clase de efecto tenía en mí, y sabía que no iba a dudar nunca en usarlo contra mí. Aparté la mirada y no dejé que me afectara, cuando ya sabía que era tarde. Él sonrió divertido.

—El sábado es el cumpleaños de Jane, así que mañana probablemente iremos al pub. Puedes venir.

Solté una carcajada y tiré la colilla por la ventana a la calle.

—Probablemente tú me quieras aquí, pero estoy prácticamente segura de que ella no.

—Tiene nombre.

Resoplé.

—Lo que sea.

Sopesó las palabras en su boca durante unos segundos en silencio, probablemente tragando lo que me quería decir y evitar que me enfadase más. Pero yo ya estaba enfadada.

—Yina, sabes que me—

—Sí, ya sé que te gusta mucho y lo entiendo porque es puto perfecta y todo lo que tú quieras, ¿de acuerdo? Pero, ¿puedo por dos putos minutos sentirme cohibida por la situación? Tú me has olvidado muy rápido y pillo por qué, pero esto es sobrecogedor para mí porque todavía no consigo saber cómo hacerlo. Así que hazme el favor de dejar que me sienta un poco enfadada o triste porque esta pasando justo delante mía, y no es justo para mí pedirte que pares.

Estaba incluso más enfadada de lo que pensaba.

Él por suerte se quedó callado, y asintió estando de acuerdo con mis palabras. No me sentía con fuerzas para que me dijera que tenía razón, probablemente hubiese sido un efecto colateral que me hubiese destrozado todavía más.

—Ahora bajo, ¿vale? Necesito… estar un momento sola.

No añadió nada más, me pellizcó por última vez la cintura como siempre, y bajó de un salto al suelo y cerró la puerta detrás suya.

Suspiré y eché la cabeza atrás con los ojos cerrados. De verdad le había soltado eso tan de pronto, y lo más curioso es que no me había supuesto ningún esfuerzo hacerlo. Pero tenía que empezar a darme cuenta de que la época en la que me importaba lo que pensaba él ya estaba detrás mío, y que tenía que superarle como podía, de una vez por todas. Si tan sólo no hubiese dado ese paso hacia atrás tan repentinamente y me hubiese avisado de que me iba a tener que enfrentar a aquello sola a partir de ahora, las cosas serían bastante diferentes. Me hubiese preparado de otra forma, hubiese sabido a que me atenía.

Di un par de vueltas por su habitación con los mismo pensamientos en la cabeza y sabiendo que no debía pararme a mirar las fotos en su mesa y los pósters en sus paredes. No sé cuánto tardaría en reemplazar mis fotos con fotos suyas, o si algún día lo haría, si yo tenía un sitio asegurado en su mural de fotos de por vida, o si algún día se cansaría de mí lo suficiente como para quitarme también de sus recuerdos. Era dramático pensarlo de esa manera, tal vez eso se debía a la droga que acababa de entrar en mi sistema, pero me arrancó una sonrisa pensar que seguía en su pared, cuando ella todavía no había hecho acto de presencia, a pesar del tiempo que llevaban hablando.

De todas formas, no tardaría demasiado en aparecer.

Decidí salir de una vez por todas de la habitación, y tuve que pararme un segundo cuando me los encontré de frente, hablando entre ellos con sonrisas en los labios. Agaché la mirada y pasé por su lado en la cima de las escaleras, después de saludar débilmente.

Sí, seguía algo enfadada y molesta con toda esa situación que me estaban obligando presenciar.

Pero no, no pasé por su lado chocando mi hombro con el suyo ni le dirigí una mirada fría que le podría matar desde mi posición.

Tal vez es algo que sus editores le recomendaron usar en su narración para tener un antagonista mucho mejor labrada y clara de lo que realmente fui, para darle dramatismo a la historia que estaba creando para limpiar su nombre, y no la culpo del todo por ello. Pero esa no es la única mentira que ha contado Jane en su pequeño cuento.

Me había ganado una reputación sin mover un dedo, sin decir media palabra. Sólo con los prejuicios, las ganas de hablar, y de querer sacarme del mapa. Todo no me hubiese afectado tanto si ella no me intimidaba tanto como lo hacía, porque sabía cómo le miraba él, y cómo sentía que te mirasen así.

Así que, ya que tenía el desprestigio grabado en mi piel, decidí que tal vez debía decir lo que pensaba de la situación. Esta vez en voz alta.

Pero tuve que haberme marchado, porque mi pequeño plan de emborracharme a cerveza y querer montar una escena no me salió ni remotamente bien. Pero tampoco estaba en mis planes que saliera bien. Solo quería tener una razón por la que ir a casa, tal vez si me echaban me costaría menos marcharme. Sobre todo, no quería que caminasen por encima mía. Si algo había aprendido de pasar el año sola y engañándome con que había hecho amigos, era a imitar el carácter fuerte de Gemma. Así que si ella quería tener una guerra conmigo, esa tarde me aseguré de que tuviera una. Pero tuve que haberme callado la boca.

En cuanto las palabras salieron de mi boca me arrepentí tanto que ni siquiera dejé que el ambiente se volviera más frío. Simplemente, en cuanto Jane huyó de mis constantes intentos de hacerle sentir mal, recogí mi bolso y me marché de ahí sin darle la oportunidad a Harry de gritarme, o peor, no decirme nada, y simplemente juzgarme con sus ojos por primera vez en mi vida.

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