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yina -iii [14 agosto 2009]

Pasaron las semanas y no volví a verlo ni siquiera de casualidad. Me pasaba como siempre los días con Gemma patinando por la calle y las noches en su casa ante de irme a dormir. Pero no me lo crucé por los pasillos, ni coincidíamos cuando salía de su casa ni en las calles de Holmes Chapel. Ni siquiera se unió a nosotras en la cena de ese viernes como era tradición. Tengo que decir que estaba bastante nerviosa por volver a verle de nuevo y compartir una mesa después de lo que había pasado el lunes, pero al mismo tiempo me decepcioné cuando me enteré de que no iba a venir, como si hubiese usado la palabra "nerviosa" como un eufemismo para "excitada".

Por eso esa semana después de aquel viernes me centré en volver a mi vida de chica normal y regular que sólo tenía una amiga y ni un solo chico interesado en ella. Me había caído un cubo de agua helada encima y me había despertado de una ensoñación de una semana de duración, así que fue bastante sencillo olvidarme de lo que había sucedido, o por lo menos dejar de pensar en ello todo el maldito tiempo. Pero tampoco pensé que iba a ser difícil.

—Creo que está acostándose con la chica esta —murmuró Gemma mientras ponía los platos sobre la mesa.

Yo la miré sorprendida colocando los cubiertos detrás suya y ella me sonrió mientras asentía.

—¿Cómo lo sabes? —le respondí intentando sonar neutral y divertida, riéndome un poco.

Se encogió de hombros.

—No lo sé, es una sensación, ¿sabes? Cuando empiezas a tener sexo tienes como ese aura de que te puedes comer el mundo. Además, se lo puedo ver en la cara.

Me encogí de hombros y Gemma se aseguró de que sus padres no nos estaban escuchando mirando cautelosamente hacia atrás.

—Bueno, tiene quince años, no es nada raro.

—No digo que sea raro, sólo te lo comento —alzó la mirada hacia la puerta cuando escuchó cómo se abría y cambió de compostura—. Mira, fíjate.

Dirigí mi mirada también hacia la puerta y vi cómo Harry estaba parado enfrente del espejo colocándose bien el pelo. Mi estómago dio un pequeño vuelto y no pude evitar sonreír.

—Harry siempre ha sido un pijo —le dije.

—No así —concluyó, mirándome a los ojos y acercándose a sus padres para seguir poniendo la mesa.

Me estaba sonriendo mientras se acercaba a la cocina y sentía como me estaba poniendo algo nerviosa. No esperaba que estuviese tampoco esa noche después de que nos diese plantón la semana pasada, y el tiempo que habíamos estado sin vernos se me había hecho eterno, y me estaba dando cuenta ahora de que lo había echado de menos. Obviamente, no lo iba a admitir.

—Mira quién se ha dignado en presentarse —le dije al sentirle sujetarme de la cadera para darme un beso en la mejilla. Di un pequeño brinco.

Siempre me saludaba con un beso en la mejilla. Pero era la segunda vez que me pellizcaba la cintura al acercarse. Y la primera que subía una ola de escalofríos por mi espalda al tocarme descuidadamente.

Tuve que recomponerme un poco mientas se acercaba a sus familiares a saludarles, y cuando terminó volvió a ponerme la mirada encima desde la distancia, metiéndose un tomate cherry en la boca.

—Me han obligado a venir. Me han dicho lo decepcionada que estabas cuando no vine —dijo, y me sonrió juguetón, con sus ojos clavados en los míos.

Alcé las cejas y me crucé de brazos.

—Vaya, ¿te contó también que fue la mejor cena que tuvimos en un tiempo?

—Tuvimos la oportunidad de jugar a las cartas limpiamente por primera vez —añadió Gemma, que se había sentado en la mesa con el móvil en la mano.

Harry le esbozó una mueca y se sentó en su regazo para hacerla rabiar.

—Suena aburrido.

Anne puso una botella de vino en la mesa y nos mandó sentarnos a cenar.

Harry habitualmente se sentaba en la otra punta, pero por alguna razón se sentó en la cabeza de la mesa a mi lado, a lo que Robin, su padrastro, le dirigió una mirada de extrañeza.

—Quiero sentarme al lado de Yina, la he echado de menos —dijo mirando a su padrastro con una sonrisa, acariciándome la mano.

Puse los ojos en blanco. Anne se sirvió una copa de vino y Gemma puso su vaso a su lado para que le sirviera también a ella con una sonrisa. Su madre le dirigió una mirada algo severa, aunque decidió no entrar al trapo y se dio cuenta de que ya era tarde para decir algo al respecto. Luego, subió la mirada hacia mí.

—¿Quieres un poco, Yina?

Me puse un poco colorada, pero me encogí de hombros en afirmativo.

—¿Me das a mí también? —preguntó Harry.

—Ni siquiera tienes dieciséis, amigo —le respondió Gemma con la copa en el aire y dando un pequeño trago.

Anne y Robin se reían.

—Venga ya, ella es solo un año mayor que yo —insistió Harry señalándome con la barbilla.

—No, soy dos años mayor que tú —le dije.

Se quedó callado mirándome.

—Mierda, ¿en serio?

—En serio —asentí.

—¿Cómo está tu madre, Yina? —me preguntó Robin.

Me encogí de hombros.

—Sigue siendo una zorra —dijo Gemma por mí, antes de meterse una cuchara de pasta en la boca.

—Gemma... —murmuró su madre en desaprobación.

—¿Qué? Es la verdad.

Asentí.

—Sí que es la verdad —dije dándole la razón.

—Espera, así que ¿cumples dieciocho en enero? —me preguntó Harry mirándome extrañado.

Tuve que reírme devolviéndole la mirada.

—Sí.

—Por eso tienes que dejar de ligar con ella, porque pronto será ilegal —comentó Gemma.

Me reí y él le miraba con una mueca de burla.

—Además —añadió—, ahora tienes novia.

Harry se tragó las palabras que estaba preparado para responder y la miró incrédulo a lo que le acababa de decir, tanto que hasta soltó una carcajada.

—¿Qué?

Yo no pude evitar explotar en carcajadas.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Harry con la carcajada en los labios y mirándome cómo reía de reojo.

—Sé que el otro día tuviste una cita.

Me mordí el labio para evitar continuar reírme ante el aprieto que le había puesto Gemma a su hermano pequeño delante de sus padres, que miraban la situación con brazos cruzados y miradas curiosas, por mucho que estuviesen pretendiendo hablar entre ellos; pude ver cómo Anne miraba de soslayo la situación.

—¿Y? Eso no significa que sea mi novia.

—Venga ya. Yina, ¿tú qué crees?

Sujeté mi copa y bebí un trago negando con la cabeza.

—No me metáis en esto —dije haciendo de nuevo esfuerzos por no ponerme a reír de lo incómoda que estaba.

—Eso, Yina, ¿tú qué crees? —me preguntó también él, tentándome con la mirada.

Le dirigí la mirada y alcé una ceja. Puse mis codos sobre la mesa y jugué al mismo juego que él. Me encogí de hombros.

—¿Cómo fue la cita?

Gemma se inclinó a mi lado y le tentó también él con la mirada para ponerle incómodo. Él paseó su mirada entre las dos y se cruzó de brazos.

—Genial. Tenía unas tetas enormes.

Abrí la boca indignada mientras Gemma soltó un jadeo y se levantó de la silla para pegarle en el hombro.

—¡Ew! Eres un asqueroso —gritó todavía de pie para empezar a recoger su plato.

—¡Harry! —le llamó la atención su madre, mientras él se levantaba también para llevar su plato al fregadero.

—Eso os enseñará a no meteros en mis asuntos —dijo apuntándonos a ambas con el dedo.

Anne y Robin también se levantaron para empezar a recoger. Gemma puso los ojos en blanco y desapareció durante unos segundos de la cocina.

—No quiero que vuelvas a hablar así de una chica, ¿ha quedado claro? —escuché decir a Anne bastante severa, los tres reunidos alrededor de la encimera de la cocina.

—Era una broma, y la única forma de que me dejasen en paz.

—¡Ni siquiera en broma!

Anne se giró mientras yo me terminaba mi copa de vino de pie lista para recoger también mi plato.

—Vamos a ir a dar un paseo, ¿recogéis vosotros?

Le asentí con una sonrisa.

Cuando puse la copa sobre la mesa, Harry se acercó y puso las manos sobre la madera para mirarme a los ojos. Yo ya le estaba devolviendo la mirada con una ceja alzada.

—En realidad, fue una de las mejores citas a las que he ido.

Me arrancó una sonrisa e inmediatamente me puse rojísima. Me devolvía la sonrisa y me puse un mechón de pelo detrás de la oreja bajando la mirada nerviosa. Fui a responderle, pero justo Gemma entró en la cocina con una sonrisa.

—¡¿En serio?! —preguntó su hermana a voz de grito con una sonrisa de oreja a oreja emocionada.

Antes de que ninguno de los dos pudiésemos reaccionar, Gemma se le había echado encima para abrazarle y llenarle de besos la cara

—Mírale, la quieeeres —le decía alargando las vocales y todavía enganchada a su cuerpo.

—Gemm—

—Estás enamorado —canturreaba apretándole las mejillas para hacerle rabiar.

No sabía si realmente lo había dicho en serio o lo había dicho para quedar bien; ya que yo había estado en esa cita y no estaba ni siquiera cerca de haber estado bien. Tal vez él sí se lo había pasado bien, o lo decía porque quería pasar tiempo conmigo. Fuera cual fuese la razón por la que dijo aquello, me hizo sonreír durante un tiempo.

—Yina, te toca fregar. Harry, tú secas —dijo Gemma cuando hubo terminado de molestar a su hermano.

Asentí y me remangué las mangas para ponerme a ello.

—¿Voy eligiendo la película?

Después de que asintiera a Gemma con una sonrisa y ella desapareciera de la cocina, hice ademán de acercarme al fregadero, y tuve que detenerme al ver a Harry empezar a hacer lo que se supone que era mi tarea. Me crucé de brazos con una pequeña sonrisa.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté poniéndome a su lado.

—Llevo años escuchando quejarte como odias fregar con "toda tu alma".

Él se rió débilmente con la mirada sobre los platos mojados.

—He decidido hacer algo al respecto. Yo friego y tú aclaras y secas, ¿vale?

Me pasé la lengua por los dientes antes de asentir con un suspiro. No entendía del todo por qué se estaba esforzando tanto por ser amable conmigo, pero desde luego no me iba a negar. Me puse a su lado y con el grifo abierto iba aclarando los vasos que me iba pasando en silencio. Extrañamente, no era del todo incómodo.

—¿Cómo ha ido tu semana? —dije de todas formas, al encontrarme demasiado cómoda dentro de su silencio con paredes acolchadas.

Se encogió de hombros.

—Lo usual, todos los veranos son iguales.

—Dímelo a mí, llevo estudiando un mes entero los mismos autores aburridos que llevan siglos muertos.

Se rió.

—Debe de ser una mierda —dijo dirigiéndome una mirada—, ser tú, digo.

Le esbocé una mueca que hizo que se riera más fuerte.

—Para tu información; sí, es una mierda.

—Por lo menos eres guay.

Resoplé.

—Es lo que me hace la guay del barrio, el tenis todas las mañanas con una monitora en los cuarenta.

—Yo creo que eres bastante guay. Por ejemplo, llevas todo este tiempo con espuma en la nariz y ni te has enterado.

Fruncí el ceño.

—¿Qué?

Acto seguido acercó la esponja con la que estaba fregando y me embadurnó la cara con la espuma que la empapaba. Cerré los ojos como acto reflejo y solté un jadeo mientras él se reía a carcajadas.

—¡Qué asco! —exclamé dándole un golpe con la cadera mientras cogía una toalla y me la pasaba por la cara.

Puse los dedos debajo del grifo y me defendí salpicándole con todavía un ojo cerrado. En vez de cubrirse con mi defensa, invadió mi espacio y me empezó a mojar con mucho más éxito que yo, por lo que tuve que taparme la cara con los brazos como pude, sin evitar reírme mientras él trataba de separarme los brazos y seguir mojándome.

—¡Para!

—Tú lo has querido —dijo, y después se dispuso a probar otra alternativa.

Bajó las manos a mis costados para hundir los dedos en mis costillas y así hacer que baje los brazos repentinamente, arrancándome las carcajadas por las cosquillas y subiendo los escalofríos por mi espalda, por mucho que me estaba acalorando a velocidades vertiginosas. No podía dejar de reírme y dar brincos al sentir sus manos frías sobre mi piel, y ya no sabía qué hacer para defenderme, comenzaba a rodear mi cuerpo con sus brazos, con una sonrisa en los labios y su pelo acariciándome la cara.

No sé cómo lo hizo ni por qué, el juego de los dos consiguió paralizarme y sujetarme la cadera con los brazos también en carcajadas, sentí sus manos pellizcarme la cintura segundos antes de alzarme en el aire durante unos segundos y sentarme en la encimara de su cocina. Se inclinó hacia mí en risas y yo ya empezaba a bajar la mirada hacia sus labios. Se detuvo justo a tiempo, y los dos nos callamos de pronto cuando nos dimos cuenta.

Mis piernas rodeaban su cuerpo y sus manos todavía estaban apretándome los muslos contra él, y nuestra respiración agitada ambientaba la cocina ahora en silencio. Yo estaba quieta, pero él todavía bajaba la mirada a mis labios y vacilaba entre mis ojos con una pequeña sonrisa en los labios, empezando a acariciar mis piernas y humedeciéndose los labios.

—¿Qué estáis haciendo? —preguntó Gemma de pronto.

Ambos giramos la mirada hacia ella y mi corazón dio un brinco. Estaba apoyada en el marco de la puerta con los brazos cruzados. Se incorporó y yo me levanté de la encimera de un salto en cuanto Harry hubiese salido de mi zona de confort.

—Habéis dejado el suelo perdido. Mamá te va a matar —le dijo Gemma señalándole con el dedo a su hermano.

Yo me encogí de hombros acercándome a ella.

—Bueno, algo que no tendré que hacer yo —dije, dirigiéndole una última mirada mientras pasaba una mano por mi pelo ahora algo mojado.

No había dejado de mirarme con esa mirada en los ojos que me ponía nerviosísima. Ni siquiera estaba disimulando. Se cruzó de brazos.

—En fin, la película está puesta. Seca esto antes de que vuelvan.

Quise ofrecerme a ayudarle, pero Gemma tiraba de mí hacia el salón y me obligó a sentarme en el sofá con ella. Pretendí que no sabía qué estaba sucediendo, por lo que subí las piernas al sofá y me puse cómoda. Ella me miraba con una ceja alzada.

—¿Qué coño ha sido eso?

—¿El qué?

—Ya sabes el qué.

Puse los ojos en blanco con una sonrisa.

—Ni que fuera la primera vez que tu hermano y yo tenemos una guerra de agua.

Lo peor es que no estaba mintiendo. Era cierto que Harry y yo siempre nos habíamos llevado bien y que no era la primera vez que nos molestábamos de esa forma, antes de que él se sumergiese en la adolescencia y nos dejásemos de ver durante un tiempo. Pero sabía que estaba mintiéndome y tenía claro a qué es a lo que se refería; era la primera vez que habíamos estado así de cerca de que algo sucediera tan repentinamente en la encimera de su cocina, y no quería pensar en qué hubiese pasado si los dos hubiésemos sabido que Gemma no estaba en casa.

Pude ver en los ojos de mi amiga que no se lo había tragado del todo, aunque no tenía pruebas suficientes como para incriminarme. Todavía.

Se encogió de hombros.

—Sois rarísimos —murmuró y apartó la mirada de encima mía.

Pude respirar un poco más aliviada ahora que ya no estaba bajo su radar, y Gemma sujetó el mando de la tele. Antes de que pudiese darle al play, Harry se sentó a mi lado en el sofá, y de nuevo su hermana le dirigió una mirada extrañada.

—¿Qué vamos a ver?

—Nunca te sientas con nosotras a ver la película.

Se encogió de hombros y la miró.

—Hoy me apetece, ¿no puedo estar en el salón de mi casa, o qué?

Gemma gruñó y empezó la película.

—Love Actually.

Ahora el que gruñó fue Harry, echando la cabeza hacia atrás.

—¿En serio? ¿En pleno agosto?

—Cállate o te piras.

A mí tampoco me hacía demasiada gracia tener que ver una película navideña en verano, pero habíamos acordado que le tocaba a ella elegir la película.

La verdad es que, en esos momentos, la película me estaba dando igual. Pero no como pasó en el cine dos semanas atrás.

Podía sentir la mano de Harry rozar mi pierna casualmente, desprendiendo calor por mi cuerpo como una fuente de energía nueva y excitante. Por alguna razón mi mente me estaba recordando una y otra vez que su cuerpo estaba justo al lado del mío, que su camiseta se ceñía de una forma muy específica a su pecho, que su cinturón estaba ligeramente desabrochado y sus pulseras caían sobre sus muñecas despreocupadamente. No sé cómo podía estar sintiendo esas cosas ni por qué, pero tuve unas ganas increíbles de pasar mis dedos por su cuello y acariciar sus costillas.

Intentaba con todas mis fuerzas intentar centrarme y dejar de pensar en él, pero estaba justo al lado mía, como si me estuviese llamando, como si a mi cuerpo estuviesen atados miles de hilos invisibles y él estuviese tirando de ellos poco a poco para atraerme hacia él. Podía escuchar su respiración tranquila caer sobre su propio cuerpo, con el codo apoyado en el respaldo del sofá y sus dedos acariciando sus labios por mí. Movió su mano despacio, como si se quisiese asegurar de que lo estaba sintiendo, y mirando por el rabillo del ojo pude ver que me estaba mirando, justo antes de empezar a acariciarme los dedos poco a poco. Tuve que morderme el labio.

¿Por qué estaba sintiendo todo eso justo en ese momento?, con Gemma a mi lado mirando inocentemente la película y ajena a que estaba empezando a acariciarme la mano y siendo perfectamente consciente de que estaba poniéndome los pelos de punta. Habíamos ido al cine juntos, no había funcionado; literalmente no he estado tan incómoda en mi vida, ¿por qué en esos momentos estaba sintiendo como que mi cuerpo estaba ardiendo? ¿Por qué la idea de tener novio me echaba tan atrás, pero aquello que estaba pasando me excitaba a niveles que no pensé que eran posibles?

Aguanté la respiración al notarle entrelazar sus dedos con los míos de una vez por todas, y pude ver cómo sonreía al ver mi reacción. Me iba el corazón a mil, probablemente me sudaría la mano al estar tan nerviosa, o lo que mi mente pensaba que era estar nerviosa. La verdad es que estaba más excitada de lo que he estado en toda mi vida, por lo menos hasta ese momento.

Gemma se levantó del sofá una vez hubo terminado la película y yo tuve que soltar su mano de pronto. Me quedé quieta mientras mi amiga se fue unos segundos a la cocina, sin realmente saber cómo comportarme. Sentí de nuevo el familiar escalofrío recorriendo mi espalda cuando se acercó a mí y me puso un mechón de pelo detrás de la oreja para poder verme mejor. Le dirigí la mirada y no pude evitar sonreír un poco, no dejando ver lo inestable que me encontraba después de sentir su aliento en mi clavícula.

Aparté la mirada rápidamente y me levanté del sofá.

—Debería ir a casa, es tarde.

—Quédate —se quejó Gemma entrando de nuevo al salón.

—No puedo, le dije a mi madre que dormiría en casa.

—Que le den a tu madre, tía. Quédate a dormir.

Negué con la cabeza.

—En serio, me tengo que ir.

Rodeé el sofá con las piernas todavía temblorosas y me acerqué a la puerta. Gemma me dio un beso y acarició un mechón de mi pelo antes de que abriese la puerta. La verdad es que tenía un poco de prisa por marcharme.

—Siempre me haces lo mismo.

—Lo sé, lo siento. Nos vemos mañana. ¡Adiós, Harry!

Se había levantado del sofá, me miraba con los hombros caídos, y me saludó con la mano antes de que cerrase la puerta.

De nuevo, corrí hasta mi casa y me dejé caer en la cama con una sonrisa enorme.

Pensé que con todas las emociones que había sentido en las últimas horas estaría agotada, pero de nuevo el insomnio se hizo dueño de mi cuerpo, y sólo podía dar vueltas en la cama como a mis pensamientos.

Qué curioso era aquello que estaba sintiendo, cómo mi vientre reproducía estas olas en mis entrañas y cómo los impulsos e imágenes me coloraban las mejillas. No era un insomnio usual en el que sólo tenía pesadillas medio despierta con la sábana hasta la frente intentando que no me faltase el aire. Estaba tumbada sobre mi cama mirando el techo con una sonrisa que no parecía querer desaparecer, completamente destapada, con sonrisas más amplias repentinas, ganas de reír y escalofríos recorriéndome las piernas.

Parecía que mi cuerpo estaba aprovechándose de las emociones que estaba experimentando con miedo a que mañana por la mañana hubiesen desaparecido, acostumbrada a que las cosas buenas y excitantes me durasen como un parpadeo. No me estaba quejando, yo hubiese estado contenta con permanecer la noche entera despierta con tal de poder sentir todo el tiempo posible mi estómago contrayéndose con un agradable sentimiento de calor y cosquillas esparciéndose por mi vientre hasta mis dedos al pensar en los suyos rozándome con esa sonrisa en la cara.

Justo cuando estaba a punto de quedarme dormida con el dulce sabor en la boca, escuché un ruido en la ventana de mi habitación que me hizo incorporarme repentinamente. Después, sentí mi cama hundirse y una figura se materializó delante mía en contraste con la luz tenue de la noche abierta en mi ventana.

Di un brinco y grité del susto antes de que me incorporara del todo para encender la luz y poder entender qué estaba sucediendo.

—¡Sht! —me chistaba Harry todavía encorvado sobre mi cama.

—¡¿Qué cojones haces?! —grité en un susurro.

—¿Anna? —escuché a mi padre en el pasillo antes de que pudiese responderme.

—¡Mierda!

Empuje a Harry en los hombros para esconderlo detrás de la cama justo a tiempo, antes de que mi padre abriese la puerta en bata y con el ceño fruncido.

—¿Está todo bien?

—Sí, lo siento, estaba teniendo una pesadilla.

Asintió despacio con la mano en el pomo de la puerta, todavía visiblemente preso del sueño. Hizo amago de marcharse y cerrarla, pero luego volvió a mirarme con la misma expresión de confusión en la cara.

—¿Estás bien?

Asentí y ahora sí, se marchó.

—¿Qué cojones haces aquí? —pregunté nuevamente bajando la mirada al suelo donde el chico empezaba a incorporarse.

—No podía dormir.

—¿Y decides irrumpir en mi casa?

Se encogió de hombros y se sentó en mi cama.

—Es muy fácil colarse en tu ventana, deberías cerrarla por la noche.

Me quedé callada mirándole estática y sin saber realmente cómo reaccionar ante lo que estaba ocurriendo, todavía medio dormida y en bragas, él sonriente como siempre con una mano sobre mi sábana. Se humedeció los labios.

—Llevo toda la noche con ganas de hacer una cosa, y he decidido que lo voy a hacer —dijo con naturalidad.

No estaba entendiendo demasiado, porque al igual que mi padre, yo también estaba algo confusa con el sueño todavía colgado de mis pestañas. Pero de pronto sentí su mano en mi pierna, sus dedos en mi mentón y seguido, sus labios sobre los míos. Cerré los ojos al momento, con sus dedos sobre mi nuca escuché las sábanas susurrar con su movimiento al acercarse más a mí y sujetarme las costillas con presión pero delicadeza, manteniendo el beso dulce pero todavía rozando mi piel todas las veces que pudo. Se separó de mí y sus ojos se clavaron en los míos, sentí cómo mis mejillas se teñían una vez más, con el calor en el pecho y los impulsos haciendo que mis manos se moviesen nerviosas sobre mi regazo. Me dedicó una pequeña sonrisa y como si fuera ya un acto reflejo, acarició un mechón de mi pelo y me besó la mejilla. Suspiré.

—Está bien. Puedes quedarte.

Su sonrisa se amplió y tardó dos segundos en acomodarse a mi lado, en poner su brazo por mis hombros y dejar que me apoyase en su pecho. Apagué la luz y mi intención fue dormir al sentir su respiración regularse, pero su corazón latir en mi oído acelerarse momentáneamente. No se me hizo raro no poder dormir, sentía cómo él todavía estaba jugando con mi pelo y me acariciaba los dedos copiosamente, y tuve que morderme el labio.

—¿Qué está pasando? —tuve que preguntar.

—¿A qué te refieres?

—No podemos ir a una cita decentemente y luego... esto.

Le escuché suspirar.

—Creo que tenemos que dejar de intentar que pase algo y empezar a dejar que las cosas sucedan solas. No creo que sea necesario ponernos una etiqueta tan rápido. Veremos a dónde nos lleva.

Sonreí, pero no dije nada.

No era la primera vez que estaba tan increíblemente cómoda en el silencio que compartíamos, sus dedos en mi pelo me mecían con suavidad, su respiración tranquila enviando aire fresco a mi cara y su corazón todavía acelerado. Sabía por eso que estaba nervioso, que él también notaba lo cómodo que estaba con tan solo el sonido de los grillos en la calle, también novedoso y excitante para él, fresco como la primera ráfaga de aire frío en septiembre. Era confortante no estar sola en eso, como si compartiendo ese sentimiento iba a hacer las cosas más fáciles. Tenía razón, los dos éramos demasiado jóvenes para tener que preocuparnos por ir al cine o apuntar fechas en nuestros calendarios. Ya tendríamos tiempo para ser adultos, ahora mismo lo único que ambos queríamos era pasarlo bien, y casualmente ambos queríamos hacerlo con el otro. Porque sabíamos que éramos buenos.

—¿Se te hace raro? —pregunté en un murmuro.

Hizo una pequeña pausa y se rió suavemente.

—No.

—A mí tampoco. ¿No es raro? Es como si hubiese sido así siempre.

No me respondió, pero pude escuchar cómo su respiración se volvió más profunda durante unos segundos. Luego, me dio un beso en la frente y continuó acariciando mi pelo para ayudarme a quedarme dormida, como si supiera que no había tenido una buena noche en años.

Siempre he pensado que no sería capaz de querer a nadie porque nadie me había enseñado a hacerlo. Tampoco pensé que empezaría a querer a alguien tan rápido, sumergida en sus brazos con su piel rozando la mía, su respiración entremezclada con sus costillas y su calor atravesándome los huesos y haciendo mi corazón brincar. Un sentimiento nuevo y tan acogedor que no sabía qué hacer con él, crecía y crecía sin que yo pudiese hacer nada para impedirlo, aunque no hubiese hecho el mínimo esfuerzo por descubrir qué hacer para hacerlo.

Hubiese dejado que me inundase una y otra vez si hubiese estado en mis manos, que me ahogase con ímpetu y me arrebatase de nuevo la respiración de esa forma, ya que es el sentimiento que más me ha hecho sentir viva. Tenía ganas de empezar a luchar por el aire que faltaba en mis pulmones y convertirlo en mi rutina diaria. 

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